Joan Bardella
A
petición de gente amiga, vamos a intentar rastrear algunos problegómetros del
conocimiento aplicados a la pedagogía libertaria desde una perspectiva ética,
no con la intención de llegar a verdades últimas, sino con la intuición de que,
de entrada, aquello que más apreciamos, podemos destruirlo, si lo definimos
clara, nítida y unidimensionalmente. Hemos de entender que la educación es una
práctica reflexiva, intuitiva, creativa y sensible que se construye al andar, e
intentarla definir, es como intentar definir La Sociedad Libertaria, única y
uniforme, hecho que juega radicalmente en contra de la misma. Así que lo que
perseguimos es ordenar cuatro intuiciones, si eso es posible, con la intención
de abrir líneas de fuga al pensamiento uniforme, y totalizador, ayudándonos a
avanzar, a nuestro propio colectivo, en una particular búsqueda de prácticas
libertarias que nos permitan enfrentarnos a las prácticas sociales neuróticas
que impone el capital. Para ello nos ayudará a introducir el tema Edgar Morín,
un comunista renegado y expulsado de su partido (hecho que siempre nos crea
simpatía aún que no adhesión), el cual ha intentado pensar la complejidad sin
morir en el intento.
Pues
siguiendo a nuestro autor en su artículo: Antropología de la libertad (http://www.ugr.es/~pwlac/G16_01Edgar_Morin.html),
podemos considerar que toda libertad implica libertad de elección, esto es, libertad para y no, o no tanto, libertad de. Tal y como afirma nuestro
autor, para que ésta sea efectiva se nos presenta como necesarias dos
actitudes, a saber: Una subjetiva y otra objetiva.
Todo ser
humano está condicionado por su biología y psicología (carácter subjetivo de la
libertad), pero como organismo complejo, las mismas, son la base de toda posibilidad
de elección; mi cuerpo y mi yo, a la vez que me constriñen, son toda posibilidad
de facto para la libertad; para escoger. De hecho, este rasgo característico de
los seres humanos, no es compartido con los organismos biológicos más simples. De
la misma manera, que no podemos escoger nuestra especie, nuestro ADN, ni el lugar
y la época en que nacemos; tampoco escogemos, en principio, nuestra cultura y nuestras
relaciones sociales al nacer. Así que, necesariamente, toda cultura es introyectada
inicialmente; es un condicionante exógeno de la libertad, junto al medio físico
y social. Se da, pero, que la cultura misma, transmitida como tradición, principalmente
a través del lenguaje, es posibilidad de elección y libertad, puesto que en
toda forma cultural subyace un a priori, esto es, según Ortega y Gasset, el momento
fundacional de toda posibilidad de cultura: El acto creativo, recreativo y creador.
Y es que la mente humana siempre crea. Si cada generación humana estuviera
condicionada por la tradición y la reproducción de la misma, se nos presentaría
como imposible toda ética como libertad de elección. Esto, no nos sitúa en un
romanticismo filántropo que desconoce la opresión de pensamiento que impone la
cultura dominante. Es simplemente que identificamos la natural tendencia humana
a la creación y la saludable posibilidad de desobediencia mediante la elección
de una vida ética y libertaria; ya no sólo como la necesaria crítica al sistema
opresor, sino, y esto es lo importante, como formas de construcción y
exploración colectivos de los límites de nuestra libertad, para empujarlos y
desplazarlos, en un impulso vital que pretende reventar la alienación de la
creatividad humana a la que intenta someternos el pensamiento único.
Si
hablamos de cultura, hemos de hablar del lenguaje como el modo privilegiado en
el cual ésta viaja, puesto que, como afirma Ernest Cassier, somos animales
simbólicos. Pensando con Gilles Deleuze, podemos hacer una incursión viendo el
lenguaje como un corte racional de la complejidad que supone la vida, la cual
escapa a toda racionalización y a la que sólo podemos acceder, en principio,
por intuición. El lenguaje, corta, congela, escasilla, clasifica y determina
toda naturaleza siempre cambiante. ¿Cómo pensar el devenir? Pensar el
movimiento es detenerlo en fotogramas territorializados, ya Heráclito afirmaba,
en la antigua Grecia, que no era posible bañarse dos veces en el mismo río, ¡lo
mismo ocurre cuando pensamos la libertad como forma fija y estable; la
perdemos! Y ¿Cómo pensar el tiempo puro, sin espacio, como devenir constante y
complejo de la diversidad? A pesar de la paradoja, no podemos quedarnos en un
escepticismo que nos impida hablar para no reproducir, para no oprimir, para no
vivir en la ilusión. Como afirmaba Nietzsche, la razón y el lenguaje son
apariencia, es un intento de clasificar el caos para hacerlo comprensible pero,
no nos confundamos, es una ilusión necesaria, según Nietzsche, es una de nuestras
formas estrechas de conocer, una forma Apolonia, aun que no la única. Quizás
otros lenguajes como en determinados estilos artísticos dionisíacos, que el primer
Nietzsche identifica en la tragedia griega y en la música wagneriana, pueden ajustar-se
más a la realidad del arroyo vital, pero éste es otro tema (la educación en y por
el arte) que aquí, por motivos de espacio, no podemos abordar.
Volviendo
a Deleuze, y siguiendo con nuestra idea de la creatividad humana, éste afirmaba
que la filosofía es el arte de inventar conceptos, de manera que a nuestro chapucero
modo, es la posibilidad misma de superar aquello que nos constriñe; el lenguaje
también ofrece la posibilidad de ser empujado, desplazado, desobedecido; de crear
nuevas realidades. Tal y como afirma García Calvo, todo aquello que no es nombrado
o bien no existe, o bien existe de otro modo, ¡por eso el poder educativo Estatal
y religioso, se afana en no mencionar conceptos como autonomía, igualdad, libertad,
ayuda mutua, asamblea, etc. So pretexto de que son muy pequeños para comprender
tales conceptos (¡aunque parecen no serlo para el teorema de Tales!).
Es un
hecho que el peor mal que podemos afligir a un enemigo no es el negarlo, puesto
que así aún existe, el peor mal es ignorarlo, no mencionarlo, aislarlo ¡y si no
que se lo pregunten al perverso inventor del panóptico!
Así pues,
de igual modo que el medio físico y social condiciona, a la par que posibilita,
la vida humana; la cultura, que es el lugar que habitan las personas, es la misma
posibilidad de elección. El lenguaje, como código simbólico, arbitrario y convencional,
manipulado por el poder, nos ofrece a su vez una base fonológica, semántica,
morfológica, sintáctica y pragmática, que posibilita que cada cual atribuya sentido
a su mundo de vida, y esto es siempre una posibilidad de resistencia, una posibilidad
de pensar y crear nuestro mundo, el mundo que queremos; es la posibilidad de
pensar la utopía como intuición. Negar esta doble función del lenguaje y la
cultura, (como constricción pero también como posibilidad) nos trae el discurso
de la impotencia, de la sumisión a la palabra ya dicha como última palabra;
negar la paradoja supone negar el hecho de poder leer el Quijote como
tradición, a la par que crear poesía contemporánea.
Empero,
se da que los factores determinantes de la libertad tanto endógenos como exógenos,
permanecen en relación directamente proporcional en cuanto que, a más complejidad,
más posibilidades de elección, esto es, más libertad. Y a menor complejidad,
menos opciones de elección, en cuyo extremo de simpleza y constricción social,
encontramos a los totalitarismos (ya sea fascista, comunista o capitalista) y las
dependencias emocionales como condicionantes exógenos y endógenos
respectivamente, de toda libertad. Contra más diversa una cultura, más rico un
lenguaje o más variadas las relaciones sociales, más posibilidad de escoger
entre una opción u otra, como condicionantes objetivos. Y a un pensamiento más
diverso, a una creatividad más desarrollada, a una intuición más afilada y, en
suma, una personalidad forjada en el deseo de la libre decisión, más
posibilidad de tomar las riendas de la propia vida, indeterminándose así en lo
posible, de los condicionantes subjetivos que encadenan nuestras mentes a la
reproducción social. Así, centrándonos en la educación, intuimos que en todo
aprendizaje se repite el momento fundacional de la cultura, su a priori; el
acto creador. La mente no es una tabula rasa que se llena cual vasija. Cuando
un niño o niña aprende lo que hace es investir de sentido su mundo físico,
social y lingüístico-cultural; y esto es una creación cultural que solo el
sujeto puede hacer para consigo mismo y así, mas tarde, acomodarlo socialmente
en una negociación continuada de significados compartidos, con sus semejantes.
Por eso, cada generación tiene que recrear la historia, volverla a inventar, si
bien, no por ello, volverla a inventar de cero, con lo que podemos hablar de
evolución cultural, y comprarnos un mechero en el todo a cien, en vez de
esperar que un accidente azaroso nos descubra el fuego.
Lo
expuesto hasta ahora nos lleva a la consideración del límite como posibilidad,
al giro copernicano de lo determinado a lo indeterminado. La libertad se
aprende como se aprende a andar, al nacer nos vemos máximamente condicionados,
sea por las necesidades biológicas, psicofísicas, por la necesidad de
acogimiento emocional, la seguridad familiar, etc. El niño y la niña no tienen
una imagen de sí mism@s, de hecho está en construcción, siempre lo está; es un
movimiento que solo la muerte o la neurosis detiene. El o la bebé, se siente
parte de la figura afectiva y no reconoce siquiera sus límites físicos, es
decir donde acaba su cuerpo, con lo cual difícilmente podrá elegir que quiere
para él; podríamos decir que está alienado de su propio cuerpo y de su yo, en
una relación simbiótica con la madre. Pues bien, sucede que las personas de
menor edad, empiezan a reconocerse a partir de reconocer a la figura afectiva
como lo otro, y este movimiento se da
en una dialéctica negativa, es decir, en la posibilidad de que esta figura
afectiva se auto-determine con un NO, frente a un deseo infantil dado. El
límite hace reconocer al otro como lo otro
y a interrogarse por el yo. Algo
similar podría ocurrir en tiempos pretéritos con la muerte como limite total,
la cual pudo abrir al Ser a
investirse por su existencia a través de la autoconciencia. Y es que aquella
genial proposición de Mijail Bakunin que afirma que mi libertad se proyecta en
la libertad de las demás personas, conecta perfectamente con la
capacidad humana de reconocimiento, no en cuanto a reconocer a las demás personas
como humanas, como el aristócrata reconoce a sus súbditos, sino en cuanto que yo me reconozco en el otro como humano; como persona dotada de
criterio y voluntad para escoger; me reconozco en la libertad del otro. Por eso, cuando las personas que
me rodean amplían su libertad, la mía se proyecta en vez de constreñirse.
Pues
bien, tenemos hasta lo dicho, que toda determinación subjetiva y objetiva es la
base para qué, con cierto nivel de complejidad, el ser humano pueda elegir. Que
todo mecanismo psicológico superior nace de una asimilación activa y creativa
inter-psicológica, la cual posibilita, al acomodarse, los mecanismos
intra-psicológicos de toda elección. Que el límite, más que una restricción,
supone la autoconciencia de estar limitado/a. Las personas de menor edad, al
empezar a tomar conciencia de su cuerpo, no disponen de una imagen ajustada de
sí, su pensamiento es necesariamente egocéntrico y omnipotente. El
descubrimiento de sus capacidades de acción, nace del conocimiento de sus
limitaciones, lo cual actúa como fuerza propulsora del deseo, de la voluntad y
de la libertad de elección con tal de superar dichos límites, y ahí es donde
conectamos directamente con la ética, puesto que decidir que quiero, implica un
juicio de aquello que cada cual considera que aporta valor a su vida. ¿Qué
quiero? Lo hemos dicho, será la pregunta inaugural de toda ética de la
libertad, porqué, lo repetimos, toda libertad implica capacidad de elección para, no libertad de, aunque ésta última esté implícita. ¿Qué quiero? es la pregunta
resultante para la máquina deseante del yo.
Y... ¿que
puede una educación libertaria ofrecer de cualitativo a este proceso?
* Una
educación basada en los valores y la organización de la libertad aporta un entorno
físico poco estructurado, donde cada persona puede crear y recrear su propio espacio
y tiempo, ajustándose a sus diferentes ritmos y necesidades, ofreciendo así, un
entorno seguro y rico donde empezar a desarrollar una iniciativa creadora y
libre. Entendemos que un entorno demasiado estructurado, esto es, con normas
rígidas y poco flexibles, materiales didácticos demasiado pautados, rígidos
currículos que prescriben que, como y cuando aprender, juguetes altamente
tecnificados, etc. No permiten la diversidad y el cambio, la expresividad
creadora ni el ejercicio de la libertad, puesto que no dan pié a la iniciativa
ni la elección; es decir, ¡mejor jugar con una caja de fruta vacía a la cual,
niños y niñas, invisten de un montón de significados creativos (que si una casa
por aquí, que ahora es un tren, que si siéntate que te arrastro..) que con una
Play Station donde toda opción para la decisión creativa pasa por escoger si un
jugador/a o dos!
* Unas
relaciones sociales complejas, donde el valor de la decisión individual y colectiva
es practicado desde la infancia, revalorizando el esfuerzo para la auto-superación,
la responsabilidad ante las decisiones tomadas y el pleno respeto y reconocimiento
para sí mismo/a y para el resto de personas del colectivo. La plena aceptación
de cada proyecto individual de vida, es el derecho inalienable a la autoconstrucción
del sí mismo, es la auto-realización
del ser como máquina deseante precipitándose
sin pausa hacia la utopía siempre en construcción.
* Un
entorno culturalmente rico y motivador donde NO se transmiten conocimientos absolutos,
sino, por el contrario, estrategias de auto-aprendizaje individuales colectivas,
para que cada cual experimente el placer de aprender aquello que desea, cuando
lo desea y como lo desea; y así, de manera individual y colectiva, conseguir cotas
cada vez mayores de autonomía, fomentando valores como el apoyo mutuo y la solidaridad,
a la par que movilizando metas del yo encaminadas a la satisfacción de aprender
desvinculadas del premio, el castigo y la competición.
* La
educación libertaria no toma la libertad en su valor absoluto, de hecho
considera a la misma como un misterio. La libertad se entiende como un camino
orientado a conseguir el máximo de libertad posible para cada momento, es
decir, maximizar las posibilidades de elección. La libertad es siempre azar,
riesgo, incertidumbre, ¡hay que atreverse a tirar los dados! La educación en y
para la libertad es una invitación a una ética de máximos, una ética hedonista,
una ética que revaloriza el deseo, la auto-construcción, el empoderamiento, la
amistad, y una organización social basada en una ética discursiva de mínimos,
es decir, una ética asamblearia que busca el valor de lo justo, no en la
autoridad exógena impuesta, sino en el consenso de las partes implicadas en la
toma de decisiones libres y responsables.
* Un
entorno así diseñado posibilita al máximo la elección objetiva, recordemos, física,
social y culturalmente, a la vez que capacita e invita a la ética, a la
elección psicológica y subjetiva; última y única instancia de toda acción moral
autónoma. La necesidad de informar de qué la educación es libertaria, recae
sobre la posibilidad misma de que ésta sea cuestionada por los propios niños y
niñas, puesto que toda práctica social, cultural y educativa está siempre
apostando por una cosmovisión concreta, el negarla y creerla neutra, es negar
la misma posibilidad de cuestionamiento y presentarla, como hace el poder con
el lenguaje, como un absoluto totalizante y alienador.
Así pues,
y para concluir, podemos afirmar que una educación libertaria, es una educación
que apuesta por la complejidad, la diferencia, el cambio constante y el profundo
respeto hacia la libertad individual y colectiva. La individualidad, insertada en
una colectividad libre y responsable, donde, cada cual pueda auto-realizar su singular
proyecto de vida en compañía de la amistad, el respeto y la ayuda de las personas
que le rodean, potencia la actualización de las mejores capacidades humanas,
hecho que se manifiesta, pensando con Spinoza, en saludables y permanentes
estados de alegría, que quizás se asemejen a aquello que conocemos como
felicidad.
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