Anastasio Ovejero
La
colectividades libertarias son un ejemplo, de enorme importancia, de economía
solidaria, social, cooperativa, en la que población es protagonista.
Recuperamos esta intencionadamente desconocida experiencia revolucionaria y la
planteamos como referente sobre la que mirarse para construir soluciones y
salidas no liberales a la crisis actual del capitalismo.
Autogestión cooperativa y solidaria frente a la
actual hegemonía neoliberal
Somos
ante todo una especie cooperativa y solidaria, y eso fue lo que hizo posible
nuestra supervivencia entre otras especies animales más fuertes y más feroces.
Y solo será la cooperación solidaria la que nos saque del atolladero en que nos
ha metido el neoliberalismo con sus perversas políticas, que son una amenaza
para el planeta y para la humanidad. A lo largo de miles y miles de años, tanto
nuestra biología como nuestra historia introdujeron en la especie humana una
fuerte tendencia a la cooperación, a la ayuda mutua y a la solidaridad, lo que
constituye nuestras señas de identidad (Tomasello y Vaish, 2013). La cultura
después hizo el resto. Como dice Michael Tomasello (2010, pp. 17 y 24), a nivel
biológico los humanos estamos adaptados “para actuar y pensar cooperativamente
en grupos culturales hasta un grado desconocido en otros“. Pero tengamos
presente que esa tendencia hacia la cooperación y la solidaridad se afianza si
es reconocida y valorada por la comunidad, y se debilita en caso contrario (De
Waal, 2005). Y también existe una tendencia al egoísmo que se refuerza con la
educación y el ejemplo (Tomasello, 2010), siendo evidente que hoy día son el
egoísmo y la competición los que están siendo enseñados y fomentados. De ahí el
negro futuro que se vislumbra.
Por otra
parte, debemos tener muy presente la mentira generalizada que desde hace años
nos están inculcando, la de que el ser humano es competitivo por naturaleza. Por
el contrario, como escribía hace más de un siglo Piotr Kropotkin, “las especies
animales en las que la lucha entre los individuos ha sido llevada a los límites
más restringidos, y en las que la práctica de la ayuda mutua ha alcanzado el
máximo desarrollo, invariablemente son las especies más numerosas, las más
florecientes y más aptas para el máximo progreso. La protección mutua lograda
en tales casos y, debido a esto, la posibilidad de alcanzar la vejez y acumular
experiencia, el alto desarrollo intelectual y el máximo crecimiento de los
hábitos sociales, aseguran la conservación de la especie y también su difusión
sobre una superficie más amplia, y la máxima evolución progresiva” (2005/1902, p.
236). Ello es mucho más cierto en el caso de la especie humana. Por tanto, no
debería extrañarnos que a medida que el neoliberalismo fortalece los derechos
de propiedad se esté extendiendo por todo el mundo la vuelta de lo común (Coriat,
2015, Hess y Ostrom, 2007; Laval y Dardot, 2015). Como reacción a la hegemonía
neoliberal ha surgido una cierta moda de recuperación de lo común, que enlaza
con la más genuina historia cooperativa de la especie humana de la que aún
quedan más vestigios y restos de lo que se cree (Ostrom, 2012). Además
actualmente existen numerosas experiencias de colaboración en la recuperación
por las y los trabajadores de empresas cerradas, en economía social y
colaborativa y sobre todo en Internet (véase Liotard y Revest, 2015; Zimmermann,
2015).
Ahora
bien, nunca se ha producido un cambio histórico profundo sin la existencia
previa de una ideología que lo hiciera posible. Igualmente, el cambio que el
neoliberalismo está produciendo en la historia humana está siendo posible a
causa de que fue capaz antes de implantar en buena parte de la ciudadanía la ideología
neoliberal. Ello facilita a las personas más ricas y poderosas tener éxito en
la guerra que ellas mismas han declarado a todas las demás, particularmente a
las socialdemócratas a nivel político, y a las trabajadoras a nivel laboral. Es
esa internalización de la ideología neoliberal la que explica que estén
expoliando a todos y todas con pocas protestas de la ciudadanía que, contra
toda racionalidad, sigue votando –allí donde hay elecciones- a quienes les está
destrozando. Esa ideología se compone básicamente de los siguientes elementos:
a)
Individualismo: frente a la forma cooperativa de vivir que hemos tenido los
humanos durante milenios y que nos ha permitido sobrevivir, el capitalismo, ya
desde sus inicios, pero sobre todo durante las cuatro últimas décadas, ha
inculcado en la mayoría de la población un individualismo feroz que no hace
sino llevar a sentimientos de soledad y a diversos problemas psicológicos
(ansiedad, depresión, etc.);
b)
Egoísmo: íntimamente unido al individualismo, aunque no debe confundirse con
él, está el enorme egoísmo que el neoliberalismo está instalando en las mentes
y en los corazones de la gente, de forma que si con el predominio del
individualismo estaba desapareciendo todo lo que sonara a cooperación y ayuda
mutua, con el predominio del egoísmo está desapareciendo todo lo que suene a
solidaridad;
c)
Competición: también desde sus inicios, pero mucho más hoy día, el capitalismo
está infundiendo en las cabezas de la gente la necesidad de la competición.
Pero la guerra de tdas las personas contra todas solo beneficia a las fuertes y
a las poderosas, dejando a un elevado porcentaje de la población en la
estacada;
d)
Darwinismo social: si la competición es un rasgo esencial de la ideología
neoliberal, más aún lo es, si cabe, el darwinismo social, tan emparentado con
ella. Para los neoliberales el mundo es un lugar donde todas las personas
tienen que competir con todas y solo las más fuertes sobrevivirán, lo que, a su
juicio, es positivo, pues las débiles y las perdedoras no tienen derecho a la
vida;
e)
Fatalismo: continuamente nos están bombardeando con la idea de que “no hay
alternativa”, de que lo que está pasando es inevitable, pues es lo que exigen
los nuevos tiempos, y de que quien se oponga a ello es un retrógrado;
f) La
creencia de que el beneficio es lo único que cuenta: hasta tal punto hemos
internalizado este dogma de la Escuela de Chicago que nos parece incluso un
sinsentido una empresa que no tenga como único objetivo el beneficio económico.
Sin embargo, si las empresas, la clase política y los individuos en general
olvidamos los aspectos éticos y la responsabilidad social, estaremos construyendo
un mundo en el que será difícil vivir.
Todo ello
nos está llevando a olvidar nuestra “naturaleza” cooperativa y solidaria, y
están construyendo una nueva “naturaleza” humana, básicamente individualista, egoísta
y competitiva, que probablemente terminará llevando a la humanidad a la
catástrofe, si no le podemos remedio a tiempo. Y ese remedio pasa
ineludiblemente por el desarrollo de la cooperación altruista, la ayuda mutua y
la solidaridad. Y para conseguirlo, nada mejor que recuperar la memoria de las
colectividades libertarias que la revolución social española de 1936-1939 hizo crecer
por prácticamente toda la geografía del país no sometido al ejército rebelde.
Las colectividades libertarias en la España de los
años 30
A lo
largo del verano de 1936 –y en muchos lugares algo más tarde- las masas obreras
españolas, muy irritadas con los grupos privilegiados (terratenientes, iglesia,
ejército) a causa de décadas de sufrimiento, de explotación y de hambre, aprovecharon
el vacío de poder que se creó allí donde fracasó el golpe de los militares sublevados,
tomando en sus manos las riendas de los acontecimientos y comenzando una
revolución social de hondo calado cuyo principal objetivo era construir un
orden social nuevo, basado en la libertad, la igualdad y la solidaridad: en eso
consistieron esencialmente las colectividades. Más en concreto, la clase
trabajadora española sobre todo la militancia cenetista, pero también gran
parte de la ugetista respondió al golpe de estado de los militares con la
revolución social, creando de forma espontánea cientos de colectividades que,
unas más y otras menos, abolieron el Estado, la religión y la propiedad. Y
duraron hasta que fueron destruidas por las armas, primero a manos de las
tropas de Enrique Líster (pese a que muchas de ellas se recompusieron a medida que
se alejaban las tropas comunistas) y luego por las tropas franquistas. Pero,
mientras duraron, fueron muy eficaces, incluso a nivel económico y de
producción, pero sobre todo a nivel cultural, educativo y de valores (véase Ovejero,
2017, Capítulo 7). De hecho, lo que deja estupefactos a las y los expertos que
se acercan sin prejuicios a este tema es precisamente esa eficacia.
¿Por qué fue
tan eficaz la colectivización en España y no lo fue en la URSS? La explicación
es obvia: allí la colectivización se implantó de arriba abajo, imponiéndola a las
y los campesinos, mientras que aquí fue espontánea, voluntaria y de abajo
arriba. Fueron los propios trabajadores y trabajadoras (los campesinos de los
pueblos y los obreros de las ciudades) los que, sintiéndose dueños de su destino
por primera vez en sus vidas, se comprometieron con entusiasmo en la
construcción de una nueva sociedad radicalmente diferente a la que siempre
habían conocido, una sociedad basada en el principio de «A cada uno según sus
necesidades; de cada uno según sus fuerzas y posibilidades», una sociedad sin
amos, sin gobiernos, sin iglesias y sin esclavos; una sociedad libre formada
por hombres y mujeres libres, en la que no existiera la explotación del hombre
por el hombre.
Más
concretamente, los numerosos factores que explican la eficacia de las
colectividades pueden ser englobados en estos tres grupos (véase una ampliación
en Ovejero, 2017, Capítulo 8):
1)
Factores materiales: Incrementaron las hectáreas de tierra cultivada;
eliminaron el desempleo tanto en el campo como en la industria, con lo que hubo
muchos más brazos trabajando, y acometieron un plan ambicioso de mecanización
del campo y de incremento de las hectáreas de regadío. Además, llevaron a cabo
una admirable política de investigación dirigida a mejorar simientes, plantas y
animales.
2)
Factores psicosociales: con ser importante lo anterior, no hubiera servido de
mucho si no hubiera habido personas que trabajaran con entusiasmo, ilusión y
compromiso, lo que se vio facilitado por diferentes variables: aumentó mucho el
nivel de igualdad entre todas las personas que integraban la colectividad, lo
que es muy beneficioso; diferentes necesidades psicosociales básicas, sobre
todo la de pertenencia, fueron adecuadamente satisfechas; aumentó el apoyo
social y la ayuda mutua, lo que elevó el grado de satisfacción y felicidad de
las personas, acrecentando, entre otras cosas, su eficacia laboral; mejoraron
las relaciones interpersonales y la autoestima; se incrementó mucho la
implicación y la participación en los asuntos de la comunidad; también fue importante
su entusiasmo por participar en una nueva experiencia, sintiéndose, por primera
vez en sus vidas, dueños de sus destinos.
3)
Factores organizacionales: se organizó el trabajo de una forma más racional y se
trabajó en grupo y con un liderazgo democrático, pero sobre todo en régimen de autogestión:
las personas que trabajaban eran las mismas que tomaban las decisiones en todos
aquellos asuntos que les afectaban, lo que hizo que aumentara la motivación laboral
y la satisfacción en el trabajo.
Aunque la
experiencia colectivizadora duró poco (entre dos y dos años y medio en la
mayoría de las colectividades), mientras duró fue hermosa como hermoso sigue siendo
su recuerdo. Por eso, no sólo por eso, necesitamos recuperar su memoria.
Recuperación de la memoria histórica, como lucha contra
el poder
Sorprende
que el fenómeno colectivizador haya sido poco conocido a pesar de constituir
tal vez la experiencia de autogestión obrera más importante del mundo durante
los últimos siglos. Por eso es importante recuperar su memoria. Por eso y
porque, como ya he dicho, el neoliberalismo está llevando a la humanidad y al
planeta entero a la catástrofe y al colapso (Chomsky, 2017; Ovejero, 2014;
Taibo, 2017), y solo la autogestión solidaria será capaz de evitarlo.
Hace poco
estuve en el Bajo Aragón (Alcañiz, Cretas, Valderrobres, Calaceite...), el
corazón de las colectividades campesinas de Aragón, donde unos 300 pueblos se
colectivizaron. Y con infinita tristeza comprobé que no quedaba ni rastro de
aquella experiencia: ni un monumento, ni un monolito, ni una simple placa que
recordara lo que allí se vivió. O al menos yo no lo vi. Y no es por azar que no
sea recordada. El olvido ha sido muy planificado: ni a la derecha le interesa
que se sepa lo que ocurrió allí hace ahora 80 años, ni quieren los comunistas
que se sepa el papel que ellos desempeñaron en las colectividades, ni los socialistas
desean que se conozca que ellos fueron alguna vez revolucionarios, no vaya a
ser que pierdan algunos votos. Fue la experiencia de autogestión obrera más importante
de los últimos siglos y se hizo en España, pero aquí casi nadie la conoce, y
menos aún las personas que deberían conocerla por razones profesionales
(alumnado y profesorado de Ciencias del Trabajo, Administración de Empresas,
Económicas, etc.). Pero es que apenas la conoen quienes han estudiado y
licenciado en Historia. No es conocida ni siquiera en las regiones donde más
profunda fue su implantación (Cataluña, Levante, Aragón y Castilla La Mancha).
Puedo entender que muchos estén en desacuerdo con tal experiencia, pero no su
desconocimiento. Y quien menos desea que se conozca lo que allí ocurrió es el
actual poder neoliberal, porque la experiencia colectivizadora es un torpedo
directo a su línea de flotación, y a la del capitalista en general,
constituyendo un potente instrumento contra ese modelo ideológico. Por eso creo
que es importante seguir hablando de ella y que las nuevas generaciones la
conozcan y la recuerden, pues como decía Milan Kundera, “la lucha del hombre
contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Ello significa que
en España se lucha poco contra el poder.
En 1981,
José Vidal Beneyto escribía: “Todos sabemos que la democracia que nos gobierna
ha sido edificada sobre la losa que sepulta nuestra memoria colectiva”. Y así siguen
las cosas. Pero ello es más cierto en unos temas que en otros. De hecho, tras
la muerte de Franco comenzó una
etapa de
cierto interés por aclarar el pasado, pero poco y solo con respecto a algunas
cuestiones, dejando de lado otras, entre las que destaca precisamente el de las
colectivizaciones. Y lo que es peor, “el olvido no tuvo que imponerse: se
convirtió en algo inherente a las prácticas sociales y políticas de la época”
(Aguilar y Payne, 2017, p. 27). La transición firmó un “pacto de olvido” sobre el que se ha sustentado el
llamado Régimen del 78, pacto que ha afectado sobre todo a las colectividades
libertarias, hasta el punto de que hoy día en España –a excepción de los
propios anarquistas- casi nadie sabe siquiera que existieron. De ahí que resulte
imprescindible recordar esa experiencia, y no solo para hacer justicia a
quienes las desarrollaron, sino sobre todo para mostrar que el fatalismo
neoliberal es una mentira y una falacia absoluta. El mundo puede organizarse de
otra manera. De nosotrosy nosotras depende.
A modo de conclusión
La mayor
parte de la gente ha internalizado hasta tal grado el individualismo y la
competitividad del capitalismo que les parece difícil creer que hayan existido
las colectividades. Sin embargo, no sólo existieron, sino que fueron muy
eficaces, porque lo que llevaron a la práctica (cooperación, ayuda mutua,
solidaridad) está en nuestra “naturaleza”, tanto a nivel cultural como a nivel
biológico. Durante dos años, cientos y cientos de pueblos, de industrias y de
comercios del sector servicios vivieron en colectividad, sobre todo en Cataluña
y en Aragón, pero también en Levante, en la Mancha y en muchas otras zonas de
la España republicana. Allí donde fracasó la rebelión de los generales
golpistas, en julio de 1936, la clase trabajadora, tanto de la industria como
del campo, se puso espontáneamente a la tarea de organizar una nueva sociedad,
eliminando el Estado, la religión, la propiedad privada y la explotación de
unas personas por otras. Los transportes urbanos colectivizados funcionaron muy
bien durante toda la guerra en Barcelona, los campos de Aragón se modernizaron
y rindieron más que antes de la colectivización, el sector cítrico de Valencia
alcanzó un desarrollo no visto hasta entonces, la educación se universalizó
desde los 5 años hasta los 15, el analfabetismo se redujo de forma importante,
etc., y, sobre todo, la solidaridad y la ayuda mutua se generalizaron. Y todo
ello sin directrices previas y sin órdenes concretas ni siquiera de los
sindicatos. Fue una acción espontánea de las y los trabajadores en línea con la
“naturaleza” cooperativa y solidaria del ser humano.
Es a
través de la autogestión cooperativa y solidaria como la humanidad podrá hacer
frente a las políticas depredadoras del neoliberalismo hoy día dominante y evitar
la autodestrucción que nos espera de no cambiar la trayectoria actual. Por eso
sigue siendo de gran utilidad el ejemplo de las colectividades libertarias. Por
eso y porque, como concluyen Hardt y Negri (2004, p. 287), “cuando la multitud
es por fin capaz de regirse a sí misma, la democracia se hace posible”. Siempre
quedará el ejemplo de aquella experiencia y de la voluntad colectiva que la hizo
posible. En este sentido, quisiera terminar haciéndome eco de las tres
conclusiones a las que yo mismo llegaba con respecto a las colectividades
(2017): primera, fue algo hermoso mientras duró; segunda, quedará para siempre su
mensaje esencial de que es posible construir un mundo diferente al que tenemos,
demostrando que lo que parece imposible puede hacerse posible, que siempre
existen alternativas, que se puede construir un mundo cooperativo y solidario,
y que ello depende de nosotros y nosotras; y tercera, los poderes económicos y
políticos, la tradicional cultura individualista y competitiva occidental y la
cerrazón mental de muchas personas, sobre todo de quienes ya se han convertido
al neoliberalismo y se han transformado en sujetos neoliberales, no harán fácil
la tarea de construir ese mundo diferente. Por eso, cualquier transformación
social de calado pasa ineludiblemente por un cambio de mentalidad y la
sustitución del sujeto neoliberal, predominante en la actualidad, por un nuevo
sujeto, un sujeto libertario,interesado en construir un mundo mejor, más justo,
más cooperativo, más igualitario y más solidario, y en conseguirlo
colectivamente. Y en esta tarea, el ejemplo de las colectividades libertarias sigue
siendo de gran utilidad. Porque la única forma de construir un mundo mejor es
oponer la ideología de la autogestión y de la solidaridad a la ideología
neoliberal, que es lo que hicieron las y los anarquistas españoles hace 80
años. Por eso recuperar la memoria de aquella experiencia colectiva constituye
algo subversivo, porque, insisto en ello, esa experiencia nos sigue enseñando
que es posible construir un mundo diferente al actual, un mundo en el que la
libertad, la autogestión, la cooperación, la igualdad, el apoyo mutuo y la solidaridad
sean sus rasgos esenciales.
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[Tomado
de http://memorialibertaria.org/sites/default/files/LP95-06-Dossier3-Ovejero_ColectividadesLibertarias.pdf.]
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