Humberto Decarli
El
año de 1968 fue una referencia histórica por muchos acontecimientos acaecidos
en el marco de la guerra fría. La convención demócrata de Chicago, el Mayo Francés,
la muerte de Martin Luther King, el atentado contra el líder estudiantil
europeo Rudi Dutshcke, el crimen de Robert Kennedy, la Primavera de Praga, el
pleno apogeo la guerra de Vietnam y el genocidio de Biafra, son entre otros, los
sucesos más connotados de ese año. América Latina no podía pasar inadvertida y
el régimen despótico mexicano incurrió en un exabrupto al asesinar alevosamente
a los estudiantes en Tlatelolco.
El
2 de octubre se cumplió cincuenta años de un hecho abominable. Me refiero a la
masacre de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, México, efectuada por
las fuerzas armadas, las bandas paramilitares y la policía de ese país sobre
una masa de estudiantes en pleno flujo del movimiento. Es una de las múltiples
matanzas llevadas a cabo por el Estado mexicano sobre su población, con un
denominador común: la impunidad en todas ellas. El gendarme azteca tiene una
patente de corso para acometer el objetivo de muerte aplicado a una población
indefensa.
Sin
embargo, esa espantosa razzia o pogromo no es algo accidental en México desde
la dictadura del PRI. Ha sido una praxis recurrente y sistemática dada la
garantía de impunidad de los órganos investigativos, la Fiscalía, la Procuraduría
y el Poder Judicial, sometidos a los designios del régimen.
Las matanzas
mexicanas impunes
El
país situado al sur del río Grande tiene una tradición de masacres sin castigo.
Es una trayectoria elaborada por el poder desde inicios del siglo veinte, matando
seres humanos sin riesgo legal alguno delatando la ausencia de
institucionalidad en todos los planos.
En
1906 en Cananea, estado de Sonora, una huelga de trabajadores al servicio de
una transnacional de la minería, terminó en matanza.
Las
investigaciones quedaron en nada y más bien las autoridades justificaron el
hecho por violaciones al orden público. Fue una clarinada de la revolución
mexicana. En 1960 en Chilpancinco, Guerrero, también atacaron a estudiantes con
un resultado trágico.
En
Aguas Blancas, Guerrero, en 1995 hubo una represión descomunal contra los
campesinos. Igualmente en Acteal, Chiapas, asesinaron a aborígenes que se
encontraban orando en una iglesia, en una acción destinada a intimidar a los
chiapanecos por su apoyo al EZLN.
En
1971, a tres años luego de Tlatelolco, se produjo el “halconazo”, un movimiento
represivo contra estudiantes de ciudad de México ejecutado por paramilitares
llamados “halcones” con un saldo de más de cien fallecidos.
En
el año 2006 en la pequeña localidad de San Salvador Atenco, ubicado en el
estado de México, la resistencia de la población contra un proyecto de
aeropuerto promovido por el presidente a la sazón, Vicente Fox, concluyó en una
matanza de los pobladores.
En
San Fernando, Tamaulipas, en el 2010 y en Tlataya en el 2014 se produjeron
pogromos de los grupos narcos contra la población desarmada.
En
2011 en Ayotzinapa, Guerrero, se generó una masacre de estudiantes normalistas
quienes protestaban por el incumplimiento de varias reivindicaciones. Lo más
grave es que en el 2014 se repitió pero en grande y con una denuncia
internacional, de más de 40 estudiantes de esa misma especialidad desaparecidos
luego de su detención por la policía. Su investigación ha sido una vergüenza
mundial por la ostensible impunidad que la ha marcado. La Procuraduría
mexicana, la fiscalía y los tribunales han conformado un entramado de
encubrimiento y complicidad para evitar culpables.
Como
se puede apreciar, Tlatelolco fue un hito más de la tradición mexicana de
asesinar a gente desarmada porque tienen garantizada la ausencia de sanción. Es
una triste tradición significante de una ostensible violación de los derechos
humanos y el desprecio a la vida. Es el equivalente a una limpieza étnica
llevada a cabo por las hordas fascistas a escala mundial en diferentes
oportunidades y lugares históricos.
Quiénes han sido los
responsables de las masacres
Todas
estas graves transgresiones a la vida y la integridad de los seres humanos se
han sucedido en el tiempo independientemente de los ocupantes del poder. Desde
Porfirio Díaz en los inicios de la revolución mexicana, el PRI y su dictadura
perfecta, el PAN con Vicente Fox a la cabeza y luego con la mentalidad homicida
de Felipe Calderón hasta el PRD y los herederos de toda esa podredumbre política
encabezada por el Peje, A.M.L.O. han sido parte del andamiaje de muerte
representada por la policía, los militares y las bandas de facinerosos
ejecutores del trabajo sucio no cubierto por el Estado. Las respuestas han sido
similares porque se trata de la misma estructura de poder consolidada en México
luego del fracaso de la revolución mexicana.
Fidel Castro y
Tlatelolco
El
estilo cubano fue muy pragmático y nada principista en sus líneas políticas
diplomáticas. Cuando falleció Fraga Iribarne en España, el comandante
presidente decretó duelo en Cuba en un acto de veneración al franquista por su
amplitud comercial con la isla; su relación con la dictadura militar argentina
fue de colaboración siguiendo la orientación soviética; apoyó la invasión a Checoslovaquia
en 1968; nada dijo sobre la insurrección de los maestros en Guerrero,
encabezados por Lucio Cabañas y Genaro Vásquez, ni denunció su represión dada
la postura mexicana de desacato a los acordado por la OEA de romper relaciones
diplomáticas, económicas y comerciales con el régimen castrista.
Sin
embargo, sobre la acción de la Plaza de las Tres Culturas, Cuba guardó un
profundo silencio que equivale a complicidad y en el peor de los casos, de
aceptación y apoyo a esta barbaridad. Allí no guardó ninguna consideración
acerca del respeto a la vida y los derechos humanos como si nunca hubiese
acaecido tan pérfida actuación.
México no es una isla
en América Latina
A
pesar del paisaje cruel significado en la actitud homicida de las autoridades
mexicanas a través de sus militares y policías, y de los paramilitares y las
organizaciones de narcotraficantes que les son afines, sus atrocidades no
constituyen accidentes históricos en América Latina. Como parte del poco
desarrollo institucional ocurrido en la parte latina del hemisferio occidental,
la visión de la sociedad es primaria y como sostenía Michel Foucault, se
apelaba al poder disciplinario para dominar a la población. Eran los policías,
los militares, el derecho y la violencia, tangible y física, los vectores
eficaces para mantener a raya a una nación con una sola ideología.
Cuba
fidelista es una fuente de modelo represivo copiado a última hora por Venezuela
y Nicaragua. Allí no se respeta la opinión, la disidencia, los grupos étnicos,
ninguna clase de conquistas sociales, porque todo está programado desde el
sanedrín dominante de la mayor de las Antillas y quien se oponga será
enjuiciado por traición a la patria.
Chile
pinochetista y la Argentina militarista tampoco tienen que envidiarle a México,
al igual que el Uruguay castrense, Paraguay strossneriano, los tontos macoutes
de Duvalier en Haití, las barbaridades dejadas por Chapita Trujillo en
Dominicana, Fujimori en Perú así como los gobiernos centroamericanos y el
Brasil desarrollista de los administradores de la violencia del Estado.
Nicaragua
somicista y orteguista es una muestra de la saga represiva en la nación de
Rubén Darío. Defenestrada la dinastía somocista ha sido heredada por Rosario
Murillo y su degradado esposo. Muerte y más muerte es la orden de las hordas
supuestamente sandinistas.
Venezuela
es un caso aparte porque nos ocupa directamente. La secuencia policial y
militarista viene desde Juan Vicente Gómez y su despotismo fundacional del
Estado venezolano. Continuó con el perezjimenismo, el puntofijismo y el
chavismo. Cada uno perfeccionó su accionar, primero con la Escuela de las
Américas y ahora con los cubanos como maestros. La sagrada, la seguridad nacional,
la digepol, el sebin y todos los componentes auxiliares como los colectivos, la
guardia nacional y el Dgcim, conforman la representación organizada de la
represión, con su gran obra como fue el Caracazo o Sacudón, donde los
organismos defensores de derechos humanos contabilizan más de tres mil muertos
y el mismo gobierno aceptó trescientos.
Lamentablemente
no es México el mister Hyde de la región. Es todo un continente con una
elaboración teórica de la muerte como posibilidad negadora y donde la
arbitrariedad es la norma regidora de las relaciones sociales. Nos encontramos
a años luz de mejorar en este rubro porque estamos imbuidos en una estructura
de poder fundada en la violencia más rupestre, heredada de la formación
colonial y potenciada durante la vida republicana de estas naciones.
Al
cincuentenario de esta barbarie la región está en deuda con la humanidad por estos
profundos rasgos de genocidios de los uniformados latinoamericanos. Solo un
modelo democrático, no el formal y convencional conocido, con instituciones y
control popular es la vía para dar al traste con este triste devenir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.