Dámaso Jimenez
Miles de familias han cambiado sus vidas en Maracaibo -la segunda metrópoli de Venezuela- por culpa de constantes bajones de energía y apagones totales que pueden durar entre cinco y 12 horas diarias. Ya nadie es el mismo en la ciudad de la alegría, la antigua capital petrolera de América del Sur, que sintetiza a 40 grados a la sombra el colapso de todo un país.
A Eugenio Silva se le han quemado dos televisores y un aire acondicionado sin la esperanza de poderlos reponer ante la crítica situación hiperinflacionaria que vive Venezuela. Julio Eduardo Torrens, locutor de uno de los programas más escuchados en las mañanas desde Éxitos 89.7, una prestigiosa emisora del circuito Unión Radio, dice que su producción se ha visto afectada aleatoriamente hasta tres días a la semana por los apagones. “Pero lo peor es llegar a casa después de una dura jornada y lidiar con apagones durante la noche”, comenta Lilia Valecillos, una profesora de educación media. Durante los últimos siete meses de colapso eléctrico su familia debe recogerse desde muy temprano en un toque de queda obligado antes que la oscuridad se apodere de una ciudad que ostenta uno de los índices más altos de violencia criminal del país.
Miles de familias han cambiado sus vidas en Maracaibo -la segunda metrópoli de Venezuela- por culpa de constantes bajones de energía y apagones totales que pueden durar entre cinco y 12 horas diarias. Ya nadie es el mismo en la ciudad de la alegría, la antigua capital petrolera de América del Sur, que sintetiza a 40 grados a la sombra el colapso de todo un país.
A Eugenio Silva se le han quemado dos televisores y un aire acondicionado sin la esperanza de poderlos reponer ante la crítica situación hiperinflacionaria que vive Venezuela. Julio Eduardo Torrens, locutor de uno de los programas más escuchados en las mañanas desde Éxitos 89.7, una prestigiosa emisora del circuito Unión Radio, dice que su producción se ha visto afectada aleatoriamente hasta tres días a la semana por los apagones. “Pero lo peor es llegar a casa después de una dura jornada y lidiar con apagones durante la noche”, comenta Lilia Valecillos, una profesora de educación media. Durante los últimos siete meses de colapso eléctrico su familia debe recogerse desde muy temprano en un toque de queda obligado antes que la oscuridad se apodere de una ciudad que ostenta uno de los índices más altos de violencia criminal del país.
En Maracaibo todos los habitantes han sido despojados en alguna oportunidad de sus vehículos, celulares y otras pertenencias, estando solos o en presencia de amigos o familiares. Las peores horas son las horas pico de la tarde, cuando se acelera la huida a casa. Pero la película de terror más impactante desde que se implementó este duro golpe eléctrico a la ciudadanía ocurrió entre el 10 y el 12 de julio, cuando se suscitó “la madre de todos los abusos” contra los zulianos en medio de esta larga y constante crisis eléctrica: un megaapagón de 40 horas continuas en una ciudad a 40 grados centígrados.
Un sueño de locos sin fin
Noris Albornoz, trabajadora de 37 años de edad, con dos hijos en edad escolar, habita en un barrio de la zona norte y trabaja en una tienda en el enorme centro comercial Sambil. Ella considera que el gobierno convirtió a Maracaibo en una inmensa colonia psiquiátrica. “Ese día, después de las primeras 15 horas, la gente salió a la calle desorientada, sin rumbo fijo, ni dirección. Parecíamos zombis en estado de shock. No había a donde ir. Yo veía la gente hablando y peleando sola, dando manotazos al aire. No era para menos. No funcionaba el transporte público. Nadie podía ir a su trabajo, los semáforos estaban paralizados, no había pan ni nada que comprar para llevar a la casa y comer, porque además de la desaparición del efectivo, no había punto electrónico de venta ni computadora, ni Internet para hacer transferencias. Lo que había era una rabia enorme y mucha impotencia, nadie quería devolverse a sus casas porque el apagón era interminable y los calores sofocantes”.
Los que regresaron a sus casas intentaron salvar la poca comida que habían comprado y guardado en la nevera. Elsa Portillo, presidenta de condominio de un edificio de la zona norte de Maracaibo, relató que para muchos inquilinos el mayor drama fue ver perder los alimentos que con tanto sacrificio y tiempo habían conseguido para sobrevivir a este drama humanitario.
Hay que dejar claro que durante esas “marditas” 40 horas ningún cuerpo respondió a los llamados de emergencias de personas que quedaron atrapadas en ascensores – y tuvieron que ser asistidos por los mismos vecinos-; tampoco aparecieron para poner orden en las largas colas, ni para resolver las peleas que se suscitaron en plena vía pública por la cantidad de choques en esquinas sin semáforos.
Durante el lapso extraordinario de apagones la ciudad quedó sin respuesta de la policía, bomberos, defensa civil, ambulancias, el servicio de asistencia médica privada AME Zulia, y cualquier otro organismo público o privado.
Aún, varios días después, no existe una respuesta del alcalde de Maracaibo, Willy Casanova, de quien se presume no salió a enfrentar la situación por miedo a los momentos críticos o “por órdenes expresas de muy arriba”. Luego se alegó a través de las redes sociales que había temor de que las pocas unidades oficiales disponibles fueran quemadas o destruidas por el cierre de calles y los altos niveles de furia en algunos barrios y sectores que fueron más afectados por la incertidumbre.
Antonio Romero, un reconocido mecánico del sector Bella Vista, que se encontraba internado en observación en el piso 6 del Hospital Universitario (HUM), dijo que esa tarde se cansó de las condiciones infrahumanas agravadas por del colapso eléctrico en el centro piloto de salud y del enjambre de moscas que invadieron la habitación. Decidió marcharse a esperar el designio de Dios desde su casa.
Si la situación ya era caótica en el HUM, durante el mega apagón el hospital se convirtió en un hervidero de bacterias y enfermedades flotando en el aire en busca de un organismo con las defensas desprevenidas. En los pasillos del “Universitario” hay más moscas que personas y la sangre, la orina y el sudor cuecen un cóctel que se hace efervescente a 40 grados a la sombra. Las habitaciones comienzan a quedarse vacías por las pésimas condiciones a las que someten a sus pacientes, sin plantas eléctricas, equipos, medicinas y mucho menos vigilancia. La gente abandonada sencillamente se va.
Dora Colmenares, médico cirujano del HUM, profesora de la escuela de medicina de LUZ y directiva del Colegio de Médicos en la región, alerta que el megaapagón evidenció que el hospital debe ser clausurado lo antes posible, porque la contaminación generada por los desechos biológicos carcomen el funcionamiento de las instalaciones. “Con el calor las bacterias proliferan. Los médicos y el personal obrero se han contaminado en numerosas oportunidades. El HUM tiene siete años sin aire acondicionado. Los pabellones son hornos de alta temperatura y bacterias. Las infecciones intrahospitalarias han aumentado y en ocasiones son más peligrosas que las enfermedades que son tratadas en este hospital. Sale mejor cerrar el HUM y rehacerlo de nuevo”, afirma.
La ciudad y las moscas
Pero las moscas también gobiernan en las calles. Una de los concejales de la entidad, Ada Rafalli, refiere que la situación de los apagones agrava el hecho de que Maracaibo se ha convertido en un vertedero de basura, convirtiéndose en una bomba de tiempo para enfermedades endémicas y gastrointestinales sin cura, porque Maracaibo carece de servicio médico y medicinas.
El Facebook fue una pantalla de opiniones sobre la indignación por el mal trato recibido por los marabinos de parte del gobierno: “Es deprimente la situación de los apagones. Es indignante vivir así en un país tan rico, solo porque el gobierno decidió dejar de invertir para ocasionar tanto malestar en la gente”. En otros mensaje se leía: “El mundo ha ido evolucionando y nosotros vamos hacia atrás, hacia los tiempos de la cavernas, donde todo es oscuridad y barbarie”. “La crisis eléctrica llegó para quedarse porque mientras no inviertan y hagan caso omiso a las advertencias la situación atroz que vivimos prevalecerá, con las consecuencias que todo esto acarrea”.
Expertos como el ingeniero Ciro Portillo, exvicepresidente de Enelven, o el expresidente del colegio de ingenieros, Marcelo Monnot, -ambos perseguidos por el régimen y en el exilio obligado por demostrar las causas del problema- han señalado en varias oportunidades que el gobierno está en conocimiento de la incapacidad de las plantas en la región, casi todas cerradas o con poca capacidad de generación y transmisión. “Los datos reflejan que existe una capacidad indisponible de 1.650 Mw, lo que obliga al gobierno a aplicar los continuos racionamientos para preservar los pocos megavatios generados en una región devoradora de electricidad por sus altas temperaturas”, refiere Monnot,quien fue obligado a renunciar al colegio de ingenieros en represalia por su investigaciones sobre el colapso del sistema eléctrico.
Ante la implacable crisis eléctrica que enfrenta la región, Ciro Portillo señaló que el problema de fondo en el Zulia es el alto deterioro de las plantas térmicas del sistema, debido a la falta de mantenimiento y de inversión para sustituir repuestos y recuperar la capacidad instalada. Referente a Maracaibo, señaló que el sistema fue diseñado para alimentar una ciudad con 2 mil megavatios instalados de la siguiente manera: 660 de la planta Ramón Laguna, y 1.300 de la planta Termozulia, y un porcentaje mucho menor de la planta Rafael Urdaneta. Indicó que actualmente solo está funcionando el 10 % de esa capacidad instalada.
Corpoelec ha señalado que el complejo Termozulia cuenta con una capacidad instalada de 1.220 Mw que se suman a otras seis plantas: Ramón Laguna (660 Mw), Rafael Urdaneta (265,7 Mw,) Santa Bárbara(36 Mw), Concepción (32 Mw), Casigua (61,6 Mw) y San Lorenzo (40 Mw) entre otras. “No tenemos la energía suficiente porque estamos dejando de transmitirla desde la Costa Oriental del Lago, nos quitaron siete cables”, dijo Motta Dominguez, quien confesó recientemente no tener el control del sistema eléctrico debido a los cortes y a lo que califica como “sabotaje”. Esto deja claro la poca capacidad y manejo de la seguridad para administrar un servicio estratégico de esta naturaleza, y sin embargo es respaldado en el cargo por el presidente Maduro.
Una ciudad donde se va la luz por 42 horas es una burla que genera malestar en la gente. La población dejó de ver como “un saboteo” la grave crisis que sufren a diario como consecuencia de los constantes apagones, ahora lo sienten más como un castigo, una venganza. Es por eso que otros mal pensantes consideran que las 40 horas sin electricidad que sufrió Maracaibo sirvió de prueba para conocer el tipo de reacción que se puede esperar de un país que podría ser paralizado por completo en un futuro.
[Tomado de http://rupturaorg.blogspot.com/2018/07/mega-apagones-convierten-maracaibo-en.html.]
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