Pete «Black Thunder»
* Se cumple un siglo de la okupación, por parte de Mayakovski y los futuristas rusos, de un restaurante convertido en centro anarquista
Cuando Marinetti visitó Rusia a comienzos de 1914, en plena fiebre del futurismo y tras abrazar el fascismo, se encontró con una fuerte oposición. Un grupo de artistas, que parecían más bien hooligans, le increparon. Pensaba que iba a ser objeto de toda clase de adulaciones como fundador del futurismo italiano. Sin embargo, lo que sucedió fue muy distinto. Los rusos se negaban a ser llamados «futuristas» para diferenciarse de las debilidades ideológicas de los italianos. En su lugar preferían «hombres y mujeres del futuro». En Petrogrado, el acto estuvo a punto de acabar en violencia, algo que ya había sucedido en varias veladas de la facción anarcofuturista y los revolucionarios rusos. Le insultaron y gritaron en un lenguaje incomprensible, el llamado «zaum», creado por el ellos mismos y denominado «lenguaje transrracional» (gruñidos, palabras inventadas, sonidos guturales). De pronto, en medio de la sala, un hombre de profunda voz y gran estatura le interrumpió. Lucía unos extraños dibujos en el rostro e iba vestido con una levita. También jugaba con un monóculo. Tras el alboroto, abandonó furioso la sala. Era la misma persona que denunciaría el origen burgués y acomodado de las teorías de Marinetti y que, en cambio, proclamaría el culto a la negación futurista haciendo suya la frase de «la higiene del mundo». Era Vladimir Mayakovski quien, como siempre hacía en sus actos públicos, vestía su provocativa camisa amarilla, una referencia clara a los chalecos rojos usados por los románticos. Mientras tanto, los (otros) futuristas rusos, en un comunicado, denunciaron a la «colonia italiana y de la alta sociedad de Petrogrado que han caído servilmente rendidos a los pies de Marinetti [... Nosotros, aunque partidarios de respetar las sagradas leyes de la hospitalidad, en esta ocasión no tenemos más remedio que gritar: ¡Extranjero, vuelve de nuevo a tu país!».
* Se cumple un siglo de la okupación, por parte de Mayakovski y los futuristas rusos, de un restaurante convertido en centro anarquista
Cuando Marinetti visitó Rusia a comienzos de 1914, en plena fiebre del futurismo y tras abrazar el fascismo, se encontró con una fuerte oposición. Un grupo de artistas, que parecían más bien hooligans, le increparon. Pensaba que iba a ser objeto de toda clase de adulaciones como fundador del futurismo italiano. Sin embargo, lo que sucedió fue muy distinto. Los rusos se negaban a ser llamados «futuristas» para diferenciarse de las debilidades ideológicas de los italianos. En su lugar preferían «hombres y mujeres del futuro». En Petrogrado, el acto estuvo a punto de acabar en violencia, algo que ya había sucedido en varias veladas de la facción anarcofuturista y los revolucionarios rusos. Le insultaron y gritaron en un lenguaje incomprensible, el llamado «zaum», creado por el ellos mismos y denominado «lenguaje transrracional» (gruñidos, palabras inventadas, sonidos guturales). De pronto, en medio de la sala, un hombre de profunda voz y gran estatura le interrumpió. Lucía unos extraños dibujos en el rostro e iba vestido con una levita. También jugaba con un monóculo. Tras el alboroto, abandonó furioso la sala. Era la misma persona que denunciaría el origen burgués y acomodado de las teorías de Marinetti y que, en cambio, proclamaría el culto a la negación futurista haciendo suya la frase de «la higiene del mundo». Era Vladimir Mayakovski quien, como siempre hacía en sus actos públicos, vestía su provocativa camisa amarilla, una referencia clara a los chalecos rojos usados por los románticos. Mientras tanto, los (otros) futuristas rusos, en un comunicado, denunciaron a la «colonia italiana y de la alta sociedad de Petrogrado que han caído servilmente rendidos a los pies de Marinetti [... Nosotros, aunque partidarios de respetar las sagradas leyes de la hospitalidad, en esta ocasión no tenemos más remedio que gritar: ¡Extranjero, vuelve de nuevo a tu país!».
Estaba claro que perseguían otra clase de destrucción. Aunque caminaban de la mano de la revolución, que llegaría unos pocos años más tarde, adelantaban por la izquierda a la mayoría de sus compatriotas. Sus manifiestos y textos, sus obras de arte, despedían a una fe inquebrantable en el futuro y la utopía. Eran ásperos, virulentos, agresivos.
En 1917, el recién constituido líder de los Soviets, Lenin, despertó las esperanzas de muchos de ellos, al menos inicialmente. Luego, cuando las artes quedaron relegadas al control estatal y a ser mera propaganda, comenzaron las tensiones y disidencias. Díscolos como Mayakovski fueron marginados por el nuevo régimen, pero antes intentaron poner en práctica un comunismo real. En 1918, cuando todavía no se había liquidado por entero a las fuerzas anarquistas, decidieron llevar aquel pretendido comunismo hasta sus últimas consecuencias. Mayakovski declaró abolida la propiedad privada. Tomarían, okuparían. Y así sucedió. En marzo, junto a sus colegas, también futuristas, Kamenski y Burliuk, ambos igual de escandalosos que él, se hicieron con un restaurante de Moscú. El dueño, enloquecido, fue invitado a discutirlo con el Soviet, pero mientras tanto ellos montarían allí un local autogestionado dedicado al arte revolucionario, concretamente al «anarquismo individual creativo», como afirmaron.
La experiencia fue efímera, tan solo duró una semana. Policías y soldados los echaron a la fuerza, y quizás marcó el principio del fin de sus esperanzas en un comunismo real. Comenzó su descenso hacia los infiernos, que lo llevaría a ser arrinconado por el régimen.
Se suicidó en abril de 1930 de un disparo en la cabeza tras agrias disputas con burócratas y las nuevas juventudes estalianianas que habían boicoteado una obra suya. Antes, como gesto de protesta, había colgado del teatro una pancarta en la que se leía: «No se puede de una vez bañar al enjambre de burócratas; no habría suficiente agua ni jabón. Además, a los burócratas les ayuda la pluma de críticos como Yermilov». El poeta, finalmente, cedió. La proclama fue retirada, pero jamás se lo perdonó. Dos días antes de su muerte había escrito una carta que hizo llegar a un amigo suyo y que decía lo siguiente:
«De mi muerte que nadie se culpe y, por favor, nada de chismes. El difunto lo odiaba profundamente. Madre, hermanas y camaradas, perdonadme. Esto no es un método que recomiendo a nadie, pero no tenía otra alternativa. Lilia, quiéreme. Camarada gobierno: mi familia son Lilia Brik, mi madre, mis hermanas y Veronika Vitóldovna Polónskaia. Si les haces la vida llevadera, gracias. Los versos iniciados dádselos a los Brik, ellos sabrán descifrarlos. Como se dice, el incidente está zanjado. La barca amorosa varó en lo vulgar. Estoy en paz con la vida. No vale enumerar dolores, desgracias u ofensas mutuas. Seguid felices. Camaradas del VAPP, no me consideréis un cobarde. En serio, no hay nada que hacer. Saludos. Decidle a Yermílov que lamento haber quitado la pancarta, debí de haber discutido hasta el fin».
[Tomado de http://www.agenteprovocador.es/publicaciones/un-okupa-llamado-mayakovski.]
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