Tomás
Ibáñez
* Prólogo a Mayo
del 68: la revolución de la revolución,
de
Jacques Baynac.
Por muy intenso que pueda ser nuestro deseo de que
Mayo del 68 vuelva a acontecer algún día, de bien poco sirve alimentar la
nostalgia de lo que nunca volverá a ser. La irreductible singularidad
de aquel evento lo ha anclado firmemente en la historia convirtiéndolo en un
episodio absolutamente irrepetible. Pero, cuidado, afirmar que Mayo
del 68 no puede acontecer nuevamente no implica, ni
mucho menos, que haya dejado de latir con fuerza en nuestro presente,
ni que sus efectos se hayan extinguido con el paso del tiempo.
Definitivamente irrepetible, Mayo del 68 se
reinventa, sin embargo, en cada gesto de colectiva rebeldía, desde la
Selva Lacandona hasta la Plaza Taksim, pasando por Notre Dame des Landes, o por
las abarrotadas plazas del 15M, entre muchos otros lugares. Pero, vayamos con
cuidado, también en este caso, porque, decir que Mayo del 68 se reinventa en
ocasiones, no significa que no presente notables diferencias con sus variadas
reinvenciones.
Son esos extremos los que me gustaría abordar aquí, a
modo de personal y fraternal homenaje al gran libro que Jacques Baynac nos
ofrece. Sin duda, uno de los mejores que jamás se hayan escrito al respecto.
Mayo del 68 forma parte de esos raros eventos
históricos que están dotados de la suficiente magia para espolear la
imaginación, encender deseos y hacernos soñar.
Acontecimiento absolutamente inesperado, Mayo no solo
causó una enorme estupefacción en el mundo entero sino que dejó atónitos a sus
propios protagonistas. Nadie había imaginado que algo semejante pudiese ocurrir
en aquel periodo que era relativamente prospero, y en aquel país que era tan
apacible que hasta podía resultar aburrido.
Es más, lo que entonces estaba ocurriendo seguía
siendo inimaginable y desconcertante para nosotros mismos en
el atardecer de cada día de lucha, y en el misterio que envolvía cada amanecer
de un continuo combate(1).
La magia de Mayo nos transformó hasta el punto de que
nunca volvimos a ser los mismos y su impronta fue tal que para muchas de las
personas que lo vivimos Mayo nunca concluyó del todo, como así queda
reflejado en el espléndido libro La libreta francesa. Mayo del 68,
escrito por la entonces veinteañera Emma Cohen(2) que decidió fugarse del
entorno familiar para sumergirse integralmente en las turbulencias de Mayo
Para quienes lo vivimos intensamente resulta imposible
hablar de Mayo desde cualquier otro registro afectivo que no sea el de la
pasión. Es esa pasión la que aflora en cada línea del relato que nos
ofrece Jacques Baynac, un relato que narra, desde dentro y con suma
precisión, lo sucedido durante los acontecimientos(3), rescatando con
incuestionable acierto tanto el extraordinario ambiente que hizo la
singularidad de Mayo, como los novedosos contenidos políticos que lo agitaron.
En lo que sigue, trataré de contener mi propia pasión,
absteniéndome de reincidir sobre un relato cronológico magníficamente elaborado
por Jacques Baynac, limitándome a desarrollar dos aspectos. Por una parte,
intentaré complementar, a mi manera, algunas de las claves ofrecidas en el
libro para acercarnos a lo qué fue Mayo del 68 y, por otra parte, intentaré
enlazar la experiencia de Mayo con el momento presente.
Se ha escrito que 1968 fue “el año que conmocionó el
Mundo” y, en efecto, Mayo del 68 participó plenamente de un contexto
internacional sumamente ajetreado. En los primeros meses del año se sucedieron
las espectaculares y violentas manifestaciones de los Zengakuren(4) en
Japón, las ocupaciones de edificios universitarios en la Universidad de
Columbia, las movilizaciones contra la Guerra del Vietnam, particularmente
intensas en Berkeley, que culminaron en agosto con el multitudinario y
tumultuoso asedio, liderado por Jerry Rubin, a la Convención Nacional Demócrata
en Chicago. A principios de marzo la “Batalla de Valle Giulia”, en Roma, se
saldó con 400 heridos, mientras que el 17 de ese mismo mes 30.000 jóvenes
protagonizaron una batalla campal delante de la Embajada estadounidense en
Londres, y el 22 de marzo un explosivo cóctel de anarquistas, trotskistas,
maoístas y situacionistas ocupó el edificio administrativo de la Universidad de
Nanterre.
Poco tiempo después, el 4 de abril, se produjo el
asesinato de Martin Luther King, y el día 11 Rudi Dutschke resultó gravemente
herido de bala en Berlín, lo que desató manifestaciones en toda Europa. También
convendría añadir a todo lo anterior la radicalización, en Estados Unidos, de
los movimientos por la igualdad racial con los Black Panthers y el Black Power,
los ecos (finalmente engañosos) de la Revolución Cultural china, las exigencias
de libertad que llegaban desde Praga o desde Varsovia, la seducción ejercida
por las guerrillas latinoamericanas, el éxito multitudinario de las marchas
anti-nucleares organizadas en semana santa y un largo etcétera.
Enclavada en ese turbulento contexto, la potente
deflagración que representó Mayo del 68 superó, con mucho, el eco de los
restantes eventos del año 1968 introduciendo, además, una diferencia
importante. En efecto, las movilizaciones que sacudieron el mundo a lo largo de
ese año especialmente convulso se articulaban en torno a reivindicaciones bien
concretas y precisas. Sin embargo, aunque la protesta que se extendió por
Francia aludía, ella también, a aspectos reivindicativos concretos, fueron unas
exigencias de carácter mucho más general las que anidaban en sus motivaciones
más profundas. Como dice Jacques Baynac, lo que latía en las energías
dinamizadoras de Mayo era una sed de libertad en todos los planos y,
más allá de tal o cual aspecto particular, lo que cuestionaba Mayo era
directamente el tipo de vida, gris y vacío, que ofrecía el sistema.
Una vida que no era vida sino simple y mortífera rutina(5). Ciertamente, Mayo
no conquistó el Poder, pero consiguió politizar espacios, lugares, personas,
instituciones, procesos… así como la propia palabra y el quehacer cotidiano,
mostrando que la pasividad y el aislamiento se pueden romper.
Su radical inconformismo, su llamativa vertiente transgresora
y creativa hicieron que, lejos de agotarse en una mera protesta, Mayo del
68 abriese vías de innovación y de cambio en múltiples ámbitos, a la vez que
declaraba caducos buen número de esquemas heredados. Fue así, por ejemplo, como
los latidos de Mayo hicieron fluir expresiones libertarias por
doquier, arrancándolas fuera del exiguo gueto donde moraban, y proyectándolas
repentinamente sobre las multitudes para que la gente se las apropiase y las
reinventase a su modo. Quizás fue por eso por lo que la cuestión de la toma
del poder nunca se planteó como una exigencia principal.
Mayo del 68 se considera a veces, y no sin cierta
razón, como una revuelta eminentemente estudiantil. Sin embargo, con
independencia del indudable protagonismo de los sectores estudiantiles, fueron
en realidad las ocupaciones de fábricas las que inyectaron en Mayo las
energías que le permitieron subsistir más allá de la primera noche de las
barricadas, y fueron los millones de trabajadores en huelga quienes potenciaron
la resonancia, tanto en intensidad como en duración, que tuvo Mayo en lo más
hondo de la sensibilidad antagonista. Fue lo que ocurrió en el mundo del
trabajo lo que confirió a Mayo su dimensión de auténtico acontecimiento
histórico, una dimensión que difícilmente hubiese alcanzado si se hubiese
quedado en un simple asunto de estudiantes.
Desde el lugar privilegiado que le brindaba su activa
participación en los Comités de Acción Trabajadores-Estudiantes (CATE), cuya
asamblea general y cuya comisión coordinadora, permanentemente abierta a
todos, se reunían en el recinto universitario de Censier, Jacques Baynac
relata de primera mano el proceso, no de simple alianza, sino de auténtica fusión,
que se dio entre ciertos sectores estudiantiles y determinados sectores de
trabajadores estando ambos sectores fuertemente comprometidos con el rechazo de
cualquier forma de vanguardismo, de verticalismo y de burocratización.
Pese a los denodados esfuerzos de las centrales
sindicales para levantar un muro infranqueable entre los estudiantes y los
trabajadores, no cabe duda de que en el ánimo de los jóvenes trabajadores que
emprendieron las acciones más decisivas también latían, de forma más o menos
confusa, y por encima de las reivindicaciones laborales particulares, la misma
sed de libertad y la misma insatisfacción global con la vida impuesta por el
sistema, que animaban al conjunto del movimiento de Mayo. Fueron esa
motivaciones las que les impulsaron a llevar a cabo las primeras ocupaciones de
fábricas, los secuestros de directivos, y las que alentaron su decidida
presencia en las barricadas o en los choques contra la policía.
Haciendo eco a las acusaciones de aventurerismo
que se lanzaron entonces contra aquellos jóvenes trabajadores y contra los
estudiantes más comprometidos con las luchas de Mayo, también se expresaron
posteriormente fuertes críticas hacia la improvisación reinante, hacia la
espontaneidad de las actuaciones, hacia la ausencia de precisos mapas de
navegación y de detalladas hojas de ruta. En esa línea se argumentó (y algunos
siguen argumentando hoy) que si el movimiento hubiese contado con un proyecto
claro, con unas metas preestablecidas y con unas sólidas estructuras
organizativas, se hubiese podido encauzar las energías en una dirección que le
habría permitido derrotar el enemigo.
Sin embargo, lo que esta forma de plantear las
cosas no alcanza a entender es que fue, precisamente porque carecía de todos
esos elementos, por lo que el movimiento pudo ir avanzando hasta donde llegó,
que no fue poco, en lugar de haberse estancado en sus primeros pasos. El
movimiento pudo progresar hasta topar, finalmente, con sus límites porque fue
construyendo su proyecto sobre la marcha: un proyecto que no preexistía
al inicio de la movilización, sino que se construía, se rectificaba y se
formaba en el seno del hacer cotidiano. Fue ese hacer haciendo
el que dio vida al movimiento y le permitió ir sorteando con inventiva, uno
tras otro, los obstáculos que iban surgiendo en su camino.
De hecho, Mayo clausuró cierta forma de entender la
revolución y eso enlaza con algunos de los planteamiento expresados por el Comité
Invisible(6) en su último libro. Unos planteamiento que podemos reformular
de la siguiente manera: el sujeto revolucionario no preexiste a la
revolución, se constituye en el seno del proceso revolucionario, resulta
de ese proceso, porque es la revolución quien lo crea a partir de su propia
andadura.
En este sentido, fueron los propios sucesos de Mayo,
las prácticas que allí se desarrollaron, las fórmulas que en su devenir se
idearon y se expresaron, los que dieron cuerpo a un multitudinario y variopinto
colectivo que no existía en lugar alguno antes de que los acontecimientos lo
fuesen construyendo y fuesen acuñando sus señas de identidad. Lo sucedido el
día 3 de mayo fue paradigmático a este respecto.
En efecto, el 3 de mayo se puede considerar como el
inicio real del Mayo del 68 porque fue el momento en el que el enfrentamiento
saltó fuera de los recintos universitarios para expandirse por las calles de
París y empezó a adquirir, desde ese mismo instante, algunas de las
características que lo fueron definiendo. Ese día los dirigentes, los
principales militantes y las fuerzas de choque de las organizaciones
estudiantiles estaban confinados en el patio de la Sorbona, cercados por un
impresionante despliegue policial. Se ha comentado que fue precisamente esa
circunstancia la que permitió que la revuelta pudiese prender con tanta fuerza
en las calles del Barrio Latino.
Los escasos militantes que habían conseguido salir de
la Sorbona se afanaban en calmar los ánimos, en intentar tomar el control de la
situación y en prevenir contra las nefastas consecuencias de provocar a la
policía. Sin embargo, carecían de fuerza para interponerse: la gente
reaccionaba desde su sensibilidad, sin consignas, ni directrices, ni
encuadramiento… Y ocurrió que, sin proponérselo, la gente la armó.
La reacción de las personas que circulábamos esa tarde
por el Barrio Latino introdujo en el corazón de la lucha, desde el inicio, algo
que no podía equipararse a una mera reivindicación porque se expresaba en
términos de una exigencia ética: la solidaridad activa con los
detenidos. También situaba en el corazón de la lucha la acción directa, sin
mediaciones, y la autoorganización y, sobre todo, no se pedía que las
instituciones accedieran a una determinada demanda, sino que el
multitudinario grito de “liberad a nuestros compañeros”, era más un grito de
guerra que una reclamación. Se actuaba contra los furgones policiales para
liberar a los compañeros, no para pedir su liberación. Por fin,
también se manifestaba una característica que marcaría todo el proceso de Mayo:
la férrea determinación de unas personas que se mostraban decididas a
poner su cuerpo, todo su cuerpo, en la lucha. Los más de 500 detenidos de esa
increíble tarde-noche del 3 de mayo, o los más de 800 heridos del día 6 lo
atestiguan sobradamente, pocos días antes de que estallase la famosa noche de
las barricadas y sin esperar a la dantesca noche del 24 de mayo cuando París
vivió unas escenas de auténtica insurrección.
No deja de ser llamativo que, pese a la extrema
violencia de los enfrentamientos, solo se produjeran contadísimas víctimas
mortales. La suerte estuvo, sin duda, del lado de los contendientes. Sin
embargo, hay que precisar que, cuando poco a poco se fue restableciendo la
normalidad, fueron muchos y muchas quienes no soportaron la perspectiva de
renunciar a las promesas de Mayo. No pudieron resignarse a seguir viviendo
como antes y se quitaron la vida, de una forma u otra, en las semanas, en
los meses, o en los inmediatos años posteriores. Eso nos permite intuir cuál
fue la pasión que engendró Mayo del 68, cuál fue la intensidad de las vivencias
que suscitó, el entusiasmo que logró despertar y la fuerza con la cuál cambió,
en cuestión de muy pocos días, unas historias de vida que parecían escritas de
antemano y definidas de una vez por todas, con el trabajo, el consumo y la
crianza de los hijos como único horizonte de sus deseos.
Quizás sea esa misma intensidad de las vivencias la
responsable de que siempre nos produzca cierta sorpresa que se pueda hablar del
fracaso final de Mayo del 68. De hecho, no parece muy procedente enjuiciar un
acontecimiento en términos de éxito o de fracaso. Esas valoraciones solo
se pueden aplicar, con propiedad, a un proyecto que se diseña para
alcanzar tal o cual resultado, o a una acción que se emprende con tal
o cual finalidad. Mayo del 68 no cayó del cielo, claro, respondió a
determinadas causas, pero la realización de un proyecto no figuró entre ellas.
Mayo fue, literalmente, un acontecimiento, es decir, una creación
en el sentido estricto de la palabra, algo que no estaba precontenido en ningún
momento anterior a su aparición.
El éxito de un acontecimiento es, simplemente, el de haber
acontecido, y su fracaso sería el de no haberse producido. Mayo del 68,
simplemente, aconteció y ese es su incuestionable éxito a la vez que
su indescifrable misterio, donde el papel del azar y de la concatenación de
casualidades fue fundamental.
Interesarse hoy por Mayo del 68 no se reduce a rememorar
lo ocurrido hace casi 50 años, no consiste en deslizarse por el registro
discursivo de la memoria y del recuerdo, sino que encaja en el esfuerzo por
intentar entender mejor nuestro aquí y ahora. La razón por la cual,
reflexionar sobre Mayo del 68, no es tanto contemplar el pasado como
pensar el presente, es bien sencilla: ciertos acontecimientos suceden,
irrumpen con mayor o menor fuerza en una determinada situación histórica y,
luego, se difuminan y desaparecen, dejando su memoria como único legado.
Sin embargo, otros acontecimientos marcan un antes
y un después. Cuando eso ocurre, el acontecimiento excede su
memoria, la desborda y se prolonga en lo qué le sucede en el tiempo. Mayo
del 68 es un acontecimiento de ese tipo: cierra una época y abre otra
y, como resulta que la época que abrió aún no se ha cerrado, aquel evento sigue
afectando nuestro tiempo en mayor o menor medida.
En tanto en cuanto lo que está aconteciendo
actualmente en el territorio español mantiene una estrecha relación con lo
ocurrido a partir del 15 de mayo de 2011, no resisto la tentación de
retomar aquí, en su literalidad, algunos fragmentos de lo que publiqué
en la revista Archipiélago (7) en 2008. Es decir, tres años antes de
que se ocupasen las plazas:
“… Mayo nos enseñó… que las energías sociales
necesarias para hacer surgir potentes movimientos populares, y para hacer
brotar prácticas antagonistas de cierta intensidad, surgen desde dentro de la
creación de determinadas situaciones, no les preexisten necesariamente. No es
que esas energías se encuentren en estado latente, y se liberen cuando lo
permiten las situaciones creadas, es más bien que esas energías se engendran,
se constituyen, cuando se crean esas situaciones.
Se trata, por lo tanto, de unas energías que pueden
aparecer “siempre”, en cualquier momento, aunque en el instante inmediatamente
anterior no existan en ningún lugar.
Aprendimos que, a menudo, esas energías sociales se
forman cuando “lo instituido” queda desbordado, cuando se sustrae un espacio a
los dispositivos de poder, y se vacía ese espacio del poder que lo permea.
Cuando se consigue, en definitiva, crear un “vacío de poder”. La creación de
ese tipo de situaciones hace que las energías sociales se retroalimenten a sí
mismas: van perdiendo fuerza y, de repente, vuelven a crecer como ocurre con
las tormentas.
Por ejemplo, subvertir los funcionamientos habituales
y los usos establecidos, ocupar los espacios, transformar los lugares de paso
en lugares de encuentro y de habla, todo eso desata una creatividad colectiva
que inventa de inmediato nuevas maneras de extender esa subversión y de hacerla
proliferar.
… Mayo volvió a recordarnos, pero con especial
intensidad, que los espacios liberados engendran nuevas relaciones sociales,
que crean nuevos lazos sociales y que, en comparación con los lazos previamente
existentes, esos se revelan incomparablemente más satisfactorios. Las personas
experimentan entonces el sentimiento de que viven una vida distinta, donde
gozan de lo que hacen, descubren nuevos alicientes, y se lanzan a una profunda
transformación personal en muy poco tiempo, como si interviniese un proceso
catalítico extraordinariamente potente.
La gente se conciencia y se politiza en cuestión de
días, y no superficialmente sino profundamente, con una rapidez que resulta
propiamente increíble.
… Mayo nos mostraba que son las realizaciones
concretas, aquí y ahora, las que son capaces de motivar a la gente, de
incitarle a ir más lejos y de hacerle ver que otras formas de vivir son
posibles. Pero también nos advertía de que para que estas realizaciones puedan
acontecer, la gente necesita, imperativamente, sentirse protagonista, decidir
por ella misma, y es cuando es realmente protagonista, y cuando se siente
efectivamente como tal, cuando su grado de implicación y de entrega puede
dispararse hasta el infinito.”
¿Acaso no fue eso lo que ocurrió efectivamente en las
plazas en mayo de 2011 como ya había ocurrido en Mayo del 68? Cuando volvemos
nuestra mirada hacia el movimiento que empezó a tomar cuerpo en mayo de 2011 es
fácil reconocer en él varias de las características que mencionaba en aquel
artículo. Sin embargo, si un acusado aire de familia entre Mayo del 68
y Mayo del 2011 fue perceptible mientras el Movimiento 15M se iba construyendo,
no cabe decir lo mismo cuando se considera la ulterior evolución de una parte
sustancial del 15M y lo que hoy acontece en el escenario político español.
Volveré inmediatamente sobre ello, pero antes quiero
mencionar algunas de las diferencias que se pueden apreciar entre el Mayo del
68 y el Mayo del 15M, por encima del mencionado aire de familia que
les une y guardando todas las proporciones.
Por ejemplo, la cuestión de la violencia
recibió en cada circunstancia un tratamiento bastante dispar. Es cierto que,
tanto en el 68 como en el 2011, las instituciones y los medios de comunicación
magnificaron los destrozos y los actos de violencia callejera, atribuyendo toda
la responsabilidad a los manifestantes. Sin embargo, por parte de los actores
de uno y otro Mayo la actitud hacia la violencia fue bastante distinta. Nadie,
en ninguno de los dos casos la justificó o la pregonó, pero en Mayo del 68 no
se criminalizó sistemáticamente su uso sino que, frente a la violencia
de los cuerpos represivos y de las instituciones, la violencia de la
correspondiente respuesta gozó de cierta legitimidad y se ejerció
efectivamente. No solo no se rehuyó el enfrentamiento sino que, en determinadas
ocasiones, como por ejemplo, en la noche de las barricadas, se preparó
deliberadamente y concienzudamente la resistencia violenta frente a la
más que previsible intervención policial. No ocurrió nada parecido en las
plazas del 15M. La excepción fue, quizás, el bloqueo del Parlament de
Catalunya en Barcelona, con unas consecuencias que aún colean.
Otra diferencia tiene que ver con la proliferación de
los focos de activismo y con la extensión de las ocupaciones. Es cierto que el
15M acabó por emigrar hacia los barrios. Sin embargo, eso aconteció en París al
día siguiente de los primeros enfrentamientos. Es decir, el 4 de mayo se lanzó
un llamamiento para crear los Comités de Acción en todos los barrios y
en los centros de trabajo a fin de esparcir y de multiplicar los focos de
agitación. Así mismo, el movimiento de ocupaciones fue apoderándose de nuevos
edificios donde se instalaron colectivos dispuestos a desarrollar de forma
autónoma nuevas iniciativas.
Una tercera diferencia tiene que ver con la
extensión al mundo del trabajo. Es cierto que muchos trabajadores
acudieron a las plazas del 15M, pero esa incorporación de los trabajadores al
Movimiento no supuso la incorporación del Movimiento a los centros de trabajo,
como sí ocurrió en Mayo del 68 aunque en una medida insuficiente.
Ahora bien, cuatro años después del inicio del 15M las
diferencias con Mayo del 68 se han ampliado de manera considerable si tomamos
como punto de referencia la organización Podemos y las diversas alianzas
que se han constituido para llevar los movimientos sociales a la conquista de
las instituciones.
Mayo del 68 nunca se planteó seriamente la toma
del poder. Su inclinación pasaba, más bien, por disolver el poder
o por cortocircuitarlo. Mayo quería cambiar la vida y para ello había
que salir del capitalismo, lo cual suponía creer en la exaltante
posibilidad de hacer la revolución. Hoy, el componente utópico de Mayo ha
dejado paso a un fuerte realismo [← pragmatismo] político y la aspiración
consiste en regenerar tanto la política como la democracia y humanizar el
capitalismo, lo cual supone conquistar el poder político, tomar
las instituciones o, por lo menos, conseguir una presencia en su seno que
permita enderezar su rumbo. La apuesta institucional ha sustituido la
convicción de que hay que desertar de las instituciones.
Dicho de forma abrupta: Mayo del 68 pretendía abolir
lo existente y trabajar para su radical mutación. Hoy se trata de
regenerar lo existente.
La actitud hacia las elecciones resulta paradigmática.
Cuando el General de Gaulle convocó las elecciones, la respuesta consistió en
denunciarlas como una trampa para tontos(8). Sin embargo, hoy todo se
fía a ganar los comicios.
Conviene recordar que Mayo también fue importante por
todo aquello que declaró obsoleto, por los caminos que clausuró, por las
prácticas de lucha, por los modelos organizativos y por las concepciones
políticas que descalificó. Frente a aquellos planteamientos, quién no ve que Podemos
significa una regresión a las concepciones anteriores a la explosión
de Mayo del 68, poniendo a su servicio, eso sí, las tecnologías las más
avanzadas. El diseño, entre unas pocas cabezas pensantes, de una estrategia
para avanzar hacia la hegemonía política, la construcción de una potente
máquina de guerra electoral, y la adhesión a una cúpula dirigente carismática,
son algunos de los elementos donde afloran las trazas de vanguardismo y de
rancio leninismo presentes en esa organización de nuevo cuño. Salvo
que sea sorprendentemente ingenua, la voluntad de construir unos instrumentos
realmente eficaces para conquistar poder político institucional no
puede ignorar que esta aceptando adentrarse en la vía de las inevitables
concesiones, de los pactos y de un sinfín de renuncias que solo pueden servir
para fortalecer el status quo, remozándolo. No cabe duda, parte de la herencia
del 15M se sitúa hoy en las antípodas de lo que fue Mayo del 68, y
basta con leer el libro de Jacques Baynac para convencerse plenamente de ello.
Contrariamente a lo que había anunciado, parece
bastante claro que no he conseguido contener del todo mi pasión a la
hora de escribir este prólogo. Lo siento, pero es como si un insaciable deseo
de Mayo siguiese soplando persistentemente en el viento…
Notas:
1. “Ce n’est qu’un
début, le combat continue” (“Esto es tan solo un inicio, el combate prosigue”),
fue uno de los lemas que más se gritaron durante las manifestaciones de Mayo,
incluso cuando el combate ya tocaba a su fin.
2. Emma Cohen. La
libreta francesa. Mayo del 68. Castellò de la Plana: Publicaciones de la
Universitat Jaume I, 2010.
3. “Les
événements” era la expresión con la que todo el mundo se refería a lo que sucedía
entonces en Francia.
4. Federación
Japonesa de Asociaciones Estudiantiles.
5. “Metro, boulot,
dodo” (“Metro, curro, catre”) fue el lema que se usó para caracterizar la
rutina de esa vida que no es vida.
6. Comité
Invisible. A nuestros amigos. Logroño: Pepitas de Calabaza, 2015.
7. Tomás Ibáñez.
“Más allá del recuerdo, pero muy lejos del olvido”. Archipiélago, nº
80-81, 2008, 131-136.
8. “Elections
piège à cons” (“Elecciones trampa para tontos”).
[Tomado de http://acracia.org/deseo-de-mayo.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.