Lutxo Rodríguez
*
Texto extraído del libro La anarquía está en otra parte, Lima,
Anarcrítica, 2018.
La
política (como se concibe en su forma más chata y común) es un juego siniestro.
Una palabreja, al fin y al cabo. Pero, más allá es una complejidad social, una
idea organizativa. Muchos pensadores se han tomado el trabajo de definirla, de
proyectarla. Aristóteles confió en la sociabilidad natural del hombre: el
hombre deviene en un anomal político inmerso en un entramado social donnde
serían normales, según el filosofo griego del status quo, las inequidades sociales. Pero repito, seguir con
hondura las disquisiciones de un filósofo tan esclarecedor como reaccionario
nos parece tarea inútil y equivocada.
Por
otro lado, ahora abundan mucho los autodenominados apolíticos. “Ciudadanos” que
al fin y al cabo, dicen no meterse en los mecanismos de la política, pero que
al fin y al cabo la legitiman pues su actitud de no meterse “en esos rollos” va
en consonancia con la perpetuación misma del sistema. Artistoides, nihilistas
superficiales o, seres que solo se dedican a “vivir” sin preocupaciones, pero
que no cuestionan nada, son caldo de cultivo para que las cosas no cambien. Su
inacción es acción. Su poco compromiso de por si es político. Son activistas
del acomodo y del espectáculo nefasto de las cosas que suceden. Solo (y esto de
por si es mucho) van al cine (de la política) y se compran su pop corn, pero
ello NO los salva, pues colaboran pecuniariamente con la artificialidad de lo
político, obedeciendo sin remilgos los dictámenes de esta democracia
autoritaria.
L@s
anarquistas somos gente adentrada en lo político. Cuestionamos la política tal
cual se entiende en los medios de (des)información masiva. Su democracia nos
queda choca por lo obsoleto e insulso de creer que es buena una participación
gentil ciudadana cada 4 o 5 años en el circo electoral, en la farsa de la
representatividad, para elegir a quien te va a someter y explotar. A quien te
engañará. Vamos más allá de eso. Entendemos la política como un mismo proceso
de crítica permanente del orden de cosas existente. Valorando la autogestión y,
sobre todo la autonomía, en un horizonte de organización horizontal de equidad
y de libertad. Esa es nuestra política, al fin y al cabo, y es mucho más rica y
compleja que la que destila su podrida democracia. Comprendemos que todo lo que
se haga se debe hacer sin intermediarios, escoger nuestra vida, nuestras labores,
como nos buscamos la vida, pero entendiendo, eso sí, que todo es perfectible y
nada es eterno e inconmovible (las ideas giran t dan vuelta tanto como la vida
misma).
Pero
en esencia mas que considerarnos apolític@s (por las razones expuestas anteriormente)
nos consideramos antipolític@s, por un deseo irrefrenable de establecer nuevos
lazos organizativos que destierren lo anterior. Porque desecharíamos
completamente incluso semejante término para afirmarnos sobre otro, y así
sucesivamente. Porque de lo que se trata es de no permanecer inerte frente a
las injusticias o a la coerción de la libertad, sino de justamente todo lo
contrario: anarquía es movimiento. La política y sus actores (los “políticos”)
nos apestan. Es una puesta en escena ridícula. Sobre todo escuchando los argumentos
de los que desean ser elegidos en esa férula de poder autoritario. Un político
es un imbécil miserable profesional que desea salir elegido para saciar su sed
de poder, y así ungirse como congresista o presidente. Son verdaderas lacras,
efectivamente. Parásitos que nos necesitan.
Ese
juego de poder es el negado desde tiempos inmemoriales para el anarquismo. Nos
negamos a jugar ese maldito juego. Sabemos que no basta no ir a votar, sino que
urge acompañar nuestras actitudes principistas de efectiva acción directa. Por
ahí nos preguntan: “Entonces, ¿por qué no participan de la política?”, o “¿saben
acaso que no participando están beneficiando a un candidato X o Y?”… No nos
interesa, razones tenemos de sobra para no participar en este fraude
permanente. Jugamos fuera del tablero de ajedrez y entendemos a la política no
solo como el ardid de la farsa democrática sino como algo más amplio y
endemoniado, al fin. Ese algo que nos mueve siempre a la contra y a organizarnos
en libertad.
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