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miércoles, 25 de abril de 2018

Sobre la extracción del coltán y otros minerales para la industria electrónica: La sangre en el microchip



Revista Fenrir



[Nota previa de El Libertario: Cuando se comienza a sufrir en Venezuela el saqueo del coltán, y eventualmente de otros “minerales estratégicos”, por obra y gracia  de la barbarie extractivista del Arco Minero del Orinoco impulsado por la dictadura chavomadurista, es importante conocer cuál ha sido el balance de similar explotación en otras partes del planeta, por lo que reproducimos este esclarecedor reporte que anuncia lo que cabe esperar y ya se asoma –según se evidencia en diversos posts que hemos difundido acá- en las comarcas guayanesas, una desgraciada perspectiva a la que debemos oponernos y combatir resueltamente.]



El sistema productivo de las mercancías entrama hoy toda una serie de pasajes deslocalizados en diferentes puntos del planeta, tan distantes de nuestra percepción y conocimiento que difícilmente podemos lograr imaginar qué se esconde tras los objetos de uso común que nos rodean.



Con la expansión del sistema industrial-capitalista a nivel global, la producción ocurre hoy gracias a una enorme red de conexión, expandida por todo el mundo, a través de los diferentes centros de extracción, elaboración y ensamblaje de las materias primas y de sus respectivos componentes. El producto final, será sucesivamente transportado en millones de ejemplares en los puntos de venta de todo el mundo.



Los lugares de extracción de materias primas y de elaboración son elegidos no solo en base a la disponibilidad en el terreno del recurso necesario, sino también y sobre todo en base a cuanto el recurso humano es explotable y chantajeable. En estas regiones el trabajo en fábricas o minas es la única posibilidad de supervivencia para millones de personas que han sido desposeídas del modo de vida que llevaban antes (a menudo basado en la agricultura, pesca, etc.), a causa de la neocolonización económica que sufren por parte de los países industrialmente desarrollados.



El mercado de la tecnología electrónica es hoy uno de los más prolíferos para la economía de los países industrialmente avanzados, y también para los de industrialización más reciente. La amplia disponibilidad y el bajo precio de los innumerables aparatos electrónicos presentes en las sociedades actuales de los países más privilegiados depende de formas de explotación intensa perpetradas en diferentes lugares situados en el este y en el sur del mundo, a partir de los territorios de donde se extraen las materias primas necesarias para la fabricación, pasando por las fábricas de ensamblaje de los diferentes componentes para terminar en los lugares donde toda la basura restante de nuestra voracidad tecnológica es eliminada o abandonada. Localizar e identificar los diferentes pasajes de la cadena de la industria electrónica, y la explotación que se oculta tras ellos, pone en evidencia, una vez más, que la tecnología no es neutral y que el discurso no se puede reducir únicamente al uso que se hace de los diferentes aparatos electrónicos, sino que, más bien, una sociedad tecnológicamente avanzada no puede existir sin el dominio de otros seres vivos y la devastación de amplios territorios.



Extracción de minerales, esclavitud y guerra



Un teléfono cualquiera contiene, en diferentes proporciones, decenas de minerales como plomo, cadmio, oro, berilio, hierro, cloro, argento, magnesio, bromo, fósforo, galio, antimonio, bismuto, litio, cobalto, aluminio, estaño, zinc, cobre, níquel, paladio, tantalio, cromo, platino, silicio, arsénico, itrio, lantano, terbio, neodimio, gadolinio, europio, disprosio, praseodimio, además de, evidentemente, mucho petróleo para el plástico y carburante para toda la cadena. Estos innumerables materiales provienen de diferentes lugares esparcidos por los cinco continentes del planeta.



El 16 de agosto del 2012, en Marikana, Sudáfrica, treinta y cuatro mineros dependientes de la multinacional británica Lonmin, que extrae platino de los riquísimos yacimientos sudafricanos, fueron asesinados por la policía a disparos mientras se manifestaban por una subida salarial. Este es solo uno do los tantísimos ejemplos del nivel de chantaje y explotación que hay en las minas en las que estos minerales son extraídos, especialmente en África. El caso del tantalio es el más conocido incluso por la opinión pública internacional por su dramatismo, aunque la situación en las minas de cobalto u otros minerales no es diferente. El tantalio es un mineral indispensable para la industria hi-tech actual, porque los condensadores de tantalio consienten un gran ahorro energético y por lo tanto una mayor duración de carga de las baterías, y además resiste temperaturas muy altas. Así que se utiliza en dispositivos como teléfonos, móviles, ordenadores, cámaras de vídeo, GPS etc. pero también donde sea necesaria una altísima resistencia al calor como en la industria aeroespacial para la construcción de turbinas, y en muchas otras aplicaciones militares.



Este material, en la naturaleza, muy raramente se encuentra puro, generalmente está unido a otros óxidos. Existen yacimientos en diferentes partes del mundo entre los que hay China, Brasil, Australia, Ruanda y Rusia, pero el 80% de las reservas mundiales de tantalio se encuentran en la región del Kivu, en el noreste de la República Democrática del Congo (RDG), unido a otro material llamado columbita, en una mezcla llamada coltán. La columbita también es un material importante, utilizado normalmente en aleaciones especiales de alta resistencia como las que se utilizan para fabricar tubos para los oleoductos y material para la industria aeroespacial.



La República Democrática del Congo tiene una larga historia de explotación de los propios recursos naturales. Desde principios del siglo XX, cuando aún era una colonia de Bélgica, las compañías belgas empezaron a extraer oro, diamantes y metales raros del subsuelo congoleño, entre los que estaba el cobalto, del que la República Democrática del Congo posee el 50% de las reservas mundiales.



La realidad de este país es un ejemplo de lo que significa la explotación de los recursos naturales, que solo beneficia a los países ricos occidentales. De hecho, el país es riquísimo desde el punto de vista geológico y minero, y goza del segundo bosque tropical más grande en el mundo, con espacios inmensos de terreno fértil, además de infinitos recursos hídricos. En él estaría presente todo lo necesario para alimentar a las poblaciones que viven ahí manteniendo un equilibrio con la naturaleza. Sin embargo, los principales cultivos como el cacao, el café, el algodón, el aceite de palma, el té, el caucho, el azúcar, el maíz, el arroz, las patatas y los anacardos, que se extienden por hectáreas y hectáreas de monocultivos, son propiedad de empresas comerciales extranjeras y destinadas a la exportación. La República Democrática del Congo también es el tercer productor mundial de diamantes, exporta grandes cantidades de petroleo y de cobre, cobalto, oro, zinc y coltán, y sin embargo su población es de las más pobres del mundo, y sus territorios cada vez están más devastados y empobrecidos.



Hoy en el país hay al menos 500 minas, casi todas ilegales, y se ha estimado que los mineros son 500.000 individuos, con una esperanza de vida por debajo de los 50 años. Apenas cobran 0’18 euros por cada kilogramo de coltán extraído, cuando en el mercado el precio del coltán llega a 600 dólares al kilo.



Desde el punto de vista ambiental, la extracción de coltán y otros minerales es devastadora. Las grandes reservas naturales de bosque son explotadas intensamente, de forma directa o indirecta, por las multinacionales que proceden a la deforestación sistemática para extraer madera y abrir nuevas minas de diamantes y de oro, estaño, tantalio (coltán), tungsteno. La llegada masiva de mineros en las zonas de extracción de coltán ha llevado a la explotación intensiva de amplios territorios, para satisfacer la necesidad de comida y de madera.



La destrucción de los hábitats ha llevado a la muerte y a la extinción de innumerables especies de animales salvajes, mientras que miles de elefantes y gorilas han sido asesinados para alimentar a la creciente población de la zona.



Con el aumento de la demanda mundial de tantalio, se ha enardecido particularmente la lucha entre grupos paramilitares y guerrilleros por el control de los territorios congoleños de extracción. Las zonas de extracción de los minerales están ocupadas por ejércitos irregulares de milicianos y mercenarios (se habla de alrededor de 8.000 individuos) en rivalidad entre ellos y con el ejército gubernamental, que obligan a las poblaciones locales a abandonar la zona, a trabajar en condiciones de esclavitud y a ceder parte del material extraído como soborno, además de utilizar la violación contra las mujeres como instrumento de guerra y de control del territorio. Más de 10.000 agricultores de la zona han visto destruir sus territorios y han sido obligados a empezar a trabajar en las minas. Se estima en 1’3 mil millones de dólares al año el volumen de negocios de los grupos criminales internacionales militarizados implicados en el tráfico de minerales, oro, madera, carbón y marfil y que financian desde los 25 hasta los 49 grupos armados tanto del Congo como extranjeros. Esta red criminal opera desde los países fronterizos como Uganda, Ruanda, Burundi y Tanzania. Otras minas no están bajo el control de las milicias sino del ejército nacional, que a su vez extorsiona a los mineros parte de su trabajo.



Dos de los países fronterizos, Ruanda y Uganda, incluso teniendo poquísimas reservas naturales de tantalio, figuran entre los mayores exportadores mundiales, ya que financian y arman a las milicias que por medio de la violencia trafican con éste y otros minerales a través de las dos naciones africanas. Después estos minerales son vendidos desde Ruanda y Uganda a multinacionales occidentales de telefonía y de electrónica como Nokia, Ericsson, Siemens, Sony, Bayer, Intel, Hitachi, IBM y muchas otras, que con su dinero financian esta guerra sanguinaria. El tráfico y la transformación del mineral ocurre a través de decenas de compañías, pero es una subsidiaria de la alemana Bayer, la H.C. Starck, la que se ocupa de la refinación del 50% del tantalio.



Miles de niños son arrancados de sus familias en Ruanda, Uganda o en la misma República Democrática del Congo por estos grupos armados, en los que entran a formar parte si demuestran coraje y sangre fría, de lo contrario serán puestos a trabajar como esclavos en las minas. Niños que son parte de las víctimas principales del coltán, obligados a trabajar hasta 72 horas seguidas en las minas y que, por sus pequeñas dimensiones, los hacen inmiscuirse en los estrechísimos agujeros cavados en el terreno para extraer las grandes piedras que, una vez fracturadas, darán el precioso material.



El coltán se extrae con palas y picos de los cauces, de los depósitos pluviales y de las rocas frágiles, incluso de colinas escarpadas que a menudo tienden a romperse, a menudo provocando desprendimientos. El material recogido en sacos de hasta 50 kg es transportado en las espaldas de niños y adultos hasta el centro de intercambio más cercano, que a veces se encuentra a dos días de camino. El índice de muerte entre los mineros es altísimo a causa de desprendimientos, asfixia, trabajo forzado y violencia de los paramilitares. Su salud está expuesta a duras pruebas por los durísimos ritmos de trabajo, además el tantalio también es radioactivo ya que contiene una parte de uranio, y en consecuencia, a menudo provoca tumores u otras enfermedades que llevan a una muerte prematura. Siendo minas “ilegales” todas las operaciones se hacen a mano, y así, después de las operaciones de filtración en los ríos, las materias residuales son abandonadas directamente en la orilla y siendo muy contaminantes, además de radioactivas, contaminan muchísimo el agua.



Se estima que son más de 6 millones las personas congoleñas muertas a causa de la guerra civil por el control de minerales, en particular del coltán, seguido de asesinatos o por hambre o enfermedades. Es el conflicto que ha causado más muertes en el mundo desde la segunda guerra mundial. Una guerra espantosa vinculada con la enorme sed de estos minerales considerados estratégicos para la industria electrónica y militar de los países occidentales.



Como si no bastara, la República Democrática del Congo está ocupada militarmente por los Estados Unidos desde 1999, con la “misión de paz” más cara de la ONU (1’38 mil millones de dólares al año, casi un cuarto del presupuesto total de la ONU) denominada “Monusco”, que incluye la presencia sobre el territorio de 462 observadores militares, 1.090 miembros del personal de policía y 18.232 miembros del personal militar, o mejor dicho un total de 19.784 miembros en uniforme. El mayor inversor de la operación son los Estados Unidos, que en 2011 han firmado un acuerdo bilateral de 1’8 mil millones de dólares con la República Democrática del Congo que anula su deuda hacia los EEUU, asegurándose así un válido socio para las importaciones de coltán, que actualmente amontonan a 272’8 millones de dólares al año, y de otros materiales.



La capacidad del tantalio de soportar temperaturas altísimas generadas por los procesadores de última generación, está demostrando ser estratégica para muchas nuevas aplicaciones militares, que hoy utilizan condensadores a base de tantalio: por ejemplo los sistemas de guía para las smart bombs, los drones, los robots y toda una variedad de aparatos de guerra. Estos avances en la tecnología militar hacen aumentar la demanda de coltán por parte de los países militarmente más avanzados.


Para países como los Estados Unidos esto significa depender totalmente de las importaciones, ya que no tienen ninguna reserva de coltán en su propio territorio. La Defence Logistics Agency de los Estados Unidos (USDLA) conserva reservas de los principales minerales y metales raros estratégicos en su Depósito de Defensa Nacional (NDS). Este depósito fue fundado en el 1939 para reducir la posibilidad de “una peligrosa y cara dependencia de los Estados Unidos de recursos extranjeros para el abastecimiento de estos materiales en periodo de emergencia nacional”. No obstante, las reservas de tantalio en el depósito están disminuyendo. Por eso, un informe del Pentágono de hace un año hace referencia a la dependencia de Estados Unidos del mineral, y el departamento de defensa recomendaba acumular reservas de tantalio y otros ocho minerales estratégicos.



La misión Monusco, que es presentada como un intento de devolver la estabilidad a la República Democrática del Congo, esconde en realidad, ni siquiera demasiado encubiertamente, los objetivos imperialistas de los Estados Unidos, aliados, recordémoslo, con Ruanda, Uguanda y con el propio régimen de Josep Kabila, presidente de la República Democrática del Congo que asesina y encarcela sistemáticamente a civiles para conservar su poder. No es la primera vez en la historia de la República Democrática del Congo que las fuerzas de las Naciones Unidas han sido utilizadas como instrumentos para las ambiciones imperialistas occidentales. En el 2009, las Naciones Unidas colaboraron con las fuerzas paramilitares de Ruanda y con el ejército congoleño durante la Operación Kimia II y Umoja Wetu, en las que las milicias congoleñas y los paramilitares de Ruanda violaron y asesinaron al menos 700 civiles congoleños. Los habitantes locales denuncian numerosos casos de violación y explotación sexual hacia mujeres y niños/as, falta de asistencia de civiles en peligro, relaciones con bandas armadas y grupos terroristas, contrabando de oro, diamantes y coltán por parte de las tropas de la ONU. El 31 de marzo del 2017 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas decidió renovar la misión Monusco en la República Democrática del Congo, con leves recortes en la financiación y en el personal a causa de las presiones de Trump. Italia, aún siendo el octavo inversor de las misiones de la ONU en el planeta, tiene poca influencia en esta región de África: las empresas italianas en la República Democrática del Congo son pocas, y el gobierno italiano ha reducido al mínimo las ayudas humanitarias y la colaboración con el gobierno del Congo.



Los conflictos y la violencia relacionados con el coltán no son una exclusiva de África central. Recientemente se han descubierto reservas significativas de coltán en la selva amazónica, en la frontera entre Venezuela y Colombia. Esto está llevando al nacimiento de un emergente mercado negro, gestionado por los señores de la droga colombianos y por otros grupos criminales.



[Nota final de El Libertario: Es de suponer que por desconocimiento, en esta breve referencia de cierre a la explotación de coltán que empieza a ocurrir al sur de Venezuela, el artículo no menciona la implicación que en ella tiene la guerrilla colombiana y la complicidad de militares venezolanos, de la cual hay testimonio en http://periodicoellibertario.blogspot.com/search?q=colt%C3%A1n&max-results=11.]



[Tomado de un artículo más extenso, que en versión íntegra está incluido en la revista Fenrir # 8, 2017 Número completo accesible en https://es-contrainfo.espiv.net/files/2018/04/Fenrir-8-ESP-1.pdf.]




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