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No hay más que darse una vuelta por las grandes librerías para comprobar todo lo que se sigue editando de Jules Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905), visto normalmente como un autor de novelas populares de aventuras científicas al que todo el mundo conoce aunque sea través del cine.
Sin embargo, bajo esta imagen “oficial” imperante hay un autor sobre son necesarias otras lecturas, y sobre el que escribió Raymond Roussel en 1921: «Es, y con mucho, el mayor genio literario de todos los tiempos, perdurará cuando todos los demás autores de nuestra época hayan sido olvidados. Es, por otra parte, tan monstruoso el dárselo a leer a los niños como el hacerles aprender las fábulas de La Fontaine, tan profundas, ya que muy pocos adultos tienen capacidad para apreciarlas». Sus relatos aparecieron originalmente en el Musée des Familles, y entre los más célebres se encuentran Cinco semanas en globo (1863), Viaje al centro de la tierra (1864) —del que hay una excelente versión cinematográfica de 1959 realizada por Henry Levin—, Veinte mil leguas de viaje submarino —base de una obra maestra de Richard Fleischer interpretada por James Mason, Kirk Douglas y Paul Lukas—, La vuelta al mundo en 80 días, etc, un dimensión verniano sobre el que merece la pena escribir un capítulo aparte, sobre todo considerando el amplio predicamento conseguido por estas en verdad notable adaptaciones fílmicas.
No hay más que darse una vuelta por las grandes librerías para comprobar todo lo que se sigue editando de Jules Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905), visto normalmente como un autor de novelas populares de aventuras científicas al que todo el mundo conoce aunque sea través del cine.
Sin embargo, bajo esta imagen “oficial” imperante hay un autor sobre son necesarias otras lecturas, y sobre el que escribió Raymond Roussel en 1921: «Es, y con mucho, el mayor genio literario de todos los tiempos, perdurará cuando todos los demás autores de nuestra época hayan sido olvidados. Es, por otra parte, tan monstruoso el dárselo a leer a los niños como el hacerles aprender las fábulas de La Fontaine, tan profundas, ya que muy pocos adultos tienen capacidad para apreciarlas». Sus relatos aparecieron originalmente en el Musée des Familles, y entre los más célebres se encuentran Cinco semanas en globo (1863), Viaje al centro de la tierra (1864) —del que hay una excelente versión cinematográfica de 1959 realizada por Henry Levin—, Veinte mil leguas de viaje submarino —base de una obra maestra de Richard Fleischer interpretada por James Mason, Kirk Douglas y Paul Lukas—, La vuelta al mundo en 80 días, etc, un dimensión verniano sobre el que merece la pena escribir un capítulo aparte, sobre todo considerando el amplio predicamento conseguido por estas en verdad notable adaptaciones fílmicas.
Hacer otras lecturas de Verne significa abrir la puerta mágica de sus artilugios, sus estrambóticos inventos, sus peripecias increíbles, aparece un Jules Verne preocupado por la aventura social de la liberación humana. Su fachada burguesa o aburguesada esconde un verdadero anarquista subterráneo, un capitán Nemo que se siente feliz bajo el océano porque allí no llega el poder de los déspotas.
Ya en su tiempo, las novelas de Verne y las adaptaciones que se hacían para el teatro tenían un éxito multitudinario: por ejemplo, de Miguel Strogoff, que apareció en 1876, y consiguió una extraordinaria venta, se hizo una adaptación teatral en 1878 y, durante casi cincuenta años, rara era la temporada que no se reponía y superaba las cien representaciones. Pero existía un hecho capital que predisponía a los críticos en contra de la literatura verniana: el que sus obras aparecieran primero, por capítulos, en una revista dedicada a la juventud, «Le Magazín de l’Education et la Recreation, un nota perturbadora para su adopción burguesa y según la cual Verne fue un hombre que ganaba dinero con facilidad, que estaba casado con una mujer de origen noble a la que la encantaba dar fiestas fastuosas a sus amigo y conocidos de Amiens y entre los que Verne esparcía opiniones más bien conservadoras. Todo ello, ampliamente respaldado por una biografía que hizo una sobrina suya, Allotte de La Fuye, en 1928, donde se abundaba en la figura “bienpensante” de Verne. De todas formas, se perfilaba en el libro un hecho un tanto desconcertante con esa imagen tranquilizadora: la candidatura del escritor, en 1886, al Consejo Municipal de Amiens en una lista de tendencia socialista y radical. Pero el hecho era que Verne escondía una personalidad mucho más compleja que la del «buen pequeño burgués, aficionado a la morcilla blanca y al tocino nantés» que se imaginaba Arístides Briand cuando, a los dieciocho años, condiscípulo de su hijo Michel, pasó unos días en su casa.
Bajo esta imagen se nos escamoteaba al joven antimilitarista que estudiaba Derecho en París cuando sobrevino la revolución de 1848. Revolución que implantó una República que quiso ser radical, en la que se proclamó el sufragio universal, fue abolida la esclavitud en las colonias y fue puesta en marcha la creación de talleres nacionales. El espíritu de Verne quedaría completamente ligado al de los «hombres del 48», los que en el año 52 fueron aplastados por la instauración del Segundo Imperio. Cuando en 1863 acabó su manuscrito de «Cinco semanas en globo”, no dudó en ofrecérselo al editor Hetzel, que había sido un miembro activo de la República del 48, que tuvo que exiliarse un tiempo, que mantenía estrecha relación con Víctor Hugo en su etapa más social –la de Los miserables– y que estaría conectado con personajes de la izquierda radical como Proudhon, Louis Blanc, Rochefort, Reclús…
Por más que los papeles más personales de Verne no fueron accesibles —la familia no los quería mostrar, si bien parte de ellos fueron destruidos por el propio escritor poco antes de su muerte—, con el tiempo se han ido realizando unas lecturas más críticas de la obra verniana que, juntamente con la correspondencia de personajes ligados a su vida —Nadar, Hetzel, etc. — dieron en su momento dado un resultado bastante curioso. Un primer aviso saltó con un artículo publicado por Michel Butor en 1949, en el que se aproximaba Verne a Lautréamont, Eluard, Michaux. Que lo introducía en la literatura o llamada «normal» y, sorprendentemente, por el camino de los vanguardistas. A partir de entonces se han realizado muchos estudios sobre la obra verniana —Carrouges, Serres, Moré, Chesneaux…—, que exploran a Verne desde ópticas muy diversas: mítica, psicológica, política, ideológica. Unos años antes nadie hubiera imaginado tales revelaciones. Entre ellos, son particularmente interesantes los del historiador marxista Jean Chesneaux [1], que nos descifran un Verne saintsimoniano y anarquizante, que se servía de sus novelas para exponer su ideología.
Estaba claro que la obra de Jules Verne es menos ingenua de lo que parece, va más allá de las simples novelas de aventuras o de ciencia ficción. En Verne, las aventuras y las plasmaciones cientificistas no son gratuitas, son un marco en el que se desarrollan unas ideas filosóficas sobre el progreso y una visión poco común de la vida. En ella se podían encontrar vestigios de la solidaridad internacionalista de tipo libertario con las nacionalidades oprimidas es un tema que se repite en muchas de sus obras, entre las que podríamos citar: Matías Sandorff (1885), cuyo protagonista es un patriota húngaro que lucha contra la dominación austriaca; o Familia sin nombre (1889) basada en la revuelta de los canadienses franceses en 1837 contra la opresión inglesa; o Pétit Bonhomme —Aventuras de un niño irlandés— (1893), novela con influencias de Charles Dickens: la miseria, la lluvia y el fango son los elementos que se conjugan en una Irlanda ensangrentada. El protagonista es un niño sin nombre y sin familia, con el problema acuciante de la supervivencia. El lema es este: Irlanda para los irlandeses y la tierra para los campesinos. Por no hablar de Un drama en Livonia (1904), un alegato contra la opresión imperial gran rusa…
El protagonista de Veinte mil leguas de viaje submarino (1870), el capitán Nemo (que ya ha quedado con el rostro de un James Mason enfebrecido), es uno de los personajes más queridos de Verne. Jean Jules Verne aporta algunos datos interesantes sobre la gestación de esta obra, contenidos en las cartas que se cruzaron entre Hetzel y el autor. La filosofía de Nemo es, en gran parte, la de Verne. El tuvo que defender en varias ocasiones a su personaje contra el criterio del editor. Puede afirmarse que el capitán del «Nautilus” es un libertario que ha creado un «medio libre’ en el submarino. Es una especie de superhombre en la línea saintsimoniana: tiene sensibilidad y gusto artístico, conoce todo lo relacionado con la ciencia, sabe resolver las situaciones peligrosas no solamente por medio de la ciencia, sino también con valor, tiene un gran sentido de la justicia, pero es capaz de un gran odio. Es la revuelta del individuo frente a la sociedad injusta y mezquina: «Yo no soy lo que Ilamáis un hombre. No obedezco a sus reglas, y os recomiendo que jamás volváis a invocarlas delante de mi».
Verne era un gran enamorado del mar. Sintió por este una gran atracción desde la infancia: no en vano cuando tenía doce años intentó embarcarse como grumete en un barco que iba hacia Oriente, huyendo, seguramente, del cerrado ambiente familiar. Del mar hace exclamar a Nemo: « (…) ¡El mar es todo! Cubre siete décimas partes del globo terráqueo. Sus auras son puras y sanas. Es el inmenso desierto en que jamás el hombre está solo, porque siente estremecerse la vida a su alrededor (…) El mar no pertenece a los déspotas. En la superficie todavía pueden ejercer sus inicuos derechos, batirse, devorarse y desatar todos los horrores terrestres… Pero a treinta pies bajo su nivel, su poderío cesa, su influencia se extingue y su potencia desaparece (…) ¡Aquí sólo está la independencia! ¡Aquí no reconozco amos! ¡Aquí soy libre!».
Siguiendo esta pasión, Verne se compró en 1865, un barco pequeño pero robusto como los que usaban los pescadores del Atlántico; le, bautizó con el nom Lo bajaba a bordo. Más adelante se compró un barco pequeño pero robusto como los que usaban los pescadores del Atlántico; le bautizó con el nombre de Saint Michel I, tenía un marinero muy experimentado y, durante las travesías, el escritor trabajaba a bordo. Más adelante se compró el Saint Michel II, de trece metros de eslora; este ‘co lo conservó poco tiempo y, finalmente compró el San Michel III, de veintiocho de longitud por cuatro metros y medio de anchura. Con e yate realizó viajes de envergadura, pero tuvo venderlo porque le resultaba muy gravoso a su economía. La vista del mar alegraba a jo Verne mucho más que las fiestas que organizaba su esposa, de las que desaparecía el escritor al poco rato de comenzar. En los Viajes extraordinarios, existe una crítica discreta, pero incisiva, sobre las formas represivas del Estado. Hetzel no entendía, y le preocupaba por su público, el odio exterminador de Nemo hundiendo un barco de guerra sin una justificación clara. Verne le razonaba: «No olvide que yo le decía en mi última carta. Si Nemo hubiese sido un polaco cuya mujer hubiese muerto bajo el knout y los hijos muertos en Siberia, y que este polaco se hubiese encontrado ante a un navío ruso con la posibilidad destruirlo, todo el mundo admitiría su venganza. Usted sería ese polaco y actuaría así y yo igual e usted.»
Pero Verne no le puso pabellón al barco, porque, un principio, quería hacer de Nemo un símbolo contra todas las tiranías, no quería convertirlo en un polaco que hubiera sido un recurso fácil. El misterio de Nemo iba mucho más lejos… Pero cuando, cuatro años más tarde, en La isla misteriosa (1874), el escritor, seguramente como una concesión a Hetzel o al público, reveló parte del misterio que envolvía al capitán Nemo, convirtiéndolo en un príncipe hindú cuya familia había o asesinada por las tropas inglesas durante la sublevación de los cipayos. De hecho en «Veinte mil leguas de viaje submarino», cuando el capitán Nemo salva del tiburón a pobre pescador de perlas de la costa de Ceilán, le declara al profesor Aronnax que está conmovido por aquel gesto tan humanitario:
“Este hindú, señor profesor, es un habitante del país de los oprimidos, y hasta mi último aliento, seré de ese país”.
Sin embargo, esta declaración queda un tanto ambigua antes de conocer su nacionalidad, dado que no existe ningún rasgo físico, cultural o lingüístico n el «Nautilus» se habla el esperanto, dato confundible de una ideología que va más allá fronteras— que revele a Nemo como de ese país determinado. Y a juzgar por lo que se desprende del libro, más bien parece que el capitán asuma la nacionalidad de todos los países oprimidos.
Como es sabido, Verne, por deseo de su padre que era notario, estudió Derecho, pero nunca ejerció. Antes de dedicarse plenamente a las novelas fue autor dramático: comedias, tragedias, «vaudevilies, La primera ciencia que realmente estudió fue la Geografía, a la que dedicó mucho tiempo, incluso después de escribir novelas de éxito. En 1869 apareció por entregas su Geografía de Francia durante toda su vida estuvo en relación con geógrafos y exploradores. Otra de las ciencias que absorbía al escritor era la Aeronáutica. La Aeronáutica la Geografía y las ideas le hará converger con otros dos personajes singulares de la Francia de las últimas décadas del XIX, el gran fotógrafo anarquista Félix Tournachon, más bien conocido por Nadar, es un nexo importante entre la vida del escritor Jules Verne; también la del geógrafo y reconocido menor anarquista Elisée Reclús. Por medio de la Aeronáutica se conocieron Nadar y Verne, unos años antes de que éste enviara a Hetzel —amigo de Nadar desde 1848— sus Cinco semanas en globo. Nadar había creado la «Sociedad francesa de navegación aérea» juntamente con dos investigadores Landelle y Ponton —inventor de un helicóptero de hélice doble movido a vapor—; Jules Verne tuvo un importante papel en la Sociedad. Anotemos que el profesor Ardan de De la tierra a la luna (1865) no era otro que Nadar con el nombre invertido.
En 1870, la guerra franco-prusiana y la caída del Segundo Imperio llegaron parejos. Verne no tiene ningún interés especial en tomar parte activa en la contienda y sirve como guardia nacional en Crotoy —contaba cuarenta años—. Pero en París la situación era más difícil: los prusianos habían llegado a sus puertas y el geógrafo Reclús prefirió pasar a una formación más combativa que la de simple guardia nacional que le habían otorgado. Pidió entrar en la guardia móvil y escribió a Nadar ofreciéndole sus servicios de geógrafo y meteorólogo, Bajo las órdenes de Nadar, una vez formado el batallón de los aerosteros, trabajó la mayor parte del tiempo que duró el cerco, llevando mensajes en globo a la provincia.
En las biografías de Elisée y Elie Reclús, Paul Reclús escribe: «Elisée era anarquista desde el fondo del alma —y también públicamente y si se convirtió en soldado en esta época crítica, no es que hubiese cambiado de ideas. Había pensado que, en la coyuntura tenía que defender la República contra todos sus enemigos tanto exteriores como interiores. Aporta Otro dato, desconcertante, por tratarse de un anarquista: su candidatura a la Asamblea Nacional después del armisticio de 1871. En una carta a su hermana lo justifica así: « (…) Sabiendo que el puesto de representante es moralmente de los más peligrosos, he creído mi deber ofrecerme como candidato.»
La Comuna de París se acabó con la entrada de los batallones versallescos, al grito de ¡Viva la República! —explica Reclús en sus Memorias sobre la Comuna—, los soldados de Thiers se acercaban a la gente confiada y, una vez encima, cargaban contra la muchedumbre y los hacían prisioneros. Como Reclús pertenecía a la guardia móvil parisina, acusada de pasarse a los insurrectos, le hicieron un consejo de guerra.
De este acontecimiento sólo se conoce el juicio y testimonio de Nadar que fue el único amigo que le defendió. Sus compañeros fueron absueltos o condenados a ligeras penas. Reclús fue tratado con severidad a causa de su notoriedad —era un miembro destacado de la Sociedad Geográfica— y de su actitud desdeñosa frente a sus jueces. Iba a ser deportado a Nueva Caledonia, pero el embajador norteamericano intercedió por él, así como la «Sociedad de Geología y Zoología” de Londres, que envió una carta con más de sesenta firmas de sabios e investigadores. En la petición manifestaban: «Creemos que a vida de este hombre no pertenece únicamente al país que le ha visto venir al mundo, sino al mundo entero, y creemos que si se le condenase al silencio, o a languidecer lejos de todo centro de civilización, Francia sólo conseguiría mutilar y disminuir su legítima influencia en el mundo.” El contenido de esta carta recuerda la declaración de un personaje de Verne: el investigador Thomas Roch en Ante la bandera (1896), cuando injuriado por su país de origen y por otros Gobiernos exclama: !Yo no tengo patria! ¡El inventor rechazado no tiene patria! ¡Allí donde se encuentra asilo está su país!.
El castigo penal de Elisée Reclús fue conmutada por diez años de exilio; marchó a Suiza y continuó sus trabajos geográficos. Allí conocería a otro importante geógrafo: el príncipe Kropotkin. Pero el tipo de colaboración que establecieron no fue geográfica, sino propagandística: editaron el periódico anarco-comunista «La Revolte». Esta fraternal relación con Elisée Reclús —cabeza de fila del anarquismo en los últimos veinte años del siglo XIX— sirve para ilustrar la actitud a veces contradictoria que tenían los libertarios y que Verne —quizá él mismo, uno— supo captar muy bien. Seguramente llegó a conocer por aquel entonces a Bakunin, que se movía en París entre el círculo de escritores y amigos de Hetzel, particularmente de George Sand, y que pudo extraer del anarquista ruso algún rasgo moral al capitán Nemo. Como parece que le presta Kropotkin, el aspecto físico y la ascendencia nobiliaria a otro de los personajes anarquistas de Verne, el Kaw-djer.
Verne falleció en 1905, dejando inéditas una serie de obras que fueron aparecieron en los años siguientes. Entre estas obras se encuentra Los náufragos del Jonathan (1909) que es un resumen de los temas anarquistas que, como dice Chesneaux: «Están secretamente dispersados en los volúmenes de los viajes extraordinarios.” Narra como en una isla de la Mallaganía, la de Floste, vive un proscrito que aunque no ha estado mezclado en violencias, por su propia voluntad prefiere vivir lejos del mundo civilizado: no conoce otro principio social que la libertad de cada individuo. Este hombre es el Kaw-djer, nombre que le dan los indios fueguinos y que significa el Bienhechor. Un día, la tranquilidad de este anarquista que quiere vivir según sus principios se ve truncada por el naufragio de un navío americano, el Jonathan. Los pasajeros son emigrantes de toda Europa que una compañía de colonización ha reclutado en California y envía a Africa. Toda esa gente desembarca con ayuda del Kaw-djer que, contra su voluntad, se ve obligado a organizarles y dirigirles la vida social.
Una vez que ha organizado el campamento, se retira a vivir el tipo de vida que llevaba antes, pero pronto será reclamado de nuevo: una guerra civil se ha entablado entre los partidarios del jefe socialista y los del comunista. Estos políticos han sido buenos para crearse una pequeña clientela, pero han sido incapaces de organizar la sociedad. Verne ridiculiza duramente los discursos del socialista Beauval y del comunista Dorick y destila amargas reflexiones en la persona del Kaw-djer: “(…) Esclavos dóciles, dispuestos a ejecutar lo que les mandaban, no hacían nada por iniciativa propia, y confiaban a otro el cuidado de decidir por ellos (…) No podía dejar de reconocer al fin esa cobardía general, que permitía a un pequeño número dominar una mayoría inmensa, que creaba unos pocos explotadores a expensas de un rebaño de explotados. Entonces ¿el hombre es así? (…) La experiencia había venido a mostrarle su error, probándole que los hombres, lejos de sentir la insaciable sed de libertad que él suponía, pueden por el contrario, amar el yugo que les permita vivir…”
Sobre el pensamiento del escritor, su nieto, Jean Jules Verne, comentó: «Anarquista de espíritu, comprendía la fragilidad de un sistema basado sólo en la buena voluntad de los hombres. Republicano, se daba cuenta de que la democracia se deslizaba hacia la demagogia, medio de abusar de las masas haciéndolas esperar mejoras que sólo los esfuerzos pacientes y metódicos podían hacer adquirir.» El tipo de sociedad que organiza el Kaw-djer, cuando le llaman por segunda vez ante el fracaso de los otros, es colectivista, mezclando un cierto liberalismo, pone una cárcel y da leyes que se deben cumplir. Con todo ello consigue que la ciudad prospere, hasta que el descubrimiento de unos yacimientos auríferos trae nuevas desgracias a los hostelianos.
El Kaw-djer no puede impedir que una avalancha de aventureros, llegados de las cinco partes del mundo, se precipiten en busca del codiciado oro —el metal maldito en las obras vernianas— arrasando la ciudad. De nuevo, contra su voluntad pacifista, tiene que ordenar a la milicia que dispare, produciéndose más de mil muertos. El Gobierno chileno, también atraído por el oro, envía un crucero para anexionarse la isla, que también es rechazado por las fuerzas hostelianas. Pero, finalmente, el Kaw-djer firma un tratado en el que cede a la potencia vecina el beneficio de los yacimientos auríferos a cambio de la autonomía de la isla. Y esta vez, para siempre, el protagonista se retira a un faro solitario para no volver a intervenir nunca más.
En toda esta áspera novela se percibe que Verne siente una gran simpatía por su personaje, al igual que treinta años antes la sintiera por Nemo. Pero así como en otras novelas de los Viajes extraordinarios, había creado unos «medios libres» que funcionaban armónicamente como en La isla misteriosa o Dos años de vacaciones, al dejar el grupo reducido y hacer un intento de cambiar la sociedad a gran escala, no resulta. Las aplicaciones de una sociedad idealizada en Los náufragos del Jonathan, fracasan estrepitosamente, pero aún y así, la figura del Kaw-djer como individuo se salva incluso con una cierta áurea majestuosa.
Su larga lista de títulos, han sido prácticamente traducidos a todos los idiomas importantes, y su popularidad no ha decrecido con el tiempo. Verne es un autor ameno y apasionante, y varias de sus obras pueden considerarse obras maestras en la que el sentido de la la tensión dramática y la poesía nostálgica (emparentada con ciertos aires surrealistas), le han convertido en un clásico que, además, tienen la virtud de apasionar a los lectores que se inician. La obra de Verne es un trayecto por la aventura, y por el reconocimiento de un legado que, como sucedió con muchos otros grandes escritores sumariamente catalogados para el consumo conformista, permite otras lecturas que nos llevan al desafío del desorden establecido, y a soñar nuevos caminos para una humanidad sufriente.
— (1) Sobre se pueden consultar –entre otras- las siguientes obras: Miguel Salabert, El desconocido Jules Verne (Alianza, Madrid, 1985); Jean Chesnaux, Una lectura política de Verne (Siglo XXI, Madrid, 1978); Jules Verne. Bandera negra, en Historia Libertaria Nº 1 y 2. Existe una edición de las obras completas de Verne se encuentra en Plaza&Janés y otra en Aguilar. Una edición de marcada heterodoxia fue la preparada por Francis Lacassin para Ed. 10/18 de París en una serie llamada «Jules Verne inattendut». Editorial Hacer editó sus proyectos urbanísticos utópicos, La ciudad ideal, precedidos por un prólogo de Juan J. Lahuerta.
[Tomado de http://latraka.es/julio-verne-una-lectura-anarquista.]
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