J. Caro
“La política no ha sido el arte de gobernar a la gente sino más bien de oprimirlos. Gobernar es reprimir más o menos inteligentemente, más o menos brutalmente, según el tiempo y las circunstancias” (Jeanne Deroin).
La democracia disfraza la naturaleza del poder de manera más efectiva que cuando el Estado se encuentra controlado abiertamente por la tiranía de una clase dominante. La apariencia de libertad es mayor, y sin duda lo es, pero no en el grado de independencia que la gente cree. En la práctica diaria están en una situación de dependencia y sometimiento, que muchos esclavos podrían identificar como propias de su servidumbre.
“La política no ha sido el arte de gobernar a la gente sino más bien de oprimirlos. Gobernar es reprimir más o menos inteligentemente, más o menos brutalmente, según el tiempo y las circunstancias” (Jeanne Deroin).
La democracia disfraza la naturaleza del poder de manera más efectiva que cuando el Estado se encuentra controlado abiertamente por la tiranía de una clase dominante. La apariencia de libertad es mayor, y sin duda lo es, pero no en el grado de independencia que la gente cree. En la práctica diaria están en una situación de dependencia y sometimiento, que muchos esclavos podrían identificar como propias de su servidumbre.
La mayor parte de la gente tiene que trabajar para vivir, en empleos alimenticios que poco o nada aportan a su humanidad. Millones de personas en el mundo viven en condiciones de pobreza extrema, y otra gran mayoría subsiste con serias dificultades. Casi todos sentimos que nuestra existencia pende de un hilo económico, frágil y endeble, que a la menor sacudida puede romperse. Y entonces quedas abocado a la miseria.
En las cosas importantes apenas se tiene en cuenta la opinión de la gente corriente. Las decisiones de gran calado, los acuerdos políticos y económicos de importancia, cuyas consecuencias recaerán sobre la sociedad, son tomados por una pequeña camarilla en todo el mundo. Una élite financiera y política que ostenta el poder, y lo hace tanto en las dictaduras, de forma violenta y opresiva, como en las democracias, usando métodos más refinados y cultos, en un ambiente de relativa libertad.
Pero la libertad se basa en la posibilidad de decidir por voluntad propia, y la posibilidades de elegir libremente para la clase trabajadora suelen ser bastantes reducidas. Se puede escoger entre un mal trabajo u otro peor, con la opción alternativa del desempleo y todas las lacras que esto acarrea y nadie desea.
Porque, hablemos claro, el trabajo condiciona nuestra vida entera, siendo determinante hasta el punto de identificarnos con él, y ya no somos fulano o mengana sino el nombre de un oficio. Hace de nosotros quienes somos, en gran medida, y dicta las acciones del día, girando a su alrededor como el Sol que nos alumbra y mantiene, lo que sucede en realidad.
Sin empleo todo, absolutamente todo, cambia a tu alrededor, desde tu propia estima personal hasta la consideración de los demás, por no hablar de los problemas económicos, psicológicos, afectivos y sociales que conlleva. Sin trabajo la gente está perdida y sin recursos. Y estamos hablando del nivel más bajo y precario, aquel que se preocupa solamente de sobrevivir y no entra a analizar la carga de sufrimiento que trabajar supone para el ser humano, en especial debido a las condiciones de explotación con que se suele llevar a cabo.
Bien, este largo preámbulo venía a cuento de tratar lo que está pasando en España, donde el poder establecido nos ha conducido a un conflicto en apariencia irresoluble. Una situación generada por los mismos que nos metieron en la crisis y luego nos hicieron responsables de pagarla. Los mismos que roban a manos llenas del erario público, aunque luego no haya recursos suficientes para la educación y la sanidad. Los mismos que nunca se ven hartos de robar y luego hacen que se destruyan las pruebas y prescriban los delitos, sin que todos los imputados, sin excepción, por mucho que pertenezcan a la familia real, sean juzgados. ¿O no somos todos iguales, como dice la Constitución? Creo que unos somos más iguales que otros. Y cometen estos atropellos ante nuestra cara de idiotas. Sin que ello suponga ningún riesgo para su persona.
Es preciso comprender que defendiendo a los demás nos estamos defendiendo a nosotros mismos. Para que, entre todos, podamos dedicarnos a luchar contra nuestros verdaderos enemigos, una clase política corrupta e inepta que sirve los intereses económicos de los ricos, sin importar el grave perjuicio que ocasiona a la mayoría de la sociedad.
Aquí radica el quid de la cuestión, siendo lo demás consecuencia de esta desigualdad social que debemos combatir y eliminar, si realmente queremos vivir en un mundo más libre y justo para todos, los presentes y los venideros.
[Publicado originalmente en el periódico Tierra y Libertad # 352, Madrid, diciembre 2017. Numero completo accesible en http://www.nodo50.org/tierraylibertad.]
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