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El texto siguiente es la Introducción a la edición inglesa de la obra del mismo
título, que fue publicada en español por Virus Editorial de Barcelona en 2004 y
que es accesible en http://viruseditorial.net/paginas/pdf.php?pdf=el-asalto-a-la-cultura.pdf.
«Este mundo en que vivimos intenta cobijar
bajo sus alas cualquier gesto radical por extremo que éste sea. El carácter
vanguardista de su subcultura sirve para hacer parecer como si la IS se
opusiera y, por lo tanto, fuera lo mismo que Regis Debray, y éste lo mismo que
los Panteras que, a su vez, serían lo mismo que el Partido de la Paz y la
Libertad, y éste lo mismo que los Yippies, que serían lo mismo que la Liga para
la Libertad Sexual, y así sucesivamente. Entre los Barb, Rat, Good Times ,
etc., no hay diferencia alguna. El mismo viejo espectáculo en un nuevo mercado.»
«La
práctica de la teoría», sección americana de la Internacional especto-Situacionista.
Incluido en Situationist International,
1, Nueva York, 1969
Si el
término «arte» adoptó su significado moderno en el siglo XVIII, entonces
debemos admitir que cualquier tradición de oposición a él debe datar de dicha época
o ser posterior.
En la
Grecia antigua y en la Europa medieval, la categoría «arte» abarcaba una
multitud de disciplinas, muchas de las cuales han sido reducidas hoy al estatus
de «artesanía». Las actividades que han reservado para sí el título de arte son
las que ejercen hoy los hombres (sic) de «genio».
El arte
ha asumido la función de la religión, no únicamente en tanto forma última (y en
último término incognoscible) de conocimiento, sino también en tanto forma
legítima de expresión emocional masculina. El artista «masculino» es
considerado un genio por expresar sentimientos considerados tradicionalmente
«femeninos». «Él» construye un mundo en el que el hombre queda heroizado al desplegar
rasgos «femeninos»; mientras que la mujer es relegada a un insípido papel subordinado.
[1] La «bohemia» está colonizada por varones burgueses, algunos de ellos poseídos
por el «genio», que suelen comportarse de un modo excéntrico. Las féminas burguesas
que adoptan un comportamiento similar al del «artista varón» son tachadas de
histéricas, del mismo modo que los proletarios de cualquier sexo que se comportan
de tal modo simplemente están «mal de la cabeza». Tanto en su práctica como en
su contenido el arte es específico de un género y de una clase. Aunque sus defensores
proclamen que el arte es una «categoría universal», no están diciendo la
verdad. Cualquier análisis del público que asiste a las galerías y a los museos
puede demostrar que el «disfrute» del «arte» está casi exclusivamente
restringido a individuos pertenecientes a los grupos con mayores ingresos. [2]
Puesto
que el concepto de «arte» se ha proyectado como categoría retrospectivamente
sobre los iconos religiosos de la Edad Media, no es de extrañar que aquellos
que se oponen al mismo se sitúen dentro de un «movimiento utopista» que, a su
vez, pretende remontar su origen a las herejías medievales. A posteriori, es muy
fácil reconocer una tradición ininterrumpida que emanaría de la secta del
Espíritu Libre y que se diseminaría a través de los escritos de Winstanley,
Coppe, Sade, Fourier, Lautremont, William Morris, Alfred Jarry hasta el
Futurismo y Dadá; y después, por medio del Surrealismo, hasta el Letrismo y los
diversos movimientos situacionistas, Fluxus, el Mail-art, el Punk, el Neoísmo y
las diferentes modas anarquistas contemporáneas. Al adoptar esta hipótesis —sin
preocuparnos sobre si tal perspectiva es «históricamente correcta»— convertimos
dichos fragmentos en una historia dotada de sentido. Sea o no factualmente
válida nuestra ficción, ésta nos ayuda igualmente a entender fenómenos totalmente
dispares.
Mientras
que las versiones medievales de este movimiento utopista se han interpretado
tradicionalmente como expresión de un sentimiento religioso, cuando nos
trasladamos al siglo XX, éste pasa a ser considerado como de naturaleza primordialmente
artística. Tal categorización refleja el carácter reduccionista de las estrategias
académicas, ya que la tradición utópica siempre ha buscado la integración de
todas las actividades humanas. Los herejes de la Edad Media pretendían abolir
el papel de la Iglesia e implantar el cielo en la tierra, en tanto que sus
equivalentes del siglo XX han buscado acabar con la separación social
enfrentándose simultáneamente a la política y a la cultura. [3]
El giro
discursivo que se produjo en esta tradición con el Futurismo fue consecuencia
del desarrollo de la tecnología moderna y de los sistemas de transporte de masas.
Con el fin de satisfacer las demandas ideológicas de sus amos, los historiadores
han tratado tradicionalmente el Futurismo como un movimiento artístico más de
los que tuvieron lugar con el cambio de siglo. Pero éste iba más allá de la
pintura, la poesía y de la música, lanzándose a producir ropa y arquitectura
«futuristas» y, lo que es tal vez más importante, a proyectar una política
«futurista» sin solución de continuidad con el resto de las actividades
«futuristas» dentro de un redescubierto concepto de «totalidad». («Vivimos ya
en lo absoluto, porque hemos creado una velocidad eterna y omnipresente», Primer
Manifiesto Futurista.) Tachar la política futurista de fascista, tal como
comúnmente se hace, es incorrecto. En sus inicios, el Futurismo estaba influido
principalmente por los escritos de Proudhon, Bakunin, Nietzsche y, sobre todo,
de George Sorel. («¡Que vengan los alegres incendiarios de dedos quemados! [4] ¡Aquí
están! ¡Aquí están! [...] ¡Venga! ¡Prended fuego a las estanterías de las
bibliotecas! ¡Desviad los canales para inundar los museos! [...] ¡Oh, qué alegría
ver los viejos y gloriosos lienzos arrastrados por esas aguas, descoloridos y
hechos jirones! ¡Tomad vuestras piquetas, hachas y martillos y demoled, demoled
sin piedad las venerables ciudades!»; Primer
Manifiesto Futurista.)
En su
momento álgido, Dadá daría a los utopistas una teoría y una práctica más
coherentes que el Futurismo. Dadá se inició en Zúrich, pero se desarrollaría en
Berlín. En el manifiesto ¿Qué es el Dadaísmo y qué hace en Alemania?, [5] Richard
Huelsenbeck exigía la «introducción del desempleo progresivo a través de la
mecanización total de todos los campos de actividad» y el establecimiento de
«un consejo asesor dadaísta para la remodelación de la vida en todas las
ciudades de más de 50.000 habitantes». En su texto, incluido En Avant Dada: una
historia del Dadaísmo (1920), [6] Huelsenbeck dejaba clara la relación de su
«versión» del utopismo con el «arte» al afirmar que «El dadaísta considera
necesario alzarse contra el arte porque se ha puesto en evidencia su carácter fraudulento
en tanto válvula de seguridad moral». Continuaba diciendo: «Dadá es el
bolchevismo alemán. El burgués debe ser privado de la oportunidad de comprar el
arte para su legitimación. El arte debería tirarse a la basura y Dadá luchará
por ello con toda la vehemencia que le permite su limitada naturaleza».
En un
texto posterior, Dadá vive (1936), Huelsenbeck nos da pistas de por qué los
historiadores han considerado a Dadá como un mero movimiento artístico. Nos
dice: «En París, Tzara eliminó del Dadaísmo su ingrediente creativo e intentó
competir con otros movimientos artísticos [...] Dadá es eterno, es un pathos revolucionario
enfrentado al racionalismo del arte burgués. En sí mismo no es un movimiento
artístico. Citando al canciller alemán, el elemento revolucionario de Dadá fue
siempre más importante que el constructivo. Tzara no inventó el Dadaísmo, ni
siquiera lo llegó a entender realmente. Bajo su influencia, Dadá se convirtió
en París en algo de uso privado para unos pocos hasta convertirse sus acciones
en algo casi snob».
El Dadá
parisino acabó denominándose Surrealismo. Bajo este título se convirtió en la
expresión más degenerada de la tradición utopista en los años inmediatamente
anteriores a la guerra. Mientras que el Dadá berlinés rechazaba tanto el arte
como el trabajo (temas posteriormente recogidos por la Internacional Situacionista),
los surrealistas abrazaron la pintura, el ocultismo, el freudianismo y muchos
otros tipos de mistificación burguesa. De hecho, si el Surrealismo se
considerara como un movimiento por derecho propio, en vez de una degeneración
de Dadá, debería ponerse en tela de juicio cualquier tipo de relación entre él
y la tradición utopista que aquí estudiamos.
Los
rasgos esenciales del utopismo del siglo XX toman su forma de estos movimientos
de la época de pre-guerra. Los partisanos de esta tradición no sólo pretendían
la fusión del arte y la vida, sino la integración de todas las actividades
humanas. Criticaban la segregación social y proponían la totalidad. A partir de
los años 20 en adelante, los utopistas tomaron conciencia de pertenecer a una
tradición que se remontaba a Dadá y al Futurismo, y fueron conscientes de que
en siglos anteriores «creencias» similares se habían manifestado bajo la forma
de herejías religiosas. El elemento de autogestión (samizdat) presente en esta
tradición le permite permanecer —al menos parcialmente— autónoma de las instituciones
culturales y comerciales de la sociedad reinante. Por esta razón, el Neo-Dadá
neoyorkino y el nouveaux realisme que se organizó en torno a la crítica y al mundo
de las galerías no puede considerarse como parte de esta tradición, a pesar de
que los «historiadores» del arte a menudo los tratan como derivaciones históricas
de Dadá. Ni siquiera el Grupo Zero, que empleó la autogestión y la organización
de sus propias exposiciones, puede considerarse como utopista en tanto que sus actividades
se limitan a lo artístico.
Durante
el siglo XX, aquellos que se han adherido a los principios de la utopía han
trabajado a caballo entre el «arte», la «política», la «arquitectura», el
«urbanismo» y el resto de especialidades que surgen de la separación disciplinar.
Los utopistas buscan «crear» un mundo «nuevo» donde tales especializaciones no
existan.
Doy por
asumido a lo largo del texto que el lector entiende que, aunque los movimientos
aquí descritos se posicionan en contra del capitalismo consumista, emergen de
sociedades basadas en dicha organización y que, por ello, no escapan enteramente
a la lógica del mercado. Esto es particularmente evidente en la obsesión que muchos
de ellos manifiestan por el concepto de innovación, reflejo perfecto de la
«lógica del desecho» inherente a una sociedad basada en una obsolescencia
planificada. Sin embargo, los movimientos de que me ocupo no siempre fracasan
en su intento de romper con la ideología de la sociedad dominante, y aunque a
menudo se ocupan de los mismos temas que la cultura seria, lo hacen desde una
perspectiva diferente. [7]
Debería
tenerse en cuenta que, aparte de emerger de la sociedad dominante, estos
movimientos toman forma —al menos en parte— como reacción a un largo período de
glaciación bretoniana, cuya influencia negativa en la tradición utopista no fue
menor de lo que lo fueran los efectos de la estalinización en el movimiento
obrero.
No he
tratado por extenso la relación entre la tradición utopista y los modos de
organización dominantes porque creo que el lector contemporáneo es perfectamente
capaz de llevar a cabo dicha comparación sin mi ayuda. Debo, sin embargo, hacer
énfasis en el hecho de que no por haber aislado ciertos movimientos de la totalidad
de la actividad social, considero que tales movimientos existen de un modo
aislado. Mi intención es ofrecer una breve historia de un fenómeno político-cultural
—cuyos logros han permanecido hasta la fecha o ignorados o totalmente
mistificados en el mundo anglo-parlante—, más que dar una descripción global de
la posición que ocupan respecto a la sociedad dominante.
Notas
[1] Ver
«Great Art and Great Culture», capítulo de Valerie Solanas,
SCUM Manifesto (Olympia Press, Nueva York, 1968). Jayne M. Taylor ha elaborado este
argumento en conversaciones con el autor.
[2] Para
un análisis detallado de la relación entre arte, clase social y profesión, ver
Pierre Bourdieu, La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (Taurus,
Madrid 1988).
[3] El
término «arte» se utiliza en este texto según acepciones contradictorias.
Cuando se usa en sentido estricto, se refiere a la alta cultura de las clases
altas. Sin embargo, algunos sobre quienes escribo lo usan para significar una producción
cultural que les posiciona frente a la cultura de la clase dominante. En tanto
que no hay un vínculo fijo entre significante y significado, el término «arte»
en su uso corriente y popular tiende a denotar cultura culta (la alta cultura
de la clase dominante). Este significado está implícito —más que explícito— en
la percepción popular del arte como expresión del genio individual.
Desarrollaré este punto en el capítulo 7.
[4]
«Charred» significa a la vez jornalero y quemado, ambivalencia que se pierde en
la traducción castellana (N. T.).
[5] Hay
una reciente edición en castellano: R. Huelsenbeck, En Avant Dada. El Club
Dadá de Berlín, Alikornio ediciones, Barcelona, noviembre 2000 (N. T.).
[6] Este
manifiesto fue co-firmado por Raul Hausmann.
[7] Grant
Kester, en la entrega de octubre de 1987 del New Art Examiner, comentaría lo siguiente respecto a uno de los
movimientos de los que aquí me ocupo: «El Neoísmo es particularmente importante
porque enlaza con muchos de los mismos temas retomados en la obra postmoderna
reciente. La crítica de la “originalidad” y la comercialización adoptada por
artistas como Sherrie Levine y Jeff Koons, sin embargo, emana del mundo del
arte mismo por basarse en la producción de objetos artísticos. El Neoísmo, al
contactar con Fluxus y las raíces situacionistas que dan prioridad a actividades
no objetuales, ofrece un valioso modelo alternativo. El Neoísmo logra proponer
una crítica convincente de la mercantilización de la producción artística, a la
vez que sostiene un sistema de apoyos que le permite un proceso continuado de
diálogo teórico y práctico».
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