Desde que descubrí que estaba embarazada nuestra
relación –la mía y la de mi compañero- con la institución sanitaria ha sido una
tormenta de lluvia ácida, un plato de mal gusto, una broma pesada, una púa
clavada, una horripilancia, un mal sueño.
Somos Kiko y Afri y tenemos 29 y 26 años
respectivamente. Un bonito día de luna llena culminamos en un acto de amor el
dar nueva vida al mundo, y en este proceso nos hemos encontrado enfrente al enemigo de los niños, al enemigo
de la libertad, al enemigo de las mujeres y de los hombres. Esta carta nos gustaría que fuera una piedra colocada
con presteza en una honda y disparada a la cabeza de los que usurpan los
momentos esenciales de la vida. También esperamos que sirva para reflexionar sobre
la irresponsable delegación de los partos en las manos del Estado.
Me pasé los cuatro primeros meses del embarazo
trabajando felizmente con un rebaño de ovejas merinas en la dehesa cordobesa y
aunque intentaron meterme el miedo dentro, ni se me metió la toxoplasmosis ni
se me metió su miedo. Tuve bastantes náuseas, mareos y vómitos en estos
primeros meses, que curiosamente me daba con la comida basura entre otras
cosas, y no con el estiércol. El médico,
al saberlo, me recomendó unas pastillas para que pudiera estar mejor, y aunque
me deje persuadir, no funcionaron. Enseguida dejé de tomarlas y tras pasar unos
primeros días jodidos dejé de tener vómitos fuertes.
Desde entonces empecé a desconfiar de las leyes
obstétricas e inicie la lectura de libros sobre el parto natural. Estos libros
criticaban las teorías de los años ochenta sobre los partos e incidían en el
error de relegar a las mujeres en meros pacientes y no en agentes activos.
Estos textos cuestionaban el uso de un montón de máquinas y medicamentos para
conseguir parir. Y en tratar el acto de dar a luz como si de una enfermedad se
tratase.
Pero en este país [España] en el que vivimos parir en
casa supone pagar más de dos mil euros y eso superaba nuestras posibilidades.
Ante esto decidimos elegir el mal menor y nos decantamos por el hospital menos
intervencionista que conocíamos: el de Torrejón de Ardoz. Hospital estatal, que
aunque gestionado por la empresa Torrejón Salud S.A. –cuyos accionistas
mayoritarios son Sanitas, Assisa y FCC-, ofrece un parto más respetuoso.
Antes de seguir, para no ser cómplices por omisión dejamos
claro aquí que es una vergüenza histórica y universal el que tanto el Estado
como el Capital saquen beneficio corporativo de nuestra salud. Doble beneficio: el poder y la legitimación.
Pienso que el único camino para no generar
servicios fuera de una ética humana, es
apoyar a la creación de una sanidad autogestionada y dedicar nuestras energías a la construcción de
esta.
Del quinto al séptimo mes estuvimos en Madrid. Nos
tocó por asignación el Hospital de la Paz, pero este último verano se colapsó
completamente. La burocracia sanitaria consiguió hacernos la ecografía de la
semana veinte (la ECO-20) la semana veintitrés. Para empezar no pude compartir ese momento con
mis padres que habían venido a acompañarme, aunque en la sala había espacio de
sobra. Parece ser que se sienten muy intimidados por la presión del grupo para
realizar su trabajo. Me acusaron de no haberme colado de alguna manera
(¡entonces ¿para qué pasarme una mañana entera para que me den cita?!) para
subsanar el retraso (es decir cuando les interesa).El interés de que se realice
en la semana veinte es para detectar problemas e iniciar a tiempo algún posible
remedio. Esta reprimenda nerviosa, sonaba más a quitarse el muerto de encima
por si el niño venía con algún problema remediable (es decir no responsabilizarse
de una posible negligencia). Tras esto, la doctora se puso a trastear en un
océano de silencio. Añadir que, aunque solicité con respeto información,(parecía
que preguntarle por su salud,o si era niña o niño), era hacerme un pesado favor,
que no tenía que ver con su trabajo.
Al séptimo mes nos fuimos a vivir a nuestro pueblo
encajonado en el Valle del Tiétar. Como en mi pueblo no había clases de
preparación al parto, me apunté a yoga para embarazadas una vez por semana, y
la verdad es que me encantó porque me alivió los dolores de espalda que
empezaba a tener, la acidez, y me enseñó a sentir al feto, a respirar y sobre
todo a confiar en mí cuerpo.
Al mes, me puse de parto a las once de la noche. Al
ser nuestro bebéoctomesino determinamos acudir a las urgencias del hospital más
cercano que resultaron ser las del hospital Nuestra Señora del Pardo en
Talavera de la Reina. En los treinta kilómetros de camino que nos separaban de esta
ciudad, me iban dando fuertes contracciones regulares cada menos de tres
minutos. Al llegar había dilatado tres centímetros, esto me indicaba que el
parto iba a ser rápido.
Con los cambios de comunidades que hicimos durante
los ocho meses de gestación, de Andalucía a Madrid y de Madrid a Castilla la
Mancha, apenas teníamos papeles en mano,ya que todo se lo quedan ellos, (porque
debe ser que no somos responsables ni para guardar papeles), y si los quieres,
debes pasar por otro mar de citas, colas y solicitudes que no nos dio tiempo a
pasar, porque mi parto se adelantó a la burocracia, lo que enfadó mucho a los
funcionarios de Talavera. Es curioso que se alardeen de tanta tecnología
avanzada y de un pragmatismo centralista exquisito, que para pasarse
información banal, necesiten de los tan odiados pacientes.
El parto
- la dilatación
Antes de empezar a contarlo, decir que yo soñaba
utópicamente con un parto lleno de pasión e intimidad, donde poder utilizar
todas mis energías libremente en concentrarme para controlar mi cuerpo, y que
saliera de mí una parte de mi preciado ser,a compás de los ritmos y fuerzas
naturales…incluyendo la fuerza de la gravedad…en cuclillas como se había hecho
desde que el ser humano llegó a existir, lo que me hacía hermanarme con mi
propia especie. Yo deseaba experimentar esto y me sentía capaz de ello.
Nada más llegar una señora nos empezó a pedir
papeles en tono amenazador. Nos advirtió que si no le dábamos el papel que
pedía que allí no entrábamos. Al final me pasaron a una sala para ver el estado
en el que me encontraba y dejaron a mi
compañero negociando los papeles. Me hacían de manera repetitiva las mismas
preguntas a las que ya había respondido ¿Cuál era la fecha de la última regla
(FUR)? ¿Mi nombre y apellidos? ¿Mi dirección? ¿Si había tenido algún problema?
Repitiendo esto una y otra vez en disposición aturdidora y enfadadas porque no
tenían el historial en el hospital.
Llegó mi compañero a mi lado y expresó claramente su
voluntad de permanecer conmigo. Las enfermeras reaccionaron de malos modos y le
ordenaron que se fuera inmediatamente de allí. Él se negó y la tensión subió.
Él me pregunto si quería que se quedara conmigo con todas las consecuencias-es
decir pese a las enfermeras, seguratas y demás-; o que lo dejara estar y
obedeciera por el bien y la tranquilidad del parto. Como lo último que quería en
ese momento era un zipizape le dije que lo dejara estar, ya que para mí lo
primero era concentrarme en el parto y no en las injusticias, de tal manera que
él se contuvo y entendió que había que tragar porque yo necesitaba máximo
sosiego. Le trataron como a un niño.
Observaron lo avanzado de la dilatación y se dispusieron
a pasarme a la sala de dilatación. Mientras echabana mi compañero, él les
trasmitió una petición mía: que no me pusieran la epidural, a lo cual ellas
respondieron con gran soberbia: “eso ya lo veremos”. Entonces le enviaron de
nuevo a la puerta del hospital, lejos de mí, a seguir haciendo absurda
burocracia.
En la sala de dilatación me colocaron una vía y me
pusieron una cincha de identificación bastante molesta, que me parecían
grilletes. Me monitorizaron en la tripa para que controlasen el latido del
bebé, de tal forma que me oprimía tanto que me impedía controlar bien las
contracciones. Me entraron muchas ganas de defecar y podría haberlo hecho
perfectamente por mí misma pero me impidieron hacerlo, (quizás por miedo a
echar el feto por el wáter, cosa que era imposible para mí en ese momento).
Yo sentía perfectamente la dinámica del parto, y decidí
ponerme en posición vertical para ir
ayudando con ligeros movimientos ayudar a la dilatación. En seguida la matrona
vino y me inmovilizó impidiéndomelo, y
tratándome de loca.
Me cagué encima. Mis “carceleras” debían estar muy
ocupadas con el control de otras parturientas y pasaban de limpiarme. Tras un
rato llegó mi compañero de hacer papeles y como no había nadie en ese momento
que se lo impidiera se vino a mi lado, y fue él quien me limpió. En cuanto
vieron a Kiko en la habitación aprovecho para informar de mi voluntad de que no
me pusieran oxitocina, y le echaron de nuevo. Su presencia las irritaba
enormemente.
Me mandaron hacer unas respiraciones que para mí no
tenían ningún sentido, además porque
había preparado otras con antelación y las quería poner en práctica. Mi cuerpo
me pedía realizar movimientos ondulares con mi pelvis. Me decían con gritos
histéricos que me estuviese quieta, que hiciese sus respiraciones. Accedía a
sus mandatos ante la coacción y sobre todo para que me dejasen en paz. Cuando
se iban un momento aprovechaba para
mover la cadera y hacer respiraciones profundas a mi manera y desajustarme un
poquito la opresiva monitorización. Es curioso que cuando volvían se
sorprendían de lo bien que iba dilatando. Manda narices.
Una cosa que me atormentaba muchísimo, era que
cuando venían me hacían preguntas totalmente intrascendentes, yo las decía que
no me apetecía responder y me explicaron que era para que no perdiese el
conocimiento. ¿Realmente creéis que con las contracciones periódicas que tenía
me iba a dormir? El caso que pasé de su rollo y seguí con mi silencio interior,
tratando de desconectarme de ese presente, para meterme en mí.
A mi compañero cuando le dejaron pasar finalmente yo
estaba de nueve centímetros de dilatación (en treinta minutos) y ya me sacaban
de la habitación para hacer en otra sala el expulsivo. A pesar de que les dije
que se esperasen un poco a que terminase de dilatar completamente. Como de
costumbre palabras en vano. Ya empezaba a entender que mi voluntad contaba lo
que un cero a la izquierda.
A Kiko le impidieron acompañarme y le dejaron metido
solo en la sala de dilatación prometiéndole que iba a estar en el parto. El
pobre estaba que explotaba, sé que con un silbido hubiera hecho lo imposible
por estar conmigo y haber montado un rifirrafe monumental pero elegimos no
hacerlo. Se veía que estas enfermeras estaban acostumbradas a los pacientes, no
a los agentes, es decir a la sumisión servil.
El expulsivo
En la sala de partos me colocan en esas camillas de ginecólogo
que parecen sacadas de una sala de tortura. Con la camilla totalmente en
horizontal me mandan hacer pujos. Me sentía como si estuviera haciendo fuerza contra
natura, las piernas me bailaban en los cachivaches esos para apoyar los pies, y la matrona no hacía
más que darme golpes en las piernas para que se quedasen quietas. En cada pujo
me metía las manos hasta las entrañas. Me hacían más daño sus manos que la
fuerza del pujo. Me prohibía que gritase o que emitiese cualquier tipo de ruido
porque decía que “se me iba la fuerza por la boca” y que me ibaa descontrolar.
Parece ser que en sus leyes mentales eso significaba ser buena matrona. Me
miraba con cara de gran satisfacción.
En mi sexto pujo empecé a escuchar que ya estaba
aquí, que ya le veían la cabeza. De repente oigo que la doctora dice: “te voy a
cortar”. ¡Me iba a hacer una episiotomía! No me lo esperaba ya que iba bien de
tiempo y mi bebe era muy pequeño. Con las fuerzas que me quedaban comencé a
decirle que NO. Se lo dije de forma clara y rotunda, de tal manera que la
médica dijo: me voy y ahora vengo en un momento. Me acordé de lo que me había
contado mi madre de su parto, me puse a hacer más fuerte los pujos para que
saliese antes de que regresase, pero no me dio tiempo. Cuando volvió nada me
dijo, y note un pinchazo: era anestesia y oxitocina.
Estaba ya saliendo el bebé cuando dejaron entrar a
Kiko, pero para más recochineo y dirigiéndose a él de muy mala forma no le
dejaron moverse de la puerta, con lo cual no le veía ni le podía tocar pues yo
estaba de espaldas a esta. Él les pidió, en este poco tiempo que tuvo y
repetidas veces, que nada más nacer el niño le dejaran unos momentos en mi
regazo para que nos oliésemos.
Somos pastores y sabemos la importancia de este
corto pero infinito momento porque lo hemos visto y acompañado multitud de
veces y hemos observado de primera mano las consecuencias de no respetarlo. Si
las ovejas y sus corderos recién nacidos no se huelen en este crucial momento no
hay reconocimiento mutuo y no se establece el lazo madre-cría correctamente.
Además, para más inri, la madre de Kiko nos había contado varías veces la
infinita tristeza –en palabras textuales suyas- que sintió cuando le
arrebataron a su hijo y se lo llevaron a bañar, nada más nacer sin que ella
pudiera tocarlo u olerlo.
El último pujo me pareció el más fácil de todos
porque pensaba que quedaba mucho más. Guille nació llorando y apenas toco su
piel con la mía, se lo llevaron a bañar, mientras que la doctora me decía que
me iba a coser. ¡No respetaron nada! Kiko pidió que al menos le dejaran
acompañar a las enfermeras para ver donde se lo llevaban y ver que hacían o
como lo bañaban pero una celadora medio zombi le impidió salir de la
habitación. Para él pasó una eternidad hasta que le trajeron de vuelta. La
matrona me restregaba de manera brusca un pañuelo para quitarme la sangre y la
doctora me tiraba muchísimo con los puntos, casi me estaba doliendo más que el
parto. Parecía que lo estaban haciendo a mala saña. Yo estaba exhausta.
Por fin traen al bebé lavadito, cosa que nunca quise
que hicieran y procedierona pesarlo. Para mayor escarnio no dejan acercarse a
Kiko a su hijo. Empiezan a cuchichear entre matronas y enfermeras que al pesar
dos kilos y medio tenían que llevárselo a la incubadora. ¡Ya lo que me faltaba!
Me lo querían quitar para mucho más tiempo. Por suerte la doctora dijo que no
hacía falta y que ya podía el padre acercarse al bebé. Son las 2:30 de la
mañana.
Llegó el pediatra y dijo que el bebé estaba perfecto
–yo suspiré de paz pues para mí eso era lo más importante- . Pero acto seguido nos
dice que este bebé por ser octomesino es imposible que consiga agarrarse al
pecho y que es necesario que le vayan preparando un biberón. Le dice mi
compañero que al menos nos deje intentarlo. Accede con una mueca despectiva y
se va. La matrona me da al bebe ultra envuelto, tapado, bañado (y planchado) y
me dice “Toma piel con piel”. ¿Ignorancia, mala leche, se mofa de mí? El caso
que no tenía fuerzas ni para mirarla mal.
La celadora zombi nos llevó a la habitación,
realmente la cara de esta trabajadora nos resumía en un solo gesto el alma del
hospital: desolador, militar e inhumano. La luz artificial, los cables de las
máquinas y ese color blanquecino de sus paredes hacen a estos lugares sitios
“frankesteinianos”. Esta cara se nos quedó grabada porque representa a la
perfección el tipo de crisis humana que estamos viviendo.
En la primera habitación nos sentíamos muy vigilados.
Apenas podíamos creer lo que nos había pasado. Sentíamos el aliento de la
represión en nuestro cogote, de tal manera que nos salía sólo hablar bajito y
no podíamos expresarnos plenamente y reflexionar sobre lo acontecido.
Irrumpieron en la habitación varias veces: en la
primera le inyectaron vitamina K sin preguntarme y sin darme tiempo a
reaccionar; en la segunda vinieron con la vacuna de la hepatitis B y le dije
muy airada ¡acaso esto es también obligatorio o qué! Me dijo que no y tal vez
más por acto de rebeldía que por algo razonado me negué a que le pincharan más.
Suficiente que nos atormentasen pero que dejasen a mi bebito en paz.
Por fin nos dejaron solos ya en otra habitación.
Llamamos a la familia para anunciar el nacimiento de nuestro hijo del cual
sentía orgullo de haber parido, pero al mismo tiempo frustración que definí
como “parto tétrico-obstétrico”.
Postparto
Es curioso que una cultura que se dice ser tan
conservadora donde supuestamentese ensalza el trío madre padre e hijo/ase diseñen
los hospitales de maternidad –por lo menos en Talavera- de tal manera que el
padre tiene que dormir en una silla y además tenga prohibido usar el baño con
un cartel grande y claro. Eran las tres de la mañana y tras unos cuantos
intentos esforzados el pequeño Guille empezó a mamar perfectamente hasta hoy.
Dormimos muy incómodos pero felices en la camilla
los tres juntos. A la mañana siguiente el pediatra se llevó al niño y esta vez
sí dejaron que Kiko fuera con ellos. Tras examinar al bebito, invitó a mi
compañero a que se sentara en su despacho y le preguntó que por qué no le
vacunábamos. Él le dijo que por ahora no lo queríamos permitir por ser
demasiado temprano, no descartando hacerlo más adelante. Aun así el pediatra lo
tomó como una ofensa gravísima y enfadadísimo, le hablo de los avances científicos
y el Progreso. Le aseguró que estaba por encima el “derecho” del niño que el
Estado garantizaba, que los caprichos de un padre cualquiera. Le amenazó con
queel Estado podía hacer efectivo ese supuesto derecho por encima de la voluntad
de los padres. Mi compañero aguantó la mentira de la misma manera que había
aguantado toda la prepotencia del parto.
En la habitación pude conocer a otra pareja de
tortolitos que acaban de parir, a ella le habían hecho una cesárea. Sentí
compasión porque lo suyo me pareció más grave, aunque aguantaban agradecidos lo
que a mí me olía a humillación. La madre era joven y estoy convencida que
hubiera podido parir de forma natural perfectamente. La excusa es que se le
paró la dilatación.¿El trato, la camilla y la epidural tendrán algo que ver? El
tema es que no creo que el hospital indague las causas del por qué se paró la
dilatación, ya que parece que solo importan las consecuencias. El caso es que
ya en una cadena de sucesos no le bajaba la leche. No he visto el porcentaje de
cesáreas y episiotomías que practica este hospital pero me huele que debe ser
enorme.
Cuando ya salimos del hospital y nos dispusimos a
recorrer los treinta kilómetros de vuelta a casa, por supuesto que no
respetamos la normativa de tráfico de llevar al recién nacido separado de la
madre para que se quedara frío como un témpano. Separar al hijo de los padres,
este es el fin que se busca en cada paso que el Estado da en nuestra
destrucción como pueblo y como seres humanos.
Tres meses después descubren que tengo un punto mal
cosido de la episiotomía. Parte de la carne de dentro que se llama mucosa me la
habían cosido hacia fuera, de manera que veía las estrellas cada vez que me
quería sentar o más adelante retomar mis relaciones sexuales. Aun hoy se me
está curando y sigo sin poder tener relaciones sexuales. Lo mejor de todo es lo
bien que se está criando Guille y la alegría de estar juntos.
Crianza
y algunas reflexiones
Me he dado cuenta de las cosas que nos han impuesto
como necesarias en la crianza del bebé. Lo voy a resumir porque en esto también
hay para un libro. Al bebé se le somete a horarios, chupetes, papeleo, productos
cosméticos, cunitas, carritos, etc. Todo para fastidiar la lactancia, la
maternidad, ante una avalancha de miles de temores. Para que el bebé “no
moleste” con la excusa hipócrita de que “es lo mejor para él”; para que no se
acostumbre al amor y al cariño; paraque esté lo más separado y aislado de su
madre; para que no huela a bebe, sino a juguete nenuco; para que en vez de
humanos seamos cosas. Y ante la duda acuda directamente a su médico que no le
va a explicar nada.
Es posible que hayamos tenido “mala suerte” como
algunos nos dicen, pero si he escrito mi experiencia en el parto es porque creo
que se ha normalizado unas ideas y un modus operandi que debían ser motivo de
escándalo.
La generación de mis padres asume estos hechos como
dentro de lo normal, y que si te quejas es que eres un sensiblero. En realidad
mi vida sigue tal cual, (excepto por el punto mal dado), y todo lo que han
hecho las profesionales no creo que sea fuera de lo que se considera correcto
dentro de la ciencia médica actual. Por ello veo que una denuncia por los
medios habituales se me hace absurda, ya que parece ser que todo se puede
justificar medicamente. Por esto prefiero hacer una carta que incite a
reflexionar.
Como con el maltrato animal de la industria ganadera,
se nos dice que al bebe no le pasa nada porque esté toda una mañana llorando
“para que no se mal acostumbre”. Tal vez físicamente no les pase nada pero no
somos solo cuerpo. Debe ser que es mejor acostumbrar al bebé al abandono y a la
soledad. Se destruye la figura del padre y no pasa nada porque a la madre se la
pinche aquí y allá, se la raje, o se la “ayude” con unas drogas para que no
“sufra”. Todo esto es por nuestro bien y nuestra seguridad.
El hecho es que a mí no me ha fastidiado el parto
por causa del dolor físico, (aunque lo hubiera, este dolor lo asumo felizmente).Sinoque
lo más doloroso ha sido el hecho de no poder haber parido con todos mis
sentidos y capacidades.Por no haber disfrutado de mí esfuerzo de dar a luz. De
haberme sentido una pelele en manos de una autoridad que no entiendo. De no
poder haber vivido este momento con la trascendencia que creo que tiene y
haberlo convertido en una especie de “mal trago” que “cuanto antes pase, mejor”.
Dar vida al mundo es probablemente uno de los actos
más importantes de mi existencia. Primero porque surge, al menos en mi caso,
desde un sentimiento de amor profundo y tota;, que se convierte en un hecho
biológico increíble, siendo dos seres en un mismo cuerpo que culmina en la
explosión del parto; y dando al mundo
uno nuevo ser que contiene lo mejor de mí y de su padre. Es un momento especial
donde empatizas con todos los seres vivos.
Si llego a saber que esto seguía siendo así -como en
los ochenta-, me hubiera arriesgado a parir yo sola en mi casasin nadie más que
la gente a la que quiero. Muchas personas se horrorizarán al escuchar esto y
dirán que hay miles de muertes que se han ahorrado con la ciencia médica. Esto
es una verdad a medias, porque tampoco se compara la de muertes provocadas por
la misma ciencia, ni la de casos que no han sido los doctores sino la
naturaleza misma la que ha salvado a las personas. No por nada nuestros
antepasados llamaban al médico,“matasanos”.
Antiguamente los partos se atendían en casa por
matronas que nada tenían que ver con las de ahora. Mis abuelas que parieron en
casa recuerdan sus partos de forma agradable y emocionante, no así sus hijos.
El caso es que tampoco es mi intención atacar con
encono a las personas bienintencionadas que creen dar su vida por los demás,
como pueden ser muchas médicos, matronas y enfermeros, sino contra esas
ideologías paternalistas de las que están imbuidas, que se saltan la libertad y
el respeto a los individuos. También con el hecho de que los hospitales sean
más una fábrica de bebes, de enfermos y muertos, que un lugar donde curar o
ayudar a la vida. Creo que habría que hacer más autocrítica dentro de las
filosofías de los hospitales e indagar los orígenes de estas actitudes. Y sobre
todo he de remarcar que la indignidad y la frialdad a la que se somete al
“paciente,” para “facilitar” el trabajo médico, embrutece y deshumaniza
especialmente al personal sanitario.
La Iglesuela, Toledo, 24 de febrero del 2015.
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