Periódico Acracia (Valdivia, Chile)
El gran defensor del federalismo como principio básico de organización humana fue, como es sabido, Proudhon. Desde su perspectiva, el principio federativo debía funcionar a partir del nivel más bajo de la sociedad, a nivel local y con el control directo de las personas intervinientes. Por encima de esas asociaciones locales, la organización confederal sería más bien una coordinación entre ellas y no tanto un órgano de administración. Para Proudhon, la nación quedaría sustituida por una confederación geográfica de regiones, Europa acabaría convertida en una confederación de confederaciones en la que el interés de la provincia más pequeña tendría tanta importancia como el de la mayor, todos los asuntos se arreglarían gracias a acuerdos mutuos, compromisos y arbitrajes. George Woodcock afirmó que, en la evolución de las ideas anarquistas, El principio federativo representa el primer estudio exhaustivo y emancipador acerca la organización federal como alternativa práctica al nacionalismo político.
Proudhon consideró que Europa era demasiado extensa para convertirse en una confederación, de ahí la idea de “confederación de confederaciones”. Su deseo era que todas la naciones recobrarían su libertad gracias a la transformación en confederaciones, y la noción de equilibrio político de Europa se haría realidad. En los libros de texto de ciencia política el anarquismo debería tener su lugar, así como el principio federal como núcleo de la teoría ácrata; se vendrían abajo de ese modo demasiados prejuicios y se aclararían cosas para que las personas posean una mayor cultura política. Cualquier organización humana es susceptible de ser transformada mediante el principio federal, no constituye ninguna idea irrealizable. De hecho, se aplica constantemente en el mundo de las asociaciones voluntarias, y la experiencia dice que aquellas más activas y eficientes son las que inician su actividad y toman sus decisiones a partir de lo local. Se puede decir a estas alturas que el centralismo es visto con recelo en cualquier actividad humana, a pesar de la constante intervención de la voluntad de poder, del apego a la tradición o de las diferentes caras del dogmatismo. Todo ese peso autoritario o costumbrista se ve enfrentado, más tarde o más temprano, a una realidad en la que el control de los miembros que conlleva el centralismo supone la paralización de los grupos y la apatía de sus miembros.
La sociedad no necesita necesariamente de una organización que actúe como correa de transmisión, sino a miles o millones de personas que se reúnan en grupos que mantengan contactos informales entre sí. Sí es necesaria la consciencia de las masas, de tal manera que si un grupo aporta una alternativa válida puede servir de inspiración a otros. La organización sociopolítica que conocemos como Estado, solo una de las posibles, posee muchas contradicciones que pueden ser aprovechadas con habilidad. Deberíamos demostrar al poder político que sus alternativas concebibles son erróneas (todas ellas se mantienen en la órbita de la dominación), que la organización horizontal y antiautoritaria demuestra una mayor justicia, dinamicidad y capacidad de acción. La actividad local y lo inmediato constituyen el resorte primario para toda organización social, de ahí se vincularían en una trama sin centro y sin órgano ejecutivo, dando lugar a nuevas células a medida que crecen las originales. Cualquier actividad humana puede adaptarse a este modelo en el que se obtiene autonomía, responsabilidad y cumplimiento de las necesidades locales.
Colin Ward afirmaba que la planificación contemporánea de las poblaciones tenía su origen en la reforma sanitaria y en los movimientos para la salud pública del siglo XIX, encubiertos de nociones arquitectónicas sobre el diseño municipal, nociones económicas sobre la situación de la industria y, especialmente, de nociones de ingeniería sobre la planificación de carreteras. Dejando a un lado la especulación actual, en connivencia con la usualmente corrupta administración, se recuerda que en el pasado han existido idealistas planificadores con gran esperanza en un gran movimiento popular que supusiera la mejora de poblaciones, el desarrollo de ciudades y una aproximación regionalista y descentralizadora a la planificación física. Se dieron vínculos al respecto con geógrafos anarquistas, como Kropotkin o Reclus, y la amistad de ellos con Patrick Geddes, nombre que no podría faltar según su biógrafo en un libro sobre los orígenes científicos del anarquismo. Geddes fue un gran innovador en la planificación urbanística y en la educación, creía que el progreso social estaba en directa relación con la forma espacial, especialmente en los tiempos en que la industrialización lo había transformado todo.
Sin embargo, los procesos de cambio e innovación han estado casi siempre en manos de burocracias y especuladores, la iniciativa popular y la posibilidad de elección apenas han entrado en juego y ello ha conducido a que se desconfíe de la figura del planificador al identificarla con un funcionario. Ward consideraba la planificación como el dispositivo esencial de una sociedad ordenada, y se había convertido en el mundo capitalista en una forma de opresión de los ricos hacia los pobres, los amos del llamado mercado libre no admiten ninguna limitación a su derecho a conseguir los máximos beneficios. La noción de planificación (al menos la de pueblos y campos) se había convertido en incomprensible, y habría que recordar las siguientes palabras del urbanista Melvin Webber: “La planificación es la única rama del conocimiento que pretende ser una ciencia, que considera un plan realizado cuando simplemente está acabado; rara vez se controla si el plan se lleva realmente a cabo, lo cual era su objetivo, y si, en caso de realizarse algo distinto, es para bien o para mal”.
La obra del sociólogo Richard Sennet, The Uses of Disorder, fue considerada en alguna ocasión como el punto de partida del proceso de definición del anarquismo del siglo XIX en función del siglo XX. Se trata de un estudio sobre la identidad personal y la vida en ciudad, con varias líneas de pensamiento que acaban entrecruzándose. Una de ellas es la opinión del psicólogo Erik Erikson de que, en la adolescencia, el hombre busca una identidad purificada para huir de la incertidumbre y del sufrimiento; así, la verdadera madurez se encontraría en la aceptación de la diversidad y del desorden. Otra idea es que la sociedad norteamericana moderna paraliza a las personas en su actitud adolescente (la gente pudiente escapa de la complejidad de la ciudad, con sus problemas de diversidad cultural y de clases, hacia círculos privados supuestamente seguros localizados en la afueras: la comunidad purificada). Por último, la línea de pensamiento radicada en que la planificación urbana, tal y como se concebía en el pasado (con técnicas como la de zonificar y acabar con los usuarios inconformistas), habría ayudado a este proceso, especialmente mediante proyectos para el futuro que sirven de base para la energía y los gastos actuales. Tal cosa, supone conjeturar sobre las futuras exigencias físicas y sociales de una comunidad o una ciudad y, partiendo de la energía y de los gastos del presente, allanar el camino para el futuro Estado. En principio, los planificadores afirman que las necesidades futuras se irán adaptando según las objeciones encontradas en el camino, y el análisis de las necesidades futuras no son más que un modelo de las mejores condiciones. Sin embargo, la realidad dice que los planificadores profesionales tratan los desafíos o divergencias populares como una amenaza o una interferencia en sus planes, y no como un esfuerzo natural para mejorar la reconstrucción social. Los planificadores consideran su plan como más “verdadero”, dejando al margen los cambios históricos, los movimientos imprevistos en la realidad de la vida humana.
Sennet desea una ciudad en la que la gente se vea obligada a enfrentarse entre sí directamente, sin conflictos violentos como en las actuales urbes, en las que no existe otra salida al darse la imposibilidad de las confrontaciones personales (las peticiones de ley y orden son más fuertes en comunidades aisladas). Sin policía, ni ninguna otra forma de control central sobre las escuelas, la zonificación y las actividades ciudadanas, que podrían llevarse a cabo mediante una acción normal de la comunidad. La ciudad anarquista propuesta por Sennet “incita a los hombres a decir lo que piensan sobre cada uno de ellos para, así, poder forjar un modelo de mutua compatibilidad”; mediante la descentralización, se empuja al individuo a pactar con los que le rodean en un medio de gran diversidad, eludiendo la normalización del conflicto, y se lleva a que la responsabilidad de apaciguar a las personas en los asuntos locales recaiga en los directamente implicados. Por otra parte, la labor de los profesionales de la planificación estará dirigida a partes concretas de la ciudad, para sus diversos integrantes, sin pretender arreglar su futuro, ya que iniciarán un proceso de madurez al comprometerse activamente en formar su propia vida social. El objetivo sería la formación de Consejos de Vecinos, con el consecuente control real de los servicios comunes, y llegar después a la federación de las comunidades de vecinos.
Una vez más, dentro del anarquismo, idea vieja o nueva, se trata de la búsqueda de una planificación y una administración social a través de una trama descentralizada de comunidades autónomas. Aunque se apoye en cierta tradición, según el antiguo antagonismo entre autoridad central y federación de grupos autónomos, la ideas libertarias miran hacia adelante obteniendo un nuevo vigor con la experiencia y el conocimiento. Hay que mantener la mente lúcida para discernir entre lo que es una auténtica participación local en los asuntos que le atañen (un control de la planificación por parte del ciudadano) y lo que es una mera educación para aceptar a las autoridades planificadoras.
[Publicado originalmente en Acracia # 38, enero 2015, Valdivia. Edición completa accesible en http://periodicoacracia.wordpress.com.]
El gran defensor del federalismo como principio básico de organización humana fue, como es sabido, Proudhon. Desde su perspectiva, el principio federativo debía funcionar a partir del nivel más bajo de la sociedad, a nivel local y con el control directo de las personas intervinientes. Por encima de esas asociaciones locales, la organización confederal sería más bien una coordinación entre ellas y no tanto un órgano de administración. Para Proudhon, la nación quedaría sustituida por una confederación geográfica de regiones, Europa acabaría convertida en una confederación de confederaciones en la que el interés de la provincia más pequeña tendría tanta importancia como el de la mayor, todos los asuntos se arreglarían gracias a acuerdos mutuos, compromisos y arbitrajes. George Woodcock afirmó que, en la evolución de las ideas anarquistas, El principio federativo representa el primer estudio exhaustivo y emancipador acerca la organización federal como alternativa práctica al nacionalismo político.
Proudhon consideró que Europa era demasiado extensa para convertirse en una confederación, de ahí la idea de “confederación de confederaciones”. Su deseo era que todas la naciones recobrarían su libertad gracias a la transformación en confederaciones, y la noción de equilibrio político de Europa se haría realidad. En los libros de texto de ciencia política el anarquismo debería tener su lugar, así como el principio federal como núcleo de la teoría ácrata; se vendrían abajo de ese modo demasiados prejuicios y se aclararían cosas para que las personas posean una mayor cultura política. Cualquier organización humana es susceptible de ser transformada mediante el principio federal, no constituye ninguna idea irrealizable. De hecho, se aplica constantemente en el mundo de las asociaciones voluntarias, y la experiencia dice que aquellas más activas y eficientes son las que inician su actividad y toman sus decisiones a partir de lo local. Se puede decir a estas alturas que el centralismo es visto con recelo en cualquier actividad humana, a pesar de la constante intervención de la voluntad de poder, del apego a la tradición o de las diferentes caras del dogmatismo. Todo ese peso autoritario o costumbrista se ve enfrentado, más tarde o más temprano, a una realidad en la que el control de los miembros que conlleva el centralismo supone la paralización de los grupos y la apatía de sus miembros.
La sociedad no necesita necesariamente de una organización que actúe como correa de transmisión, sino a miles o millones de personas que se reúnan en grupos que mantengan contactos informales entre sí. Sí es necesaria la consciencia de las masas, de tal manera que si un grupo aporta una alternativa válida puede servir de inspiración a otros. La organización sociopolítica que conocemos como Estado, solo una de las posibles, posee muchas contradicciones que pueden ser aprovechadas con habilidad. Deberíamos demostrar al poder político que sus alternativas concebibles son erróneas (todas ellas se mantienen en la órbita de la dominación), que la organización horizontal y antiautoritaria demuestra una mayor justicia, dinamicidad y capacidad de acción. La actividad local y lo inmediato constituyen el resorte primario para toda organización social, de ahí se vincularían en una trama sin centro y sin órgano ejecutivo, dando lugar a nuevas células a medida que crecen las originales. Cualquier actividad humana puede adaptarse a este modelo en el que se obtiene autonomía, responsabilidad y cumplimiento de las necesidades locales.
Colin Ward afirmaba que la planificación contemporánea de las poblaciones tenía su origen en la reforma sanitaria y en los movimientos para la salud pública del siglo XIX, encubiertos de nociones arquitectónicas sobre el diseño municipal, nociones económicas sobre la situación de la industria y, especialmente, de nociones de ingeniería sobre la planificación de carreteras. Dejando a un lado la especulación actual, en connivencia con la usualmente corrupta administración, se recuerda que en el pasado han existido idealistas planificadores con gran esperanza en un gran movimiento popular que supusiera la mejora de poblaciones, el desarrollo de ciudades y una aproximación regionalista y descentralizadora a la planificación física. Se dieron vínculos al respecto con geógrafos anarquistas, como Kropotkin o Reclus, y la amistad de ellos con Patrick Geddes, nombre que no podría faltar según su biógrafo en un libro sobre los orígenes científicos del anarquismo. Geddes fue un gran innovador en la planificación urbanística y en la educación, creía que el progreso social estaba en directa relación con la forma espacial, especialmente en los tiempos en que la industrialización lo había transformado todo.
Sin embargo, los procesos de cambio e innovación han estado casi siempre en manos de burocracias y especuladores, la iniciativa popular y la posibilidad de elección apenas han entrado en juego y ello ha conducido a que se desconfíe de la figura del planificador al identificarla con un funcionario. Ward consideraba la planificación como el dispositivo esencial de una sociedad ordenada, y se había convertido en el mundo capitalista en una forma de opresión de los ricos hacia los pobres, los amos del llamado mercado libre no admiten ninguna limitación a su derecho a conseguir los máximos beneficios. La noción de planificación (al menos la de pueblos y campos) se había convertido en incomprensible, y habría que recordar las siguientes palabras del urbanista Melvin Webber: “La planificación es la única rama del conocimiento que pretende ser una ciencia, que considera un plan realizado cuando simplemente está acabado; rara vez se controla si el plan se lleva realmente a cabo, lo cual era su objetivo, y si, en caso de realizarse algo distinto, es para bien o para mal”.
La obra del sociólogo Richard Sennet, The Uses of Disorder, fue considerada en alguna ocasión como el punto de partida del proceso de definición del anarquismo del siglo XIX en función del siglo XX. Se trata de un estudio sobre la identidad personal y la vida en ciudad, con varias líneas de pensamiento que acaban entrecruzándose. Una de ellas es la opinión del psicólogo Erik Erikson de que, en la adolescencia, el hombre busca una identidad purificada para huir de la incertidumbre y del sufrimiento; así, la verdadera madurez se encontraría en la aceptación de la diversidad y del desorden. Otra idea es que la sociedad norteamericana moderna paraliza a las personas en su actitud adolescente (la gente pudiente escapa de la complejidad de la ciudad, con sus problemas de diversidad cultural y de clases, hacia círculos privados supuestamente seguros localizados en la afueras: la comunidad purificada). Por último, la línea de pensamiento radicada en que la planificación urbana, tal y como se concebía en el pasado (con técnicas como la de zonificar y acabar con los usuarios inconformistas), habría ayudado a este proceso, especialmente mediante proyectos para el futuro que sirven de base para la energía y los gastos actuales. Tal cosa, supone conjeturar sobre las futuras exigencias físicas y sociales de una comunidad o una ciudad y, partiendo de la energía y de los gastos del presente, allanar el camino para el futuro Estado. En principio, los planificadores afirman que las necesidades futuras se irán adaptando según las objeciones encontradas en el camino, y el análisis de las necesidades futuras no son más que un modelo de las mejores condiciones. Sin embargo, la realidad dice que los planificadores profesionales tratan los desafíos o divergencias populares como una amenaza o una interferencia en sus planes, y no como un esfuerzo natural para mejorar la reconstrucción social. Los planificadores consideran su plan como más “verdadero”, dejando al margen los cambios históricos, los movimientos imprevistos en la realidad de la vida humana.
Sennet desea una ciudad en la que la gente se vea obligada a enfrentarse entre sí directamente, sin conflictos violentos como en las actuales urbes, en las que no existe otra salida al darse la imposibilidad de las confrontaciones personales (las peticiones de ley y orden son más fuertes en comunidades aisladas). Sin policía, ni ninguna otra forma de control central sobre las escuelas, la zonificación y las actividades ciudadanas, que podrían llevarse a cabo mediante una acción normal de la comunidad. La ciudad anarquista propuesta por Sennet “incita a los hombres a decir lo que piensan sobre cada uno de ellos para, así, poder forjar un modelo de mutua compatibilidad”; mediante la descentralización, se empuja al individuo a pactar con los que le rodean en un medio de gran diversidad, eludiendo la normalización del conflicto, y se lleva a que la responsabilidad de apaciguar a las personas en los asuntos locales recaiga en los directamente implicados. Por otra parte, la labor de los profesionales de la planificación estará dirigida a partes concretas de la ciudad, para sus diversos integrantes, sin pretender arreglar su futuro, ya que iniciarán un proceso de madurez al comprometerse activamente en formar su propia vida social. El objetivo sería la formación de Consejos de Vecinos, con el consecuente control real de los servicios comunes, y llegar después a la federación de las comunidades de vecinos.
Una vez más, dentro del anarquismo, idea vieja o nueva, se trata de la búsqueda de una planificación y una administración social a través de una trama descentralizada de comunidades autónomas. Aunque se apoye en cierta tradición, según el antiguo antagonismo entre autoridad central y federación de grupos autónomos, la ideas libertarias miran hacia adelante obteniendo un nuevo vigor con la experiencia y el conocimiento. Hay que mantener la mente lúcida para discernir entre lo que es una auténtica participación local en los asuntos que le atañen (un control de la planificación por parte del ciudadano) y lo que es una mera educación para aceptar a las autoridades planificadoras.
[Publicado originalmente en Acracia # 38, enero 2015, Valdivia. Edición completa accesible en http://periodicoacracia.wordpress.com.]
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