Por Jeudiel
Martínez
M. Foucault.
1.
Futuro pasado
Todos conocen
ese cliché de la ciencia ficción en que un personaje
recibe la visita de su doble de otra época, a veces más maduro y sabio, a veces más joven e ingenuo.
La dirección del chavismo
ha tenido una experiencia bastante parecida en los últimos días cuando han recibido los reproches de lo que podríamos llamar “el chavismo
del pasado” que les acusa no solo de haberse desviado de la senda, sino de traicionar todo lo hecho por Hugo Chávez.
El “debate” o la “polémica” iniciada
con la carta del infame Giordani
es solo tangencialmente económica, pues realmente trata del viejo tema de la lealtad y la traición en la clave judeocristiana a la que nos tiene acostumbrado el chavismo. Pero al escuchar
al Presidente Maduro hablar de “izquierda trasnochada” uno sabe que algo distinto
está pasando. Que la izquierda
-y la derecha1-
venezolanas son patéticamente trasnochadas es un hecho obvio, es una enorme vaca
muerta en medio de la sala: la indigencia de nuestro discurso político,
teórico, científico etc. es evidente. Pero cuando Maduro azota al chavismo de la navidad pasada lo hace porque su propio catolicismo decadente ha sido vuelto contra él gobierno,
y hoy, una pequeña cohorte
de funcionarios más estatistas que el estado quiere poner al gobierno
en el banquillo. Si el gobierno recibe reproches como esos es su culpa.
Hace más de una década el chavismo
vive en un mundo donde dios y el diablo explican los terremotos y todo se reduce a la acción de esos duendecillos malignos que sabotean
en la noche lo que las buenas gentes hacen en el día. Y es en esos términos,
pero exacerbados, con los que Giordani
ataca al gobierno y son los mismos en los que le responde el gobierno a esto que, tememos, es lo más cercano
a una “disidencia” que ha tenido ni tendrá
jamás el chavismo: ni una palabra sobre economía, o planificación, y muchas sobre el tema de la traición y la lealtad:
"la lealtad no es una moda, es una posición del espíritu2, y “La crítica
no puede estar por encima
de la unidad de los revolucionarios3” así proclama
la jerarquía del chavismo,
como de pasada, la muerte
de la política. Esto se debe a que la carta de Giordani nos propone una horrible
política de la verdad y del error: el gobierno
se estaría equivocando, porque está traicionando. No olvidemos
que la carta de este ministro, que duró casi década
y media en su cargo, no contiene
ningún análisis
de la coyuntura económica, social o política
venezolana, sino un recordatorio de cómo sus informes no fueron leídos,
sus recomendaciones no se siguieron, como no le dejaron nombrar a su gente en tales cargos – la “unidad de mando”- y como él y no Maduro es el más fiel seguidor
de Chávez: mezquina,
cuasi religiosa, leguleya, la carta usa la jerga del funcionariado chavista
y en esa jerga se le ha respondido. Así, la discusión
es menos de los efectos de lo que el gobierno
hace hoy o de lo que hizo ayer y mucho de si se mantiene
en la línea de cierta liturgia y de cierta ortodoxia “estas equivocado
porque te desviaste” seria la consigna. Eso es lo que las viudas de Giordani
le achacan sea al gobierno, sea a figuras
como el presidente de Datanalisis, pues alguno de ellos estaría planeando un terrible
“paquete”. Entonces se nos plantean
dos preguntas ¿se está desviando
el gobierno de algún camino, y por ende, apartándose de cierta ortodoxia, del “Socialismo del siglo XXI? ¿Está alguien preparando un “paquete neoliberal”?
2.
Ortodoxia
Si planteamos la cuestión
en términos de una supuesta
ortodoxia resulta que ambos están equivocados y ambos tienen razón: el gobierno si se está apartando de una senda claramente definida, y sin embargo,
los que realmente se están desviando de la ortodoxia chavista
son Giordani y su “barra brava” de ministros
en desgracia.
¿Cómo es esto posible?
Muy sencillo: porque la ortodoxia
chavista –digámosle socialismo del siglo XXI o como queramos- nunca ha sido más que lo que el gobierno
hace y dice en un momento
determinado. Si la pragmática del chavismo
nos dice algo –y no toda esa insufrible cháchara
sentimental sobre la revolución- es que lo esencial es la producción y gestión
de unidad, de unanimidad, cuyo vértice
es el gobierno que encarna
la unidad de los revolucionarios y al que hay que ser “espiritualmente leal”: El gobierno es la suprema personalidad colectiva en torno a la que el chavismo
tiene sentido y coherencia. De ahí la preocupación de Hugo Chávez de que la sucesión
de Maduro fuese “clara como la luna llena”, que los magnates del chavismo
hayan puesto sus diferencias en segundo plano para apoyar al presidente y que el antichavismo haya estado, como siempre,
grosera y ridículamente equivocado
cuando esperó que los chavistas se acuchillaran unos a otros tras la muerte
del caudillo. Vano es entonces el intento de Giordani
de demostrar que el gobierno se aleja de una línea
pre-establecida, pues la línea es siempre
el camino que el gobierno
decide recorrer. El chavismo es, básicamente, una gubernamentalidad4. No solo una forma de gobernar
sino una estrategia
de estatización, nace de un
intenso deseo de un estado fuerte que subsuma y abarque la población organizándola y protegiéndola.
Pero esto se puede lograr de muchas formas; por ello, no es una doctrina que se aplique
con mayor o menor celo, no tiene unos principios generales de los que se deduzcan
conclusiones particulares, e incluso
como estrategia, tiene líneas constantes y otras variables
y muchos matices.
Así que es completamente vano reivindicar un sistema
coherente en los discursos y acciones
de Hugo Chávez respecto
a los que se pueda ser leal o no. No olvidemos
que apoyó muchas veces líneas de acción que se contradecían: exigió en términos
categóricos e inequívocos que todos los partidos se disolvieran y entraran
en el PSUV y luego les dijo que no había problema
y que fueran tranquilamente al “Gran Polo Patriótico”; condenó a las transnacionales y les dio concesiones en la faja del Orinoco
; creo
toda una cultura y una ritualistica basada en la condena
al golpe de abril y sin embargo
indulto –con su puño y letra-
a sus autores
intelectuales; adversó a los medios privados pero benefició a
Cisneros con un
acuerdo que le dio el casi el monopolio de la televisión comercial; fustigó el capitalismo y la codicia pero permitió el crecimiento de grandes fortunas privadas
ligadas al gobierno.
Los “golpes de timón” de Hugo Chávez eran más comunes de lo que la gente quisiera recordar: frecuentemente eran erróneos
u oportunistas y muchas veces
venían a corregir problemas generados por decisiones anteriores. Por ejemplo, es muy difícil entender cuál era
la “necesidad estratégica” de indultar a los responsables del golpe, que más bien era una reacción exagerada a la derrota de una reforma constitucional que despertó
fundadas suspicacias de chavistas
y antichavistas por igual. Es inevitable que millones de venezolanos tengan una imagen sacralizada de Hugo Chávez y de su tiempo
en el poder: de ella participan los que le creen un salvador
y los que creen un anticristo, pero aquello que es improfanable, es decir, aquello
que no podemos
cuestionar, pensar, enfrentar,
etc. Deja de ser político. Más cerca de la “muerte de la política” que todas las ilusiones
tecnocráticas están los altares a los que tan afecta
es la izquierda: esa idea romántica
del gobierno de Hugo Chávez
como un periodo casi utópico o el horrendo planteamiento de la elite chavista
de que la lealtad y la unidad están por encima de la “critica” proponen instancias que están fuera de alcance de todos menos de los que las ocupan : la unidad es unidad de mando, la lealtad es lealtad a una persona
singular o corporativa, y cuando se dice que la lealtad y la unidad están por encima de todo ¿cómo no van a estar por sobre la política esas personas
y ese mando?. Pero si rememoramos la historia
de los últimos años y nos alejamos de esta idea del “gran
sistema chavista” de pensamiento, del “socialismo del siglo XXI” que es poco más que un mito publicitario usado por unos para encantar
y por otros para horrorizar, podemos, sin mucho riesgo, constatar
algunas cosas: Nunca existió, una “doctrina socialista” coherente
en los tiempos de Hugo Chávez.
Una senda inequívoca y detallada
de la que nos podamos
desviar. Hay regularidades fuertes como el incremento del gasto público, el uso intensivo
de regulaciones, el intento
de convertir al estado
en un gran productor de bienes,
un cierto “neo corporativismo”, pero también hay muchas diferencias de periodo en periodo respecto
a cómo se constituía y funcionaba esta estatización.
Es falso que estemos ante una ruptura
radical con las formas de planificar y gobernar
que ha conocido Venezuela: el chavismo
tiene vínculos claros con distintas
gubernamentalidades del siglo XX. Es evidente
la semejanza de mecanismos como Cadivi con otros como Recadi,
además de los controles de precios usados
ampliamente durante el Puntofijismo, y en general hay semejanzas en gobierno y la planificación con gestiones
como la de Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi. La principal diferencia de estatismo chavista con el estatismo de AD es que el chavismo
tiene un gran énfasis en la distribución de la renta petrolera
a nivel capilar,
social: el estado
se vuelve “misionero” y lo que antes se llamaba “política social” se hipertrofia y mixtura con la organización y la movilización mediante formas de organización neo
corporativas como los consejos comunales. Por su parte la a esfera privada cumple en él una función diferente, más subordinada o “diluida”. Con Hugo Chávez nunca existió ninguna
intención de “abolir la propiedad privada”.
Nunca se ha cuestionado realmente la existencia de una esfera económica privada, solo se ha pretendido subordinarla a la pública. Enormes fortunas personales se crearon
gracias al gasto público desde 1998 –recordemos solo a Arné Chacón, Wilmer Ruperti
y al “Rey de Mercal”- el consumo
y el consumismo se incrementaron exponencialmente pues el gasto público, día a día, termina
circulando en empresas
privadas y bolsillos
particulares tanto por vías
legales como ilegales. El gobierno no fue adverso
al sector privado en general, lo fue con la fracción de este que era hostil a su gobierno
y no aceptaba
el tutelaje del estado. Es decir, no tuvo problema con la empresa privada siempre que fuera chavista.
La cuestión más importante en nuestros
días, la debilidad
de la moneda, no solo se deriva de políticas desafortunadas que al mantener el tipo de cambio excesivamente bajo favorecieron las importaciones, las corrupciones y exacerbaron las tendencias especulativas de nuestra
economía. El problema
p es que, a diferencia de otros países de Sudamérica, el crecimiento en general, y el del aparato productivo en particular fue muy débil: para mantener
en el tiempo el tipo de cambio tan bajo y el subsidio
a la gasolina
habría tenido que darse una enorme expansión de las exportaciones aunque fuese solo en el área petrolera-minera. La cuestión se resume entonces a la creciente
debilidad de las fuerzas productivas y a porque al estado se le ha hecho tan difícil generarlas. Incluso si el gobierno
hubiese querido
y podido estatizar
toda la economía
privada, el resultado
habría sido, simplemente, alguna forma de capitalismo de estado, similar
al que tenemos actualmente. Los ciclos de nacionalizaciones y controles deben verse no tanto
como la ejecución de un proyecto salvador o de un plan maligno,
sino sobre todo, como reacciones a diferentes coyunturas adversas. Lo que se discute en Venezuela
no es la viabilidad de ese capitalismo de estado en general, ni el viejo debate sobre si es posible o no planificación sino la viabilidad del “modelo” venezolano en particular. Otras formas de “intervencionismo”, “dirigismo”, capitalismo de estado,
etc. están en juego actualmente en Sudamérica y en Asia y son mucho más exitosas
que la venezolana. ¿O nos dirán ahora los fariseos, los escribas,
que Ecuador, Nicaragua
y Bolivia no son lo suficientemente “revolucionarias”? ¿Nos explicaran por qué Evo
y Correa no tienen
que justificarse con ninguna Guerra económica? Una economía en que el estado posee los medios de producción –y su doble,
los “medios de inversión”- es también
una economía capitalista, “una economía
planificada es de cualquier modo una economía capitalista, esto es, una economía para la ganancia…una economía en que él espacio de la decisión,
aunque definido
por el poder público,
está gestionada por la empresa”. El capital no se define por ser una forma privada de riqueza, se define por ser una riqueza
abstracta –es decir, monetaria- que se
reproduce mediante la
circulación. Es pura estupidez decir que el Banco Bicentenario es menos capitalista que el Provincial y que la relación
laboral de un empleado de PDVSA con su patrón es menos capitalista que la de un empleado de EXXON con el suyo. En la práctica en un país como Venezuela
un grupo reducido de gerentes
y funcionarios controlan
y gestionan esos medios de producción, deciden sobre las inversiones y estrategias, etc. con lo que la situación
no es muy distinta a la de una gran corporación capitalista donde los gerentes
gobiernan y gestionan
la empresa según un poder delegado por los accionistas. La única diferencia es que el accionista- ciudadano, a diferencia del
accionista común, no
puede reclamar su parte
del capital y venderla. Y es justamente esa alta gerencia
la que exige hoy “máxima
lealtad y disciplina”.
3.
La otra privatización
Mecanismos como el control de cambio o de precios son completamente instrumentales: si un paraguas no aparta el agua de nosotros y un cuchillo no corta no nos sirven
para nada. Lo mismo debería decirse de un control
de precios que no controla
los precios y de un control de cambios que no detiene la fuga de dólares
ni impide la desvalorización de facto de la moneda. Cuando pensamos en el destino de Cadivi y en toda la “teoría” del cadivismo, podemos ver que las viudas de Giordani
están en todo el chavismo y no solo en los que han salido derrotados en el último lance: por muchos meses todos los que denunciaban o comentaban los enormes retrasos en las asignaciones de dólares
y las corrupciones en juego eran llamados,
por supuesto, escuálidos, y con la devaluación del año pasado finalmente se admite, entre dientes,
que algunas solicitudes de dólares
tenían más de seis meses y se hace pública la tesis del
cadivismo, es decir, de que la culpa de la corrupción en una institución pública no recae en los que la gerencian, ni en sus responsables políticos, sino exclusivamente en el sector privado. Como si los empresarios, por corruptos que sean, pudieran asignarse a sí mismos
las divisas. Los controles se revelan así como un extraño fetiche, un cuchillo
que no corta, un paraguas
agujereado, al que sin embargo
se defiende enconadamente desde un pensamiento infraestratégico. Es decir, en lugar de
buscar los medios o tácticas
adecuadas para lograr un fin –controlar los precios,
evitar la fuga de dólares-
se defiende a capa y espada un instrumento que no funciona.
¡A que extremos
hubo que llegarse para que se dejara atrás a Cadivi!
, que lenta
capacidad de reacción
hemos visto ¡Mucho
tendría que escribirse sobre Cadivi!, sobre su resonancia con Recadi –hasta ahora solo señalada por Luis Brito García6- sobre como benefició sobre todo a las clases
medias y altas,
como burocratizó la vida cotidiana, y ralentizó
el capitalismo, etc.
Si la vemos desde una perspectiva pragmática, es decir, de sus efectos reales, su funcionamiento, las prácticas
que implica, no es difícil ver las paradojas
del pensamiento del que proviene:
favoreció la difusión
del uso de tarjetas de crédito
y de toda la
economía del endeudamiento, propició la formación de “roscas” de importadores, creo un campo abierto
para todo tipo de corrupciones y para una relación siniestra entre el poder burocrático y el empresariado especulador, etc. Un tema tan humilde, tan simple como el de las compras por internet
nos revela todo sobre ese engendro: al reducir al mínimo la posibilidad de comprar
ciertos artículos por esa vía - principalmente los electrónicos- la población
fue obligada a recurrir
a los grandes importadores que iniciaron
las olas delirantes de especulación que hemos visto en los últimos años: ningún comerciante hubiera podido perpetrar
las especulaciones que conocemos
hoy si cualquiera hubiese podido comprar
la computadora y el televisor
directamente al fabricante, y las estafas
que se temía que hicieran
los compradores –y que de todos modos se hicieron
por otras vías-
¿no hubieran podido evitarse si se hubiera sistemáticamente fiscalizado aunque sea a una muestra
de los compradores y viajeros
desde el principio? Nótese que estamos planteando el problema desde la perspectiva de la misma burocracia de Cadivi para mostrar que, incluso
en sus propios términos, había opciones distintas de funcionamiento que nunca fueron
pensadas. Hay toda una pragmática burocrática aquí que exige un análisis:
¿Cadivi funcionaba como lo hacía deliberadamente para favorecer
a los importadores y los comerciantes, o por el contrario, ese interés se creó desde una contingencia? ¿La pereza a la hora fiscalizar el uso de los dólares venia de la incompetencia o era una forma de complacencia con la que se esperaba
complacer a la población
mediante un
subsidio del turismo?, ¿el empresariado de maletín
es una causa o un efecto de Cadivi y el cadivismo? Son estas las preguntas
que no vemos, los análisis que no se encuentran en la diatriba de las viudas. Lo que ocurrió con Cadivi también pasó con el Rey de Mercal y toda la “banca chavista” y con el subsidio
a la gasolina: una medida
o mecanismo contingente que parece
tener un objetivo
específico, genera, desde el principio, una serie de intereses
creados: importadores, empresarios de maletín, contrabandistas, grupos financieros, etc.
Pero también una serie de discursos, de retoricas, etc. que insisten
casi histéricamente en la maldad de la empresa privada
pero no dicen nada, ni de sus relaciones con la burocracia ni del capitalismo privado nacido del comercio
con el estado. Son estos agenciamientos entre lo público y lo privado –“espacios protegidos y provechosos en los que la ley pueda ser violada, otros donde puede ser ignorada,
y finalmente otros donde las infracciones son sancionadas “los que están más allá de la mirada
del estatismo simplón que impera en Venezuela. Que Giordani
diga que la corrupción de Cadivi
podía combatirse con “el peso del Ministro de Planificación y Finanzas”
revela la imagen tan infantil que tienen del capitalismo de estado sus propios abogados. La corrupción es un problema estratégico: genera riquezas, organiza relaciones de poder,
reproduce el capital
y consolida la autoridad
burocrática, pero en la perspectiva que nos ofrecen
las viudas de Giordani es meramente una desviación atribuible al empresariado o a los “traidores” y todo cuestionamiento u oposición
a los mecanismos concretos de la corrupción es simple neoliberalismo. Pero la cuestión
es esta: ¿es posible que hubiera existido
el “cadivismo”, los pranatos
en las cárceles –es decir,
su privatización- el contrabando de alimentos
y combustible en la frontera y la cuasi-crisis bancaria de 2009 sin la colaboración y participación de funcionarios civiles y militares
de todos los niveles?, ¿es concebible que se fuguen millardos de bolívares
o toneladas de alimentos
o miles de litros de gasolina
sin el conocimiento de los que vigilan las fronteras
virtuales y reales? ¿Cómo pueden
los superiores de los Guardias
Nacionales y funcionarios de prisiones
que entregaron las
cárceles al “capitalismo salvaje” de los pranes no haber sabido lo que ocurría en ellas, como el gabinete
económico no se enteró de los millardos que se fugaban a través de Cadivi8?
Y si los poderes públicos se han percatado de esto ¿por qué no hemos visto rendir cuentas
a ningún alto mando militar o civil sobre cómo fue posible
todo esto?, ¿Por qué la primera
y raquítica “campaña
anticorrupción” del chavismo
no ocurre sino hasta el año pasado?... Los controles, como Cadivi, se entienden
entonces en un contexto
estratégico ¿Por qué entre los gobiernos
de esta nueva izquierda
solo Venezuela y Argentina
han tenido que recurrir
a ellos?, ¿Por qué no se intervino
inmediatamente a Cadivi apenas se descubrió que no cumplía su función de evitar las fugas
de dólares?, el burocratismo y lentitud
de la asignación de dólares ¿era un resultado
de la misma dinámica
burocrática o es también un mecanismo
de control social?, ¿se prolongó
la existencia de Cadivi
por inercia burocrática o por la presión de intereses
– “materiales” e “ideológicos”- creados?. Igual ocurre
con los centenares o miles de iniciativas productivas
–agrícolas, fabriles, etc.- del estado
creadas
desde hace
más de una década: ¿Cuántas son funcionales?, ¿Cuántas sobrevivieron a su primer
año? , ¿Qué volúmenes de producción en cada rubro generan?, ¿Cuántas tienen perspectivas de financiarse a sí mismas con sus ganancias? ¿Qué tienen en común las que han fracasado
y que las que han persistido? Si han fracasado
¿Por qué? Y si han tenido éxito ¿Por qué seguimos se siguen viendo estantes vacíos?
Son estas las preguntas sencillas que pocos hacen
y nadie responde
en medio de la cháchara
de la traición, del sabotaje y de la “guerra
económica”.
4.
La cuestión
Esas son las preguntas
que debemos hacernos
y el problema que tenemos enfrente.
No si el malvado Luis Vicente León – o José Vicente
Rangel- proponen
un paquete cuando
señalan unas cuantas obviedades. No si “estamos
volviendo al capitalismo”. Son las preguntas sobre nuestra situación presente y porque hemos llegado
a ella y no a otra.
Por eso, cuando se critica
a Giordani y sus “traidores” recurriendo a los temas estalinistas de la crítica
y la autocrítica –que nunca sirvieron
para nada sino como mecanismo
disciplinario y humillación de subalternos y vencidos-
se olvida que sus manías de atribuir
todos los fracasos
a la acción de agentes malignos,
la carencia de análisis concretos, etc. son rasgos del funcionariado en su conjunto : En una situación en que evadir la responsabilidad de los propios actos ha devenido
un género literario, donde ninguna
figura pública puede hablar de sí misma o de sus acciones con la mínima modestia o al menos algo de realismo,
donde todo el mundo es un agente
de las fuerzas
de la luz enfrentando la amenaza del mal y la oscuridad, no extraña ni sorprende que tengamos un
debate menos sobre economía que sobre quién es el más fiel seguidor de Chávez.
Esa discusión proyecta la mentalidad de ese funcionariado que nunca es responsable de nada y que se considera
a sí mismo sabio, benévolo
y bienintencionado rodeado de enemigos que lo sabotean
y de pequeñoburgueses que no lo entienden, que nunca tiene nada que ver con sus errores
o fracasos9, es la mentalidad de esa socialdemocracia chimba
pero pretenciosa que clama estar cambiando el mundo y agitando
el universo pero no puede poner desodorantes en las tiendas. No extrañe
que ante una reacción –esperemos que no tardía e insuficiente- del gobierno algunos jueguen la carta del neoliberalismo: dentro de esa grosera dialéctica habríamos de creer que todo el que recorta un gasto o traspasa
una empresa del sector público al privado es neoliberal. El neoliberalismo implica que el mercado libre
es el
único principio de formación
de los precios y una disminución no solo cuantitativa sino cualitativa del gasto público – es decir, reduciendo las áreas que se supone el estado debe financiar- no es algo que esté planteado
actualmente y probablemente tampoco si los antichavistas realizaran su “transición” –tan mítica como el “socialismo del siglo XXI”.
La ingenuidad del chavismo
que cree que elimina el capitalismo a medida que incrementa al estado –pues capitalismo sería lo mismo que propiedad privada-
es la misma lógica reactiva,
negativa, que encontramos en los liberales tontos que piensan
que los venezolanos: “no saben qué es la economía de mercado, el capitalismo, pues no conocen otro esquema”10 como si una hipoteca
o una tarjeta de
crédito o un salario no fueran lo mismo aquí que en cualquier otro país aun cuando
cambien las pragmáticas y los funcionamientos. Como si lo público y lo privado
fueran análogos del bien y el mal engarzados en una lucha metafísica. Mucho más débil que otros muchos socialismos del pasado
a la hora de someter
las fuerzas productivas nacionales a un plan totalizante, mucho menos eficiente que otros capitalismos de estado de nuestros días en generar riqueza e innovaciones, el chavismo haría bien en pensar porque nos encontramos en la situación
actual más allá de teorías
conspirativas. No se puede criticar al gobierno por sincerar su relación
con un sector privado que nunca ha
tenido la capacidad ni la voluntad
de eliminar a pesar de lo que piensan algunos. Todo lo que los polarizados creen es opuesto
como el día y la noche
está hace tiempo reconciliado en el masivo capitalismo de estado
chino y en algunas economías del sudeste
asiático: ¿será que invocando el modelo chino lograremos la “reconciliación” que anhelan los sentimentales? La cuestión
de si es posible un mundo distinto
al del capitalismo no puede ser resuelta por la simple estatización.
En América Latina parecemos
padecer ciclos de estatismo seguidos de ciclos
de liberalismo –y combinaciones de los dos- en forma casi periódica. “una economía
planificada es posible y tal vez oportuna”
pero no puede jugar
ningún papel en la realización de otros mundos si lo público se sigue definiendo en función de la representación, de lo corporativo y lo burocrático y la única “alternativa” que tenemos ante esto son las
ingenuidades de la “participación”. Solo en relación a la dimensión completamente distinta de lo común, a la producción de riquezas
comunes, recursos comunes, indivisibles y accesibles inmediatamente para todos es posible terminar
la redundancia entre capitalismo y estado:
un ecosistema de riqueza inmediatamente accesible tal como ocurre en las comunidades “primitivas” con el agua y las semillas y en el software
de código abierto.
“…al final lo que ha
devenido necesario es lo
más imposible”: Una estrategia para la creación de esos comunes:
espacios urbanos,
conocimiento e innovaciones, nuevos vínculos sociales etc. que cambien a su vez la forma como definimos
lo privado y lo público,
informándolos con relaciones políticas distintas a las corporativas, empresariales o representativas. Esa es la única esperanza de romper el círculo vicioso del estado y el capital que es también el círculo vicioso entre
las viudas de Giordani
y las viudas del paquete.
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