Raul Zibechi
Si aceptamos que la realidad político-social no está configurada por un solo escenario sino por tres (superación de la dominación estadunidense, del capitalismo y del desarrollo), la década progresista tuvo resultados dispares y hasta contradictorios. Creo que el terreno en el que más se ha avanzado, el de las luces más brillantes, se relaciona con el primer aspecto, mientras los otros dos muestran los nudos que el progresismo no ha conseguido desatar en estos años.
La creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), del Consejo de Defensa Sudamericano y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños muestra los avances que se han producido en ésta década desde el punto de vista de la integración regional y el autogobierno del área. Entre lo positivo debe destacarse, además, la creación y consolidación de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), ya que ensaya formas de integración e intercambio por fuera del hegemónico libre comercio.
Aunque las relaciones interestatales muestran cambios importantes en la región, con la consolidación de Brasil como nueva potencia regional que no reproduce el mismo estilo de relación con sus vecinos que los imperialismos tradicionales, y la presencia de China tiende a diversificar las relaciones al punto de generar una región multipolar, algunas iniciativas han quedado en el camino o se han frenado haciendo peligrar su continuidad. Tal es el caso del Banco del Sur, creado formalmente pero paralizado realmente. Es una pena que no se haya optado por la transparencia, ya que no se dicen en voz alta las razones de tal parálisis, que se relacionan con el escaso interés de Brasil en financiar una iniciativa que no necesita, ya que cuenta con el BNDES, el mayor banco de fomento del mundo. Apenas un dato: este año el BNDES realizó préstamos por 86 mil millones de dólares, mientras el Banco Mundial pudo prestar apenas 40 mil 300 millones y el BID 15 mil 500 (Agencia Estado, 19 de diciembre de 2010).
En el camino quedaron incluso propuestas como el Gasoducto del Sur, que hubiera rediseñado las redes de distribución de hidrocarburos en Sudamérica. A pesar de estas sombras, la década ha sido muy positiva mostrando la capacidad de los principales países de crear mecanismos de resolución de conflictos sin permitir la injerencia de la Casa Blanca.
Desde el punto de vista de la superación del capitalismo, el segundo escenario, las cosas no han marchado bien. La expansión de los monocultivos, de la minería a cielo abierto y de la ganadería convirtió a la región en gran exportador de commodities, lo que supone una profundización del capitalismo en su vertiente extractivista, o sea con desindustrialización y exclusión de una porción significativa de la población. La incapacidad para superar el modelo neoliberal que viene mostrando el progresismo, en sus diversas variantes, no sólo representa un problema en sí mismo sino que facilita el crecimiento de las derechas, lo que introduce cuñas en la gobernabilidad y tiende a generar inestabilidad.
Cuando el progresismo en el gobierno se queja de las actitudes desestabilizadoras de las derechas, debería pensar que es el modelo económico el que alimenta a esas derechas que se fortalecen en la misma medida que se debilita el movimiento social. En segundo lugar, la concentración de renta que genera este modelo agudiza todos los problemas sociales que las políticas públicas buscan amortiguar. En tercero, el extractivismo militariza los territorios en los que se asienta. De modo que se va dibujando un panorama francamente preocupante: polarización social y política con criminalización de la protesta, en el peor de los casos. Anomia y desmovilización, en los casos menos graves. La división entre movimientos y gobiernos es también resultado de una década de gobiernos progresistas.
El tercer escenario, el de la superación del desarrollismo, apenas está despuntando. En rigor, no hay debates de fondo sobre este tema, pero el solo hecho de que existan personas y colectivos que se pronuncien sobre “el buen vivir /sumak kawsay” es una muestra de que aun en situaciones de política defensiva, el debate de ideas puede levantar vuelo. Aún falta mucho para que estos modos de vida alternos al capitalismo echen raíces, más allá de las prácticas concretas de una buena parte de las comunidades indígenas. Se trata de la novedad más importante que aportó el ciclo de luchas sociales antineoliberal, porque abre las puertas no sólo para la superación del capitalismo sino también para la descolonización del pensamiento y de la vida misma, sin lo cual no es posible crear un mundo verdaderamente nuevo.
No sería adecuado hacer una síntesis de luces y sombras que diga cuáles son más importantes o decisivas. Insisto en mirar la realidad según cada uno de los escenarios esbozados porque, aun estando íntimamente relacionados, tienen dinámicas propias. Así, el escenario interestatal tiene muchas luces, toda vez que se está haciendo evidente que el mundo y la región experimentan una transición de la dominación estadunidense a una realidad multipolar, mucho más abierta e impredecible, en la cual las fuerzas antisistémicas (las que conforman el segundo escenario) podrán hacer sentir su potencia creadora con mucha más fuerza que en los periodos donde la dominación era estable.
Por último, a medida que se vaya asentando el nuevo escenario interestatal serán más visibles las características de las nuevas dominaciones. Por ejemplo, sabremos si el capitalismo brasileño se comportará del mismo modo imperialista que lo hizo el británico y luego el estadunidense, o tendrá otras señas de identidad, como indican algunos gestos. En todo caso, podemos esperar –y confiar– que un mayor equilibro entre las potencias mundiales generará fluctuaciones y oscilaciones que serán un buen caldo de cultivo para los movimientos emancipatorios. No hay nada peor que una dominación unificada, centralizada y opaca.
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