Domingo Alberto Rangel
La oposición parece decidida a sacar al presidente de la República pero por métodos consensuales. Es como si para volar se fabricara alguien no las alas que pediría la lógica, sino una piedra bien pesada. En las mismas declaraciones en que jura su propósito de echar al jefe del Estado fuera del orden legal considerándolo una especie de pícaro que por métodos torcidos se ha infiltrado en el andamiaje constitucional del Estado. Y contra un sujeto así definido y ubicado, la oposición llama a otorgarle al mismo jefe de Estado a quien el magistrado Pekoff ha declarado además tirano, todas las reverencias, consideraciones y privilegios que las Cartas Constitucionales otorgan a los magistrados de pura esencia burguesa. La oposición, antes de calzar las espuelas y de montar a su rocinante electoral, tiene que resolver la flagrante contradicción que media entre la catalogación del jefe de Estado como tirano y las tácticas que se emplean contra él. Si es tirano, y así le califica, hay que decretar la resistencia irrestricta, pasar a la clandestinidad o estar preparado para la clandestinidad y romper todo nexo, relación o parentesco civil con la legalidad. Las palabras tienen un valor lógico o responden a valores racionales; cuando a alguien se le tilda de tirano, se está autorizando el uso indiscriminado en su contra para derribarlo de todas las armas del arsenal político. Si no hubiere esa disposición, sobra entonces llamar tirano, déspota, dictador, sátrapa u opresor.
La oposición parece decidida a sacar al presidente de la República pero por métodos consensuales. Es como si para volar se fabricara alguien no las alas que pediría la lógica, sino una piedra bien pesada. En las mismas declaraciones en que jura su propósito de echar al jefe del Estado fuera del orden legal considerándolo una especie de pícaro que por métodos torcidos se ha infiltrado en el andamiaje constitucional del Estado. Y contra un sujeto así definido y ubicado, la oposición llama a otorgarle al mismo jefe de Estado a quien el magistrado Pekoff ha declarado además tirano, todas las reverencias, consideraciones y privilegios que las Cartas Constitucionales otorgan a los magistrados de pura esencia burguesa. La oposición, antes de calzar las espuelas y de montar a su rocinante electoral, tiene que resolver la flagrante contradicción que media entre la catalogación del jefe de Estado como tirano y las tácticas que se emplean contra él. Si es tirano, y así le califica, hay que decretar la resistencia irrestricta, pasar a la clandestinidad o estar preparado para la clandestinidad y romper todo nexo, relación o parentesco civil con la legalidad. Las palabras tienen un valor lógico o responden a valores racionales; cuando a alguien se le tilda de tirano, se está autorizando el uso indiscriminado en su contra para derribarlo de todas las armas del arsenal político. Si no hubiere esa disposición, sobra entonces llamar tirano, déspota, dictador, sátrapa u opresor.
La tragedia de la actual oposición es que aparte de estar comandado por unos viejos casi valetudinarios, se aburguesó sobremanera en el disfrute de las “coimas”, comisiones y ventajas desmedidas que brinda el Estado opulento en Venezuela a quienes disfrutan del poder. Aquí hay dinero en el Tesoro como para hacer, a la sombra del poder, la fortuna de Bill Gates en un período constitucional. Sabiendo sobornar a los denunciantes de oficio y repartiendo entre civiles y militares cantidades que los destinatarios crean adecuadas a sed de enriquecimiento, en la Venezuela Saudita pasa un sujeto de dirigente estudiantil en la UCV, o de teniente en Fuerte Tiuna, a potentado digno de una biografía de las que consagraron en Francia hace cien años a los príncipes del robo. AD, Copei, el MAS, el MEP, los partidos que tuvieron algo que ver en la Cuarta República con el sórdido negocio de aprovechar el poder tienen hoy dirigentes que al más modesto no lo ahorcan por quinientos millones de bolívares fuertes. ¿Hablamos como caballeros o como lo que somos? Según dice ese Aristóteles latinoamericano que es el compadre Cantinflas.
El PSUV va por el mismo camino. Allí se viene aprovechando el poder con mayor velocidad en cuanto a la ligereza en el robo y en mayor escala todavía en lo que toca a la magnitud del manoteo. Tenienticos, capitancitos que esperaban hace diez años el autobús de La Pastora, ahora tienen ya camionetas Hummer y a sus hijos les compran la camioneta de más lujo en la línea Toyota. Famosas son ya las camionetas en que se desplazan por Caracas los hijos de doña Cilia Flores.
No voy a cometer la insensatez de anunciar una acción judicial en los estrados del Tribunal Supremo, no soy tan cándido para no pensar que los honorables magistrados de ese cuerpo, cuando fueron designados para los cargos que allí ocupan, sabían que entre sus funciones estaría como la más importante, aquella que imita a los gatos en el arte de tapar excrementos. Los caudillos venezolanos fueron todos, sin excepción, ladrones consagrados y eximios en el arte de enriquecerse a fuerza de manoteos contra el Tesoro. No hubo un solo caudillo que ejerciera la Presidencia o ganara batallas que no fuera un émulo de Caco. Como nada ha cambiado en la vida venezolana, pero aun este régimen de gobierno no hace otra cosa que reivindicar lo más odioso que pueda hacer en las tradiciones nacionales, el aprovechamiento es igual o superior a lo que fue en el pasado. Ya veremos a los jefes del PSUV y a los comandantes de la Fuerza Armada de hoy, colocar mañana los “frutos de su lanza” en algún paraíso fiscal de las Antillas o en la clásica banca de la Confederación Suiza. Mi hermana Margarita Rangel de Carnevali, me dijo a propósito, caminando los dos una tarde por la Avenue du Lac de Ginebra, “mirá, estos suizos son tan ladrones como los políticos venezolanos”. Pero tienen el arte, le respondí de disimular sus enriquecimientos ilícitos. Aquí los ladrones del Tesoro echan la casa por la ventana para celebrar el onomástico de la hija mayor.
El petróleo y la cultura que ha creado quien contribuyendo a consolidar y a hacer más odioso el descaro de los políticos, de los militares y en general de los privilegiados. A la tradición de unos caudillos que robaron con desparpajo, sin que una sola gota de sangre afluyera a sus mejillas, se agregan ahora los dirigentes del partido de gobierno, cualquiera que este sea, en el arte de pedir coimas, comisiones o mordidas. La Constitución no escrita de la República Bolivariana de Venezuela, tiene en lo económico sólo tres artículos: ¿Cuánto hay pa’ eso? ¿cómo quedo yo allí? Y cogiendo aunque sea fallo. Lo demás es retórica pomposa para disimular bajo su fronda inútil los vicios de toda clase. Las economías extractivas, de tipo rentístico como que el petróleo terminó por crear en Venezuela, fueron siempre las más corrompidas como son las economías de abundancia no trabajada. El petróleo ha forjado en nuestro país un culto en cierto modo a la holgazanería del cual fue exponente Carlos Andrés Pérez y el actual jefe del Estado no anda muy lejos de ese mundo. Yo viví el lacerante efecto moral en la República de Bolivia donde pasé tal vez los años más fecundos. Fui amigo entrañable de Guillermo Lora, secretario general del Partido Obrero Revolucionario (trotskysta) y de Ramiro Otero (miembros del Buró Político del Partido Comunista). Ambos me decían cuan penoso era ganar allá las elecciones para la directiva de un sindicato porque luego había que convertirse en policías para impedir mediante la vigilancia, que los compañeros desfalcaran las finanzas del sindicato. Aquí el peligro es que desfalquen a toda la República.
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