Una revolución, digna de ese nombre, debe transformar positivamente la vida cotidiana de los sectores más desfavorecidos de la población. En caso contrario podrá ser cualquier cosa, pero nunca una revolución. Después de 11 años de gobierno, y priorizando una agenda que jerarquiza lo “ideológico” y el escenario internacional, los ciudadanos de a pié del país no hemos observado sustanciales mejoras bajo el gobierno bolivariano. Después de haber contado con varios años con la bonanza financiera más importante de los últimos 20 años, debido al aumento del petróleo, y el control político administrativo del país, la crisis económica internacional y la gigantesca suma de errores, improvisaciones y contradicciones están acelerando el declive del proyecto bolivariano. Una muestra del descontento popular, que no es la única, se expresó en las pasadas elecciones del 26 de septiembre, donde un sector importante del chavismo desistió de ir a votar y otro, sencillamente aplicó el “voto castigo”, como en el caso de Anzoátegui, seleccionando la opción electoral opositora.
Desde el año 2004, como forma de sortear una disminución de su popularidad, razón confirmada por el propio Chávez, se lanzaron una serie de políticas de corte social denominadas “Misiones”. Algunas de ellas lograron impactos inmediatos, como las dirigidas al sector salud y educación, sin embargo otras no lograron mejorar la situación de sus áreas de influencia, como lo fueron las sucesivas misiones destinadas al sector vivienda. Las misiones no resolvían estructuralmente los problemas de la población y a pesar de sus disímiles resultados, simbólicamente sin embargo, las misiones se convirtieron en la principal estrategia publicitaria del gobierno chavista, dentro y fuera de Venezuela.
Podemos citar las propias cifras oficiales para demostrar que las misiones han perdido la lucha contra la pobreza. No obstante, la mejor prueba de su ineficacia es el rechazo a sus servicios por parte de ese floreciente capitalismo que ha acumulado influencias y ceros a sus cuentas de banco bajo el amparo del gobierno bolivariano. Resumámoslo: Boliburgués no hace cola en Misión.
La mayoría de los venezolanos y venezolanas estamos condenadas a las kilométricas filas de un Mercal, Pdval o Bicentenario para estirar nuestro estrecho presupuesto. Situación contraria a los Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez y Cilia Flores, cuyas muchachas de servicio –contratadas a salario mínimo por supuesto- llenan sus carritos de compra cómodamente en los supermercados de clase A del este de Caracas. Sin hablar de las Ana Elisa Osorio o los Calixto Ortega que llenan las estanterías de sus casas con el “Shopping” realizado en Miami o Nueva York.
Los Andrés Izarra, Elias Jaua o José Vicente Rangel no llevan a sus familiares enfermos a los módulos de Barrio Adentro, exponiéndose a las interrupciones del servicio o la ausencia de medicinas. Sus chequeras garantizan su derecho a la salud en consultas exclusivas en clínicas privadas de la capital, o si la dolencia es de envergadura, en Florida o Boston. Nada que ver con los intercambios con los países del Alba.
Los intelectuales del gobierno bolivariano pueden invocar las musas en sus quintas en El Hatillo, La Lagunita, los Palos Grandes o cualquier urbanización de lujo de la jurisdicción Chacao – Baruta. Que sean otros los reubicados en los urbanismos de los Valles del Tuy carentes de servicios básicos, o los vigilantes de las casas en construcción por el gobierno para defenderlas de otras personas humildes también sin casa. Sus hijos e hijas no asisten a escuelas bolivarianas, sino a los colegios privados cuyas matrículas mensuales suman dos y tres salarios mínimos.
A los boliburgueses no se les va el agua o la luz eléctrica. Tampoco deben viajar en condiciones deplorables en camionetas, buseticas o en el Metro de Caracas, peleando con fiereza por un lugar. Sus camionetas 4x4 y sus carros de último modelo los protegen de las inclemencias del entorno, a fuerza de aire acondicionado. La ropa del funcionario chavista de confianza es de marcas extranjeras, modelos exclusivos de sus constantes viajes al extranjero. A un boliburgués no lo atracan en la calle, ni camina temeroso bajo la luna acortando el camino a casa. Si algún familiar de la alta burocracia roja tiene la desdicha estadística de ser asaltado es una dicha en vez de ser una desgracia. En 48 horas la policía resuelve el robo y le devuelve los objetos materiales sustraídos, los que le pertenecen y los que no.
Si algo caracteriza a un boliburgués es que defiende a capa y espada las políticas gubernamentales… que no utilizará ahora ni nunca. Por ello nuestros contrarios no son los que hacen la misma cola que nosotros y nosotras. Nuestros enemigos están dentro, pero también fuera del gobierno, coleccionando privilegios uno tras otro. El verdadero antagonismo no es entre “chavistas” y “antichavistas”, sino entre opresores de todos los colores y oprimidos de cualquier índole. Teniendo eso claro lo demás es tejer redes, articular propuestas y construir alternativas a los mentirosos de ayer y los demagogos de hoy.
Consulte esta edición en http://www.nodo50.org/ellibertario
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