Miguel Hernández
El oficio más antiguo del mundo no fue el de prostituta sino el de sacerdote. La misión del sacerdote es la de asegurar la obediencia a las normas del orden establecido por la clase dominante en cada momento histórico. Estos profesionales de la Verdad no solo trabajan en el campo de la religión. Los hay en la economía, en la política, en el derecho, en la filosofía y en cualquier disciplina del pensamiento y de la práctica social. Ellos clausuran los límites dentro de los cuales es posible el debate y fijan el régimen de castigos para los que se aventuran fuera de sus límites. Son los expendedores de las verdades socialmente establecidas.
La religión, de todas ellas, ha sido históricamente la disciplina más eficaz para asegurar la tranquilidad social de aquellos que viven a costa del excedente generado por otros. Ofrece una explicación del mundo, invita a la sumisión y a la resignación frente a la injusticia y la tiranía, consuela ante la angustia de la muerte, amenaza con castigos despiadados y eternos, y complace con el señuelo de un lugar y un tiempo míticos donde todo será diferente.
El oficio más antiguo del mundo no fue el de prostituta sino el de sacerdote. La misión del sacerdote es la de asegurar la obediencia a las normas del orden establecido por la clase dominante en cada momento histórico. Estos profesionales de la Verdad no solo trabajan en el campo de la religión. Los hay en la economía, en la política, en el derecho, en la filosofía y en cualquier disciplina del pensamiento y de la práctica social. Ellos clausuran los límites dentro de los cuales es posible el debate y fijan el régimen de castigos para los que se aventuran fuera de sus límites. Son los expendedores de las verdades socialmente establecidas.
La religión, de todas ellas, ha sido históricamente la disciplina más eficaz para asegurar la tranquilidad social de aquellos que viven a costa del excedente generado por otros. Ofrece una explicación del mundo, invita a la sumisión y a la resignación frente a la injusticia y la tiranía, consuela ante la angustia de la muerte, amenaza con castigos despiadados y eternos, y complace con el señuelo de un lugar y un tiempo míticos donde todo será diferente.
El término “fundamentalismo” surge hace un siglo asociado a otros más antiguos como fanatismo, extremismo o integrismo. Su especificidad remite a su etimología, es decir, se trataría de aquel movimiento que apela a la necesidad de volver a los fundamentos, amenazados por la relajación que hacen gala sus supuestos seguidores, las tentaciones de la vida moderna o el malvado ataque de pérfidos enemigos. Se aplica sobre todo a las diferentes religiones, pero no solo a ellas.
Una magnífica definición del fundamentalismo religioso la encontramos en el libro “El espejismo de dios” del científico Richard Dawkins: “Los fundamentalistas saben que están en lo cierto porque han leído la verdad en un libro sagrado y saben, además, que nada les va a apartar de sus creencias. La verdad del libro sagrado es un axioma, no el producto final de un proceso de razonamiento. El libro es verdadero y, si hay evidencia alguna que parece contradecirlo, es esa evidencia la que debe rechazarse, no el libro”. Tenemos aquí todos los ingredientes sustanciales:
1) la verdad se domicilia en un libro,
2) ellos han leído ese libro, creen literalmente lo que dice y por tanto poseen la Verdad,
3) las evidencias contrarias son tramposas, aunque parezcan ciertas.
Por tanto, el resto de la Humanidad o bien no ha tenido la fortuna de conocer la existencia de ese libro, o la conoce y no lo ha leído, o bien se ha dejado engañar por datos falsos. Las consecuencias que se derivan de ello son claras: hay que evangelizar “urbi et orbe” para hacer llegar la buena nueva a cuantas mas personas mejor ya que es por su propio bien. En cuanto conozcan la Verdad, ella iluminará sus vidas y pasarán a engrosar las filas de los elegidos. El objetivo de todo fundamentalista es convencer, o vencer, al mayor número de gente posible.
El fundamentalismo islámico o el judío utilizan el trabajo de exégesis de ulemas y rabinos, pero la literalidad de los textos es lo más importante. El fundamentalismo católico se apoya en un intérprete elegido por la divinidad, el Papa, aunque la literalidad de la Biblia también es importante para evitar interpretaciones erróneas y peligrosas herejías. La mayoría de los musulmanes parecen fundamentalistas a ojos de los occidentales, ya que consideran que el Corán es la palabra literal e infalible de Alá. La diferencia entre fundamentalistas y moderados sería el grado en que consideran que el Islam tiene que estar presente en todas las dimensiones de la existencia humana, incluida la política y la ley. El fundamentalismo judío, más conocido como judaísmo ultraortodoxo, sigue fielmente la Torá y considera al resto de corrientes de su religión como desviadas. Sus seguidores, los jaredíes, rechazan el mundo occidental y sus innovaciones sociales, y tienen sus propios barrios, comercios y escuelas.
Los fundamentalistas religiosos intentan ser más consecuentes con sus creencias, y reprochan a los “sensatos” o “blandos” hacer componendas incomprensibles con sus supuestas ideas, creer en cosas mutuamente excluyentes o tener fe en la medida en la que les sirven para sus fines más inmediatos o groseros. Todas las clases de fundamentalismos pueden llegar al extremo de utilizar la violencia para imponer sus tesis o eliminar a sus enemigos, pero el religioso es quizá el más devastador y el más persistente a lo largo de la historia. Dado que manejan Verdades Absolutas y que éstas afectan a cuestiones muy íntimas de todo ser humano, su puesta en cuestión puede encender hogueras de odio de proporciones apocalípticas, sin que en ese momento parezcan importar los supuestos frenos morales de las que todas ellas gustan de blasonar. Como escribió Oscar Wilde en El retrato de Mr. W. H., “morir por las creencias teológicas es el peor uso que un hombre puede hacer de su vida”.
Ninguna religión, en ninguna de sus versiones, ha estado nunca en la vanguardia de la lucha por las libertades, ni por las reivindicaciones de las clases explotadas. No les preocupa el liberalismo económico sino el político y filosófico, es decir, derechos tan peligrosos como la libertad de conciencia o la libertad de expresión (delito de blasfemia), ya que anteponer la propia razón a la doctrina supone desafiar las leyes divinas y eternas. Por su propia esencia, ninguna religión puede renunciar a proclamar el monopolio de la verdad. Si uno cree en la “Revelación” tiene un problema muy serio con la “tolerancia”, o sencillamente con el respeto al otro, ya que en el fondo lo contempla como relativismo, más o menos censurable según los casos. Pero los valores no son ni universales ni eternos y cada cual tenemos los nuestros.
Ninguna religión, en ninguna de sus versiones, renuncia al control de la moral, a la explotación del sentimiento de culpa, al castigo mediante la condenación eterna o al mito de la salvación. Pero una sana conducta moral no debería proceder en función de amenazas o premios, sino por la propia convicción en la bondad o la corrección de las propias acciones. Ninguna religión en su versión “light” deja de hacer del mundo un lugar seguro para el fundamentalismo al enseñar a los niños que la fe incondicional es una virtud. Ninguna religión, en ninguna de sus versiones, respeta a las mujeres, a los homosexuales, a los animales, a la ciencia, al sentido común, a la libertad ni al goce de vivir.
La religión, en ninguna de sus versiones, debería ocupar el espacio público, imponer su moral, condicionar las leyes, secuestrar la voluntad de los supuestos representantes de todos (aunque sepamos que no lo son), reclamar privilegios o vivir del dinero público. La religión, al igual que otras ideologías, pertenece al ámbito privado.
Los religiosos, de una u otra versión, han contraatacado a los ateos utilizando argumentos estúpidos, como que existe un “fundamentalismo ateo”. Los ateos no aspiramos a convertir a nadie, no evangelizamos, no tenemos profetas, ni dogmas, estamos dispuestos a cambiar de opinión si hubiera algún indicio racional que así lo aconsejara. Somos librepensadores, es decir, nos atrevemos a pensar, como defendía el movimiento ilustrado. Estamos convencidos de que la religión es un infantilismo intelectual, es creer en amigos imaginarios en edades que superan la adolescencia, en que las leyes naturales se suspenden por intervención de seres mágicos. Y, sobre todo, estamos convencidos de que tenemos derecho a expresarnos, y de que nuestras opiniones no pueden suponer una ofensa para los creyentes, son simplemente nuestra opinión, al igual que la suya puede ser crítica con la nuestra y no por ello vamos a pretender que se les censure. Lo respetable son las personas, no las ideas. Las opiniones religiosas no merecen una protección especial. Y si no quieren que nos riamos de sus creencias que no tengan creencias tan graciosas.
La duda y no la certeza es lo que ha permitido a la Humanidad mejorar. Como decía el proverbio latino, ubi dubium ibi libertas, “donde hay duda hay libertad”. La duda es creadora, invita a la reflexión, a la búsqueda, a la experimentación. La expresión “pensamiento único” es una contradicción en sus propios términos. El dogma liquida el diálogo, y dogmas tienen todas las religiones, tanto en sus versiones fundamentalistas como suaves, por que si no dejarían de ser religiones.
Si la religión es un error, la literalidad en el mismo es la profundización en el yerro, la equivocación al cuadrado. Pero sería equivocado considerar al fundamentalismo religioso como algo perverso y a la religión como algo digno, serio y decoroso. Al menos el primero es fácil de ridiculizar. En cambio la segunda puede adaptarse a los tiempos en lo accesorio, para irritación de sus respectivos fanáticos, pero persiste en el núcleo de su discurso. Un discurso que es enemigo de la vida, de la razón y del placer.
[Tomado de http://www.cgtvalencia.org/laicisme/20130110/fundamentalismo-religioso-la-literalidad-del-error-un-articulo-de-miguel-hernandez-avall/6753.html.]
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