Félix Taberna
“Los intentos de domesticar lo díscolo y domeñar lo que no tiene freno, de hacer previsible lo incognoscible y de encadenar lo errante son la sentencia de muerte del amor” - Bauman
En
fechas recientes, en el Archivo General de la Guerra Civil, se descubrió el
carnet de afiliación de la CNT del inefable cómico Paco Martínez Soria. Un
icono de cine español del que por cierto todavía hoy se visionan películas
suyas con gran éxito de audiencia por muy reiteradas que sean. Lo más seguro es
que lo hiciera obligado por las circunstancias de la época.
Pero
el dato nos refleja la importancia del pensamiento libertario en la península
ibérica. Un pensamiento político con más de doscientos años de tradición.
Cierto es que de su seno emergieron brotes de violencia política muy llamativos
pero fueron minoritarios en el pensamiento libertario. En el caso de España, su
organización más señera, la CNT, llegó a tener casi un millón de personas afiliadas.
Más que una idea política supuso un universo cultural.
El
pensamiento libertario fue una propuesta política que no pretendía influir a
través de la toma de poder. Era una forma de vivir. Era un país sin tierra. Su
soporte eran las ideas no el territorio. Sus ateneos, sus sindicatos, sus
cooperativas, sus cajas de resistencia, sus comunidades colectivas fueron
espacios sociales donde las personas participaban intensamente en un proyecto
vital colectivo. El esperantismo, el nudismo, el vegetarianismo, el amor libre,
el pacifismo fueron algunas de sus expresiones culturales que luego prendieron
en otros movimientos sociales. En definitiva, su forma de vida propició y
constituyó un país cultural.
La
hegemonía cultural se impone de tal modo que propiciar espacios sociales
libertarios de la magnitud de antaño es tarea imposible.
La
represión franquista hacia el anarquismo ha caído en el olvido en comparación
con la memoria del comunismo o socialismo. Pero fueron muchos los anarquistas
que se exiliaron después de la Guerra Civil. A la vuelta del exilio, en la
Transición, la izquierda radical intentó la complicidad con ese movimiento;
pero desistieron dado que su abstencionismo hacía que sus votos no contaran y
con ello sus opiniones se relegaron.
Hoy
en día, podemos afirmar que ese país cultural ya prácticamente no existe. El
estilo de vida libertario ha quedado socialmente marginado. La propia Dolors
Marin, estudiosa de este fenómeno así lo reconoce. La hegemonía cultural se
impone de tal modo que propiciar espacios sociales libertarios de la magnitud
de antaño es tarea imposible. Pero que haya muerto hegemónicamente no quiere
decir que su pensamiento haya desaparecido. En la actualidad existen espacios
libertarios con diversas actividades literarias, editoriales, artísticas,
educativas de ocio... Incluso podemos encontrarlos en Navarra o en el País
Vasco.
Como
expresó Sartre, el anarquismo ensaya sustraerse lo más posible a todos los
poderes sociales. Es una vida moral que pone en cuestión las formas de acción
del poder. Así, en este mundo en el que casi todo va mal, contemplamos cómo
aparecen experiencias alternativas a la norma social.
Por
ello, germinan proyectos cooperativos, proyectos educativos libres, comunidades
de vida auto-gestionadas,... El país que ya no existe y que nunca existió,
empieza de nuevo a brotar. Porque como dijo Mafalda que se pare este mundo que
yo me bajo.
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