Daniela Pasik (diario Clarín, Buenos Aires)
Aurora, pero también Lucifer, Comunardo y hasta Hiena. Esos son algunos de los nombres que muchos de los anarquistas de principios del siglo pasado les pusieron a sus hijos. Lo hacían con un sentido libertario y para evitar lo bíblico o cristiano. Atea y Descanso Dominical, por ejemplo, son parte de la troupe en ese sentido. Universo, Idilio y Progreso se suman a la onomástica desde el idealismo.
“Todos son verdaderos, por supuesto”, dice Christian Ferrer, sociólogo y ensayista, pero también poeta y anarquista. En su publicación Así no hay matrimonio que aguante (Urania, 2016), pone en juego todas sus facetas y hace el ejercicio -no falto de humor ni información- de imaginar las potenciales uniones de los vástagos de familias libertarias. “¿Hacia qué brazos podría haber corrido Perseguido –nombre habitual en ese grupo– sino hacia los de Libertad (un highlight, siempre femenino)? O bien, Siberiano –otro clásico– habría estado predestinado a España Libre, tal como fue bautizada una hija de republicanos exiliados”, propone en el texto que construye en apenas cuatro páginas, incluidas tapa y contratapa.
Aurora, pero también Lucifer, Comunardo y hasta Hiena. Esos son algunos de los nombres que muchos de los anarquistas de principios del siglo pasado les pusieron a sus hijos. Lo hacían con un sentido libertario y para evitar lo bíblico o cristiano. Atea y Descanso Dominical, por ejemplo, son parte de la troupe en ese sentido. Universo, Idilio y Progreso se suman a la onomástica desde el idealismo.
“Todos son verdaderos, por supuesto”, dice Christian Ferrer, sociólogo y ensayista, pero también poeta y anarquista. En su publicación Así no hay matrimonio que aguante (Urania, 2016), pone en juego todas sus facetas y hace el ejercicio -no falto de humor ni información- de imaginar las potenciales uniones de los vástagos de familias libertarias. “¿Hacia qué brazos podría haber corrido Perseguido –nombre habitual en ese grupo– sino hacia los de Libertad (un highlight, siempre femenino)? O bien, Siberiano –otro clásico– habría estado predestinado a España Libre, tal como fue bautizada una hija de republicanos exiliados”, propone en el texto que construye en apenas cuatro páginas, incluidas tapa y contratapa.
La temática de Así no hay matrimonio que aguante no es caprichosa y el espíritu efímero del formato combina con la creatividad y el idealismo anarquista de la primera hora, al cual rinde homenaje. Así, el lector se entera de que existió un Benigno Mancebo, que fue tipógrafo y presidiario en Tierra del Fuego y después deportado y fusilado. O que, por ejemplo, el hijo rebelde de dos ácratas supo ser, en una suerte de mundo del revés, Sol Libertario Rabasa, rector interventor de la Universidad de Buenos Aires durante la última dictadura.
Lejos de caer en el romanticismo idílico, Ferrer recalca que tener un nombre anarquista no necesariamente significa portar esas ideas. “Un famoso ideólogo del nacionalismo católico argentino, Jordán Bruno Genta, se llamaba así porque su padre, anticlerical, quiso homenajear a Giordano Bruno, quemado vivo en el Campo de las Flores, a la vista del Vaticano, en el 1600. Y aunque muy pocos lo sepan, la actriz Libertad Lamarque, antiperonista, era hija de un hojalatero anarquista”, explica.
Pero no siempre todo salió tan dado vuelta. A veces sí, los hijos siguieron, en mayor o menor medida, el camino que marcaron sus familias, aunque no siempre su nombre. Hugo del Carril era hijo de anarquistas y fue desde esa ideología que se sumó al peronismo y grabó la primera versión de la Marcha. “Menchu Quesada, la madre de Los Campanelli, un famoso serial televisivo de la década de 1970, era anarquista e hija de anarquistas. La poeta Juana Bignozzi siguió recordando hasta muy grande a su padre anarquista, no ya afectivamente, sino como impulsor de sus propias ideas, pero ella se llamaba Juana, que no indicaba nada”, cuenta Ferrer.
Elegir esos nombres para sus hijos o para de algún modo “rebautizarse” a sí mismos fue casi un pacto tácito. Como la prueba nominal de una metamorfosis. Un legado al futuro, una marca de fuego, un gesto de voluntad libre. “Algunas decisiones eran homenajes (Espartaco, Voltairina); otras eran afirmaciones de su ideal (Liberto, Alba de Revolución); también muchos suponían una yerra que recordaba el oprobio del mundo (Perseguido, Oprimido); y había los que eran adoraciones de lo natural (Amanecer, Placer). Recuerdo haber escuchado otros: Poema, Amor, Esperanza. Algunos eran provocativos. Un hijo del anarquista Johann Most se llamó Lucifer, al igual que el hijo de la feminista radical Paule Mink. Un obrero del salitre, un chileno, se llamó Ego Aguirre”, dice Ferrer.
El tiempo a veces, y lo cotidiano en general, vacían de contenido los significantes. Los hijos nombrados con espíritu libertario ya envejecieron, y hasta muchos murieron. A medida que los contextos históricos de origen van hundiéndose en el pasado, el nombre pasa a ser sólo un nombre. Hoy, esa tradición de la “onomástica propia” ya no es común entre las familias libertarias. Según Ferrer, en parte porque hace ya mucho tiempo que no es obligatorio elegir nombre según los dictados del santoral, pero también porque “hay que considerar que los anarquistas siempre han sido una minoría demográfica, aunque sus ideas, casi mágicamente, los trascendieron”.
Así, entonces, aún es posible encontrar una chispa, y en todas las generaciones vuelven a surgir las Libertad, varias y varios Sol, una que otra Aurora y hasta algún Floreal. Ferrer, que se llama Christian Jesús, una contradicción hasta graciosa para un anarquista, dice: “De vez en cuando reaparece, entre gente 'de ideas', la costumbre de imponer nombres significativos a sus hijos, como ocurrió luego de la Revolución Cubana (Fidel, Camilo, Ernesto), pero es más que probable que esos niños, ya de grandes, hayan desobedecido las ilusiones y pretensiones de sus progenitores”.
[Tomado de http://www.clarin.com/cultura/atea-lucifer-liberto-coleccion-nombres-anarquistas_0_ryO8hHYwe.html.]
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