Lauri García D.
“El infierno son los demás”, dice Jean Paul Sartre al final de su libro _A puerta cerrada_. Yo no estoy del todo segura de que así sea, aunque a veces lo piense. Lo cierto es que ir al encuentro con el Otro es complejo y desgarrador, aunque en algunas ocasiones otorgue frutos resplandecientes.
El mundo se está cayendo a pedazos, se están desmoronando los Estado Nación, el entorno natural es cada vez más reducido, se están extinguiendo hasta las conchas del mar y las abejas, lo sabemos, pero la soberbia personal y social impide a muchos hacer hasta la más mínima cosa por el Otro desconocido: preocuparnos por el destino de nuestros desechos sólidos, vigilar el propio consumo, utilizar adecuadamente el recurso energético y, en Acapulco, o donde leas esto: no tirar la basura y las latas de cerveza a tu paso. Lo he visto, te terminas tu agua fresca y avientas tu plastiquito con todo y popote a uno de los arroyos de la colonia donde vivo. Parece que no hubiera mañana, que el futuro fuese una abstracción demasiado lejana.
“El infierno son los demás”, dice Jean Paul Sartre al final de su libro _A puerta cerrada_. Yo no estoy del todo segura de que así sea, aunque a veces lo piense. Lo cierto es que ir al encuentro con el Otro es complejo y desgarrador, aunque en algunas ocasiones otorgue frutos resplandecientes.
El mundo se está cayendo a pedazos, se están desmoronando los Estado Nación, el entorno natural es cada vez más reducido, se están extinguiendo hasta las conchas del mar y las abejas, lo sabemos, pero la soberbia personal y social impide a muchos hacer hasta la más mínima cosa por el Otro desconocido: preocuparnos por el destino de nuestros desechos sólidos, vigilar el propio consumo, utilizar adecuadamente el recurso energético y, en Acapulco, o donde leas esto: no tirar la basura y las latas de cerveza a tu paso. Lo he visto, te terminas tu agua fresca y avientas tu plastiquito con todo y popote a uno de los arroyos de la colonia donde vivo. Parece que no hubiera mañana, que el futuro fuese una abstracción demasiado lejana.
Podríamos, por ejemplo, empezar por no devastar el entorno inmediato, natural y social. La gente no pone atención ni siquiera por dónde camina, se pasa llevando al Otro transeúnte, literalmente y en metáfora. Parece que está suspendida la mirada hacia lo que no es individual, consumible o autocomplaciente. Por ejemplo, podríamos ir hacia nuestros productores, México tiene las verduras, frutas, cereales y materias primas para reactivar el autoconsumo, habría que consumir aquellos productos que vienen de nuestros alrededores, de pequeños productores y distribuidores.
Pero sobre todo podríamos pensar en una ecología de la convivencia, todavía me pregunto qué ocurre en el pensamiento de las personas que tocan el claxon como degenerados o esparcen ruido mediante enormes bocinas destruyendo tantos sistemas auditivos ajenos, tampoco comprendo a las personas que utilizan el transporte público y miran al cristal para no dar el asiento a ancianos, mujeres embarazadas o con niños. Estos aparentemente insignificantes usos y costumbres esconden la polución no solo del medio ambiente sino del alma y el espíritu. No quiero colocarme como juez retórica de todas estas prácticas, porque, ante todo, cuando decimos que hay que revisar la ecología de la convivencia o los patrones de consumo nadie queda impune.
El periodista argentino Martín Caparrós acusaba a nuestra generación de estar obsesionados con la ecología y la revolución verde, el andar en bici, los huertos urbanos, etc. a lo cual le interpelé que su generación no logró cambiar la injusta redistribución de los recursos ni concretar una revolución social coherente, representativa e incluyente por lo que no es de extrañar que muchos de mi generación optaran por afincarse en la lucha por los recursos naturales y otras acciones sociales menos beligerantes que las anteriores.
En medio de todo este espasmo, el sujeto individualista que nos heredó la revolución industrial y el capitalismo, infatuado de sí, queriendo comprar cosas que le den placer inmediato o satisfagan sus necesidades creadas, mirando el brillo de las pantallas electrónicas sin importar que del otro lado esté, en carne y hueso, otro ser humano, como esas parejas que salen a bares o restaurantes pero no se miran, porque miran a su celular. Asolados por la violencia, la pobreza, el crimen, la flexibilidad laboral o el desempleo, en pleno declive de la antes llamada clase media; el sujeto puede ser privado de su libertad como en el libro _A puerta cerrada_ y no solo de la libertad de poder vivir en un entorno promisorio, natural y justo, sino, en efecto, privado de su derecho de circular en el afuera social.
En Acapulco, hay al menos 2200 personas en el Centro Regional de Readaptación Social (CERESO) de los cuales la mayoría no recibe visitas. Me lo decía una de mis estudiantes del taller de poesía en este lugar, Alejandra, mediante la analogía conocida del pájaro enjaulado, aduciendo que fue privada de lo más importante que poseía como ser humano, este afuera derruido en el que ahora nos encontramos. “La libertad es un sueño de verdad”, me dice Berenice, otra mujer de 39 años, presa desde hace 15 años.
Y los que estamos de este lado no solemos pensar qué ocurre en las cárceles de nuestras sociedades violentas, porque a pesar de los crímenes que hayan cometido los sujetos ahí recluidos, no es plausible que vivan hacinados, consumiendo comida de calidad dudosa, sin respeto a sus procesos jurídicos y a merced de abusos de jueces, policías y custodios.
Entonces, en el apotegma “el infierno son losdemás” de Sartre subyace la incapacidad del sujeto moderno y posmoderno de ir hacia su semejante, de pensar en el Otro desconocido y múltiple con el que compartimos el entorno natural y social, ambos en debacle por hacer del individualismo la meca de la cultura occidental.
Mi propuesta sería practicar una ecología de la convivencia, no solo siguiendo las recomendaciones repetidas por los ecologistas hacia el afuera, sino revisando las prácticas micropolíticas y microsociales de cada uno de nosotros, para ver si no estamos siendo déspotas con nuestro entorno mismo si solo vivimos para saciarnos nosotros o a nuestro pequeño entorno familiar, a veces ni siquiera para él, conviviendo sin mirarnos, pasando por encima del otro si es necesario, en el autobús, en el trabajo, en la vida, para alcanzar fines mezquinos, autocomplacientes, efímeros y radicalmente injustos.
Y esto también nos incumbe a nosotros los creadores que no formamos un núcleo menos voraz que la sociedad en general. No debemos multiplicar la sinrazón de la injusticia, la corrupción y el desinterés por el Otro conocido o ausente. Hay un afuera que se consume por la negligencia de nuestra especie, una serie de libertades extinguidas, sujetos recluidos en pésimas condiciones físicas y humanas y un ejército de personas preocupadas por consumir y autocomplacerse mientras miran su parpadeante teléfono celular la mayor parte del día. Qué haremos los creadores al respecto, cómo colaboraremos en impulsar una ética de la convivencia social, de la solidaridad fáctica, no solo en palabras, son algunas de las preguntas que dejo en la mesa.
[Tomado del periódico Acracia # 59, Valdivia, octubre 2016. Numero completo accesible en https://periodicoacracia.files.wordpress.com/2016/10/acracia59-online.pdf.]
El periodista argentino Martín Caparrós acusaba a nuestra generación de estar obsesionados con la ecología y la revolución verde, el andar en bici, los huertos urbanos, etc. a lo cual le interpelé que su generación no logró cambiar la injusta redistribución de los recursos ni concretar una revolución social coherente, representativa e incluyente por lo que no es de extrañar que muchos de mi generación optaran por afincarse en la lucha por los recursos naturales y otras acciones sociales menos beligerantes que las anteriores.
En medio de todo este espasmo, el sujeto individualista que nos heredó la revolución industrial y el capitalismo, infatuado de sí, queriendo comprar cosas que le den placer inmediato o satisfagan sus necesidades creadas, mirando el brillo de las pantallas electrónicas sin importar que del otro lado esté, en carne y hueso, otro ser humano, como esas parejas que salen a bares o restaurantes pero no se miran, porque miran a su celular. Asolados por la violencia, la pobreza, el crimen, la flexibilidad laboral o el desempleo, en pleno declive de la antes llamada clase media; el sujeto puede ser privado de su libertad como en el libro _A puerta cerrada_ y no solo de la libertad de poder vivir en un entorno promisorio, natural y justo, sino, en efecto, privado de su derecho de circular en el afuera social.
En Acapulco, hay al menos 2200 personas en el Centro Regional de Readaptación Social (CERESO) de los cuales la mayoría no recibe visitas. Me lo decía una de mis estudiantes del taller de poesía en este lugar, Alejandra, mediante la analogía conocida del pájaro enjaulado, aduciendo que fue privada de lo más importante que poseía como ser humano, este afuera derruido en el que ahora nos encontramos. “La libertad es un sueño de verdad”, me dice Berenice, otra mujer de 39 años, presa desde hace 15 años.
Y los que estamos de este lado no solemos pensar qué ocurre en las cárceles de nuestras sociedades violentas, porque a pesar de los crímenes que hayan cometido los sujetos ahí recluidos, no es plausible que vivan hacinados, consumiendo comida de calidad dudosa, sin respeto a sus procesos jurídicos y a merced de abusos de jueces, policías y custodios.
Entonces, en el apotegma “el infierno son losdemás” de Sartre subyace la incapacidad del sujeto moderno y posmoderno de ir hacia su semejante, de pensar en el Otro desconocido y múltiple con el que compartimos el entorno natural y social, ambos en debacle por hacer del individualismo la meca de la cultura occidental.
Mi propuesta sería practicar una ecología de la convivencia, no solo siguiendo las recomendaciones repetidas por los ecologistas hacia el afuera, sino revisando las prácticas micropolíticas y microsociales de cada uno de nosotros, para ver si no estamos siendo déspotas con nuestro entorno mismo si solo vivimos para saciarnos nosotros o a nuestro pequeño entorno familiar, a veces ni siquiera para él, conviviendo sin mirarnos, pasando por encima del otro si es necesario, en el autobús, en el trabajo, en la vida, para alcanzar fines mezquinos, autocomplacientes, efímeros y radicalmente injustos.
Y esto también nos incumbe a nosotros los creadores que no formamos un núcleo menos voraz que la sociedad en general. No debemos multiplicar la sinrazón de la injusticia, la corrupción y el desinterés por el Otro conocido o ausente. Hay un afuera que se consume por la negligencia de nuestra especie, una serie de libertades extinguidas, sujetos recluidos en pésimas condiciones físicas y humanas y un ejército de personas preocupadas por consumir y autocomplacerse mientras miran su parpadeante teléfono celular la mayor parte del día. Qué haremos los creadores al respecto, cómo colaboraremos en impulsar una ética de la convivencia social, de la solidaridad fáctica, no solo en palabras, son algunas de las preguntas que dejo en la mesa.
[Tomado del periódico Acracia # 59, Valdivia, octubre 2016. Numero completo accesible en https://periodicoacracia.files.wordpress.com/2016/10/acracia59-online.pdf.]
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