Ángel Lombardi
No hay una palabra más trillada y manoseada que la de “pueblo”. En nombre del pueblo, del “soberano”, los políticos que dicen ser sus representantes terminan haciendo lo que les da la gana, y en última instancia, atentando contra ese mismo pueblo del que son deudores. En el caso venezolano la relación pueblo-poder está vaciada y viciada. Artificialmente es una construcción que descansa en un imaginario que se nutre de una retórica pomposa bajo el son de los tambores de guerra.
No hay una palabra más trillada y manoseada que la de “pueblo”. En nombre del pueblo, del “soberano”, los políticos que dicen ser sus representantes terminan haciendo lo que les da la gana, y en última instancia, atentando contra ese mismo pueblo del que son deudores. En el caso venezolano la relación pueblo-poder está vaciada y viciada. Artificialmente es una construcción que descansa en un imaginario que se nutre de una retórica pomposa bajo el son de los tambores de guerra.
Desde el “Gloria al Bravo Pueblo” hasta el “Corazón de la Patria” asistimos a un ceremonial funerario del concepto de pueblo. Este aniquilamiento soterrado sólo persigue enamorar a unas multitudes desvencijadas y anónimas, que conducidas como borregos y alentadas con nimias prebendas hacen bulto como comparsas de políticos de medio pelo. El populismo latinoamericano ya es una escuela del comportamiento de una ciencia política del subdesarrollo. El pueblo, mientras más pobre, más imbécil será. Lógica ésta que el actual régimen ha perseguido sin disimulos de ningún tipo. Hoy, los educadores del país son una especie en extinción, muchos abandonan una profesión ridículamente remunerada y sin los adecuados estímulos para mantenerse en ella. El pueblo ya no va a las escuelas porque ni siquiera tiene como alimentarse adecuadamente, lo cual incide en una de las más altas cotas de deserción escolar que hoy existen en América Latina. Otro caso más, de “pueblo” estafado.
Pueblo “somos todos”, y nuestras constituciones de plastilina le otorgan un protagonismo que los políticos de turno utilizan en forma de simulacro, como operación de encubrimiento, como manto de una legitimidad cuya textura hace aguas por todos los costados. El pueblo, protagonista y víctima a la vez, de una política primitiva por su obcecado tribalismo, está condenado a vivir burlado en el océano de las mentiras. Nuestros políticos, casi todos, viven en campaña porque saben que sin ese proselitismo no son nada ni nadie. En el epicentro de sus actos se encuentra el pueblo al que exaltan, manipulan y mienten. Llegado a un pueblo el político de profesión ofrece construir un puente, más le advierten que no hay río, en vez de retractarse, lo que hizo fue prometer la aparición del caudal de las aguas como si se tratara del mismísimo Dios. Esto no es ficción. Hay una película que no tiene desperdicio en retratar todas las miserias de nuestra política y políticos como estafa al pueblo: “La Ley de Herodes”, (1999), del mejicano, Luis Estrada.
En Venezuela, donde la política se ha vuelto demencial y las instituciones derogadas, el árbitro de la conflictividad social son los militares porque con su poder de fuego reprime y disuade a la rebelión popular cívica cuyos derroteros nadie puede pronosticar. El régimen dice contar con el pueblo; a su vez, los opositores, también. El pueblo en realidad es número, demografía, e históricamente su participación en los procesos termina siendo decisiva. Si bien la MUD, por estos días parece contar con el favor del pueblo mayoritario, también demuestra una incapacidad para interpretar sus deseos emancipatorios más allá de los eventos electorales. En el nombre del pueblo nos hacen falta políticos históricos que sepan interpretar sus designios sin traicionarles.
[Tomado de http://www.biendateao.com/angel-lombardi-boscan-en-nombre-del-pueblo.]
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