Humberto Decarli
El estado
del país es extremadamente grave. En cualquier aspecto a analizar encontraremos
un nivel precario porque el modelo político, económico y social ha llevado a
despilfarrar una ingente entrada de divisas como quizá ninguna nación lo haya
hecho y además, haya pasado por esta ordalía. Lo vivido en Venezuela es
una distopía porque se trata de una pesadilla confundida con la realidad.
La
solución a esta enorme aberración pasa por refundar al país pero no con un
proceso constituyente lampedusiano que maquille al poder ni por la obra y
gracia de una élite iluminada capaz de ejercer actos de ingeniería social ni
milenarismo alguno. Debe ser un mecanismo destituyente producto de un grado
inmenso de madurez de la sociedad para alcanzar opciones distintas a las
existentes.
Pudiese
haber reformas en el plano económico, financiero, social y cultural que de
alguna manera alcanzasen algún progreso en esos tópicos. Sin embargo, hay una
apreciación a mi modo de ver fundamental para cualquier transformación
aspirada. Me refiero a las prácticas sociales del venezolano generadoras de
subjetividades y una simbología acumuladas a través de nuestra historia y
modelada e interferida por la dominación a través de sus dispositivos
disciplinarios y mejor aún, por los de control como el diseñado por los medios,
el lenguaje y el pensamiento.
Los
valores venezolanos rayan en la abyección. La mentalidad es propia de un devenir difícil y
complicado. Si se estima lo expresado por Inés Quintero en un libro
suyo, “Más allá de la guerra”, podemos percibir el desastre con el cual
nació el país porque su relato va a desenmarañar el surgimiento de la nación
desde el ángulo civil, vale decir, lo ocurrido en las universidades, las
iglesias, los tribunales y todos los aspectos de la sociedad colonial recién
secesionada de España. Si a ello le aunamos el ejercicio autoritario
emergido de los militares dueños de Venezuela cobrando por sus servicios
bélicos durante los años que van desde 1810 hasta 1830, la senda dibujada no
es otra que la que estamos viviendo.
Lo
acontecido a partir de la disolución de Colombia y durante los siglos
diecinueve, veinte y los pocos años del veintiuno, inciden en ratificar ese
estado iniciático e incluso lo incrementan exponencialmente. Se ha consolidado
toda una subjetividad partiendo de principios congestionados por el tiempo cuya
resultante es la dramática y lamentable visión dominante. Va muchísimo más allá
que el determinismo congénito del cual hablaba Francisco Herrera Luque (La
huella perenne), para explicar la postura del venezolano quien la
ubicaba en rasgos sociopáticos dejados por los andaluces y extremeños, quienes
legaron su impronta de belicismo y pillaje en la futura organización colonial
hispana.
Paradigmas del venezolano
Pienso en
describir a la mentalidad venezolana, más allá de los concursos de bellezas, la
identidad culinaria alrededor del pabellón, la hallaca y la arepa, la alegría
caribeña, la afición desmedida por el deporte convirtiendo a la gente en
analistas teniendo conocimientos precisos del staff de picheo del Magallanes
y el line up del Caracas pero nadie sabe nada de petróleo porque
es para especialistas, el empleo del alcohol como instrumento de vinculación y
de adicción pública, de reafirmarse como el “mejor país del mundo”, del Alma
Llanera, del mito de la igualdad racial y del país rico. Prefiero hacer
algunas precisiones que la definan transversal y longitudinalmente.
Realmente
predomina el racismo, el mito del país rico, la misoginia, la homofobia, el
mesianismo, el resentimiento, el individualismo, el caudillismo y mesianismo,
el militarismo, la creencia en una democracia chucuta, la religiosidad típica,
la simbología del juan bimba al malandro, el neolenguaje, el machismo, la
misoginia, la homofobia y las falsedades de la historia.
El racismo
Una de
las creencias más incisivas en el imaginario popular es sostener la
inexistencia de discriminación fundada en el racismo. Es una idea bien
internalizada pero que no resiste el más elemental análisis. Se piensa en que
los conquistadores andaluces y extremeños al entrar en contacto sexual con las
aborígenes pudieron procrear un mestizaje apto para hacer sentir la igualdad
étnica, omitiendo la violencia empleada para someter a las autóctonas. Fue
verdaderamente una violación en gran escala la cometida por estos europeos bien
sincréticos en sus costumbres y creencias pero con una gran carga de violencia
y autoritarismo.
La
respuesta inicial para entender al racismo criollo se encuentra en nuestra
génesis como sociedad. La etnia triunfadora del proceso de conquista, colonia y
de secesión del imperio español fue la blanca europea y sus descendientes
criollos, cuyos rasgos de racismo eran indubitables. A partir de esa victoria
que llevó a los mantuanos a la dominación de la sociedad venezolana se
introyectó un esquema racista en las élites y fue desbordadas hacia todos los
estratos sociales. El texto de Ligia Montañez, “El racismo oculto de
una sociedad no racista”, es esclarecedor al respecto y hay un enfoque
certero sobre este tema. También allí se aborda la categoría del endorracismo
como elemento diáfano del racismo nacional.
Como la
conquista, por su violencia sexual, originó cruce con aborígenes y después con
los esclavos africanos, se dio el caso de los prejuicios trasladados hacia
otros estamentos no europeos ni mantuanos. Se orientaron, desde los mestizos y
pardos, a reivindicar los valores europeos y no los africanos, muy común en
nuestra época donde un mulato puede despreciar a una persona de tez más oscura
o de rasgos fenotípicos más africanos en el ejercicio más común de
endorracismo.
El
pardaje pudo escalar durante la colonia y luego del 19 de abril de 1810 debido
a tener acceso a ciertos aspectos del poder debido a la Real Cédula Gracias
al Sacar donde este estamento podía alcanzar ciertos privilegios exclusivos
de los blancos criollos o peninsulares. Resulta que la corona española, para
frenar al desbordamiento de los mantuanos y percibir recursos financieros por
esta vía, permitía incluso la adquisición monetaria de títulos nobiliarios. El
texto de “Los pardos. Postrimerías de la sociedad colonial”, de Diana
Sosa Cárdenas, es diáfano al respecto con una investigación seria de este
segmento social.
Expresiones
peyorativas hacia el aborigen y el africano, chistes de mal gustos y una
sintaxis subrepticia destinados a despreciarlos por intermedio de un lenguaje
elíptico. Es la manera de ser donde no se dicen las cosas frontalmente sino se
deslizan pero el efecto es el mismo. El comunicador Humberto Jaimes Quero,
en su obra “Mejorando la raza”, narra todas las exclusiones
fundamentadas en el fenotipo como por ejemplo en la televisión, el modelaje y
en los concursos de bellezas, en los restaurantes, los bares y en general, el
rechazo hacia todo lo que tenga el olor a africanidad.
La
premiada película “Pelo Malo” dirigida por Mariana Rondón,
también trata directamente los efluvios del racismo en un sector popular
caraqueño combinado con la homofobia y conductas tipo lumpen. Es una fotografía
exacta de los prejuicios acendrados en el venezolano.
La
publicidad está directamente al servicio del desprecio hacia la tez oscura o el
predominio del fenotipo como diferenciador. La keratina ha uniformado el pelo,
liso por supuesto, de las mujeres; el color del cabello es cada vez más claro;
las operaciones de la fisonomía son muy utilizadas para hacer las facciones más
agudas; los hombres y las mujeres promovidos en las imágenes son
ostensiblemente europeos y occidentales; y así sucesivamente para dar un
apuntalamiento de la mediación recibida por cada persona de los símbolos y las
enseñanzas públicas y familiares excluyentes. El eurocentrismo es una
expresión palpable de toda esta enseñanza prejuiciada.
En fin,
es un racismo distinto al anglosajón el cual es brutal y directo pero
igualmente terrible y que aún en el sur de los Estados Unidos se halla
presente en términos pedestres. No obstante, el racismo es una realidad en
Venezuela y no es accidental que mientras más melanina tenga una persona en
su cuerpo y una fisonomía y pelo cercanos al afrovenezolano se encuentre
presente en las zonas donde la exclusión social está vigente, en las cárceles y
en los trabajos peor remunerados.
El mito del país rico
Uno de
los principios cohesionantes del venezolano ha sido el de pensar que vive en un
país rico. Una de las creencias recurrentes de la gente en Venezuela es
la de idealizar ser una nación poderosa, promovida por el chavismo como
potencia. Ha sido uno de los múltiples mitos arraigados en nuestra mente así
como el de la supuesta existencia de una democracia política y no social, ser
un país no racista así como el del igualitarismo y la ilusión de ser un
receptáculo de dinero por la renta petrolera.
Partiendo
de la premisa de la aseveración cursi del almirante Colón al servicio de
la corona española, de entrar a una “tierra de gracia”, se regocija la
gente con semejante expresión dando a entender haber surcado los mares para
encontrar a un paraíso.
Terminando
el siglo dieciocho Venezuela se convirtió en un formidable exportador de
añil, tabaco y cacao hacia el Caribe y México, transformándonos
en una Capitanía General próspera. Esta etapa de activación se vio
truncada por la guerra de separación de la metrópoli colonial cuyo devenir fue
extremadamente violento y destructivo.
Pero a
todo evento, la primera bonanza económica nacional fue la del café y el cacao
al finalizar la primera guerra mundial porque los precios de esos productos
agrícolas se fueron a las nubes por la destrucción terrible de la confrontación
de las trincheras. Así lo acota Carlos Irazábal en ese extraordinario
libro “Hacia la democracia”. Sin embargo, el benemérito y sus
acólitos se encargaron de esfumarla en pocos años.
Al final
de los años veinte emerge el petróleo como valor de exportación y se produce
una entrada considerable de divisas. También Gómez hizo lo mismo con ese
excedente financiero y fue aprovechado por los círculos del dictador.
El
imaginario se ha formado consecuencia del valor del crudo, incrementado a
partir del embargo petrolero árabe del año 1973 que ha sugerido una riqueza
ingente posteriormente apuntalada por la coyuntura del inicio del segundo
milenio signada por la escasez de los hidrocarburos y la actual por la debacle
de los precios debido a diferentes causas.
Sin
embargo, detrás de esa imagen de bonanza subyace un universo distinto. Las
cifras del P.I.B., por elevadas que sean, no representan per se
unos dígitos impresionantes porque muchísimas trasnacionales generan bienes y
servicios más altos que muchos Estados nacionales, entre ellos el
nuestro. Asimismo el Estado venezolano ha percibido esos descomunales
recursos y los ha dispuesto a discreción en consonancia con las directrices
impuestas desde el exterior por los ejes del orbe. De la misma manera, la
desigualdad social es imponente a pesar de haberse reducido durante la bondad
fiscal chavista por su efecto maquillador y cayó el coeficiente de Gini,
herramienta metodológica para medir la iniquidad. Empero, a partir de la
caída del precio petrolero se vino abajo esa tendencia y estamos volviendo a
los niveles de pobreza anteriores al año 2000 e incumpliendo las metas del
milenio.
Para
definir si un país es rico no basta con observar el conjunto de bienes y servicios
producidos en un segmento temporal. Tampoco si las divisas recibidas son muchas
o pocas ni del ingreso per cápita, otro elemento ilusorio. Los números
macroeconómicos muestran cifras genéricas sin significación alguna a los
efectos de expresar el nivel de vida de las personas. Quizá algo
medianamente aproximado sería el Índice de Desarrollo Humano porque incorpora
factores distintos a los económicos, vale decir, toma en consideración el
acceso a la salud, la educación y los servicios.
Dentro
del flujo informativo contemporáneo nos llegan datos impresionantes como el de
que en Chile un veinte por ciento de la población tiene el nivel de Bélgica
pero el ochenta por ciento el de Angola y acaba de ascender el cobre
hasta el cincuenta por ciento de las exportaciones australes, significando
un retroceso del esfuerzo diversificador de la economía. También está la
noticia de ser Grecia el cuarto importador de armas en el mundo (para
resguardarse presuntamente de su enemigo histórico, Turquía),
concomitante a su grave crisis cuya salida la resuelven los interventores y los
gobernantes de turno colocando el peso del sacrificio en las grandes mayorías.
Son ejemplos que manifiestan el desnudo de realidades encubiertas.
Realmente
la riqueza de un país se encuentra en el nivel y la calidad de vida de sus
hombres y mujeres. Si
tienen posibilidad de solucionar las necesidades básicas y más allá, podríamos
aseverar su riqueza. Si no se cubren esos requerimientos estaríamos en
presencia de seres humanos en o bajo el umbral de la pobreza. El África
subsahariana es el paradigma de la inopia y América Latina, Asia y
sectores europeos y africanos son militantes de la pobreza.
En el
caso venezolano es fácil la definición de nuestra situación. El salario mínimo,
percibido por la mayoría de la población activa, es inferior a la canasta
básica y la cesta alimentaria, la inflación es elevada, los impuestos son
regresivos, la salud pública es harto deficiente, el déficit de vivienda es
alarmante porque supera los dos millones y medio y la educación es realmente
precaria. La resultante es que somos una nación ostensible y evidentemente
pobre a contrapelo de la falacia establecida.
Creencias
Hay la
tendencia a sostener que debido a la Guerra Federal y a la manera de ser
caribeña, el venezolano no es muy religioso. Ciertamente no es fundamentalista
pero detrás de esa aparente displicencia frente a devociones existe un sustrato
de mucha creencia.
La
fallecida antropóloga Michelle Asencio analizó este punto en un libro
intitulado “De que vuelan vuelan”, donde preconiza con pruebas la
orientación venezolanista a creer mucho y a ejercer el culto privadamente. No
hay rigidez en su postura porque hay bastante sincretismo religioso dado que
los conquistadores hispánicos venían con creencias mezcladas del catolicismo
con el islam debido a que Andalucía había sido ocupada por más de ocho
siglos por los omeyas musulmanes.
De la
misma manera esta autora expresa la existencia de dos catolicismos, uno oficial
y el otro popular. El primero se corresponde con la jerarquía eclesiástica y el
orden del Vaticano; el otro es la simbiosis de creencias paganas y
africanas con los principios católicos. José Gregorio Hernández está
seguido como referencia por el pueblo en el contexto de creencias mixtas y por
tal motivo difícilmente pueda ser canonizado.
El culto
de María Lionza es otra muestra de la religiosidad nacional y Pérez
Jiménez en algún momento pensó en declararlo como oficial. Mas a la gente
no le gusta mucho hacer pública su fe religiosa pero en privado la realizan de
la manera más activa.
El militarismo
Simón
Bolívar acertó
cuando en la Carta de Jamaica manifestó que Venezuela era un
cuartel. A pesar de haber transcurrido tanto tiempo de su publicación, la
historia nacional ha confirmado y consolidado la tendencia a la militarización
de la sociedad venezolana. Al uniformado se le aprecia como un salvador por
la simbología de la fuerza inherente a su condición.
Tiene
lógica y coherencia pensar en el agente de la violencia del Estado como
referencia de ordenador y líder de la conducción del país. Es un lugar común
del chavismo y sus continuadores, la afirmación apresurada de que el actual
cuerpo armado nacional es el heredero del ejército de
la independencia. Se trata de una consigna más para intentar
establecer una línea coherente para identificar a una fuerza que alcanzó la
secesión de España con la actual. Se corresponde con las tesis
historiográficas tradicionales capaces de haber creado un imaginario popular
con mitos recurrentes. Es la reescritura de la historia identificándonos con
el pasado glorificado porque sencillamente no hay presente ni futuro.
La tesis
de Laureano Vallenilla Lanz, el gendarme necesario concretada en su obra
“El cesarismo democrático”, es una propuesta para entender y
justificar el requerimiento de una mano fuerte y para ello indaga en las
fuentes de la historia nacional. Es la manera de racionalizar y justificar
el alma rígida para el devenir venezolano. No obstante ser una tesis creada a
la luz del positivismo y ser muy reaccionaria, se estima haber aportado una
investigación seria ante la fuerza abusiva como instrumento de gobernabilidad
para pueblos inmaduros, a su juicio, como el venezolano.
Juan
Vicente Gómez, según
el profesor Ángel Ziems, en su obra “El Gomecismo y la formación del
ejército nacional”, es el fundador de una fuerza militar de carácter
nacional cuando trajo al chileno de formación prusiana Samuel McGill
quien con su experiencia creó un aparato para darle condición organizativa al
cuerpo armado del Estado. Es la tesis más seria y con base para
explicar la génesis del ejército venezolano actual.
El
caudillo de La Mulera se encargó de liquidar a todos los líderes regionales
para centralizar el poder y para ello requería poseer unos administradores de
la violencia del Estado respondiendo a esa concentración del hacerse obedecer.
El
benemérito es realmente el creador del Estado venezolano contemporáneo, con una
exagerada centralización, un sistema de impuestos nacionales concentrado y por
supuesto, una entidad militar profesional. Fue un parto duro porque se
plasmaron los rasgos autoritarios típicos de regímenes aplicables en naciones
de escasa institucionalidad aún vigente en el país.
Con las
administraciones postgomecistas, la de Eleazar López Contreras e
Isaías Medina Angarita, el sector castrense tuvo secuencia de su espacio
asignado dentro del poder en Venezuela. Con el derrocamiento de Medina
se consolidó una suerte de logia militar donde coexistieron en el trienio 45-48
con los adecos y después de la efímera gestión de Rómulo Gallegos,
volvieron por sus fueros y dominaron hasta el año de 1958 cuando se produjo la
defenestración de Marcos Pérez Jiménez. La mal llamada revolución del 45
fue una praxis de la recurrente unión cívico militar porque políticos se
aliaron con los uniformados en una experiencia golpista encabezada por Rómulo
Betancourt.
Es
importante hacer notar que la salida del dictador de Michelena no fue
producto de una insurrección popular sino de una división de las fuerzas
armadas por la ineficacia del gobierno en el tratamiento de una crisis
económica que no permitía a los empresarios descontar a en el exterior los
bonos de la república. Igualmente una sostenida represión llevada a cabo por el
organismo represivo, la Seguridad Nacional, contribuyó a resquebrajar
más aún al gobierno.
La Junta
de gobierno después del mutis del dictador fue encabezada por un antiguo
militar funcionario del anterior régimen (el de mayor antigüedad, Wolfgang
Larrazábal, y entre sus miembros se encontraban dos oficiales
perezjimenistas, Romero Villarte y el “Turco” Casanova, excluidos
a posteriori y reemplazados por el empresario Eugenio Mendoza y
un allegado suyo, Blas Lamberti. No había militantes de los partidos
políticos de la resistencia, de la Junta Patriótica ni del movimiento popular.
El modelo
populista surgido en 1959 tuvo como uno de los factores de poder a los
administradores de la violencia del Estado. El puntofijismo cumplió dos
etapas en su tratamiento con el sector castrense. Al inicio Rómulo
Betancourt tomó conciencia de la fuerza golpista de las fuerzas armadas
porque de alguna manera estaba intacta desde la anterior gestión. Hubo que
lidiar con las insurrecciones de Castro León y el Barcelonazo, de
derecha, y las aventuras militaristas de la izquierda en Carúpano y Puerto Cabello.
No
obstante, al provocar al partido comunista y al MIR, y derrotarlos en la
guerra y en la política, logró galvanizar a los uniformados tras de sí porque
eran formados en el anticomunismo de las milicias latinoamericanas en el
contexto de la Guerra Fría.
Empero,
al finalizar la insurgencia guerrillera se apeló a la Comisión de Defensa
del senado para manejar los ascensos de los altos cuadros y a la
corrupción, en el entorno de la bonanza petrolera de 1973 y 1978, como
mecanismos para mantenerlos tranquilos. Pero al caer el precio del crudo en
1984 se efectuó la primera falla del esquema clientelar, la devaluación del
signo monetario nacional y comenzó el ruido de sables culminado con las dos
tentativas del año 1992 amén de un extraño movimiento de tanques en el gobierno
de Lusinchi.
Con el
triunfo electoral de Hugo Chávez se instaló en Miraflores el
esquema de mayor presencia militar en la conducción del Estado en
nuestra historia. Los anteriores gobiernos dictatoriales requerían de
liderazgo civil y profesional que los acompañara para edulcorar la imagen.
Ahora no era necesario porque la fuerza armada es el principal factor de poder,
es el sustento de un Estado policial y totalitario.
Es una
neodictadura caracterizada por una dudosa legitimidad de origen pero sostenida
por las innumerables elecciones
donde el ventajismo y la exclusión son los rasgos predominantes. Mas
el desempeño del régimen es terriblemente autoritario dirigido por los
militares adicionado a un descomunal armamentismo.
A esa
dirección atrabiliaria hay que aunarle la hegemonía comunicacional del gobierno
donde se combina la censura, el chantaje y la compra de medios de difusión de
masas; el neolenguaje como
dispositivo para impedir la contradicción del relato del poder, el
contradiscurso y la actitud crítica; de la deformación de la historia
venezolana con una interpretación donde se combina la escuela romántica con la
marxista donde la épica fue el signo determinante, se ha conformado la
plataforma narrada y descrita por George Orwell en
“1984”, con los Winston Smith y el Big Brother que nos observa desde el más
allá.
El caudillismo-mesianismo
Uno de
los rasgos bien definidos por las prácticas sociales venezolanas es el
caudillismo y el mesianismo. Siempre se ha esperado, ante la ausencia de una
cultura de participación, que un dirigente venga a resolver los problemas
existentes. Y si es uniformado es mejor dada la mentalidad autoritaria formada.
Incluso, sectores de la oposición hablan de falta de bolas en las fuerzas
armadas y ausencia de coraje de quienes adversan al régimen.
El
clientelismo político ha habituado a la población a sentirse inerme y a la
necesidad de un tutelaje por parte del Estado. Y éste es representado por un
líder capaz de decidir soluciones a los hombres y las mujeres quienes lo
esperan y reciben como el mesías esperado por los judíos.
Venezuela en su devenir histórico siempre
fue presa de caudillos: Simón Bolívar, José Tomás Boves, José Antonio Páez,
Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Rómulo Betancourt,
Rafael Caldera y Hugo Chávez, conforman una lista enunciativa del
personaje en el plano político con capacidades infinitas y con facultad para
decidirlo todo.
Esa
caracterización se extrapola a todos los tópicos y niveles del quehacer humano.
Los museos, las federaciones deportivas y el comité olímpico, las alcaldías,
las gobernaciones, los partidos políticos, los clubes privados, los sindicatos,
las entidades empresariales, los gremios y en general, todas las fuentes de
liderazgos, están coloreadas de la permanencia indefinida de un dirigente en la
cúpula de la estructura organizativa con poder absoluto y la anuencia de sus
representados.
La
aversión hacia lo femenino es proverbial en el país, encubierto en una falsa
galantería partiendo de la premisa del sexto débil significado por la mujer
para hacerle algunas concesiones aparentes para esconder el rechazo de ese
género. Hacerla sentir como privilegiadas objeto de una reverencia, pagarle las
invitaciones a restaurante, tiendas, discotecas y bares y concretarlas como
requeridas de un tutelaje masculina, son entre muchas, los efluvios del
machismo en todo su apogeo.
La imagen
de la mujer se reduce a ser una ama de casa aunque hay indubitablemente mayor
participación en la vida activa y pública por razones de necesidad económica.
Ser una buena y sumisa esposa y ordenar el hogar hacia lo interno, ayudar a los
hijos menores y adolescentes en su transitar, gestionar los asuntos propios de
la casa y ser receptáculo de los contenidos de la televisión.
Asimismo,
la publicidad, al igual que su caracterización racista, nos presenta a las
féminas como un ente complementario de lo masculino. Y para colmo los concursos
de belleza minimizan a la mujer a unas medidas corporales y actividades de
modelaje porque además constituyen un negocio cuya mercancía son las caras, los
cuerpos, los ojos, el cabello y demás atributos visuales y físicos de las
mujeres. Las declaraciones de las misses rayan en lo absurdo cuando una de
ellas dijo ser seguidora de la música de Shakespeare, otra manifestó que
Pinochet era un hombre de un gran corazón y la guinda de la torta fue
quien señaló que el plato nacional era “ropa vieja”, amén del decir de
todas en gustarle la música clásica y ser lectora de Doña Bárbara.
En fin,
la mujer es circunscrita a ser un “culo”, término empleado coloquialmente para
precisar a una de gran apariencia externa. Gisela Kosak en su obra “Ni
tan chévere ni tan iguales” emplea un discurso explicativo para determinar
el alcance nacional de la condición femenina. Es el desprecio hacia la
mujer.
El
patriarcado es la guía autóctona para hacer tangible el orden social. La
irresponsabilidad paterna es ingente y la mujer debe cumplir todos los roles
dentro del hogar. La relación de poder se cumple en todas las instancias,
etnias y clases sociales donde el macho es quien domina. Y la mujer es
conducida a reproducir, en el mejor de los casos, los vínculos de dominación a
través de su presencia en cargos de relevancia en todos los planos, incluyendo
a las conocidas malandras dentro del lumpen.
El resentimiento
La
sempiterna desigualdad social generada por una estratificación pétrea desde el
orden colonial continuado con el de la separación del imperio español y a
través de toda la historia como nación, ha engendrado un pérfido resentimiento
negador del principio democrático de luchas y movilizaciones para equilibrar la
justa producción de bienes y servicios. Se trata del resentimiento, un móvil
terrible fundado en la envidia hacia los demás para estimular sentimientos retaliativos
muchas veces en contra de quienes no tienen responsabilidad de estas
iniquidades.
El uso de
la expresión típica de la Guerra Fderal, cuando se llegue a Caracas hay que
matar a los ricos, los blancos y los que sepan leer y escribir, es la patética
idea de la venganza indiscriminada de las hordas manejadas por reales oligarcas
cuya finalidad era el desalojo de quienes detentan el poder para reemplazarlos
por otros con una misma idea de opresión.
Los
adecos asumieron la reacción justiciera de esas grandes masas preteridas para
utilizarlas en designios similares, vale decir, en volver al ejercicio del
poder pero en otras manos. El pueblo, esa invención del poder como lo
llamaron desde la revolución francesa, era usado para extorsionar cualquier
posición como el fascismo y el nazismo los realizó. Las bandas armadas
adecas o los cabilleros de los sindicatos, fueron el instrumento para hacer
tangible tal proceder. Desde el sabotaje al mitin de Caldera en el Nuevo
Circo hasta la supresión de las elecciones de los sindicatos para imponer a
la claque de la C.T.V. cuyo objeto era contener las luchas sociales
en beneficio de la cúpula gobernante de turno.
Los
chavistas perfeccionaron magistralmente el anterior modus operandi.
Crearon, con formación en Cuba, paramilitares que llamaron colectivos con una
teleología clara: disciplinar a la gente como en la mayor de las Antillas lo
cumplen los Comités de Defensa de la Revolución (C.D.R.), para imponer el
pensamiento único. Es una suerte de tonton macoutes en el país y se
han hecho sentir asesinando, torturando y coaccionando a las personas al
acatamiento de las políticas oficiales.
Este
perverso sentimiento ha sido organizado y dirigido desde la cima opresiva para
garantizar la legitimación de quienes están situados en el pináculo de la
estructura dominante. Se expresaba, por ejemplo, cuando el presidente Chávez
aseveraba que ser rico es malo pero estaba vestido como un creso, con trajes,
corbatas y relojes de firma. Era la ambivalencia con la cual se expresa la
moral nacional: la del doble rasero.
La jerga cuasidelincuencial
En los
últimos años se ha desarrollado un lenguaje sui géneris en nuestra
nación. Se trata de una jerga empleada por los pranes y malandros en general
que aparenta estar a la moda pero refleja una limitación intelectiva
ostensible. Usan palabras manoseadas y combinadas con una semántica específica
para incentivar la comunicación.
Altos
políticos como el presidente de la Asamblea Nacional usa el término “rayado”
para denotar desprestigiado o descalificado y estar así a tono con un habla
presuntamente popular. Se usa la expresión “care’tabla” por cínico; “palos”
por millones, se concluye o finaliza una conversación con “dele”; y así
sucesivamente. Estas limitaciones lexicológicas no son casuales sino
responden a todo un plan cuya teleología es confinar al pensamiento en niveles
básicos.
Una
educación pública como la nuestra, la cual aparenta ser incluyente por el
abordaje irresponsable del cupo hasta la saciedad en las universidades, con una
calidad paupérrima es diáfana. Se mueven los niveles sin la debida evaluación
para permitir graduaciones fáciles y sin importar la formación profesional de
esos estudiantes.
La
intención es clara: se busca cumplir con el acceso a los institutos educativos
prescindiendo de la más mínima valoración. El venezolano sigue pensando, siguiendo la
tradicional hidalguía hispánica, que la instrucción pública o privada va a
permitir movilidad social, lo cual está en desplome al nivel mundial. Y para
ello tratan de que sus descendientes puedan estudiar para ser desempleados o
asalariados miserables, con la consiguiente fuga de cerebros por evitar la
frustración de no tener oportunidades de ejercicio de su profesión.
Esa
instrucción mediocre, al igual que el empleo de lenguaje en boga, es garantía
de no poder elaborar una sintaxis capaz de elaborar un discurso crítico o
contradiscurso que confronte el relato del poder. De esa manera se aplica el
control del poder sobre los hombres y las mujeres de una manera eficaz sin
necesidad de coerción. La distopía de Orwell, 1984, se refleja claramente en la
realidad venezolana como acertadamente lo preconiza Giuseppe Graterol
Stefanelli en el texto la “Neolengua del poder en Venezuela” en uno
de los ensayos insertos en esa publicación.
La idea
es construir unos seres humanos eunucos para ser domesticados por la ideología
del pensamiento único. Para tal fin cuentan con una educación deficiente, un
lenguaje vulgarizado y minimizado y una actitud conformista producto de la
intimidación y aceptación acrítica de la realidad.
La
trayectoria del hombre de a pie en Venezuela se ha desplazado. Así
como el peronismo utilizó a los descamisados como materia prima de su
vocinglería populista, en nuestro país se estimuló al pobre en situación de
indefensión como un ente necesitado de tutelaje y protección.
Tiene
absoluta razón el psicólogo social Axel Capriles cuando sostiene que el
arquetipo del venezolano actual es un malandro como antes lo fue el juan
bimba, suerte de campesino alpargatudo inerme cuyo destino era esperar la
tutela y ayuda del Estado para subsistir. El lumpen en todas sus
expresiones es la imagen dominante porque efectivamente el país está dirigido
por los desclasados, categoría social bien explicada por Carlos Marx cuando los
identificó con el cognomento teutón ‘lumpenproletariat’.
Obviamente
que el símbolo del éxito es ser una persona utilitaria que saca provecho del
cargo o de la posición en beneficio propio. Acompañado de un léxico limitado y
prácticas sociales tradicionales, como la inclinación a reducir todo a una
fiesta regada con el más fino escocés, un apartamento en la playa, el
consumismo, el más lacerante esnobismo y un rastacuerismo sin límites.
El individualismo
Uno de
los estigmas característicos del nacional es la conducta fundada en el interés
individual. Las aspiraciones y anhelos se circunscriben a sus esferas
personales sin mayor sensibilidad hacia lo que las desborde. Si acaso llega a algunos
compromisos con sus familiares y el compadrazgo típico de un gran esfuerzo por
trascender el círculo íntimo.
Juan Rial, en su trabajo “La variable
independiente”, expresa con fundamento en estudios serios la alta
motivación al poder del venezolano frente a un mediocre interés por la
afiliación y un bajísimo telos hacia el logro. El poder estimula al nacional
como método de manipulación; en cambio, su pobre escala hacia la participación
y la ineficacia, lo colorean para enseñar lo que es: un adorador de la
dominación y el individualismo.
El machismo
Esta
postura se remonta a la invasión hispánica a la región suramericana y a la
llegada de Colón a Macuro. Desde la venida de los andaluces se
fue moldeando una visión fundada en el desprecio hacia la mujer y en el énfasis
en el uso de la fuerza para resolver conflictos.
El
machismo es inherente a la formación del venezolano por la misma razón de la
exclusión propuesta por una etnia intolerante como lo fue la española llegada a
estos lugares. Su óptica era patriarcal porque el mismo sincretismo religioso
de cristianismo con el islam aunado a influencia judías y herejes, era ver a la
mujer como una entidad reproductora y nada más.
La homofobia
Uno de
los sentimientos más arraigado en la población es la aversión hacia las
expresiones sexuales alternativas y en especial el odio a la homosexualidad.
Hay una tendencia a excluir a quienes tengan una orientación sexual distinta a
la heterosexualidad. Es una intolerancia hacia las personas con diferentes
opciones sexuales.
El
machismo incorporado por los hispánicos a Venezuela y desarrollados a
través de nuestra historia se manifiesta específicamente en detestar a los
homosexuales a quienes se tiene como unos enfermos o anormales. Algunos,
haciendo una interpretación sesgada de la religión, apelan a la Biblia
para descalificarlos sin entender que este honorable libro a todo evento,
aparte de las bases de fe, contiene elementos históricos con apreciaciones
propias de una determinada cultura en un momento concreto.
En forma
pública se denuesta de los homosexuales como el caso de la gaita de Simón
Díaz con Hugo Blanco y Joselo donde se les somete a chazas
ordinarias y se les descalifica con burlas ostensibles. Incluso el canciller
Maduro en su oportunidad denigró de los dirigentes del partido político Primero
Justicia como “mariconsones” o “mariposones”, aunque
posteriormente se disculpó ante el evidente error de sus opiniones. Igualmente
el diputado Pedro Carreño declaró que Capriles Radonski era un
homosexual. Es común en la gente decir que prefieren tener una “hija puta”
que un “maricón”, en un alarde de desprecio tanto a las trabajadoras
sexuales como a la diversidad sexual.
La
comunidad GLBTI ha realizado luchas para hacer respetar su condición de
sexo diversos aunque muchas de ellas han sido penetrada por el oficialismo en
su afán de dar una imagen de amplitud en el siglo veintiuno. Han llegado a
efectuar la marcha del orgullo gay y otras actividades de esfuerzo por ser
aceptados dentro de la sociedad venezolana.
La misma
constitución solo acepta el matrimonio entre personas de diferentes sexos.
Incluso, a la profesora Tamara Adrián se le ha denegado justicia por
parte del Tribunal Supremo de Justicia, el cual no responde a la
solicitud de cambio de sexo y nombre. Son prejuicios muy introyectados en un
área de poder disciplinario como es el derecho y los juzgados.
La democracia representativa y populista
El 23 de
enero de 1958 significó la caída de la dictadura perezjimenista e
inmediatamente un acuerdo entre tres partidos, A.D., U.R.D. y Copei,
elaboró un plan de gobierno basado en la democracia representativa. El esquema
se basaba en la pentarquía o colaboración de cinco factores de poder: el
militar, el eclesiástico, el sindical, el político y el empresarial. Las
fuerzas armadas, el alto clero, la C.T.V. y demás centrales sindicales, A.D.,
Copei, U.R.D., el M.E.P., el F.D.P., el M.A.S. y otros
comodines representaron el área partidista.
El
objetivo de ese pacto, llamado de Punto Fijo, era alcanzar la
gobernabilidad entendida como la eficacia de la dominación ante el desgaste de
los militares en la anterior administración fáctica. Para ello se legitimaron
con elecciones cada cierto tiempo. Los avenimientos se prolongaron en el Congreso
y en el Poder Judicial, donde hubo un reparto clientelar de los cargos.
Es una
experiencia cuya esencia radica en el Estado, factótum en un país cuyo
alfa y omega es el petróleo y adicionalmente el aparato de dominio es el dueño
del subsuelo. Aprovecharon la coyuntura que Venezuela no apoyó, como fue
el embargo petrolero árabe a occidente luego de la guerra de los seis días,
para incrementar exponencialmente los ingresos en una bonanza ubicada en el año
1973, repetida en 1978 y al inicio del siglo actual.
Se
democratizó profundamente la corrupción por la impunidad garantizada ante la
ausencia de instituciones y se formó la idea de una democracia que realmente se
apuntaló con la elevación del precio del crudo aunado al carisma de los
caudillos. Sin
embargo debemos apuntar que en el año 1968 el perezjimenismo obtuvo una
votación desmedida gracias al fracaso del populismo porque la gente añoraba la
dictadura. Pero Marcos Pérez Jiménez no vino al país como si lo hizo Rojas
Pinilla en Colombia quien realmente ganó una elección pero se la
escamotearon. A la postre inhabilitaron al tarugo y el azar petrolero corrió en
auxilio del clientelismo.
Ha sido
una democracia electoral porque se realizó siempre comicios pero con falta de
transparencia. El chavismo estatuyó elecciones al infinito con una opacidad
total por el ventajismo del Estado y la poca claridad del proceso electoral.
No
obstante a estas vicisitudes las personas realmente creyeron en un modelo democrático
aunque de utilería como el instaurado. Nunca se supo de un Estado de derecho, de
respeto a los derechos humanos ni de la existencia de instituciones autónomas.
Todo quedó en manos de los partidos políticos, los empresarios y los
sindicalistas, con el apoyo de la jerarquía eclesiástica y las fuerzas armadas.
Estos son los verdaderos dueños de la democracia pactada y al pueblo se le
otorga solo un rango plebiscitario.
La historia falaz
La
promoción de las ideas de la escuela romántica de la historia nacional ha sido
una constante en la educación en todos sus niveles. Recuerdo haber recibido
conocimientos en el bachillerato fundado en la historiografía nacional, donde
las grandes batallas determinaron el proceso de independencia por intermedio de
un ejército glorioso y patriota. Asimismo, se presentaba al ejército español
como descubridor de un continente ignoto y se escondían los actos descomunales
de violación cometido por presidiarios venidos a este hemisferio para apuntalar
a la monarquía española, ávida de recursos. Las visiones de Eduardo Blanco
y su “Venezuela heroica”, los textos de Guillermo Morón, Siso
Martínez y demás historiadores tradicionales y conservadores conformaban la
plataforma de la enseñanza de esta disciplina.
Era una
historia acrítica, edulcorada y forjada para sostener intereses ideológicos a
través de relatos emocionales. Los gobiernos militares, incluyendo al presente,
siempre trataron de legitimarse con un ángulo histórico que los identificara a
aquel paraíso significado por la gloriosa independencia.
La
escuela marxista de la historia ha venido preconizando, como lo hizo Núñez
Tenorio, en descubrir a un Simón Bolívar revolucionario social
cuando todos conocemos haber sido un mantuano con todos los atributos de esta
clase social, muy excluyente, racista y eurocéntrica.
Con la
experiencia chavista se mezclaron la interpretación romántica y marxista para
exponernos una arcadia maravillosa desde el nacimiento del país identificado
con la actualidad porque no tienen un plan futuro, nada tienen para ofrecer de
cara hacia los próximos años.
La
venezolanidad es algo difícil de digerir porque fue compleja la génesis de la
nación. Durante la denominada segunda república, se habló de dos países, Venezuela
y el Oriente, y ante la dificultad de definición se compensó todo con el
culto a Bolívar y a sus ideas. La biografía de Bolívar hecha por Gerhard
Masur es bien interesante porque describe estas lagunas identitarias
rellenadas con panegíricos sobre sus líderes. Además, es bien objetiva al no
dejarse llevar por sentimientos patrioteros sino por una excelente
investigación.
Igualmente
se debe destacar un libro clásico de estos autores heterodoxos como es “La
épica del desencanto” de Tomás Straka donde se analiza en una forma
crítica el devenir venezolano sin hacer concesiones a los prejuicios
historiográficos propios de los conservadores.
También
las obras de Inés Quintero se inscriben en este perfil no complaciente.
La “Biografía del Gran Mariscal”, “El hijo de la Panadera”, “La
criolla principal” y “El Fabricante de peinetas”, apuntan en esta
dirección porque no hay un análisis convencional sino se va a las fuentes para
de allí realizar las interpretaciones.
Colofón
Como se
puede apreciar de las anteriores reflexiones, la carga de prácticas sociales
generadoras de subjetividades sociales y un orden simbólico rígido, resulta un
pesado fardo en la sociedad venezolana. Cambiar esa estructura es asaz difícil
máxime si tenemos en cuenta una historia unidimensional. Si no hay una
transformación a fondo de todo este oscuro panorama de nada servirá cumplir
cambios económicos o políticos.
Los
planes y programas de los partidos políticos muy poco contienen de estos
aspectos medulares de Venezuela porque su mentalidad es inmediatista y
sobre todo, buscar votos de la manera más sórdida si hay necesidad mediante la
demagogia, la vocinglería y las engañifas del populismo aparte de aplicar el
leninismo en la praxis organizativa, el juego de los pactos y negociaciones por
razones de oportunidad y conveniencia y el clientelismo como objeto operativo.
La
educación, que definitivamente no es neutra, se corresponde con la adhesión al
poder como su vector. No es suficiente la transmisión de conocimientos si son
aderezados a la dominación. Una verdadera rebelión de los saberes es
indispensable para dar un paso adelante en este sentido.
En
síntesis, la pesada carga de todas estas prácticas sociales con su
correspondiente simbología y subjetividad conforman una ingente dificultad para
transitar hacia una sociedad democrática y es menester llevar a cabo una
profunda reformulación del país a través de un proyecto con participación de la
gente y no de las élites. Serán rizomas con plena autonomía en un sistema de redes capaces de dar
el golpe de timón requerido. Continuar con el esquema populista o desarrollista
no va a conducirnos a nada porque la historia nos ha enseñado suficiente para
no repetir los vicios y perversiones existentes.
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