Rafa Rius
Las palabras, como no podía ser menos, también están sometidas a los vaivenes de la moda. Ahora, si hay una que triunfa sobre todas las demás en boca de los políticos de todo signo es sin duda la de “populismo”. Se pasan el día echándosela unos a otros en cara a la menor ocasión con un denuedo cansino digno de mejor causa. Y lo más chocante de la cuestión es que posiblemente todos ellos tengan gran parte de razón al adjudicársela a sus adversarios. Si atendemos a la definición que de ella nos ofrece el DRAE, resulta que no registra el sustantivo “populismo” y el adjetivo “populista” lo consigna en una acepción muy simple y distinta de la que se le suele dar en la política de nuestros aciagos días: “perteneciente o relativo al pueblo”. ¿A qué viene entonces ese repentino éxito de una palabra que, siempre en sentido peyorativo, se lanzan con saña unos políticos a otros sin saber muy bien lo que están diciendo? En realidad los insultos y descalificaciones son intercambiables porque los partidos, en gran medida, también lo son. Para los Populares, los de Podemos son populistas, o sea, pertenecientes o relativos al pueblo, es decir, populares, o lo que es lo mismo, de los suyos. Para los Socialistas, que según sus siglas son Obreros y por lo tanto del pueblo llano, los nuevos partidos también son populistas, al parecer como ellos mismos. ¡En fin, qué le vamos a hacer!
Las palabras, como no podía ser menos, también están sometidas a los vaivenes de la moda. Ahora, si hay una que triunfa sobre todas las demás en boca de los políticos de todo signo es sin duda la de “populismo”. Se pasan el día echándosela unos a otros en cara a la menor ocasión con un denuedo cansino digno de mejor causa. Y lo más chocante de la cuestión es que posiblemente todos ellos tengan gran parte de razón al adjudicársela a sus adversarios. Si atendemos a la definición que de ella nos ofrece el DRAE, resulta que no registra el sustantivo “populismo” y el adjetivo “populista” lo consigna en una acepción muy simple y distinta de la que se le suele dar en la política de nuestros aciagos días: “perteneciente o relativo al pueblo”. ¿A qué viene entonces ese repentino éxito de una palabra que, siempre en sentido peyorativo, se lanzan con saña unos políticos a otros sin saber muy bien lo que están diciendo? En realidad los insultos y descalificaciones son intercambiables porque los partidos, en gran medida, también lo son. Para los Populares, los de Podemos son populistas, o sea, pertenecientes o relativos al pueblo, es decir, populares, o lo que es lo mismo, de los suyos. Para los Socialistas, que según sus siglas son Obreros y por lo tanto del pueblo llano, los nuevos partidos también son populistas, al parecer como ellos mismos. ¡En fin, qué le vamos a hacer!
Cuando una palabra que no aparece recogida en ese cementerio terminológico que es el Diccionario de la Real Academia, se abre a tan múltiples, dispersas e incluso contradictorias interpretaciones, nos sirve para poco más que no sea su utilización como arma arrojadiza en un intento de insulto polisémico y multifuncional:
– ¡Eh, tú, populista, que eres un populista!
– Quien, ¿Populista yo? Tú sí que eres populista.
– ¡A mi tú no me insultas!
– Ah, ¿Pero era un insulto? ¡Anda, y yo sin enterarme! Pero, ¿Por qué?
– Porque tratas de asuntos relativos o pertenecientes al pueblo, por qué va a ser.
– Pues sí que la hemos hecho buena, a ver qué nos inventamos ahora.
Si pasamos de populismos y nos vamos al término “demagogia” tal vez se aclare algo la cuestión: Según el DRAE “Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. Ahí ya se entiende algo más, incluso se entiende que demagogia y populismo se utilicen como sinónimos. Si nos vamos a la Wiki, lo deja todavía más claro: “Demagogia (del griego δῆμος -dēmos-, pueblo y ἄγειν -agein-, dirigir) es una estrategia utilizada para conseguir el poder político. Consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público para ganar apoyo popular, frecuentemente mediante el uso de la retórica y la propaganda”.
Si hemos de dar crédito a estas definiciones, si leemos y escuchamos y reflexionamos sobre lo que nos va llegando, ¡Por todos los diablos! ¿Qué partido parlamentario o candidato a serlo no utiliza la demagogia con fruición y pertinacia dignas de mejor causa -y podríamos encontrar ejemplos a cientos- para “dirigir al pueblo” y llevarlo al huerto con sus estrategias electorales?
Al fin y al cabo, nos encontramos ante el viejo juego trilero de siempre: distraer nuestra atención con banalidades para, más allá de nuestra mirada, trapichear con los sucios trucos de costumbre y lograr que acudamos mansamente a introducir nuestra papeleta por la rajita de la urna y así conseguir sus propósitos que no suelen ser otros que obtener la mayor cantidad de prebendas y de poder para sí mismos y sus allegados.
Su interés no es en absoluto desinteresado: se acercan cada cuatro años a nosotros para seducirnos cual flautistas de Hamelín porque buscan algo: llevarnos tras ellos con el único fin de obtener nuestro voto y olvidarse de nosotros en los siguientes cuatro años.
Que populismo ni que leches. A eso en mi pueblo se le llama demagogia.
[Tomado de http://www.radioklara.org/radioklara/?p=4906.]
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