Héctor Torres
Imagínate que vives en la Cota 905 y esa mañana tuviste que llamar a la oficina para avisar que: “usted sabe cómo es. Yo vivo en barrio. Y aquí, cuando no hay un paro de transporte porque mataron a uno de la línea, trancan la calle porque la gente se cansa o, bueno, hoy fue un operativo de liberación del pueblo, que no previó que yo no me libero de ganarme el pan todos los días”. Y en cuanto cortas la llamada, te resignas a que, luego de tanta excusa y tanta falta, un día te consigan reemplazo.
Imagínate que escondes a los muchachos en la parte de la casa que está más lejos del alcance de las balas. En un sitio donde puedan estar cinco, seis horas, escuchando plomo sin moverse ni para ir al baño. Y ruegas que no te tumben la puerta cinco tipos armados hasta los dientes con capuchas puestas, ni destrocen a su paso tus pocos corotos. Y te alegras de que tus hijos mayores se hayan ido a vivir con su papá. Y que de los que te quedan, ninguno tenga tatuajes, porque eso en un barrio te hace doblemente sospechoso.
Y, en ese ejercicio de comprensión del otro, te acuerdas que eso pasaba antes y que, por cosas como esas, es que odiabas a los “de la cuarta”. Nunca subían a llevar bibliotecas, grupos musicales, servicios de salud ni jornadas de vacunación. Ni nada que supusiera sumarte a la vida ciudadana. Cuando subían era para repartir plomo. Más que una acción policial, parecía una represalia de los jefes de abajo porque se les agotaba la paciencia con los de arriba, y enviaban mensajeros para recordarles quién manda. Poner las cosas en su lugar, pues.
Tú gobiernas en tu territorio, pero yo en el mío.
Y recuerdas que tu domicilio ya era motivo de que te vieran con sospecha. Recordaste de pronto que hasta mentías con tu dirección (en los trabajos, en el gimnasio, en todo cuanto te anotabas), porque si olía a barrio ya eras culpable de algo.
Y ni hablar de, ¿cómo es? ¿Delivery? Jamás estuviste en el radar de ningún servicio. Y si pedías un taxi te decían que esa zona estaba fuera del área de cobertura, como si fuesen celulares. Así que, cuando tenías una emergencia en la madrugada, sólo podías acudir a los santos, los únicos que “cubrían” esa zona.
Y te dejaste llevar por el resentimiento. Y odiaste a esos que te decían, como reprochándote: “mi viejo creció en el veintitrés, pero salió del barrio con mucho esfuerzo”. Te lo decían así, como si toda Caracas cupiera en el este. Como si Los Flores o Lídice o Petare o La Vega no pudiesen ser sitios donde vivir decentemente, si hubiesen estrategias pensadas para engranar la ciudad como un todo.
En ese ejercicio, te enteras de que a tu vecino sí se lo jalaron, y pasó todo el día arrodillado en el patio de la guardia nacional, con la cabeza pegada al pavimento. Después de la primera media hora, te dijo, eso de “rodilla en tierra” solo lo encanta a quien no lo sufre.
Plomo feroz y parejo. Ese fue el plan vacacional que recibieron los chamos de tu barrio. La cifra oficial de 135 detenidos sólo se explica en el viejo método de “agarra primero y averigua después”, pero con guardias en lugar de policías.
Es decir, más de lo mismo, pero peor.
Porque, de pronto, si sumas la precariedad de las construcciones, lo apiñado de las viviendas y el poder de fuego que debió suponer un gentío echando plomo, te da por preguntarte: ¿De verdad que todos y cada uno de los muertos de esa mañana sangrienta fueron delincuentes armados disparando contra policías que, en legítima defensa, se vieron obligados a accionar su arma de reglamento?
Entonces se te abre el baúl de las preguntas incómodas: ¿El problema es el barrio o las turbias estrategias como esa de las “zonas de paz”? ¿El barrio o ese amenazante mensaje implícito en esa foto que circuló en las redes que decía “el hampa está con Maduro”? ¿El barrio o los que trafican con armas? ¿El barrio o que nadie sabe decir de dónde sacaron las granadas que ahora tienen los malandros? ¿El barrio o que las autoridades tejen una red en las comunidades sólo cuando tienen que arriar votos? ¿El barrio o que después de quince años, nada de esa millonada que le entró al país y que parece haberse evaporado sirvió para que todos los ciudadanos vivan de una forma digna?
Pero, claro, como hace calor y pensar da flojera, el problema es el barrio. Así que, cuando escuchan hablar de una invasión militar a una zona donde vive gente, no falta quien diga “por santicos no sería”, como dijeron otros, que también les dio flojera pensar, acerca de los chamos que le pusieron los ganchos y les metieron cana por luchar por sus ideas.
Con las mismas tanquetas y los mismos tipos armados.
En fin, que si vivieras en el barrio tu mujer te diría que tu problema es que te la pasas “en una sola pensadera”, y que eso lo que hace es complicarle la vida a la gente.
Y te dijeras que, después de todo, como que tiene razón, por lo que apagarías el cigarro, cerrarías la ventana y te irías a dormir, alegre de, al menos, estar vivo.
[Tomado de http://www.elcambur.com.ve/especial-para-el-cambur/preguntas-incomodas-sobre-la-vida-feroz.]
Imagínate que vives en la Cota 905 y esa mañana tuviste que llamar a la oficina para avisar que: “usted sabe cómo es. Yo vivo en barrio. Y aquí, cuando no hay un paro de transporte porque mataron a uno de la línea, trancan la calle porque la gente se cansa o, bueno, hoy fue un operativo de liberación del pueblo, que no previó que yo no me libero de ganarme el pan todos los días”. Y en cuanto cortas la llamada, te resignas a que, luego de tanta excusa y tanta falta, un día te consigan reemplazo.
Imagínate que escondes a los muchachos en la parte de la casa que está más lejos del alcance de las balas. En un sitio donde puedan estar cinco, seis horas, escuchando plomo sin moverse ni para ir al baño. Y ruegas que no te tumben la puerta cinco tipos armados hasta los dientes con capuchas puestas, ni destrocen a su paso tus pocos corotos. Y te alegras de que tus hijos mayores se hayan ido a vivir con su papá. Y que de los que te quedan, ninguno tenga tatuajes, porque eso en un barrio te hace doblemente sospechoso.
Y, en ese ejercicio de comprensión del otro, te acuerdas que eso pasaba antes y que, por cosas como esas, es que odiabas a los “de la cuarta”. Nunca subían a llevar bibliotecas, grupos musicales, servicios de salud ni jornadas de vacunación. Ni nada que supusiera sumarte a la vida ciudadana. Cuando subían era para repartir plomo. Más que una acción policial, parecía una represalia de los jefes de abajo porque se les agotaba la paciencia con los de arriba, y enviaban mensajeros para recordarles quién manda. Poner las cosas en su lugar, pues.
Tú gobiernas en tu territorio, pero yo en el mío.
Y recuerdas que tu domicilio ya era motivo de que te vieran con sospecha. Recordaste de pronto que hasta mentías con tu dirección (en los trabajos, en el gimnasio, en todo cuanto te anotabas), porque si olía a barrio ya eras culpable de algo.
Y ni hablar de, ¿cómo es? ¿Delivery? Jamás estuviste en el radar de ningún servicio. Y si pedías un taxi te decían que esa zona estaba fuera del área de cobertura, como si fuesen celulares. Así que, cuando tenías una emergencia en la madrugada, sólo podías acudir a los santos, los únicos que “cubrían” esa zona.
Y te dejaste llevar por el resentimiento. Y odiaste a esos que te decían, como reprochándote: “mi viejo creció en el veintitrés, pero salió del barrio con mucho esfuerzo”. Te lo decían así, como si toda Caracas cupiera en el este. Como si Los Flores o Lídice o Petare o La Vega no pudiesen ser sitios donde vivir decentemente, si hubiesen estrategias pensadas para engranar la ciudad como un todo.
En ese ejercicio, te enteras de que a tu vecino sí se lo jalaron, y pasó todo el día arrodillado en el patio de la guardia nacional, con la cabeza pegada al pavimento. Después de la primera media hora, te dijo, eso de “rodilla en tierra” solo lo encanta a quien no lo sufre.
Plomo feroz y parejo. Ese fue el plan vacacional que recibieron los chamos de tu barrio. La cifra oficial de 135 detenidos sólo se explica en el viejo método de “agarra primero y averigua después”, pero con guardias en lugar de policías.
Es decir, más de lo mismo, pero peor.
Porque, de pronto, si sumas la precariedad de las construcciones, lo apiñado de las viviendas y el poder de fuego que debió suponer un gentío echando plomo, te da por preguntarte: ¿De verdad que todos y cada uno de los muertos de esa mañana sangrienta fueron delincuentes armados disparando contra policías que, en legítima defensa, se vieron obligados a accionar su arma de reglamento?
Entonces se te abre el baúl de las preguntas incómodas: ¿El problema es el barrio o las turbias estrategias como esa de las “zonas de paz”? ¿El barrio o ese amenazante mensaje implícito en esa foto que circuló en las redes que decía “el hampa está con Maduro”? ¿El barrio o los que trafican con armas? ¿El barrio o que nadie sabe decir de dónde sacaron las granadas que ahora tienen los malandros? ¿El barrio o que las autoridades tejen una red en las comunidades sólo cuando tienen que arriar votos? ¿El barrio o que después de quince años, nada de esa millonada que le entró al país y que parece haberse evaporado sirvió para que todos los ciudadanos vivan de una forma digna?
Pero, claro, como hace calor y pensar da flojera, el problema es el barrio. Así que, cuando escuchan hablar de una invasión militar a una zona donde vive gente, no falta quien diga “por santicos no sería”, como dijeron otros, que también les dio flojera pensar, acerca de los chamos que le pusieron los ganchos y les metieron cana por luchar por sus ideas.
Con las mismas tanquetas y los mismos tipos armados.
En fin, que si vivieras en el barrio tu mujer te diría que tu problema es que te la pasas “en una sola pensadera”, y que eso lo que hace es complicarle la vida a la gente.
Y te dijeras que, después de todo, como que tiene razón, por lo que apagarías el cigarro, cerrarías la ventana y te irías a dormir, alegre de, al menos, estar vivo.
[Tomado de http://www.elcambur.com.ve/especial-para-el-cambur/preguntas-incomodas-sobre-la-vida-feroz.]
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