Jacinto
Ceacero
«...
en el interés del trabajo y de
la ciencia, no tendrán que existir
ni obreros ni intelectuales, simplemente personas humanas».
La
instrucción integral. Mijaíl
Bakunin
El
trabajo ha sido la «herramienta, el motor, la actividad» que hemos utilizado los seres humanos para progresar como especie tanto en el desarrollo
personal, ético e intelectual como
en la evolución y complejidad de la sociedad. En los orígenes de nuestra
especie no se establecía una
dicotomía tajante y antagónica
entre el trabajo intelectual y manual.
Así lo formulaban, desde los albores del
pensamiento anarquista, autores
como Mijaíl Bakunin para quien,
con el trabajo creativo e inteligente, aumenta la capacidad de satisfacción de las necesidades humanas
básicas y las necesidades sociales de producción y realización. Para Piotr Kropotkin, era esencial que ese trabajo que nos permite la realización personal y la satisfacción de
necesidades biológicas y psicológicas,
se ejerza desde la libertad frente al trabajo asalariado y de explotación. Por su parte, Pierre-Joseph
Proudhon hablaba en ¿Qué es
la propiedad? del valor del «trabajo colectivo y la propiedad colectiva»
frente al trabajo individual asalariado y la propiedad privada, gérmenes de la
sociedad clasista, la
explotación y la desigualdad. Y es que el desarrollo tecnológico, el avance de
la ciencia, el conocimiento y
la cultura es un patrimonio fruto del trabajo colectivo, cooperativo, de generaciones y no es ético ni justo que se lo apropie una élite clasista que le sirve para esclavizar con él.
En efecto, el problema surge con la aparición de la propiedad privada sobre
los medios de producción, con la división del trabajo en función de una estratificación en clases sociales y la explotación de unas sobre otras –esclavismo, feudalismo,
capitalismo–.
Si nos centramos en los últimos siglos,
desde la revolución industrial
y el auge del sistema capitalista
a finales del siglo XVIII,
existe una histórica, tradicional, intencionada y clasista división social del trabajo por la que el trabajo manual se presenta antagónico al trabajo intelectual y viceversa. Esta división significa un modelo de sociedad dirigida de forma jerárquica por las personas que
poseen formación, educación y posibilidad para ejercer el poder, siendo las clases alta y media quienes ha utilizado la formación
intelectual para diferenciarse de las clases bajas y populares que son quienes
ejercen los trabajos manuales.
Este pueblo no ilustrado, en muchos
casos no alfabetizado y arrastrando la consideración social de inculto, ha desempeñado históricamente los
trabajos manuales, los que
requerían mayor esfuerzo físico, una menor preparación, los que sufrían una mayor precariedad,
disfrutaban de menos derechos, eran peor pagados y sobre todo tenían una menor autonomía y responsabilidad en el proceso productivo. Son los trabajos más mecánicos, repetitivos, sufridos, penosos
y peligrosos frente a los trabajos intelectuales que requieren una mayor formación y educación, que exigen mayor responsabilidad, que posibilitan el ejercicio del poder y la autoridad e implícitamente
requieren que otras personas obedezcan.
Cuando con la Ilustración y la Revolución Francesa se pone fin al Antiguo Régimen en el siglo XVIII, la burguesía hace su revolución para
emerger como nueva clase social
dominante, precisando para ello personas intelectuales, ilustradas, académicas, científicas que aporten luz al nuevo régimen que se abre, dejando atrás el
oscurantismo, las supersticiones
y brujerías, en muchas ocasiones propiciadas por las iglesias.
Por su parte, el pueblo que contribuyó a
esa revolución burguesa, siguió
en la ceguera de la incultura, el
analfabetismo y la alienación para,
con ello, seguir realizando los
trabajos manuales, precarizados y
esclavos, perpetuando la división
social por clases.
Con los posteriores procesos «revolucionarios»
del pueblo, por ejemplo, en
Rusia o México a principios del siglo XX, el proletariado «accedió» teóricamente al poder. Sin embargo, las raíces profundas del sistema político, social, económico o
cultural, cambiaron poco para
ese pueblo. Fueron las personas con cultura, las intelectuales, quienes se desclasaron de su origen social, dejaron de sentirse clase obrera, trabajadora y ocuparon el poder en las sociedades marxistas-leninistas, surgiendo una nueva clase social, la política, la clase dirigente
del partido, quien pasó a ocupar
el espacio rescatado a la nobleza y la burguesía. Mientras, el pueblo siguió en la ignorancia, el trabajo
manual, la explotación y el sufrimiento.
Según esta lógica, en las sociedades
liberales, capitalistas, marxistas,
centralistas, autoritarias, jerárquicas, la ciencia y la cultura deben seguir
en manos de pocas personas, como
así ha sido históricamente(ya
sea la jerarquía de la Iglesia, la
comunidad científica, la nueva
clase política), pero nunca debe expandirse entre las clases populares porque el pueblo con cultura dejará de estar alienado y pasará a sentir y experimentar la libertad.
En los tiempos actuales, esa brutal
distancia clasista vivida en el último siglo entre trabajadores/as intelectuales y manuales se está desvaneciendo, difuminando y es que es una división ficticia, no necesaria
porque, como indicaba Antonio Gramsci, todo trabajo supone actividad manual y actividad intelectual y
esa fractura está más asociada con el uso del conocimiento y la ciencia por parte del poder. Es una división que responde a la lógica del
capital.
Contribuye a este desvanecimiento que el
capitalismo financiero globalizado ha homologado a la baja, en precariedad, las condiciones
laborales de todos los trabajos con lo que el desclasamiento del trabajador/a intelectual es más complicado.
Sin embargo, no nos dejemos engañar. El
capitalismo se disfraza bajo
cantos de sirena en el siglo XXI.
Nos quieren convencer de que
ya no hay clases sociales, que
todos tenemos acceso a la cultura,
a la formación, a la riqueza, al consumo y que el capitalismo democrático ha
logrado esa igualdad real. Sin
embargo, la clase alta conserva todos sus privilegios, posee todas las expectativas y contactos, sigue ejerciendo el poder ya sea a través de grupos de presión o directamente
como clase política. La desigualdad
es cada vez mayor entre quienes
mandan y quienes obedecemos.
Por el contrario, en las sociedades y
proyectos libertarios, la educación,
el conocimiento, la ciencia...
se ponen al servicio de la
igualdad, de la horizontalidad,
de las necesidades de las personas
y del desarrollo de la sociedad en
su conjunto, para que deje de existir
la supremacía del trabajo intelectual
sobre el trabajo manual y, por tanto, de unas personas sobre otras.
Dado que se precisa la implica-ción de todos y todas, ya que todoslos trabajos son igualmente dignos,necesarios y complementarios, unapreocupación fundamental para lassociedades libertarias es la genera-lización de la formación integral ala totalidad de la población.
No estamos hablando de un falso igualitarismo y homogeneización de todos los seres humanos –esta sería una sociedad totalitaria–, lo que estamos diciendo es que las personas de ciencia, intelectuales, de la cultura, de la creación, de las artes... no deben estar al servicio del poder y sus maquinaciones sino al lado del pueblo para que «los árboles no nos impidan ver el bosque», generando pensamiento divergente, crítico, libre, sin sometimiento
a los dictámenes del poder.
Pues bien, esa apuesta por la educación integral para toda la población
se concreta en una propuesta de formación alternativa en una sociedad sin clases, de cooperación e
igualdad.
Según el referente de los primeros
congresos de la Asociación Internacional del Trabajo (AIT)–Ginebra, 1866; Lausana, 1868–y para autores como el pedagogo Paul Robin y su proyecto educativo en el orfanato de Cempuis, la educación
integral es necesaria y se refiere al desarrollo de los factores físicos (prácticos), intelectuales (científicos, técnicos, profesionales) y éticos del ser humano.
Así lo señala Emili Cortavitarte en su libro de 2019 Movimiento
libertario y educación en España
(1901-1939), al definir la
«educación integral» como una de las
ideas básicas de la educación libertaria. En
definitiva, la educación integral debe tener una proyección revolucionaria y
atacar uno de los pilares de
la estructura social capitalista como es la división entre trabajo manual y
trabajo intelectual.
Esta división social del trabajo, es una división orquestada por el poder y para extinguirla es preciso cambiar las relaciones de poder en la sociedad. Ello pasa por construirnos
como personas autónomas y construir procesos sociales de autonomía, autorrealización y apoyo mutuo entre toda la población.
[Tomado del suplemento Addenda # 79, Madrid, abril 2020, que en
versión digital completa es accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/addenda%2079%20abril.pdf.]
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