Bertrand Russel (1872-1970)
Según el concepto vulgar, un
anarquista es un hom-bre que
tira bombas y perpetra otros atropellos, o por-que
es más o menos loco, o porque se sirve del pretexto de tener opiniones políticas extremistas
para disimular tendencias
criminales. Estos conceptos son, natural-mente,
de todos modos, inadecuados. Hay anarquistas que
creen en la eficacia de las bombas; hay otros que no creen en ella. Hay hombres de casi todos
los matices de opinión que
creen en el bien de tirar bombas en cir-cunstancias
convenientes: por ejemplo, los que tiraron la
bomba en Sarajevo, que originó la Gran Guerra, no eran anarquistas, sino nacionalistas.
Además, aquellos anarquistas
que favorecen el tirar bambas no son por eso
distintos, en cualquier principio vital, del resto de la comunidad, con excepción de una porción
infinitesi-mal que adopta la
actitud tolstoiana de pasividad.
Los anarquistas, así como los
socialistas, general-mente
tienen fe en la doctrina de la lucha de clases, y si se sirven de las bombas es del mismo modo
que los gobiernos se sirven de
la guerra: por cada una de las bombas
fabricadas por un anarquista se fabrican por los
gobiernos muchos millones de bombas, y para cada uno
de los hombres muertos por la violencia anarquista mueren muchos millones por la violencia de
los Esta-dos. Por
consiguiente, podemos dejar de pensar en la violencia,
que tiene tanta importancia en la imagina-ción
popular, pues no es ni esencial ni particular para los que adoptan la posición anarquista.
Anarquismo, como su etimología
indica, es una teo-ría que se
opone a todo género de autoridad impuesta. Se
opone al Estado por ser suma de las fuerzas emplea-das en el gobierno de la comunidad. Para el
anarquista es un gobierno
tolerable el que es libre, no meramente en
el sentido que tiene la mayoría, sino en el que con-tiene a la totalidad.
Los anarquistas protestan, contra
los organismos policíacos y las
leyes penales, por medio de las cuales la
voluntad de una parte de la comunidad es forzada por
la otra.
Desde su punto de vista, la forma
democrática de gobierno no es
más preferible que otras formas mien-tras
que las minorías sean llevadas por la fuerza o sean sometidas potencialmente a las mayorías.La libertad es el supremo bien, según el
credo anar-quista, y se busca
la libertad por el camino directo de la abolición
de toda imposición de control de la comuni-dad
sobre el individuo.
*
* * * *
El anarquismo moderno, en el
sentido en que noso-tros nos
ocuparemos de él, está asociado con la creen-cia
en la propiedad común de la tierra y el capital; así, en esta importante faceta se acerca al
socialismo. Esta doctrina se
llama propiamente comunismo anarquista, pero
contiene en sí casi todo el anarquismo moderno y,
por consiguiente, podemos dejar de tratar del anar-quismo totalmente individualista y concentrar
nuestra atención en la forma
comunista.
El socialismo y el comunismo
anarquista, por igual, han
nacido del concepto de que el capital privado es una
fuente de tiranía de ciertos individuos sobre los otros. El socialismo ortodoxo cree que el
individuo será libre si el
Estado se convierte en el único capitalista. El anarquismo,
por el contrario, tiene miedo de que en ese caso
el Estado heredaría las tendencias tiránicas pro-pias
del capital privado. Por eso busca un medio para reconciliar
la posesión comu¬nal con la mayor dismi-nución
posible de los poderes del Estado y, como fin, la
abolición completa del Estado. Ha nacido, principal-mente, dentro del movimiento socialista como
si fuera su ala extrema
izquierda.
De la misma manera que se puede
considerar a Marx como el
fundador del socialismo moderno, Baku-nin
puede ser considerado como el fundador del comu-nismo
anarquista; pero Bakunin no ha producido, como Marx,
un cuerpo acabado y sistemático de doctrina.Lo
que se puede recoger de su doctrina debemos buscarlo
en los escritos de su discípulo Kropotkin [2], y daremos
después la historia de sus disputas con Marx, un
breve relato de la teoría anarquista, expuesta par-cialmente en sus escritos, pero en su mayor
parte saca-da de las obras de
Kropotkin.
Miguel Bakunin nació en 1814, de
una familia aris-tocrática
rusa. Su padre era un diplomático, que por los días
del nacimiento de Miguel se había retirado a su pueblo,
situado en el gobierno de Tver.
Bakunin ingresó en la Escuela de Artillería de Pe-tersburgo a la edad de quince años, y a la
de dieciocho fue enviado como abanderado de un regimiento des-tinado en el departamento de Minsk. La
insurrección polonesa de 1830
acaba de ser ahogada en sangre. “El terrorífico
espectáculo de Polonia -dice Guillaume- im-presionó
y actuó con fuerza en la mente del joven ofi-cial
y contribuyó a inspirar en él el horror del despotis-mo”. Esto le hizo abandonar su carrera
militar después de dos años de
prácticas.
En 1834 deja su empleo y vuelve a
Moscú, en donde dedica seis
años a estudiar filosofía. Como todos los estudiantes
de filosofía de aquella época, Bakunin es un
hegeliano. En 1840 va a Berlín a continuar sus estu-dios, con la intención de prepararse para ser
profesor. Algún tiempo después,
sus opiniones e ideas sufren un cambio
radical.
Cree Bakunin que es posible
aceptar la teoría hege-liana de
que todo lo que existe es racional; y en 1842 emigra
a Dresden, donde se asocia con Arnold Ruge, el autor
de Deutsche Jahrbuecher (Anuario
Alemán); es en esta época
cuando se convierte en un revolucionario, y
al año siguiente provoca la hostilidad del gobierno sajón contra él. Esto le hace marcharse a
Suiza, donde se pone en contacto
con un grupo de comunistas ale-manes;
pero la policía suiza le importuna y el gobierno ruso
pide su extradición; marcha a París, donde reside desde 1843 a 1847.
Estos años de París influyen
mucho en la formación de sus
creencias y opiniones. Allí hace amistad con Proudhon,
que ejerció considerable influencia sobre él;
también con George Sand y con otras muchas per-sonalidades
renombradas. Fue allí, en París, en donde conoció
a Marx y Engels; es contra ellos que el destino le
obligaría a luchar toda su vida. Más tarde, en 1871, él escribe el siguiente relato de sus
relaciones con Marx en aquella
época:
«Marx era mucho más avanzado que
yo; hoy se encuentra mucho más
atrasado, incomparablemente más
atrasado, incomparablemente más atrás que yo; yo
no sabía nada de economía política. No había leído las abstracciones
metafísicas y mi socialismo era completamente
instintivo. Era él ya un ateo, un materialista preparado, un socialista
bien conceptuado. Fue
justamente por este tiempo cuando elaboraba los primeros
fundamentos de su presente sistema. Nosotros nos
entrevistamos bastantes veces, porque yo le respetaba mucho por su
preparación apasionada y su gran elevación
(siempre mezclada, no obstante, de vanidad personal)
por la causa del proletariado, y yo buscaba ávidamente su conversación,
que era siempre instructiva e inteligente, cuando no era inspirada por
el rencor mezquino, lo que
desgraciadamente le ocurría demasiadas
veces. Pero no hubo nunca una intimidad franca
entre nosotros. Nuestros temperamentos no lo permitían.
Él me llamó un idealista sentimental, y tenía razón;
yo le llamé un hombre vanidoso, pérfido y pícaro, y yo también tenía
razón».
Bakunin no podía vivir mucho
tiempo en ningún sitio sin
incurrir en la persecución y enemistad de las autoridades.
En noviembre de 1847, como resultado de un
discurso en el que elogiaba la sublevación polonesa de 1830, fue expulsado de Francia a petición
de la embajada rusa que, a fin de privarle de la simpatía pública, propalaba la insidia de que era un agente
secreto del gobierno ruso,
destituido por demasiado extremista. El gobierno
francés, con un silencio intencionado, fomentaba esta historia, que quedó adherida
a él casi toda su vida.
Obligado a abandonar Francia fue
a Bruselas, donde reanudó sus relaciones con Marx. Una carta suya, escrita por este tiempo, muestra aquel odio
atroz que tenía contra Marx,
con mucha razón:
«Los alemanes artesanos
Bornstedt, Marx y Engels -y
sobre todo Marx- están aquí haciendo su daño habitual. Vanidad,
despecho, chismes y altivez acerca de las
teorías: pusilanimidad, en la práctica -reflexiones sobre la vida, la acción y la sencillez, y
una ausencia completa de vida,
acción y sencillez-; artesanos literarios y disentidores, con una
coquetería repulsiva en ellos.
‘Feuerbach es un burgués’, y el término ‘burgués’ aumentado en un
epíteto repetido ‘ad nauseam’; pero
cada uno de ellos, desde la cabeza hasta los pies, en absoluto, totalmente es un burgués
provinciano. En una palabra,
mentira y estupidez, estupidez y mentira. En
esta sociedad no hay posibilidad de tomar aliento amplio y libre. Yo me mantengo apartado de
ellos y he declarado
decididamente que no me afiliaré a su unión comunista
de artesanos y no tendré nada que ver con ella.»
La Revolución de 1848 le hizo
volver a París y desde allí a Alemania. Tuvo una disputa con Marx sobre una cuestión en la cual él mismo confesó más
tarde que Marx tenía razón. Se
hizo miembro del Congreso eslavo en Praga, donde intentó, sin éxito, promover
una sublevación eslava. Hacia el fin del año 1848 escribió un Llamamiento a los eslavos, exhortándolos
a unirse con otros
revolucionarios para destruir tres monarquías tiránicas:
Rusia, Austria y Prusia. Marx publicó un ataque contra él, diciendo, en efecto,
que el movimiento para la
independencia de los bohemios era inútil porque los
eslavos no tenían porvenir, por lo menos en aquellas regiones donde estaban sujetos a Alemania o
Austria.
Bakunin acusó a Marx de patriota
alemán en esta cuestión, y Marx
a Bakunin de ser paneslavista; reproche indudablemente justo en ambos casos.
Pero antes de esta disputa hubo
una mucho más seria. El periódi-co
de Marx, la Neue Rheinische Zeitung,
afirmó que George Sand tenía
papeles que probaban que Bakunin era
agente del gobierno ruso y uno de los responsables de la reciente detención de muchos
poloneses. Bakunin, naturalmente, repudió la acusación, y George Sand escribió a la Neue Rheinische Zeitung negando la afirmación
en todo. Las negaciones fueron publicadas por Marx, reconciliándose
aparentemente; pero desde
aquel momento en adelante no disminuye realmente la hostilidad que existía
entre los dos caudillos rivales,
que no volvieron a entrevistarse hasta el año 1864.
Mientras tanto la reacción había
avanzado en todas partes. En
mayo de 1849, una sublevación en Dresden hizo
que los revolucionarios se adueñaran de la ciudad; dominaron durante cinco días, estableciendo
un gobierno revolucionario. Bakunin era el alma de la defensa que hicieron contra las tropas prusianas.
Pero fueron vencidos y al fin
Bakunin fue capturado cuando intentaba escaparse con Heubner y Richard
Wagner, quien, afortunadamente
para la música, no fue capturado.
Empieza ahora un largo período de
encarcelamientos por muchas cárceles de varios países. Bakunin fue condenado a muerte el 14 de
enero de 1850, pero su sentencia
fue conmutada después de cinco meses y fue entregado a Austria, que pretendía
el privilegio de castigarle.
Los austríacos, a su turno, le condenaron
a muerte en mayo de 1851, y otra vez su sentencia
fue conmutada por la de prisión para toda la vida.
En las cárceles austríacas llevaba cadenas en las manos los pies, y aún más: en una estuvo
encadenado al muro por la cintura.
Parece que había un placer personal en castigar a Bakunin, pues el
gobierno ruso, a su tiempo,
pidió su extradición a los austríacos, que se lo
entregaron. En Rusia estuvo detenido, primero en la fortaleza de Pedro y Pablo y después en la
de Schlusenburg. Allí padeció el escorbuto, cayéndosele todos los dientes.
“Su salud quedó completamente
aniquilada y le fue casi
imposible asimilar alimentos. Pero si su cuerpo se
había debilitado su espíritu aún se conservaba inflexible. Temía, sobre todas
las cosas, encontrarse un día
rendido por el sufrimiento extenuante de la cárcel a una condición de degradación de la cual
Silvio Pellico es un ejemplo
conocido. Temió que dejaría de odiar, que
sentiría apagarse en su corazón el sentimiento de rebeldía que le sostenía, que acabaría
perdonando a sus perseguidores
y sometiéndose y resignándose a morir. Pero
este miedo era sin fundamento, pues su energía no le abandonó un sólo día y salió de su celda
exactamente igual que cuando
entró” [3].
Después de la muerte del zar
Nicolás, hubo una amnistía para
muchos de los presos políticos, pero Alejandro
II borró con su propia mano el nombre de Bakunin
de la lista. Cuando la madre de Bakunin logró tener
una entrevista con el nuevo zar, éste le dijo: “Tiene usted que saber, señora,
que mientras viva su hijo no
podrá nunca ser libre”. A pesar de esto, en el año 1857, después de ocho años de prisión, fue
enviado, con una relativa
libertad, a Siberia. Desde allí, en el año 1861, logró escapar al Japón, y
después, a través de América,
llegar a Londres. Había sido encarcelado por su
hostilidad frente a los gobiernos; pero, ¡cosa rara!, sus sufrimientos no habían tenido el efecto
intentado de hacerle amar a los
que se los causaron. Desde este momento en adelante se dedicó a difundir el
espíritu de la rebelión
anarquista, sin ser detenido otra vez. Durante unos
años vivió en Italia, donde fundó, en el año 1864, la “Fraternidad Internacional” o la “Alianza
de Socialistas Revolucionarios”. En esta asociación se alistaron hombres de muchos países, pero, al parecer,
ninguno de Alemania.
Se dedicó, en Italia,
principalmente a luchar contra el
nacionalismo de Mazzini. En el año 1867 se marchó a Suiza, en donde el año siguiente colaboró
en la organización de la “Alianza Internacional de la Democracia Socialista”, de la cual él redactó el
programa. Este programa da un sucinto y buen resumen de sus opiniones:
«La Alianza se declara atea;
desea la abolición de-finitiva
y absoluta de las clases, la igualdad política y la
igualación social de los individuos de ambos sexos. Desea que la tierra, los instrumentos de
trabajo, como todo capital,
sean propiedad colectiva de la sociedad entera,
no pudiendo ser utilizados más que por los tra-bajadores,
es decir, por las asociaciones agrícolas e industriales.
Reconoce que todos los Estados existentes actualmente,
políticos y autoritarios, reduciéndose más y
más a las funciones mera¬mente administrativas de los servicios públicos en sus países
respectivos, tienen que
desaparecer en la unión universal de las asocia-ciones
libres, tanto agrícolas como industriales».
Notas:
[2] Un relato de la vida de
Bakunin se halla, des-de el
punto de vista anarquista, en el volumen II de la
edición completa de sus obras: Michel Bakounine, Oeuvres, tome II. Avec une notice biographique,
des avant-propos et des notes,
par James Guillaume, París, P.
V. Stock, Editeur, pp. V. LXIII.
[3] Ibid, p. XXVI.*
Nota final: Este texto es el
capítulo II del libro Los caminos de
la Libertad, de Bertrand Russell, que está dedicado
a Bakunin. Bertrand Russell nunca se dijo anarquista,
pero siempre sintió una simpatía especial por
nuestras ideas, las cuales estudió con particular
atención y cariño.
[Tomado de la revista Orto # 196, Badalona, enero-marzo 2020.
Desde el Blog de El Libertario agradecemos al equipo de redacción de dicha publicación por
enviarnos el .pdf de esta edición vía correo electrónico. La dirección de
e-mail de Orto es revistaorto@hotmail.com.]
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