Javier Paniagua
*Sección final del libro Breve
historia del Anarquismo, cuyo texto completo es accesible en https://www.academia.edu/38291285/Breve_historia_del_anarquismo_-_Javier_Paniagua.pdf?email_work_card=title.
Después de las revueltas del año
68 del siglo XX las grandes ideologías
perderán su prepotencia. Los relatos de que la historia tiene un fin
ineluctable, como pensaba el comunismo, y se alcanzará un final glorioso con la
desaparición de las clases y las desigualdades sociales, comenzarán a decaer
como eje de la movilización social. Ya el fascismo había sido derrotado y sólo
quedaba la sociedad del mercado y de la libre competencia que iba a tener un
rebrote con el neoliberalismo en los años setenta de aquella centuria, pero que
produciría igualmente grandes desigualdades y frustración porque no todos
podían consumir con la misma intensidad. Ello condujo a que los valores universales
del mundo occidental que habían nacido en la Ilustración del siglo XVIII y se
habían consolidado en el siglo XIX, como las formas políticas democráticas, no
fueran entendidos igual en todas las culturas.
Los principios que se extendieron
a partir de la Revolución Francesa con la proclamación de los Derechos del
Ciudadano, antecedente de los Derechos Humanos, que parecían indiscutibles como
normas racionales para todos los seres humanos, ahora se matizan en función de
la evolución de las diferentes sociedades. Con la descolonización comenzaba
otra etapa con el despertar de pueblos antes sometidos a los países
occidentales que pretendían también reivindicar su propio camino. África, Asia
y Latinoamérica reivindicaron su manera de interpretar actuar en el mundo, lo
que provocó que los intelectuales occidentales (europeos o norteamericanos
principalmente) pensaran que los valores culturales o morales eran sólo
referentes de una determinada época y sociedad sin que necesariamente sirvieran
para toda la humanidad. Era el nacimiento de lo que se ha dado en llamar el postmodernismo, que condujo al relativismo de
todas las proposiciones o valores sociales.
No resulta una verdad
indiscutible aquella aseveración marxista de que nuestro pensamiento está formado
a partir de nuestra posición ideológica, que se corresponde con la
superestructura de nuestra concepción del mundo, y es el reflejo de las
diferentes relaciones de producción. Desde mayo del 68 va disminuyendo el peso
del marxismo, y también del pensamiento universalista de los ilustrados, sólo
queda la economía, cada vez más basada en la econometría, las nuevas investigaciones
científicas de genética, comunicación, medicina, sociología, informática, etc.,
que únicamente servirán para aplicar las técnicas que mejoren las condiciones
físicas de los individuos, lo que conlleva que las opiniones sobre la
estructura social no tengan referentes definitivos. No podemos tener certeza de
que nuestro pensamiento sea el reflejo fiel de la realidad del mundo, aunque
creamos que podemos entender los mecanismos científicos del funcionamiento de
las cosas como si de una fotografía se tratase.
También la ciencia está sujeta a
cambios imprevisibles, como demostró W. F. Heisenberg (1901-1976) con su
formulación de la teoría cuántica, donde señalaba la imposibilidad de predecir
la masa y la velocidad de una partícula en un momento dado; y en este mismo
sentido escribe su Breve historia del
tiempo Stephen Hawking. No existe esa certeza que los científicos del S.
XIX creyero descubrir cuando indagaron sobre distintos aspectos de la
naturaleza y tuvieron la creencia de que podíamos conocerlo todo. Los
matemáticos han puesto en evidencia los límites de nuestra capacidad para
conocer. Las modernas teorías del caos han contribuido a dudar de nuestras
certezas científicas que están dentro de los procesos sociales, y es que sin
aceptar los límites de la razón no puede existir progreso; todo ello, traducido a las
complejas realidades sociales, provoca que se defienda que cada cultura tiene
su propia manera de afrontar la realidad y no cabe imponer unas sobre otras. De
igual modo, las formas de producción basadas en el libre mercado pueden ser
alteradas cuando los mecanismos de la libre competencia se agoten.
Si hoy hablamos de anarquismo,
este tiene un carácter diferente al que se fraguó en el proceso histórico de
los movimientos de finales del siglo XIX y primera mitad del XX, pero algunos quieren sentir
que forman parte de su tradición y lo reivindican, al menos para tener, tal
vez, un icono, un imaginario, que tienda puentes con la historia y, de alguna
manera, contener en su seno ese relativismo que ha marcado el final del siglo XX
sin que ello signifique arbitrismo sino
tan sólo carencia de una trascendencia que se eleva por encima de los seres
humanos. Es muy común utilizar el pasado para justificar que lo que hacemos, o
pensamos, ya lo iniciaron, de alguna manera, otros; así como para recuperar
aquellas propuestas que puedan ser adaptadas a los nuevos tiempos.
Incluso, actualmente, ecologistas
radicales, con un tono académico universitario, se muestran contrarios a la
industrialización y la consideran causa principal de la degradación del medio
ambiente. Defienden las comunidades rurales, sin mecanización, como una forma
de acabar con el consumismo industrialista que es una forma de opresión y
sometimiento que acabará con la humanidad en un tiempo definido. Proponen
formas tradicionales de trabajo agrícola y la reivindicación del apoyo mutuo,
justificando la vida sencilla y frugal que desecha el dinero y la codicia:
«Alimento, vestidos, viviendas, combustibles, las necesidades radicales que nos
impulsa a la vida, son cubiertas con servicios y mercancías que nos empujan a
la ignorancia y al extrañamiento. Los hombres y mujeres de hoy, plenamente
modernos, desarrollan sus especialidades en sintonía con esa incapacidad
general para distinguir lo necesario de lo superfluo». Así consta, como en las
viejas publicaciones anarquistas defensoras del comunalismo rural, en
afirmaciones realizadas por autores con una formación académica, publicadas en
el año 2004 en un pequeño folleto que se llama Los amigos
de Ludd. Boletín de información anti-industrial. He aquí otra forma de neoanarquismo que viene
a incardinarse en los movimientos antiglobalización.
¿Es posible un renacimiento del
anarquismo en una sociedad como la actual donde cada día se habla más de la
globalización? Desde una perspectiva histórica parece difícil que el que se
extendió entre la segunda mitad del siglo XIX
y el primer tercio del XX pueda
volver a rehabilitarse. El anarquismo organizativo, con sus ideales de igualdad
y de libertad, sin autoridad ni Estado, parece ya una idea que se ha diluido
ante las complejas relaciones productivas de las sociedades modernas donde la
ciencia, la estadística, la tecnología forman un entramado complejo difícil de
superar. Con todo, existe una propensión a la defensa de la libertad y
privacidad individual en un mundo cada día más controlado y ante la avalancha
de grupos que emplean la violencia a costa de su propia vida en nombre de
principios religiosos, algo a lo que no está acostumbrado el mundo occidental,
que ha luchado para alargar la vida de los seres humanos. Por ello, el
anarquismo se convierte en una terapia del comportamiento, de algún modo de
código religioso sin connotaciones sobrenaturales. El sociólogo español Manuel
Castells ha señalado que «en esa amplia corriente ideológica latía una idea central:
la liberación definitiva de la fuente última de la opresión, el Estado. En la
actualidad en lugar de grandes fábricas y gigantescas burocracias la economía
funciona cada vez más a partir de redes. Y en lugar de Estados-nación
controlando el territorio, tenemos ciudades-estados gestionando los
intercambios entre territorios. Todo ello a partir de Internet, móviles,
satélites y redes informáticas que permiten la comunicación y el transporte
local-global a escala planetaria. O sea, la disolución del Estado.» (En La Vanguardia (21 de mayo de 2005: «Neoanarquismo»).
Difundir los métodos de
organización descentralizada, basada en pequeños grupos que se federan entre sí
e impiden que se imponga una elite dirigente, es el eje sobre el que quiere
resurgir el pensamiento libertario. El anarquismo representa, para sus
defensores, una constante preocupación por los derechos individuales que
supongan la capacidad de cada uno de expresar con libertad sus pensamientos y
la posibilidad de llevarlos a la práctica si se convence a una gran mayoría.
Serán absolutos defensores de los medios democráticos, pero consideran
necesario poner en práctica, a escala individual, esos principios: si se cree
en la igualdad se hace insoslayable tratar a los demás como tales, sea cual sea
su condición. Hay por tanto un deseo de autoperfeccionamiento en las relaciones
interpersonales al partir de que lo que se predica debe practicarse en nuestras
vidas privadas. La manera en que tratamos al prójimo refleja la forma en que
queremos establecer las conductas para toda la sociedad; sociedad, en donde,
por otra parte, existe un gran desequilibrio entre los que mandan y los que
obedecen. Es, por tanto, vital para los anarquistas modernos crear un mundo
razonable de convivencia donde desaparezcan las dependencias y las influencias
de unos pocos sobre la gran mayoría, sin acudir a soluciones marginales de
escape de la realidad circundante como pretendieron aquellos socialistas
llamados utópicos, los hippies de los años sesenta del siglo XX, o quienes
consideran que vivir en una comuna es una forma de cambio social, aunque la
vida en común de varias personas no da ninguna seguridad de que se alteren las
relaciones personales como se ha demostrado por la experiencia de las que se
constituyeron como alternativas a la familia tradicional.
Ha de perderse el miedo y la
ansiedad ante las nuevas perspectivas científicas y los nuevos modos de
establecer las relaciones familiares. La igualdad entre mujeres y hombres es un
camino que el anarquista debe estimular para hacer desaparecer las relaciones
de dominio. De ahí que consideren las vejaciones diarias contra las mujeres o
los abusos contra los menores como síntoma de una familia mal estructurada que
soporta las relaciones del poder imperante. Se parte, así, en este neoanarquismo,
de una premisa distinta a la tradicional: de la lucha prioritaria por las
mejoras sociales y la perspectiva revolucionaria de una sociedad sin Estado, se
pasa a considerar el anarquismo como una forma de vida, como una terapia contra
los males de nuestro tiempo. La
seguridad emocional se encuentra en el respeto a todas las propuestas
personales que los miembros familiares quieran realizar, y los actuales
libertarios defienden las terapias de psicología radical que están en contra de
cualquier prejuicio racista o de las que son defensoras exclusivas de la heterosexualidad,
marginando y condenando otras opciones sexuales como la homosexualidad masculina
o femenina. Otros movimientos, como el movimiento gay, asociaciones de
consumidores, squatters, grupos de auto-ayuda sanitaria tienen cabida
en esta nueva perspectiva del anarquismo del siglo XXI, ya que esta forma de
organizarse tiende al desarrollo de la salud mental y provoca autoestima en los
seres humanos. De tal manera que todo lo que implique cambiar las relaciones
con los demás en el sentido de valorar los elementos positivos de la
convivencia hará que los individuos tomen conciencia de su propia
responsabilidad y cojan las riendas de sus vidas. Todo lo que ayude a estimular
el sentimiento de espíritu colectivo y de autoorganización contribuirá al apoyo
mutuo.
Los movimientos libertarios
actuales plantean sus acciones en términos de acción directa: si te hace falta
una vivienda, ocupa la que encuentres vacía, y haz de la calle un espacio
lúdico de convivencia. Reivindican los servicios públicos como elementos de
defensa de lo colectivo, sin pretender
caer en el reformismo si las demandas son satisfechas o aceptar la autoridad
benevolente de las instituciones creadas por el Estado. El anarquismo se
convierte en una forma de educación para la convivencia de cara a establecer
parámetros para cambiar las mentalidades futuras y extenderse a todos los
sectores sociales, porque ya no es factible realizar la revolución partiendo de
un grupo restringido y muy concienciado. No se pretende predicar sino dialogar
y convencer para establecer un sistema antiautoritario desde el nacimiento
hasta la muerte, trasladando los aspectos económicos del Estado del bienestar a
las relaciones interpersonales. Se trata, en suma, de desequilibrar la balanza
entre una organización jerarquizada y otra que practica la descentralización de
la toma de decisiones; estas deben estar sustentadas en la libertad de
expresión y de intervención en los medios de comunicación que, en la
actualidad, se limitan a difundir lo que consideran oportuno; y, por ende, los
que los adquieren a escuchar, o leer, sin participación.
Para conseguir el arraigo de la
sociedad libertaria hay que estimular una educación libre en la enseñanza
pública sin caer en la construcción de modelos alternativos, como el que se
instituyó con la escuela de Summerhill, fundada en 1921, que era privada y más
extrema en su modelo pedagógico que la fundada por Ferrer Guardia, pagada por
familias que podían permitírselo pero que no produjo el resultado esperado.
Defendía que el alumno no debía tener más normas que su propia voluntad, a la
que sólo había de encausar para hacer el bien y enseñarle sin coacción y con
completa libertad, porque la verdadera formación debe encausar al niño a
decidir sobre su propia vida sin producirle ninguna frustración.
El anarquismo clásico se ha
transformado en múltiples movimientos sociales de la sociedad actual y aboga
porque los cambios tecnológicos permitan, cada vez más, interconexiones entre
todos los seres humanos. Pretende nuevas normas de comportamiento para evitar
que se reproduzcan los elementos de jerarquía y autoridad injustificables, sin
consenso, que han venido predominando en las relaciones personales y de
trabajo. Una revolución que no plantee un cambio radical en los comportamientos
entre administradores y administrados y que se limite a instituir otra
estructura estatal fracasará como lo hicieron los bolcheviques en la revolución
rusa.
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