Araceli
Pulpillo
Las fricciones existentes entre feminismo y
sindicalismo son una constante. Las que hemos militado en ambos espacios somos conscientes
del hecho indiscutible de que este debate no está cerrado ni ha sido abordado
desde una perspectiva realmente horizontal por ambas partes. Un debate que, por
cierto, ya existía en los años de la clandestinidad y la mal llamada
Transición, dando lugar a diferentes perspectivas que unían o distanciaban.
Volviendo al presente, yo diría que seguimos en un punto bastante similar:
distancias y acercamientos en base a nuestras militancias, únicas o múltiples. Sin
embargo, este pensamiento binario, el que acerca más a una militancia u otra, me
parece bastante patriarcal, y tanto dentro del anarquismo como del feminismo
esta crítica ya ha sido abordada. En ese sentido, es imprescindible pensar el
mundo como un caleidoscopio de realidades que nos atraviesan, más que como un
mundo conformado por opuestos, para poder comprender mejor las realidades
materiales encarnadas que construyen discursos y luchas.
Las estructuras sindicales son patriarcales. Esbozo
esta afirmación aquí haciéndome eco de una de las críticas que el movimiento
feminista nos lanza. No tengo mis dudas ante su veracidad y, a pesar de que CNT
se organiza bajo los supuestos de autogestión, federalismo, solidaridad y apoyo
mutuo, podemos remitirnos a nuestra historia como organización para reconocernos
en estos términos. Nuestra propia historiografía está plagada de grandes hombres
que fueron importantes para la consecución del ideal anarquista: biografías,
testimonios, documentales, fotografías... Sin embargo, aún vemos caras extrañadas
cuando hacemos constar el hecho de que el movimiento obrero en el estado español
fue inaugurado por las mujeres. Mujeres, muchas de ellas, que se abrazaron a
los principios del ideal anarquista para pedir mejoras en sus centros de trabajo,
que llenaron las calles y las fábricas de disturbios: cigarreras, cerilleras,
cordoneras, costureras... Todavía queda mucho que escarbar para situar a la
mujer en el justo lugar que le corresponde, también en nuestros espacios.
Pienso en Teresa Claramunt, junto a Gertrudis Frau
y Federación López Montenegro, creando en 1884 la Sección Varia de Trabajadoras
Anarco Colectivistas de Sabadell. La visualizo hablando de la necesidad de
crear un sindicato no mixto para abordar la doble explotación de la mujer
trabajadora. También pienso en las cerca de 28.000 mujeres que componían la
organización Mujeres Libres, nacida en 1936, que venían a cuestionar el
carácter patriarcal de la sociedad y del movimiento libertario y a poner sobre
la mesa la necesidad de repensar desde un espacio no mixto las cuestiones concernientes
al género, apostando decididamente por hacer de las mujeres un sujeto colectivo
clave en el proceso de emancipación social. No les fue fácil, dentro de nuestro
movimiento, ser reconocidas. Sin embargo, ellas no cejaron. Ellas creían en las
ideas anarquistas y en el anarcosindicalismo. Ellas abrieron muros.
Precisamente, tanto por nuestra historia como por
nuestro presente, las anarquistas y anarcosindicalistas tenemos mucho que decir
y que aportar al movimiento feminista. Fuimos pioneras y nuestros principios,
tácticas y finalidades están en el ADN de muchas organizaciones feministas que
desde la autonomía plagan pueblos y ciudades de todo el mundo. Nos une mucho
más de lo que nos separa.
El 8M como
proceso
Hace dos años dentro del sindicato se tomó el
acuerdo de convocar la Huelga General Feminista del 8 de marzo. Fue una
decisión que nos posicionó en un panorama completamente nuevo. Afrontar esta
convocatoria, como han sentido tantas compañeras de CNT, fue un gran reto.
Desde el primer momento, la idea de posicionar al
sindicato como un instrumento del movimiento feminista, y por ende, de las reivindicaciones
del mismo, me pareció potentísima. Esto venía a alejar del imaginario colectivo
el lugar común de que los sindicatos (sean los que sean) siempre buscan estar por
delante (aunque lleguen por detrás). Sin embargo, y como apuntaba al comienzo
del texto, la fricción sindicalismo-feminismo hizo que esta idea no llegase a
calar en todas las compañeras que desde el movimiento feminista estaban
organizando el 8M.
Sin embargo, y si pensamos en el 8M como un proceso
más que como un fin, se abre un abanico de oportunidades dentro de nuestra
organización para llegar a convertir nuestros sindicatos en espacios más feministas
—pues ya sabemos que no basta con nombrarse para ser, hay que trabajárselo—. Tenemos
ante nosotras la oportunidad de abrir debates dentro de los sindicatos en los pongamos
en el centro las interseccionalidades que atraviesan los distintos cuerpos y
cómo éstas repercuten en el mundo del trabajo, de señalar ejes de opresión como
el machismo, el racismo, el colonialismo... Debates, digo, de posturas que
existen a nivel individual pero que no estamos desarrollando a nivel colectivo,
se me ocurren: permisos por maternidades diversas, remuneración e los cuidados,
prostitución, reivindicaciones de las migrantes... Temas que, más de ser complejos
en su abordaje, son necesarios para aprender las unas de las otras, para tener un
horizonte de saberes colectivos y para poner al sindicato en los debates que
contribuyen a romper, aún más, con el modelo de sociedad patriarcal,
capitalista y neoliberal que nos atraviesa.
Tenemos la oportunidad de abordar en cada sección
sindical y en cada sector laboral con implantación cenetista, análisis de las
realidades materiales de las mujeres e identidades diversas en el mundo del
trabajo, tocando ejes ya mencionados, planificando estrategias de actuación a
corto, medio y largo plazo. Preparar guías, como las que en algunas secciones
ya se han desarrollado, que sirvan de referencia en sectores claves, puede ser
un paso fundamental. De hecho, no es casual que este proceso ya lo estemos notando.
No es casual, insisto, el impulso de las nuevas afiliadas que entran con ganas
de aportar y construir. De pelear para hacer el mundo del trabajo y la sociedad
lugares realmente habitables.
¿Desvirtuar
el concepto huelga o reinventarlo?
Dice Verónica Gago que «el paro deviene hoy una
pregunta de investigación concreta y situada: ¿qué significa parar para cada
realidad diversa?» Esta pregunta rompe con una concepción monolítica en nuestro
imaginario de lo que implica una huelga. Rompe esa idea cerrada, creando un
panorama nuevo que llega a una inmensa diversidad poniéndonos en marcha desde
múltiples acciones.
Queremos ver los centros de trabajo vacíos, el
consumo paralizado, los institutos y universidades sin alumnas. Sí. Lo queremos
y lo queremos en todo el globo, pero reconozco que ver a mi madre en su primera
manifestación del 8M es un logro del modelo propuesto. Y una vez más, este
proceso está calando en muchas personas que antes estaban alejadas de las
calles. Y también de los sindicatos.
El 8M ya está inserto en nuestras dinámicas, porque
éste no representa un día concreto en el calendario, sino un tiempo prolongado
en el que abordar las problemáticas de ese caleidoscopio de realidades que nos atraviesan
y en el que mantener vivo el empeño de crear alianzas sólidas tanto a nivel estatal
como internacional.
[Artículo publicado originalmente en el periódico CNT # 422, Madrid, enero-marzo 2020.
Número completo accesible en https://cloud.cnt.es/s/fkPfwdocgr3bGyK#pdfviewer.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.