Agustín Guillamón
AYER
La
socialdemocracia es una corriente política que surgió a finales del siglo XIX
del seno del movimiento obrero alemán. El Sozialdemokratische Partei Deutschlands
o SPD alemán, fundado en 1869, no sólo fue el partido socialista más antiguo y
el más importante, sino que además fue el modelo a seguir por el resto de
partidos de la Segunda Internacional: Dinamarca 1878, España 1879, Bélgica
1885, Austria y Suecia 1889, Hungría 1890, Italia y Polonia 1892, Rumania 1893,
Bulgaria y Holanda 1894, Argentina 1896, Rusia 1898, Francia 1902/1905. En
Inglaterra y algunos otros países optaron por denominarse laboristas. Expulsados
los anarquistas de la Segunda Internacional, en 1896, todos los partidos
socialistas adoptaron principios ideológicos inspirados en el marxismo.
Hasta
el estallido de la Primera Guerra Mundial, anidó en el seno de todos los partidos
nacionales una tendencia revolucionaria, radicalizada y minoritaria, pero
teóricamente potente y muy activa (Luxemburgo, Lenin), enfrentada a una base sindical
y popular de carácter moderado y mentalidad reformista (Bernstein, el último
Kaustky, Lassalle).
Los
objetivos fundamentales de los partidos socialistas fueron el sufragio universal
y la conquista del Estado, para utilizarlo como medio de transformación gradual
del capitalismo hacia el socialismo. Bernstein defendía este gradualismo como
un proceso de reformas políticas y económicas. Estas reformas eran el objetivo
prioritario del movimiento obrero, y en consecuencia las elecciones y el parlamentarismo
se convirtieron en el método principal, sino único, del lento, progresivo y
constante avance hacia el socialismo.
Para
Bernstein las reformas que propugnaba no eran sólo un sistema de obtención de
beneficios inmediatos, sindicales o sociales, sino que la democracia era un concepto
mejorable y además un objetivo político que debía conquistarse mediante la lucha
por el derecho de los sindicatos a participar no sólo en la administración de
empresas, sino también en la dirección política del Estado.
Por
su parte, los partidos laboristas pensaban que la transición al socialismo podía lograrse, mejor, con una evolución de la
democracia representativa que por una revolución violenta, o algún otro medio
alternativo al de las elecciones democráticas. Bernstein fue condenado y
rechazado, en teoría, por todos los partidos socialistas; pero en la práctica
sus posiciones gradualistas influyeron enormemente en el socialismo
internacional y en la mentalidad de los militantes socialdemócratas.
La
Primera Guerra Mundial supuso la quiebra de la Segunda Internacional, cuando los
diferentes partidos socialistas, sobre todo el alemán y el francés, votaron favorablemente
y casi por unanimidad los créditos de guerra en sus respectivos parlamentos
nacionales. Las conferencias internacionales de Zimmerwald y Kienthal
visualizaron que todos los revolucionarios opuestos a la gran carnicería de trabajadores
cabían en sólo dos coches.
El
triunfo de los bolcheviques en Rusia hizo que el socialismo internacional se dividiese
definitivamente en dos grandes tendencias ideológicas; las facciones más radicales
de los partidos socialistas se escindieron y acabaron conformando partidos
comunistas, integrados en la Tercera Internacional (también llamada Internacional
Comunista o Komintern), que seguía una línea cercana al gobierno de Moscú. Así
surgieron los partidos comunistas de Italia, España, Francia, etcétera. Los partidos
socialistas, escindida el ala radical, adoptaron con mayor fuerza el concepto y
apelativo de socialdemócratas.
Algunos
de estos partidos llegaron a alcanzar tareas de gobierno, en solitario o en
coalición, incluso con partidos comunistas, en la Europa de entreguerras, en
los llamados Frentes Populares. Estos partidos socialdemócratas defendían la unidad
antifascista y las reformas como el camino hacia un socialismo sin propiedad
privada y no se oponían a la existencia de la URSS. Los partidos laboristas,
influidos por el keynesianismo, entendían que lo fundamental era el control estatal
de los mecanismos financieros, a partir de lo cual seguiría un proceso lento de
evolución hacia el socialismo.
Después
de la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia europea abandonó el marxismo
y elaboró una nueva visión de las relaciones entre capitalismo y socialismo,
proponiendo un mayor intervencionismo estatal en los procesos de distribución de
la riqueza, una política fiscal progresiva y una red asistencial subvencionada,
que configuraba el Estado del bienestar. En 1959, en el Congreso de Bad
Godesberg, el SPD abandonó el marxismo, identificando totalmente socialismo y
democracia. El PSOE lo haría en 1979.
Los
pensadores y políticos más destacados fueron León Blum, Ramsay McDonald, Pierre
Mendès-France, Tony Crosland, John Maynard Keynes, John Kennet Galbraith, Olof
Palme (Primer ministro sueco, desde 1969 hasta 1976), Bruno Kreisky (Canciller
de Austria, 1970 - 1983), Willy Brandt (Canciller alemán, 1969-1974), Nehru,
etcétera. Sin ánimo de caer en la caricatura, sus exponentes españoles son
Pablo Iglesias Posse (1850 -1925), Francisco Largo Caballero (1869 -1946) y
Felipe González. Zapatero sería ya un progre de pies a cabeza, sin vestigios de
ningún pensamiento, ya fuera socialdemócrata o no.
HOY
Hasta
el siglo XXI los socialistas se presentaban como los mejores gestores del capitalismo.
Eran un movimiento político que propugnaba la reforma de las estructuras
sociales y políticas capitalistas. Concedían el máximo valor a la lucha
parlamentaria como instrumento para el logro de sus fines; rechazaban la violencia
y la acción ilegal. Eran los más reticentes a la alianza con los comunistas y
los más favorables y cautos ante las corporaciones transnacionales y la
especulación financiera.
Muchos
socialdemócratas mantienen que no hay un conflicto entre la economía capitalista
de mercado y su definición de una sociedad del bienestar, mientras el Estado
posea atribuciones suficientes para garantizar a los ciudadanos una debida
protección social.
Se
diferencian del liberalismo y del neoliberalismo por su insistencia en la regulación
de la actividad productiva y en la progresividad y cuantía de los impuestos. Esto
se traduce en un incremento de la acción del Estado y los medios de comunicación
públicos, así como de las pensiones, ayudas y subvenciones a asociaciones
culturales y sociales.
Algunos
gobiernos europeos, bajo la presión del neoliberalismo, aplicaron una variante:
la llamada Tercera Vía, con un menor intervencionismo y presencia de empresas
públicas, pero con el mantenimiento de las ayudas y subvenciones típicas de la
socialdemocracia. Era la vía propuesta por Tony Blair (Primer ministro del
Reino Unido, 1997-2007), que muy pronto se mostró obsoleta.
Podemos
decir que la socialdemocracia nutre en la actualidad a la ideología de la izquierda
política del capital y a la mentalidad progre, pero ha quedado muy dañada por
las críticas neoliberales y la ruina del Estado del bienestar, irrecuperable.
Entre
los pensadores que han tenido más influencia sobre la socialdemocracia en el
presente se encuentran Gerhard Schoeder, Paul Krugman, Robert Solow, Joseph
Stiglitz, Norberto Bobbio y Zyfmunt Buaman. Las ideas que dieron paso a las
posiciones de Tony Blair provenían de la obra de Anthony Giddens y Jeffey
Sachs.
Los
partidos socialdemócratas se encuentran entre los más importantes en la mayor
parte de los países europeos. En Estados Unidos los socialistas son una rareza
y siguen siendo considerados, fuera de toda razón, como peligrosos extremistas
y revolucionarios.
La
mayor parte de los partidos socialdemócratas son miembros de la aséptica, funcionarial
y burocratizada Internacional Obrera y Socialista, fundada en 1951. A menudo se
utilizan los términos "socialismo" o "socialista" en
referencia a la socialdemocracia y los socialdemócratas, pese a que el concepto
socialismo" es más amplio, ya que en diferentes países pueden incluir a
socialistas, comunistas y anarquistas, aunque cada vez más sólo como referencia
histórica a su origen ideológico común a mediados del XIX.
PROGRES
El
pensamiento progre es entendido como una serie de ocurrencias, más o menos
incoherentes e inconexas, propias del centro-izquierda del arco parlamentario.
El
refundado PSOE lideró el progresismo político durante el gobierno de Felipe González
(1982-1996). Con Zapatero (2004-2011) se perdió ya toda ideología socialdemócrata
y los progres mostraron todas sus contradicciones e ineficiencia, propias del
vacío oportunismo político
que
los nutre.
Abandonado
el marxismo por Felipe González (1979) y convertido el PSOE
con
Zapatero en el partido único PP-PSOE, los progres proponen verbalmente unos
planes de bienestar social cada vez más reducidos e imposibles, defendiendo en
la práctica el capitalismo salvaje de las transnacionales y el capital financiero,
que sólo genera mayor concentración de riqueza y desigualdad social.
Con
la crisis de 2008, la única joya programática socialista, el Estado del Bienestar,
se derrumbó hasta disolverse en la nada, convirtiendo a los progres en pésimos
gestores del capital. Apenas si se diferenciaban de la extrema derecha por su
buenismo, tolerancia y talante cultural, favorables al aborto, el reconocimiento
de los derechos homosexuales, la igualdad de la mujer y la resignación ante una
masiva inmigración.
En
agosto de 2011 Zapatero y el partido único reformaron la constitución por vía de
urgencia, sin referéndum, para someter los presupuestos a la disciplina fiscal exigida
por Merkel. Su fracaso en las políticas sociales, al no poder conservar los presupuestos
para educación y sanidad, subvenciones sociales, mantenimiento de las
pensiones, etcétera, junto con el incremento desmesurado del paro y los casos
de corrupción generalizada en sus filas, como en cualquier otro partido, hizo
de los progres unos ineptos sin ningún tipo de credibilidad. En privado hacen
exactamente lo contrario de lo que predican en público. Ya no creen en la utopía
y quizás en nada. Ignoran la vieja tradición socialista, que aún fingía defender
principios como la solidaridad o la igualdad. Su evidente despolitización los
convierte en oportunistas amorales, inverosímiles, despreciables y despreciados.
Los
diputados socialistas que han permitido la investidura de Rajoy no son traidores
a nada, sino todo lo contrario: han sido coherentes. Los que han votado no es
no a Rajoy valoran más la propia imagen que el servicio debido a sus amos: es una
cuestión de estética.
La
ideología progre no es ya una filosofía, ni una ideología, ni una fe; sino sólo
una coartada para defender sus propios privilegios elitistas en una sociedad, como
la española, líder europeo en paro, prostitución, alcoholismo, tráfico y consumo
de drogas, nula calidad en la enseñanza, fracaso escolar, incremento de la pobreza,
desprestigio de la democracia representativa, edén de las castas políticas y
pérdida de valores éticos.
Son
unos inútiles bobos y su antiguo prestigio es irrecuperable. Sus ruinas ideológicas
y programáticas se encuentran entre los siguientes postulados, en los que ni
creen ni se les cree, porque entran en contradicción con su fundamental
fidelidad y defensa del sistema capitalista y de obediencia a los dueños del
mundo:
1.
Economía mixta, en la que coexisten propiedad privada y propiedad estatal. El Estado
subvenciona una sanidad y una educación universales y de calidad.
2.
El Estado coordina y planifica una seguridad social eficiente, casi universal, capaz
de asegurar unas pensiones dignas, proteger de la pobreza y la enfermedad y subvencionar
el paro.
3.
El Estado debe promover la sindicación de los trabajadores y la legislación protectora
de los consumidores respecto a los abusos de las transnacionales y el capital
financiero.
4.
El Estado debe proteger el medio ambiente, legislar la protección de la naturaleza,
las energías alternativas y enfrentarse al cambio climático, sin tocar los beneficios
de las transnacionales.
5.
El Estado debe imponer un sistema impositivo progresista, pero no persigue los
grandes defraudadores.
6.
El Estado debe ser laico, pero la Iglesia Católica no paga impuestos y disfruta
de privilegios inauditos en la enseñanza y en la apropiación de bienes comunes
o sin propietario.
7.
El Estado debe legislar en favor de los inmigrantes, del comercio justo internacional
y del pluralismo cultural; pero
financia
mezquitas salafistas y levanta alambradas o Centros de Internamiento de
Extranjeros (CIE).
8.
El Estado debe proteger internacionalmente los derechos humanos y la democracia,
pero no se investigan los asesinatos y desapariciones de la guerra civil.
9.
En el momento de exaltación extrema pueden llegar a proponer la renta básica universal
para todos los ciudadanos, por el solo hecho de haber nacido o residir en el
territorio nacional.
10.
Quieren ser los mejores gestores del capitalismo, los mejores defensores de los
intereses de las transnacionales y de las finanzas: FMI, Banco Mundial y OMC. Y
este punto fundamental, en momentos de crisis del sistema tiene prioridad
absoluta sobre los 9 puntos anteriores, que quedan en un quiero pero no puedo.
NOTA:
Estos
diez puntos destacan las brutales contradicciones insalvables de los progres,
los convierten en la izquierda del capital, aliados naturales de la derecha de
capital con la que conforman pensamiento y partido único (PP-PSOE), y los alienta
a considerarse teatrales competidores de la extrema izquierda del capital (En
común-Podemos), a los que intentan entregar la antorcha para continuar la farsa.
Porque
no se trata de conquistar el Estado, sino de destruirlo. No se trata de gestionar,
reformar o perfeccionar el capital y su forma de representación política: la
democracia, sino de negarlos y superarlos.
[Aparecido
originalmente en la publicación anarquista Siglo
XXI # 48, Madrid, julio 2019. Número completo accesible en https://drive.google.com/file/d/1YmkqgN4f9eFbSzypoZHJyCVJW4nvlVdF/view.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.