Valeria Giacomoni
«Es un contrasentido pretender que el
niño se acostumbre a moverse y a caminar por cuenta propia, atándole desde
el principio de pies y manos (…) Cuanto más se habitúe el alumno a la disciplina
de fuerza, más se incrustará en su ser la naturaleza pasiva, legítimo fruto de
semejante procedimiento. Y cuando se convierta en un ser por esencia
sugestionable, pasivo a las insinuaciones del profesor, no sintiendo en el
pensamiento y en la voluntad el más mínimo átomo de deseo de moverse de dentro
a afuera, ¿entonces será juzgado el alumno digno de vivir la vida de libertad?
Es lo mismo que si se quisiese que por obra de encantamiento saliera la planta
después de haber hecho todo lo necesario para impedir la germinación y hasta
matar la semilla. Esta contradicción es el prurito en nuestra vida social, ora
en el terreno político, o en el terreno penal, o en la pedagogía escolar:
deseamos iluminarnos apagando previamente la luz» [1].
Esta es la esencia del interés del anarquismo
por la pedagogía. No se puede pretender que los hombres aprendan de golpe a ser
libres si han recibido una educación que les inhibe en este sentido.
Una de las peculiaridades que más caracteriza
la historia del movimiento libertario en España es su plasticidad y capacidad
de conciliar la teoría y la práctica. La creación de un mundo nuevo es el
objetivo más alto en toda la evolución del movimiento y los medios para
conseguirlo son diferentes en cada situación. En una primera fase se atribuye
al evento revolucionario el poder de destruir las bases de la sociedad burguesa
para poder construir en un segundo momento una nueva forma de vida. Sin
embargo, poco a poco la difusión de la cultura se afirma como instrumento
privilegiado; resulta fundamental
un proceso paulatino de “liberación” de la mente humana de los dogmas y de las
normas sociales hacia la creación de una conciencia crítica que permita a cada
persona elegir por sí misma. De esta manera el anarquismo ibérico emprende el
camino de la educación. Con el cambio de siglo tiende a cerrarse la fase del
pensamiento anarquista “clásico” y se abre una posible trasposición concreta en
la experiencia pedagógica. Lo más interesante de este pasaje consiste en la
relación entre ideología y educación como resultado de la relación interactiva
entre teoría y práctica, o mejor aún, en el intento de realizar el ideal en la
práctica.
La
necesidad de concienciar a las masas para que sea posible llevar a cabo un
cambio en la sociedad resulta así imprescindible y los esfuerzos en este
sentido encuentran en España las aplicaciones más diferentes. Asumir el hecho
que no sólo hay que construir una nueva sociedad sino sobre todo personas que
sepan vivir dentro de ella es el punto de partida para un estudio
del
tema. “No puede nacer una nueva sociedad si no nace una persona nueva que pueda
funcionar dentro de ella” [2].
*****
La
etimología de la misma palabra educar nos ayuda a entender el auténtico
significado de este proceso: educar procede del latín educare y se formó
mediante el prefijo ex (fuera) y el verbo ducere (guiar,
conducir). Resulta entonces que la etimología del verbo pone el enfoque sobre
el “conducir fuera”, o sea “sacar” la verdadera esencia del ser humano.
Partiendo
de la etimología de educación, y analizando el pensamiento de varias figuras
representativas del anarquismo sobre este tema he intentado entender la
evolución del concepto de pedagogía libertaria y definir sus características
fundamentales a través de las diferentes contribuciones. No son muchos los
autores que escriben obras específicas sobre la educación, pero todos, de una
manera u otra, se enfrentan con la cuestión en el desarrollo del propio
pensamiento [3]. He dividido las aportaciones en cuatro bloques:
1.
El concepto de educación.
2.
El papel de educador.
3. Colaboración entre familia y escuela.
4. Relación entre educación y revolución.
1. El concepto de educación no como imposición desde afuera, sino como
modificación de los individuos a través de la relación con el ambiente (inevitable).
Educar = sacar las potencialidades.
Ferdinand Domela Nieuwenhuis (1846-1919),
máxima figura del anarquismo holandés, destaca en su obra La educación
libertaria, la importancia del significado de la palabra educar. Considera que
la educación del hombre es el objetivo más difícil de conseguir y al mismo
tiempo es una de las actividades en la que menos esfuerzos se invierten:
«Verdad que no hay tarea tan difícil como la
de la educación de los niños, pues se corre el riesgo de que con la mejor
voluntad del mundo los moldeemos según nuestro propio modelo; pero hay que
trabajar, no del exterior al interior, como ya dije al principio. Para esto el
mejor método es la enseñanza por los hechos» [4].
La experimentación también está a la base del
concepto de educación de Piotr Kropotkin (1842-1921), que hace muchas
referencias explícitas al argumento. Introduce el concepto de educación
permanente y recurrente, considerándola como un proceso en continua
trasformación. El objetivo de la escuela no sería transformar un principiante
en un especialista, sino proporcionar una preparación y buenos métodos de
trabajo para estimular a una búsqueda sincera de la verdad. Me parece
interesante destacar la importante intuición sobre la relevancia de la
motivación y la experiencia en el proceso de aprendizaje:
«Al obligar a nuestros hijos a estudiar cosas
reales, de meras representaciones gráficas, en vez de procurar que las hagan
ellos mismos, somos causa de que pierdan un tiempo muy precioso; fatigamos
inútilmente su imaginación; los acostumbramos al sistema más malo de aprender,
matamos en flor la independencia del pensamiento, y rara vez conseguimos dar un
verdadero conocimiento de lo que nos proponemos enseñar. Un carácter
superficial, el repetir como los loros, la postración e inercia del
entendimiento, son el resultado de nuestro método de educación; no les
enseñamos el modo de aprender» [5].
2. El papel del educador como guía, iniciador y no como formador. Habilidad
del educador en no ofrecer los mismos estímulos a personas diferentes porque
significaría consolidar las desigualdades.
Uno de los autores que más se detiene sobre
este tema es el francés Émile Armand (1872-1962) [6], que entiende la educación
como un proceso de iniciación y al educador, en consecuencia, como un
iniciador. Si la educación tiende a plasmar el hombre según la voluntad y los
valores del docente, el papel del iniciador es en cambio profundamente
libertario, dado que se concentra en hacer surgir espontáneamente en cada
individuo un sentido de autonomía, de libertad y de unicidad. El profesor
individualista es entonces un facilitador de autoformación, de autoaprendizaje,
el que estimula el “aprender a aprender”. Estimula la búsqueda y la curiosidad
del otro, también con el ejemplo o con el propio comportamiento.
Jean Grave (1854-1939) afirma que en lugar de
tratar de desarrollar lo que cada individuo posee y hacer que el descubrimiento
de los conocimientos resulte un camino atractivo, los profesores han convertido
la educación en un instrumento de tortura y la escuela en una vergüenza [7]. Un
sistema escolar de este tipo tiene como objetivo inculcar en los individuos ideas
predefinidas, valores propios del poder burgués, además de inhibir la
iniciativa personal y cultivar el aprendizaje mnemónico a expensas del espíritu
crítico:
«Inculcar el espíritu de obediencia y de
sumisión a los maestros; anular su voluntad ante la voluntad de una autoridad
superior, siempre abstracta, pero representada por seres de carne y hueso: el
sacerdote (…), el gendarme, el juez, el diputado o el rey (…). He aquí lo que
procuraron aquellos a quienes cupo la tarea de educar a la jóvenes generaciones»
[8].
También Paul Robin (1837-1912) asigna a la
escuela un papel central en el proceso de emancipación humana y considera que
la amoralidad y el vicio son el producto de la educación y de la sociedad que
rodea a los niños, y que no forman parte de su naturaleza. De este modo el
educador tiene que ser, sí, un facilitador de información pero también un
ejemplo concreto de práctica de la libertad y de la solidaridad: según Robin su
influencia será sobre todo en el plano moral.
3. Fundamental colaboración entre
familia y escuela. Si la
escuela es un potente medio de dominación y de transmisión de valores, no
podemos ignorar la relevancia de la familia en este mismo proceso. El niño, desde
su nacimiento, aprende a asimila a través de los estímulos que le proporciona
el ambiente circundante, en primer lugar la familia. Así que si la lucha es
para una educación diferente, hay que empezar por la que se imparte en la
familia.
Según Bakunin el problema consiste sobre todo
en la concepción autoritaria que los padres tienen en la relación con los hijos
y considera que los niños no pertenecen a sus padres ni a nadie más,
simplemente serán hombres libres que pertenecen a ellos mismos y a su futura
libertad. De esta manera ataca el papel represivo de los educadores, ya sean
padres o profesores, sosteniendo la necesidad de fundar un nuevo sistema
educativo en un nuevo contexto social, que valore la solidaridad y al mismo
tiempo promueva las potencialidades individuales.
También Reclus se pronuncia contra el
condicionamiento del niño que intentan antes la familia, luego la Iglesia y el
Estado. En sus Escritos sociales destaca cómo la familia normal, espontánea,
tendría que basarse únicamente en el afecto y en las afinidades libres,
eliminando todo lo que proviene de la fuerza del prejuicio, de las leyes o de
los intereses. Añade que el “título” de padres no vuelve en absoluto
superiores, simplemente implica tener un gran amor hacia los hijos.
En la Encyclopédie Anarchiste, obra que se proponía sintetizar todos los conocimientos y las
diferentes teorías anarquistas, redactada en el momento de máximo fermento
cultural por lo que concierne a este movimiento (1926-1934), Faure resume las
diferentes posturas libertarias afirmando que la cuestión de la educación a la
libertad tiene que afectar de igual manera al contexto familiar y a la escuela.
Si no hay colaboración entre estas dos instituciones, cualquier acción resulta
vana: La situación ideal supone que las dos situaciones educativas adopten los
mismos principios y los mismos medios y el autor considera que hay que
esforzarse para que esto ocurra de modo que se produzca una verdadera y
completa liberación del individuo de los
varios condicionamientos.
4. Educación y revolución. ¿Cuál de
las dos determina la otra?
Educación y revolución se completan
mutuamente: un educador no puede olvidar todo lo que la educación debe a la
revolución, así como un revolucionario consciente seguramente no puede
olvidarse de la educación:
«Una revolución no se hace sin
revolucionarios y el individuo revolucionario es, de alguna manera, un producto
de la educación» [9].
Preparar una revolución significa aumentar la
necesidad de ésta entre los individuos, despertar los sentimientos de las masas
para que tomen conciencia. La obra educativa es entonces fundamental para
obtener un resultado positivo en sentido libertario: sin una apropiada y
capilar educación, no puede tener lugar un cambio que se base en la destrucción
de un sistema autoritario y de explotación y que sin embargo tienda sobre todo
a la construcción de nuevas relaciones sociales, nuevos valores, nuevas
relaciones económicas y políticas.
El italiano Luigi Fabbri (1877-1935), mayor
seguidor de Ferrer en Italia, en el folleto La scuola e la rivoluzione (1912) insiste en la importancia que debe de
tener el tema de la escuela en el movimiento anarquista, para que de
instrumento de dominación se convierta en un coeficiente de liberación y de
rebeldía:
«Si bien el hambre puede ser a menudo un
incentivo para la revuelta, verdadero coeficiente de rebelión que hace más
profundas y realizables las revoluciones, es sobre todo la cultura lo que educa
hacia un más alto sentimiento moral e ideal. Y la cultura, puesta a disposición
de todos, muestra a los desheredados cuánta belleza y cuánto placer, en su
mejor acepción, puede dar una vida verdaderamente vivida con total aplicación
de las propias facultades físicas, intelectuales y espirituales. Esta
educación, que enseñe a los hombres la belleza de vivir, se traduce así en un
acicate a la lucha por la conquista del derecho a la vida, del derecho al pan,
al saber y a la libertad» [10].
Otro punto de vista es el del padre del
anarquismo que, si por un lado aprecia el valor de la educación, sin embargo
exalta el sentimiento de la rebelión. Bakunin sostiene la importancia de la
difusión de los conocimientos, porque una educación racional reemplazaría
religión y superstición, producto de la ignorancia, pero también insiste en la
necesidad de asumir desde un principio la perspectiva de un cambio radical, sin
esperar que todos estén instruidos, dado que el acto antagonista de rebelión
constituye en si mismo una gran escuela de formación:
«Queremos destruir todas las religiones y
reemplazarlas con la instrucción pública. Sí, pedimos para el pueblo una
instrucción racional, rigurosamente científica. La pedimos porque queremos la
definitiva liberación del pueblo de toda tutela del Estado; pero no para
someterlo a otra tutela de doctrinarios revolucionarios. Una verdadera
revolución consiste precisamente en la abolición de cualquier forma de tutela,
en exterminar completamente cualquier poder del Estado. Queremos hacer del
pueblo un ser adulto y, para que esta madurez sea efectiva, es necesaria la
ciencia (...) pero [el pueblo] no tiene ni el tiempo libre ni los medios para
instruirse. Además, el gobierno, hoy todavía poderosísimo, empleará con toda
seguridad sus gigantescos medios para obstaculizar la instrucción real del
pueblo. Toda la cuestión social está ahí. En esto reside la necesidad de la
revolución» [11].
Notas:
[1].- Rogelio Columbié, “La
libertad en la educación”: Boletín
de la Escuela Moderna 8, 30 de
junio de 1902. Artículo recopilado en Albert Mayol (ed.), Boletín de la Escuela Moderna, Tusquets, Barcelona 1977.
[2].-
Joel Spring, A primer of libertarian
education, Black
Rose Books, Quebec 1975.
[3].- Fuentes fundamentales
para esta primera aproximación teórica han sido el siempre actual Breviario del
pensamiento educativo libertario de Tina Tomasi (1978), el reciente
trabajo de Cuevas Noa, Anarquismo y educación. La propuesta sociopolítica de
la pedagogía libertaria (2003), con una interesante mirada al presente y
hacia el futuro de la pedagogía, y sobre todo el interesantísimo trabajo de
Francesco Codello, La
buona educazione. Esperienze libertarie e teorie anarchiche in Europa da Godwin
a Neil (2005).
4.- Ferdinand Domela
Nieuwenhuis, La
educación libertaria, CNT, Toulouse 1975, p.14.
5.- Piotr Kropotkin, Campos, fábricas y
talleres (1898), Zero, Madrid 1972, p.133.
[6].- Émile Armand es el
pseudónimo de Ernest J. Luin, que sólo a los veinticinco años se acercó a las
ideas anarquistas, a las que consagró el resto de su vida. Publicó numerosas revistas
y folletos y su obra principal es Initiation individualiste anarchiste (1923).
[7].- Jean Grave, Orientación anarquista, Cenit, s/f, p.49.
[8].- Ibídem, p.50.
[9].-Voz “Education”: Encyclopedie anarchiste, volumen II, p.633.
[10].- Ibídem, p.36
[11].- Este texto de Bakunin (“Questioni
rivoluzionarie. Primo articolo. La scienza e il popolo”: Narodnoe Delo, 1 septiembre 1868) está sacado del interesantísimo trabajo de F.
Codello, op. cit., p.111.
[Tomado del artículo “La evolución del
concepto de pedagogía libertaria: de la teoría a la práctica”, publicado
originalmente en la revista Germinal
# 5, Madrid, 2008, accesible en http://acracia.org/historico/Acracia/Germinal5.html.]
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