Salvador López
* El ateísmo, propiamente, no es una filosofía del ser o de la vida, no es tampoco una concepción global del mundo. No es ni siquiera una opinión metafísica sobre la existencia o atributos de la realidad. Es, en palabras de Sam Harris, una protesta manifestada por la gente razonable en presencia del dogma religioso. O, simplemente, un signo de racionalidad.
No puedo imaginar a un Dios que recompense y castigue a sus criaturas, o que tenga una voluntad parecida a la que experimentamos dentro de nosotros mismos. Ni puedo ni querría imaginar que el individuo sobreviva a su muerte física […] Yo me doy por satisfecho con el misterio de la eternidad de la vida y con la conciencia de un vislumbre de la estructura maravillosa del mundo real, junto con el esfuerzo decidido por abarcar una parte, aunque sea muy pequeña, de la Razón que se manifiesta en la naturaleza.
ALBERT EINSTEIN (1934),
Pistas y creencias
Los asuntos teológicos pueden ser un buen material para excelentes bromas filosóficas. Un ejemplo. Cuando a Bertrand Russell, el autor de _Por qué no soy cristiano_, le preguntaron qué le diría al Altísimo si se lo encontrase cara a cara en las puertas del paraíso, respondió con admirable rigor metodológico: “Oh, Señor, ¿por qué no nos diste más pistas?”
* El ateísmo, propiamente, no es una filosofía del ser o de la vida, no es tampoco una concepción global del mundo. No es ni siquiera una opinión metafísica sobre la existencia o atributos de la realidad. Es, en palabras de Sam Harris, una protesta manifestada por la gente razonable en presencia del dogma religioso. O, simplemente, un signo de racionalidad.
No puedo imaginar a un Dios que recompense y castigue a sus criaturas, o que tenga una voluntad parecida a la que experimentamos dentro de nosotros mismos. Ni puedo ni querría imaginar que el individuo sobreviva a su muerte física […] Yo me doy por satisfecho con el misterio de la eternidad de la vida y con la conciencia de un vislumbre de la estructura maravillosa del mundo real, junto con el esfuerzo decidido por abarcar una parte, aunque sea muy pequeña, de la Razón que se manifiesta en la naturaleza.
ALBERT EINSTEIN (1934),
Pistas y creencias
Los asuntos teológicos pueden ser un buen material para excelentes bromas filosóficas. Un ejemplo. Cuando a Bertrand Russell, el autor de _Por qué no soy cristiano_, le preguntaron qué le diría al Altísimo si se lo encontrase cara a cara en las puertas del paraíso, respondió con admirable rigor metodológico: “Oh, Señor, ¿por qué no nos diste más pistas?”
Sin embargo, no toda la temática religiosa presenta aristas tan amables. Aunque la desolación ocasionada fue probablemente mayor y la respuesta de la Administración Bush fue seguramente aún más inepta y clasista de lo que suele afirmarse, el huracán Katrina provocó la muerte de más de 1.000 personas, decenas de miles de ciudadanos perdieron todos sus bienes y más de un millón tuvieron que ser desplazados. Una encuesta del Washington Post, realizada poco después del desastre, revelaba que el 80% de los supervivientes afirmaban que lo sucedido no solo no había disminuido su creencia en Dios, sino que, milagrosamente, la había reforzado.
Otros datos complementarios en ningún modo incoherentes con el anterior: El 22% de los ciudadanos norteamericanos está convencido de que Jesucristo volverá a la Tierra algún día de los próximos 50 años; otro 23% cree que el retorno de Jesús no es seguro pero que es, en cambio, muy probable. Un 44% cree literalmente que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos. Solo un 28% acepta la teoría de la evolución y un 68% cree en la existencia de Satán. Unos 120 millones de estadounidenses sostienen, sin espacio para la metáfora, que Dios creó a Adán del barro hace 10.000 años.
Las estimaciones tienen sus derivadas culturales y electorales. El 87% de los ciudadanos norteamericanos afirman no dudar jamás de la existencia de Dios y más del 50% tiene una opinión negativa o muy negativa de las personas que no creen en Dios. El 70% cree que es muy importante que los candidatos a la presidencia de USA sean personas firmemente religiosas. Según una encuesta de Newsweek, sólo el 37% de la ciudadanía norteamericana votaría a favor de una persona que fuera atea para la presidencia de su país, y menos del 10% de los estadounidenses se identificarían públicamente como ateos.
Estas asentadas creencias religiosas no tienen traducción inmediata en el ámbito de la caridad, la austeridad o la lucha contra la pobreza o la desigualdad extrema. En Estados Unidos, donde además el 83% de la ciudadanía cree que Jesús resucitó entre los muertos, la diferencia de salarios no ya entre grandes ejecutivos y trabajadores industriales o de servicios, sino entre aquéllos y el salario de los empleados medios es de 475 a 1. En la era de la codicia, la diferencia sigue incrementándose de forma acelerada.
Veamos la situación en España. Según un estudio del CIS de 2002, el 80% de los ciudadanos españoles seguía declarándose católico y sólo un 12% se declaraba no creyente. El 42% creía firmemente en la existencia de Dios y un 31% creía igualmente pero con menos intensidad. El 64% seguía prefiriendo el matrimonio católico. Un 56% pensaba que la enseñanza de la religión era algo importante para la educación de sus hijos y un 80% los bautizaría. Eso sí, el 75% de las personas nacidas a partir de 1970 se declaraban poco o nada religiosas1.
En España hemos tenido como ministros en épocas recientes a miembros activos de organizaciones religiosas sectarias y fundamentalistas; la futura autoridad máxima de un Estado constitucionalmente aconfesional convirtió un asunto privado en acontecimiento público, contrayendo matrimonio en y por la Iglesia Católica; las recientes declaraciones de algunos obispos y arzobispos hielan la sangre democrática, por diluida que ésta sea, lanzando desde su emisora proclamas conspirativas de extremísima derecha movilizada, y las presiones, manipulaciones y engaños sobre la enseñanza de la religión católica en nuestras escuelas e institutos, y su lucha sin techo visible para lograr una mayor financiación pública de sus asuntos privados, y un mayor trato de privilegio en asuntos impositivos, merecen un lugar destacado en la historia universal del despropósito. En la parte opuesta, silenciosamente, habría que señalar una claudicación civil, a todas luces excesiva, en frecuentes ocasiones. La excesiva prudencia ha causado mermas en nuestro necesario coraje.
Existencias y argumentos
A pesar de todo ello, parece razonable pensar, como ha señalado Daniel Dennett, que el papel de Dios en la explicación global de la existencia humana, en los grandes cambios históricos o en la misma formación y origen del Universo se ha visto empequeñecido a lo largo de los siglos en una parte considerable de las comunidades humanas. De la inicial afirmación de un Dios directamente creador de Adán, y de Eva a partir de una costilla adánica (o explicaciones similares), se ha pasado a sostener que el verdadero y casi único papel de Dios fue haber puesto en marcha el largo proceso de la evolución. Pero, comentaba el autor de La peligrosa idea de Darwin, “ahora ni siquiera necesitamos a este Dios –el dador de la ley–, porque si tomamos estas ideas de la cosmología seriamente, entonces hay otros sitios y otras leyes, y la vida evoluciona donde puede”.
¿Está demostrada, pues, la inexistencia de Dios? ¿Se impone el ateísmo a toda persona que pretenda guiarse, conducirse y construirse racional y espiritualmente, sin prejuicios o con el menor número de ellos, con información contrastada y sin cultivo acrítico de una tradición inalterable? Aceptemos que las creencias, también las religiosas, no pueden ser objeto de demostraciones asentadas e indiscutidas para siempre. Si lo fueran, si pudieran serlo, no existiría debate, lucha cultural o política en torno a ellas. Pero ello no es obstáculo para que existan numerosas razones que justifiquen la racionalidad del ateísmo y acaso éste no sea un mal momento para dar nuevas vueltas sobre ellas.
El ateísmo, propiamente, no es una filosofía del ser o de la vida, no es tampoco una concepción global del mundo. No es ni siquiera una opinión metafísica sobre la existencia o atributos de la realidad. Es, en palabras de Sam Harris2, una posición en torno a las creencias humanas que rechaza negar lo que, en su opinión fundamentada, cree evidente. “El ateísmo no es más que la protesta manifestada por la gente razonable en presencia del dogma religioso”. Bien mirado, todos los seres humanos bordeamos el ateísmo. Lo somos respecto a la mayoría de las otras religiones que existen o han existido. Como ha apuntado Richard Dawkins, casi todos los seres humanos niegan hoy la existencia de Zeus y Thor. Son, por tanto, ateos respecto a estas creencias.
Pero, ¿existe alguna demostración convincente del ateísmo? ¿Existe alguna prueba inapelable de su racionalidad?
No es necesaria una justificación de ese tipo. Como señaló Manuel Sacristán en un reconocido paso3, siguiendo en este punto observaciones de Bertrand Russell, diversas vulgarizaciones del marxismo y, en general, de concepciones filosóficas materialistas amigas de la ciencia han usado laxamente conceptos como demostrar, probar y refutar para referirse a las argumentaciones plausibles propias de las concepciones filosófico- políticas. Sacristán se quejaba de la errónea frase de que la marcha de la ciencia había demostrado la inexistencia de Dios. La ciencia no puede demostrar ni probar nada referente al universo como un todo. Las ciencias empíricas no pueden probar la existencia de un ser llamado Abracadabra abracadabrante (el ejemplo es del propio Sacristán), pues ante cualquier informe positivo que declarase no haberse topado con tal entidad, cabría siempre la respuesta de que el ser abracadabrante está por completo fuera del alcance de nuestros instrumentos de experimentación, o incluso que no es perceptible en absoluto. O incluso que ni siquiera es pensable por la razón humana. Se trataría de otro tipo de entidad, de otra forma de Ser.
¿Cuál es el papel entonces de los conocimientos científicos, artísticos y afines en asuntos de creencias? Lo que la ciencia y otros saberes contrastados pueden fundamentar es la afirmación de que la suposición de la existencia de seres abracadabrantes “no tiene función explicativa alguna de los fenómenos conocidos, ni está, por tanto, sugerida por éstos”. Por lo demás, la afirmación sobre la demostración de la inexistencia de Dios presupone la tarea de demostrar o probar inexistencias. Pero, como apuntaba Sacristán, las inexistencias no se prueban, se prueban solo las existencias. La carga de la prueba compete, efectivamente, al que afirma existencia, no al que duda o niega tal posibilidad.
El malogrado Hanson Russell4 transitaba por camino afín en dos artículos clásicos. En su opinión, solo hay dos posturas consistentes en estos asuntos. La del creyente, que por diversas razones cree en la existencia de Dios o dioses, y la del ateo que niega la validez y justificación de esa creencia de existencias. Si el teísta, deísta o afín tiene un argumento convincente, se impone la creencia en Dios; si no lo tiene, se infiere la no creencia, el ateísmo. No tiene sentido apelar aquí, en opinión de Hanson Russell, a un agnosticismo vergonzante, no tiene sentido permanecer en un supuesto e inexistente justo medio, sosteniendo que no existen demostraciones convincentes de existencia pero tampoco de inexistencia.
En la misma línea, Luis Vega Reñón sostiene igualmente que son las afirmaciones de existencia las que tienen la carga de la prueba. La no existencia de una determinada entidad no puede establecerse en términos razonables, salvo, claro está, que pueda derivarse de una demostración de la imposibilidad de dicha existencia. De este modo, la no existencia de un círculo cuadrado –y aquí sí que hay demostración de inexistencia– se deriva de su imposibilidad interna. Las cuestiones de imposibilidad son, pues, otra cosa. La imposibilidad de que algo exista sí debería demostrarse, sí que hemos de lidiar entonces con la carga de la prueba, por contraste con la creencia en la no existencia, donde tal requisito no debería ser requerido.
De hecho, algunos autores sostienen esa posibilidad demostrativa en asuntos teológicos: la no existencia de Dios estaría probada porque Dios es una entidad imposible, y lo es porque la noción que lo envuelve, si lo envuelve, la de un ser que reúne en grado sumo todas las perfecciones, es tan inconsistente como la de un triángulo equilátero con cuatro ángulos desiguales. No es concebible racionalmente que algo o alguien pueda ser a la vez omnipotente, omnisciente, sumamente bueno, justo, compasivo y providencial respecto de los demás seres libres. Vega apuntaba un posible, aunque por lo demás infrecuente, desliz teológico: “¿No se les habrá ido la mano a los teólogos que hablan de un Dios en términos absolutos y positivos, frente a los místicos y teólogos negativos, que se limitan a negarle las imperfecciones e impurezas del mundo e incluso las relaciones con él?”
Existen otros planos de aproximación crítica con más relevancia moral, más anclados en la historia, en la inquietud existencial, y, si se quiere, algo más laxos. Primo Levi, por ejemplo, ha apuntado el siguiente. En conversación con Ferdinando Camon, sostenía:
<<F.C.: Es decir, Auschwitz es la prueba de no existencia de Dios.
Levi: Existe Auschwitz, por lo tanto, no puede haber Dios.>>
En el texto mecanografiado de la entrevista, recordaba Camon, Levi había agregado a lápiz: “No encuentro una solución al dilema. La busco pero no la encuentro”.
Creación y diseño
Sin embargo, la situación de la creencia religiosa y los modos de argumentar a su favor y el mismo papel político de la creencia presentan nuevas y pujantes aristas. Recordemos algunos datos de la situación en Estados Unidos.
Aun cuando la enseñanza religiosa está prohibida en las escuelas públicas estadounidenses y en la Constitución americana se postula una neta separación entre Iglesia y Estado, los creacionistas convirtieron en una batalla política y constitucional la inclusión de lo que denominan, en un impropio alarde de creación lingüística, “ciencia de la creación”, en el currículum científico de las escuelas norteamericanas. El darwinismo es una teoría, sostienen, pero es una teoría entre otras. No menos, admiten a regañadientes, pero tampoco más.
De hecho, en 1981, los Estados de Arkansas y Luisiana aprobaron leyes para que ambas teorías, la evolucionista y la “teoría” creacionista, recibieran un tratamiento horario idéntico. La “American Civil Liberties Unión” emprendió una acción legal contra el consejo de Educación de Arkansas que llegó al Tribunal Supremo. El recientemente fallecido Steven Jay Gould fue citado a declarar en el juicio en calidad de experto: “Si el juez Scalia tuviera en cuenta nuestras definiciones y nuestras prácticas, comprendería por qué el creacionismo no puede acreditarse como ciencia. De paso, también percibiría la emoción de la evolución y sus evidencias; ninguna persona sensata podría mantenerse indiferente ante algo tan interesante”.
La sentencia final resolvió prohibir las enseñanzas de todo tipo de ciencia de la creación o afín en las escuelas de Arkansas financiadas con dinero público. Argumento central de la resolución: el creacionismo es una concepción religiosa, no científica. Desde entonces, muchos creacionistas han fundado escuelas e instituciones donde poder impartir su “ciencia creativa”. Pero de nuevo, en agosto de 1999, el consejo de Educación de Kansas decidió convertir la religión en una asignatura optativa de acuerdo con los criterios establecidos para la enseñanza de las disciplinas científicas. La evolución, por tanto, dejó de estar incluida en las pruebas de todos los estudiantes de ese Estado. En Kentucky, se suprimió la palabra “evolución” y se la sustituyó por la expresión “cambio a lo largo del tiempo”.
Algo más tarde, el 20 de diciembre de 2005, el juez federal John E. Jones III emitió una importante sentencia en donde declaraba inconstitucional la decisión de un consejo escolar de Dover, Pennsylvania, por la que los alumnos de una escuela pública de secundaria deberían estudiar el “diseño inteligente”, en pie de igualdad con la teoría de Darwin en las clases de Biología. El juez recordó que la Constitución norteamericana prohibía que el Estado hiciera militancia religiosa. La “teoría” del “diseño inteligente” era asunto de fe, era religión, y no debía ser enseñada en clases de ciencias.
La actual, masiva y neoconservadora apuesta por la “teoría” del diseño inteligente presenta nuevos matices respecto a la anterior oleada creacionista. No se pretende refutar la evolución en términos generales, simplemente sugieren que algunos procesos biológicos son demasiado complejos para haberse organizado del modo propuesto por Darwin o por el darwinismo.
Se trata de un renacimiento, más o menos sofisticado, del antiguo argumento de William Paley, un filósofo y teólogo utilitarista británico que vivió en la segunda mitad del XVIII y murió tres años después de la publicación en 1802 de su Teología Natural. Su argumento central puede ser expuesto del modo siguiente. Cuando inspeccionamos un reloj percibimos algo que no descubrimos en una piedra; sus diversas partes están proyectadas y ensambladas con un propósito, producir un movimiento regulado para señalar las horas del día. La deducción es inevitable: el reloj tiene que haber tenido un artífice que le diera forma para servir al propósito para el que sirve. Del mismo modo, las señales del diseño planificado son demasiado evidentes en la Naturaleza para que puedan ser ignoradas. Un ejemplo entre muchos otros: el babirusa, un cerdo salvaje de las Indias Orientales, señalaba Palley, tiene dos dientes curvados de casi medio metro de longitud, que crecen hacia atrás, ésta es su singularidad, desde la mandíbula superior. No tienen estos dientes una función defensiva ya que ese servicio lo prestan dos colmillos que salen de su mandíbula inferior. Puesto que no los usa para defenderse, ¿son esos dientes una superficialidad, un estorbo, un accidente? No. El babirusa duerme de pie y para sostener su cabeza engancha sus colmillos superiores en las ramas de los árboles. No son innecesarios, no son ningún estorbo. El diseño natural se impone .
Otro ejemplo: Analicemos el desarrollo del ojo. ¿A quién se le puede ocurrir, preguntan exitosos los “diseñadores”, que esa maravilla ingenieril pueda ser producto de una serie de imperceptibles pasos no planificados como sostiene el neodarwinismo? “Sólo un diseñador inteligente puede haber sido capaz de crear la brillante disposición adaptativa del cristalino, la apertura variable del iris y un tejido sensible a la luz de una exquisita sensibilidad, todo eso ubicado, encima, en una esfera capaz de cambiar de objetivo en una centésima de segundo y de enviar megabites de información a la corteza visual cada segundo, de manera continua y durante años”.
Por tanto, se concluye, hay diseño. Todo diseño presupone un diseñador; ese diseñador tiene que haber sido una poderosa mente racional. Esa mente es Dios. Los partidarios del diseño o designio inteligente sostienen que el Universo, la vida y el origen del hombre son el resultado de acciones racionales emprendidas de forma deliberada por uno o más agentes inteligentes. Se trata, afirman, de una propuesta científica legítima, capaz de sustentar un programa de investigación metodológicamente riguroso.
El debate, muy intenso en Estados Unidos, se ha extendido a otros países a través de la influencia de iglesias evangélicas y otros grupos fundamentalistas. La apuesta por el diseñador natural también se ha convertido en una posición de creciente fuerza en países latinoamericanos. La posición mayoritaria defendida por la Iglesia Católica parece respetar la autonomía de la ciencia y sus hallazgos. Sin embargo, ha habido pronunciamientos que favorecen el diseño inteligente por parte de figuras católicas nada marginales, como el arzobispo de Viena. Para el monseñor vienés, cualquier modo de pensamiento que niegue o busque desestimar la abrumadora evidencia en favor del diseño en biología es ideología, no ciencia. ¡Un dirigente de la Iglesia católica, apostólica y romana que acusa de ideológica, de no-científica, a una concepción filosófica y metodológica crítica!
Noam Chomsky ha presentado una interesante variante, el argumento del diseño maligno, que nos retrotrae a transitados pasajes de Epicuro o del mismo Hume. A diferencia del diseño inteligente, para el que, en opinión de Chomsky, la evidencia es nula, el diseño maligno tiene a su favor toneladas de evidencia empírica. Su criterio se basa en la crueldad del mundo: sólo un diseñador maligno puede haber organizado un mundo así. Luego, Satán existe.
Creencias, poder eclesiástico y escuelas públicas
De todo lo anterior parece inferirse una tarea razonable y racional: mantener la creencia en Dios y sus derivaciones fuera de las instituciones públicas, especialmente en centros de enseñanza cuya función básica es formar, informar, aprender a distinguir entre teorías, hechos confirmados y pensamientos desiderativos, entre tradición y conjeturas razonables, entre ensoñación, consuelos comprensibles e hipótesis contrastadas.
Richard Dawkins, que ocupa una cátedra de divulgación científica en Oxford y es autor del reciente y exitoso The God Delusion, ha creado una fundación con el fin de mantener a Dios fuera de las aulas y evitar que las pseudociencias se hagan fuertes en los colegios. La Fundación para la Razón y la Ciencia subvencionará libros y y DVDs para combatir lo que Dawkins denomina un “escándalo educativo” ante el aumento de “ideas irracionales”. La fundación también pretende llevar a cabo investigaciones psicosociológicas para averiguar qué hace que algunas personas sean más susceptibles a las ideas religiosas que otras y si estas últimas son además especialmente vulnerables ante determinadas teorías.
El envite de Dawkins para contrarrestar lo que él considera el adoctrinamiento religioso de los jóvenes británicos surge en un momento en el que se ha sabido que docenas de colegios están usando en las clases de ciencias unos materiales didácticos elaborados por el grupo “Verdad en la ciencia” que promueven la alternativa creacionista a la evolución darwinista, valorada por el gobierno británico como “inadecuada dentro de los planes de estudios de ciencias”.
Richard Buggs, un portavoz de Truth in Science, ha declarado que el grupo no estaba atacando la enseñanza de la teoría de Darwin. “Solamente decimos que también se deberían enseñar las críticas que se hacen a la teoría de Darwin”. Según Buggs, el diseño inteligente atiende a las pruebas empíricas en el mundo natural y afirma que eso es prueba de un diseñador. Es cierto, admite, que si vamos más allá, el razonamiento se vuelve religioso y el diseño inteligente tiene implicaciones religiosas. El Gobierno británico, en un infrecuente alarde de sensatez, ha dejado claro que “ni el diseño inteligente ni el creacionismo son teorías científicas reconocidas” y que, por tanto, se opondrá a su difusión en las instituciones públicas de enseñanza.
Notas
- El 60% de los nacidos en torno a 1940 se seguían declarando “muy o bastante religiosos”. El porcentaje era superior al 75% en los nacidos hacia 1930. Según investigaciones del CIS, el 55,5 % de los ciudadanos españoles que tienen estudios superiores creen en Dios y no reza nunca el 43,7%.
- Sam Harris, “Manifiesto Ateísta”. www.truthdig.com
- Sacristán, Manuel (1964), “La tarea de Engels en el Anti-Dühring”. Sobre Marx y marxismo. Icaria, Barcelona, 1983, pp. 31-32.
- N. R. Hanson: “El dilema del agnóstico” y “Lo que yo no creo”. En AA. VV., Filosofía de la ciencia y religión. Salamanca, Ediciones Sígueme 1976, pp. 19-26, pp. 27-52 respectivamente.
[Tomado de http://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-temperada-racionalidad-del-ateismo.]
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