Pedro Trigo
* Fragmento de un texto más extenso accesible en http://revistasic.gumilla.org/2017/venezuela-del-totalitarismo-a-la-dictadura.
...Queremos insistir que la diferencia entre la dictadura y el totalitarismo consiste en que aquélla trata de congelar lo existente para mantenerse en el poder, mientras que éste trata de subvertirlo todo: “A diferencia de la mayoría de las dictaduras antiguas y actuales, los movimientos totalitarios que detentan el poder no pretenden congelar a la sociedad en el status quo; por el contrario, su objetivo es institucionalizar una revolución en la cual la amplitud y a menudo la intensidad crecen a medida que el régimen se estabiliza en el poder”. “El objetivo de las dictaduras es impedir que la historia marche a la par de los tiempos”[40]. Es claro que Chávez se propuso cambiarlo todo y reconfigurar a las personas de tal modo que se llegara a instaurar una nueva Venezuela: “la patria bonita”. Estas consignas son cascarones vacíos. No sólo no han construido nada nuevo, sino que han llevado a los venezolanos a un grado de postración inédito en la Venezuela moderna: no hay alimentos ni medicinas ni dinero ni seguridad ni cohesión social ni esperanza.
* Fragmento de un texto más extenso accesible en http://revistasic.gumilla.org/2017/venezuela-del-totalitarismo-a-la-dictadura.
...Queremos insistir que la diferencia entre la dictadura y el totalitarismo consiste en que aquélla trata de congelar lo existente para mantenerse en el poder, mientras que éste trata de subvertirlo todo: “A diferencia de la mayoría de las dictaduras antiguas y actuales, los movimientos totalitarios que detentan el poder no pretenden congelar a la sociedad en el status quo; por el contrario, su objetivo es institucionalizar una revolución en la cual la amplitud y a menudo la intensidad crecen a medida que el régimen se estabiliza en el poder”. “El objetivo de las dictaduras es impedir que la historia marche a la par de los tiempos”[40]. Es claro que Chávez se propuso cambiarlo todo y reconfigurar a las personas de tal modo que se llegara a instaurar una nueva Venezuela: “la patria bonita”. Estas consignas son cascarones vacíos. No sólo no han construido nada nuevo, sino que han llevado a los venezolanos a un grado de postración inédito en la Venezuela moderna: no hay alimentos ni medicinas ni dinero ni seguridad ni cohesión social ni esperanza.
Como no ha funcionado ningún proyecto, lo que se propone sirve únicamente para repartirse el presupuesto. Se dice no al comercio; las alternativas, desde las distintas cadenas de distribución, todas bolivarianas, hasta los Claps sirven para lucrarse los encargados, para dar a los suyos y para someter a los demás. Las horas perdidas en las colas son incalculables; pero como para una mayoría creciente no hay nada más que hacer, se les obliga a mendigar al gobierno. No hay pasaportes. Por tanto, se lo damos por quinientos dólares. Así pasa con cada vez más cosas. La Guardia Nacional se ocupa de requisar a los que circulan con algo o de cobrar a los agricultores para que no les roben la cosecha. Todo esto es tristísimo, pero lo que ya parece demencial es entregar cada día más parcelas del territorio nacional a bandas, que ocupan el territorio, desplazando al Estado o en complicidad con él, e imponen su ley, cobrando un impuesto mensual a vecinos, a los que no les alcanza para comer. La incapacidad del gobierno lleva a que todo se haya anarquizado y en primer lugar el propio Estado, en cuyas dependencias cada vez funcionan más las cosas por los caminos verdes, es decir pagando al funcionario, y con cuenta gotas. Las cárceles son el espejo de esta inversión total: los que mandan son los presos, obviamente que los más peligrosos, se organizan como bandas, que son la autoridad efectiva y cobran por imponer su orden y desde ellas, con una seguridad absoluta, realizan todo tipo de extorsiones. Y todo, con la anuencia de las autoridades centrales, que increíblemente exhiben internacionalmente este infierno como un tremendo logro, y la complicidad de los funcionarios. Este estado de cosas lo plasma Rodolfo Sanz con estos términos: “La desideologización y despolitización del proceso global de organización de la población, que ha dado origen a prácticas chantajistas y aberrantes, profundamente deformadoras de la participación política del pueblo. A esto debe agregarse una tendencia a la desmoralización ante el fracaso recurrente de organizaciones que nacen y desaparecen sin explicación de ningún tipo, casi como un proceso natural que nadie controla, explica o evalúa”[Hugo Chávez y el desafío socialista. Ed. Nuevo Pensamiento Crítico, Los Teques, 2007, p. 172.]
Así pues, ya se ha abandonado cualquier proyecto alternativo. De la revolución no existe ni la sombra. Pero subiste el copamiento del espacio por parte del “proceso” para lucrarse, es decir, mafiosamente. Si no hay ya ninguna pretensión alternativa, no hay totalitarismo. Pero si la anarquización está copada por el gobierno, que se lucra de ella e impide cualquier vía alternativa, y sobre todo que funcionen los mecanismos institucionales, que son los canales de la democracia, ante todo las elecciones, pero también la Asamblea Nacional, es que estamos en una dictadura.
Podemos calificarla así porque, aunque a nivel formal existen las instituciones, pero están copadas por el gobierno y las que no controla, las neutraliza por argucias, en contra de la Constitución. Lo típico de la dictadura es ponerlo todo en función, no de un proyecto comprehensivo, como el totalitarismo, sino del poder, del poder desnudo con el que dominan y se enriquecen. Como controla el espacio, no hay manifestaciones. Como la gente está hambrienta y enferma y amenazada siempre por la inseguridad impune ¿cómo se va a oponer al gobierno? Por eso la inmensa mayoría de la gente está en contra de él; pero él sigue controlando todos los espacios y desplaza sin contemplaciones a quien pretende ocuparlos. Es una dictadura.
En lo que esta dictadura es una vulgar dictadura decimonónica, algo, pues, muy inferior, muchísimo peor, a las que hemos tenido en el siglo XX, es en que éstas tenían una pretensión de echar adelante al país, al menos a nivel económico y con predominio indiscutido de los propietarios. Por eso ponían orden, controlaban drásticamente el crimen, con lo que se podía invertir con seguridad. Ésta se basa, por el contrario, en que la inmensa mayoría está contra el suelo y es exprimida sin piedad por los funcionarios y los aliados del gobierno. Su fortaleza se basa en que han debilitado hasta el extremo a la mayoría de los ciudadanos. Una dictadura miserable, abyecta, inhumana. En este sentido, peor que las del siglo XIX, que ya es decir.
Queremos recordar, porque nos falla la memora histórica, que en todas las dictaduras venezolanas, menos en la de de Páez, han persistido las formas democráticas. Por eso ninguna se ha considerado dictadura. Pero nadie se ha engañado y sí las consideramos como tales. En todos los libros de historia se habla, por ejemplo, de la dictadura de Gómez. Y, sin embargo, había parlamento y elecciones y poder judicial. Así pues, el gobierno no puede esgrimir que existen esos poderes para decir que estamos en una democracia. Esos poderes están secuestrados y no creemos que se vayan a permitir unas elecciones limpias con la concurrencia de candidatos realmente de oposición, no capciosamente inhabilitados.
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