José Asensio
Los
procesos de análisis y debate entre las distintas organizaciones, colectivos, grupos
y personas que se sienten vinculadas al movimiento libertario han supuesto
siempre una asignatura compleja de abordar y difícil de resolver. Más allá de
la coordinación en temas y acciones puntuales, existe en nuestra historia más
reciente una dinámica patente y normalizada hacia la atomización y dispersión
del propio movimiento. Los intentos por romper estas dinámicas, por establecer
espacios donde poder razonar, debatir experiencias y extraer conclusiones, si
proceden, suelen ser pequeños oasis dentro de la infinidad de espacios y
prácticas en las cuales está inmerso el movimiento. Podríamos recordar, entre otras,
las cinco citas del evento ibérico “Buscando el Norte” (València, Sant Boi, Luarca,
Madrid y Barcelona), e incluso, propuestas de carácter internacional que
supusieron espacios para el debate pero escasos progresos a nivel organizativo.
En este sentido, y por la repercusión que tuvo en su momento, el artículo de
diciembre de 2014 de Carlos Taibo (http://www.carlos-taibo.com/articulos/texto/?id=500#)
animaba a la reflexión e invitaba, en base a nuestra propia responsabilidad
sobre lo colectivo, directamente a la creación de nuevas estructuras
confederales y abiertas a la sociedad.
Desde entonces,
organizaciones como Embat en Catalunya (http://embat .info) o Apoyo Mutuo en Madrid
(http://apoyo-mutuo.net) han acogido a activistas sociales vinculadas a las prácticas
libertarias y realizado innumerables presentaciones de sus actividades e
iniciativas como podemos comprobar en sus webs. Por el contrario, algunos
intentos de sumar organizaciones y colectivos en plataformas organizativas, como
la propuesta de finales de 2015 de Juventudes Libertarias en València de
establecer un Frente Común Libertario sobre cinco ejes de trabajo, han pasado
sin pena ni gloria entre gran parte de los grupos que podían haberlas considerado
y debatido abiertamente para intentar una inicial andadura. En el mismo sentido
podríamos hablar de cómo suelen ser las relaciones, más allá de -como dijimos
anteriormente- acciones concretas, entre las organizaciones que se reclaman herederas
del anarcosindicalismo, o la cantidad de discusiones sobre la “pureza
anarquista” que seguimos encontrando en la red y que, principalmente, sirven
para seguir alimentando tensiones y enfrentamientos.
Aunque
para algunas personas y colectivos el movimiento libertario es incompatible con
un proyecto político, lo bien cierto es que la actividad transfo madora en lo
social, que se respalda desde dicho movimiento, tiene que responder,
obviamente, a la necesaria articulación de estrategias, a corto y medio plazo,
que tengan como finalidad la construcción de una sociedad libertaria. Dichas acciones,
por tanto, responderán a los objetivos establecidos y acordados bajo las premisas
o principios que se abogan desde el propio movimiento (asamblearismo y nula
jerarquización, solidaridad y apoyo mutuo, acción directa, etc.). Esta
metodología es netamente política. Asimismo, pensar que dichos principios no responden
a criterios políticos es rizar el dogmatismo a niveles supremos.
Dicho esto,
es constatable que en la construcción de esos espacios de análisis y debate
políticos aún quedan muchos pasos a realizar en muchos lugares, recientemente
se presentaba en Zaragoza Aunar (http://aunar.org/), pero también falta un
apoyo decidido de muchas organizaciones y colectivos para consolidar y
visualizar lo que, por otro lado, muchas personas observamos respecto a la infinidad
de iniciativas y proyectos que nacen dentro de la “galaxia” libertaria o
funcionan bajo los principios organizativos (políticos) de la misma.
Sumando
argumentos a los que podemos encontrar en las webs anteriormente reseñadas
sobre la importancia y necesidad de estas estructuras organizativas, añadiríamos
dos más. El primero de carácter emocional, simbólico, y un segundo de índole
histórica y estructural.
Releyendo
el soberbio ensayo Los anarquistas españoles de Murray Bookchin, podemos
encontrar un capítulo final de conclusiones donde el autor se pregunta sobre
los factores que influyeron en la CNT, y por extensión en todo el movimiento
libertario de aquella época, para que se pusiera en marcha semejante proceso
revolucionario.
Las
conclusiones que se apuntan son variadas pero existe una que Murray considera
esencial. Esta apuntaría hacia la creencia generalizada de que estaban contribuyendo
a la creación de una nueva sociedad basada en los valores que tanto anhelaban
conseguir. Esta creencia constructiva animó y lleno de ilusión a millones de
personas en el sentimiento de pertenencia a un movimiento común de mayor
envergadura, independientemente de la filiación individual a ateneos, grupos o
sindicatos, su espacio vital rural o urbano, o a las corrientes que más profesaban.
Lógicamente, fueran conscientes o no de ello, el estado emocional individual
influye en la construcción de lo colectivo de una forma determinante. Por el contrario,
cuando se somete a las personas a unas condiciones extremas resulta mucho más
complejo que establezcan vínculos de solidaridad entre ellas ya que la lucha
por la supervivencia adquiere un carácter alejado de cualquier racionalidad y
desata la búsqueda de salidas totalmente individualizadas, un sálvese quien pueda
y como pueda.
El
segundo argumento entronca, por un lado el contexto histórico en el que nos
movemos y la necesidad estructural del poder en seguir perpetuándose pase lo
que pase con el actual modelo capitalista globalizado (o sea,
independientemente de que su colapso tarde 5 o 50 años) con la lógica de cómo “vemos”
desde cada una de nosotras el mundo que nos rodea, y principalmente, cómo lo
van absorbiendo las nuevas generaciones. Desde estas premisas no podemos más
que estar alarmadas y preparadas respecto al crecimiento exponencial de las
organizaciones y partidos ultraderechistas en muchos lugares del continente
europeo, en la más que evidente confirmación de que los Estados nación siguen y
van a seguir condicionando nuestras vidas y, por último, en la reflexión de que
hay que construir y consolidar alternativas sólidas a las nuevas estructuras totalitarias
que se están afianzando en el subconsciente colectivo. No querer darnos cuenta
de la “ magia atrayente” que ejerce el poder, de su supuesta eficacia para
sacarnos del “ abismo” social en el que nos encontramos y, además, de “ proteger
nos” de la hostilidad del mundo que nos rodea es no acabar de entender cómo ese
poder “enamora” a la gente y, sobre todo, a las generaciones que inician su
camino. El fascismo disperso, difuso, ambiental del que habla Antonio Méndez
Rubio en su libro Fascismo de Baja Intensidad es un hecho a tener muy en
cuenta. Y son esos microfascismos individuales, personales, pequeños, los que
alimentan la bestia.
Finalmente
la suma de esfuerzos en apoyo de nuestras acciones y proyectos multiplica su
eficacia y su difusión en más capas de la población. En esta consideración, tener
un proyecto político común es fundamental si queremos salir del aislamiento al
que se nos somete (y en ocasiones nos sometemos) y poder dar alter nativas viables
al sistema económico social (político) de dominación llamado capitalismo.
[Publicado
originalmente en el periódico Rojo y
Negro # 311, Madrid, abril 2017. Ver
número completo en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegroweb.pdf.]
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