S.F.
* Texto
publicado originalmente en la revista Tiempos
Nuevos # 10, Toulouse, mayo 1946.
Me parece
necesario decir como Voltaire: ¡Definamos¡”, a fin de saber de qué hablamos.
La
autoridad, considerada como principio de la organización social, no corresponde
solamente a la idea de gobierno. Es evidente que debe ser examinada aquí en su
acepción más amplia, y como consecuencia, en sus resultados más variados.
El
sistema gubernamental no es más que una modalidad particular de, la autoridad,
como la propiedad privada es otra, como también la moral obligatoria.
Propiedad,
gobierno, moral tales son, desde el punto de vista social, las tres grandes
manifestaciones del principio de autoridad. Este se ejerce más particularmente
sobre las necesidades materiales del individuo bajo la forma “propiedad
individual”: más especialmente sobre sus necesidades intelectuales bajo la forma
“Estado”, y más directamente sobre sus necesidades psíquicas bajo la forma “moral”.
Propiedad
individual, Estado y moral son como los dedos de hierro de una sola y misma mano:
unas veces es uno, otras veces es otro el que penetra más en las carnes
magulladas de la pobre humanidad, atacando alternativamente el estómago, la
cabeza y el corazón. La propiedad tiraniza el vientre ; el gobierno oprime el
cerebro ; la moral tritura la conciencia.
La
autoridad es la servidumbre, la sujeción para el cuerpo social; no la
servidumbre parcial como la que puede resultar de la iniquidad económica
solamente, sino total, absoluta, permanente; la que embarga al ser por
completo, le coge en la cuna, le sigue por todas partes sin dejarle jamás un
instante de tregua, sustituyendo su voluntad por una voluntad extraña, haciendo
que no se pertenezca y arrebatándole toda esperanza de emancipación. Es la
manía y hay que reconocerlo la necesidad, una vez admitido el principio, de
reglamentarlo todo, de indicar en todas las cosas lo que es permitido y lo que
es prohibido; de proteger lo que es autorizado, de perseguir y de condenar lo
que es vedado, de exigir lo que es preciso.
La
propiedad no es otra cosa, de hecho, que la autoridad sobre los objetos, es
decir, el poder de disponer de ellos — jus
utendi el abutendi —; el gobierno y la ética obligatoria no son otra cosa, en
realidad, que la autoridad sobre las personas, es decir, el poder de disponer
de ellas soberanamente, de usar de ellas y de abusar de ellas.
¿No
dispone soberanamente del individuo el Estado, que hace de él simultánea o
sucesivamente un ciudadano, un contribuyente, un soldado? ¿No dispone
arbitrariamente de la conciencia la moral, que dicta a cada uno lo que debe
hacer o evitar, seduciendo a los codiciosos por los reflejos de sus promesas,
espantando a los poltrones por el temor de sus amenazas?
Y
entiéndase bien: la autoridad, así concebida, es un principio absolutamente
independiente – desde el punto de vista que nos ocupa – de las personalidades
que la representan.
Sean
éstas religiosas o ateas, republicanas o monárquicas, radicales o socialistas,
poco importa: la autoridad puede cambiar de manos constantemente, pero
permanece idéntica a sí misma. Es lo que es, sus consecuencias son lo que son, siempre
y a pesar de todo.
[Tomado
de la publicación La Voz del Carrión
# 4, Palencia, mayo 2016. Número completo accesible en http://palencia.cnt.es/wp-content/uploads/2016/05/N%C3%9AMERO-4-DE-LA-VOZ-LIBRE-DEL-CARRI%C3%93N.pdf.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.