Francisco Rubiales
Estamos
mucho más preparados de lo que creemos para autogobernarnos. Un día me dijo
Omar Torrijos, dictador de Panamá y uno de los hombres más lúcidos e
imaginativos que he conocido, que el autogobierno era posible, pero que somos
los hombres, sobre todo los políticos, los que lo impedimos. Me puso el ejemplo
de la policía panameña, que había conseguido grandes éxitos en la lucha contra
la delincuencia, pero que, al no haber delitos en las calles, a veces los
cometía ella misma para justificar que es necesaria.
Si nos permitieran entrenarnos y aprender, descubriríamos que en el autogobierno está la solución de la mayoría de los grandes problemas que aquejan al mundo desde el principio de los tiempos, pero jamás lo permitirán porque ellos, los parásitos de la política, se quedarían sin su poder y privilegios. Es evidente que los que aspiran a controlar el poder y la riqueza a costa de lo que sea son los peores enemigos de la civilización y de la especie, pero la mayoría de la gente, idiotizada, no consigue ver esa verdad.
Los políticos son especialmente crueles e implacables con el anarquismo, al que
no perdonan su concepción extrema y brillante de la libertad. El anarquismo es
el único proyecto político que proclama el orden legal voluntario de una
sociedad sin Estado, basado en la soberanía individual.
Al anarquismo, como filosofía de libertad y autogestión del mundo, intentó liquidarlo el comunismo marxista, que es la doctrina más feroz frente a la libertad y el autogobierno inventada por el ser humano. Mientras que los libertarios creemos que el mundo puede ser gestionado sin Estado o con un Estado mínimo, que únicamente puede intervenir cuando se producen dramas o conflictos extremos, los comunistas entregan todo el poder al Estado, confían en que el Estado decida y lo solucione todo y niegan la libertad y la capacidad del individuo para gestionar el mundo.
En mi etapa de profesor y conferenciante, cada vez que un alumno me preguntaba que es la democracia le hablaba de las rotondas [redomas las llamamos en Venezuela] en las carreteras y caminos como muestra de lo que es realmente la democracia: un sistema gestionado por ciudadanos con capacidad de autogobierno y sin necesidad de un Estado poderoso e intervencionista como el que tenemos. Pocas cosas son tan democráticas como una rotonda de carretera. En ellas, cada ciudadano sabe las reglas y las cumple sin que sean necesarios los guardias ni los semáforos, ni autoridad alguna. Las carreteras y ciudades de muchos países se han llenado de rotondas, pero los políticos se niegan a instalarlas en la democracia porque quedaría demostrado que el mundo, sin ellos, funcionaría mejor.
Las rotondas han proliferado imparables en las carreteras y ciudades porque su eficacia es indiscutible, porque ahorra dinero al contribuyente y porque de ese modo los políticos pueden dedicar el grueso de las fuerzas policiales a asuntos que les interesan mas, como es la propia custodia y seguridad de la casta poderosa.
Con
ciudadanos responsables y vigilantes y con unas leyes que se cumplan, toda la
parafernalia actual del Estado sobraría, incluyendo las gobiernos regionales,
los parlamentos, las diputaciones y las miles de instituciones y empresas
públicas que solo sirven para que los políticos se puedan colocar, con sueldos
y privilegios, a los suyos.
Si el mundo quisiera liberarse de las zarpas de la clase política, que lo oprime, castra y hasta envilece, debería avanzar hacia la autogestión, nunca hacia el Estado fuerte y opresor. La autogestión es de seres libres, mientras que el Estado dominador es de esclavos.
Los atenienses clásicos, conscientes de que el Estado oprimía, siempre en busca de más poder, inventaron la democracia y decidieron sortear los cargos y responsabilidades entre los ciudadanos, sin permitir jamás la existencia de políticos profesionales ni partidos políticos, que eran considerados como los peores enemigos de la libertad y de la civilización. Aquella democracia de ciudadanos funcionaba y generaba prosperidad y progreso, al mismo tiempo que permitía que los ciudadanos, con el ejercicio del poder, aprendieran y se perfeccionaran. Los únicos cargos que no se sorteaban eran los que requerían alta especialización, como los grandes jueces y los comandantes supremos de la flota y del ejército.
Ese es el verdadero camino hacia el progreso, la libertad y la creación de un mundo mejor, pero la dura realidad es que los poderosos, con su egoísmo y miseria, lo impiden y prefieren apostar no por el aprendizaje del hombre, la libertad y la autogestión, sino por un mundo de esclavos en el que ellos están situados en la cúspide, atiborrados de privilegios y esparciendo división, envidia, miedo y dominio.
[Tomado
de http://www.votoenblanco.com/El-autogobierno-es-posible-pero-los-politicos-lo-impediran-siempre_a6725.html.]
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