Massimo Passamani
El Estado representa la máxima expresión del orden institucional. El Estado es un modelo de organización construido sobre la jerarquía, el control y la coacción. Siguiendo un análisis que muchos anarquistas comparten, el orden institucional no sería otra cosa que la usurpación de un orden diferente que se podría definir como espontáneo. Según esta tesis la vida social se llevaría a cabo a través de reglas que son intrínsecas a ella, y que tienden por tanto a aparecer en cualquier contexto. Esta capacidad autorreguladora del conjunto social sería ahogada por la intervención externa (intervención basada en otras reglas, las del orden institucional) del Estado. Y es sobre esta espontaneidad que los anarquistas han teorizado y practicado sus proyectos revolucionarios. Espontaneidad tanto en el momento insurreccional del enfrentamiento con las fuerzas estatales, como en la organización de la sociedad desde la base cuando la intervención de las distintas políticas y económicas quedan anuladas por la lucha en curso. En condiciones de relativa ausencia de poder, los explotados tienden a satisfacer las necesidades de la producción y la distribución de manera horizontal.
El Estado representa la máxima expresión del orden institucional. El Estado es un modelo de organización construido sobre la jerarquía, el control y la coacción. Siguiendo un análisis que muchos anarquistas comparten, el orden institucional no sería otra cosa que la usurpación de un orden diferente que se podría definir como espontáneo. Según esta tesis la vida social se llevaría a cabo a través de reglas que son intrínsecas a ella, y que tienden por tanto a aparecer en cualquier contexto. Esta capacidad autorreguladora del conjunto social sería ahogada por la intervención externa (intervención basada en otras reglas, las del orden institucional) del Estado. Y es sobre esta espontaneidad que los anarquistas han teorizado y practicado sus proyectos revolucionarios. Espontaneidad tanto en el momento insurreccional del enfrentamiento con las fuerzas estatales, como en la organización de la sociedad desde la base cuando la intervención de las distintas políticas y económicas quedan anuladas por la lucha en curso. En condiciones de relativa ausencia de poder, los explotados tienden a satisfacer las necesidades de la producción y la distribución de manera horizontal.
Desde esta óptica, el orden verdadero no es el estatal, que al contrario, crea desigualdad, dominación, y por tanto, guerra civil, sino precisamente el espontáneo. Es la idea que Proudhon expresó en la famosa frase: “la libertad es madre, y no hija del orden”. Un orden impuesto desde arriba acaba sofocando la libertad mientras mantiene y aumenta la organización rígida y cada vez más racional de las técnicas de gobierno. La expresión completa de la libertad eliminaría en cambio los motivos del desorden social.
Yo no comparto este modo de plantear el problema. Ciertamente se trata de un problema de considerable importancia. Las siguientes líneas deben ser consideradas por tanto como interrogantes, sobre todo para quien las escribe.
Entre sociedad y Estado no es posible establecer una diferencia nítida. No existe un afuera y un adentro. De hecho, si es verdad que el Estado transforma en fuerza coercitiva el resultado de las relaciones sociales, también es verdad que el poder de alienar y organizar esta fuerza viene dado por la sociedad misma. El Estado no tiene nada suyo. Es más, todo contexto social tiende a institucionalizar las relaciones entre individuos. Cuando es el contexto el que condiciona las relaciones, éstas se transforman en meras funciones de un organismo más amplio. Sin la incesante voluntad de unirse y de determinar las uniones a partir de los deseos propios, la sociedad se convierte en un pertenecerse recíprocamente, un vínculo que reproduce y automatiza el único elemento común: la falta de libertad. El Estado es el orden de esa carencia.
Lo que intento decir no es exactamente que la dominación sea un producto de los dominados. La idea de que si nadie obedece nadie manda, como decía Belleguarrigue, me parece difícil de refutar. Pero no es esto lo que me interesa. Creo, por decirlo de alguna manera, que no existe una espontaneidad autorreguladora que el Estado usurpa. Mejor, creo que el poder y la jerarquía son tan espontáneos como la libertad y la diferencia. Es más, tal vez sea precisamente la dominación la que expresa la espontaneidad social (sin caer por esto en una lectura inversa de Rousseau). Además el concepto de orden ha sido utilizado con demasiada frecuencia como sinónimo de ausencia, o por lo menos de razonable contención de los conflictos; ya que es el Estado quien crea los conflictos, una sociedad libre de su injerencia sería ordenada. Desde mi punto de vista sin embargo, la autoridad no nace de la disputa, de la imposibilidad de armonizar lo distinto, sino del intento de imponer la armonía de manera coercitiva, de resolver los contrarios, es decir, de anularlos. La división en clases y la jerarquía son la expresión de la diferencia mutilada.
Una concepción distinta de orden es la que hace de la diferencia misma el elemento común, el espacio de la compenetración entre contrarios. Sólo que los contrarios no se pueden armonizar si no es haciendo de la diversidad una simple función de algo superior. Cuando en todo caso debería ser el orden una función de la diversidad. En otras palabras, no es la libertadtolerada o garantizada con la intención de crear una sociedad armónica lo que expresa la singularidad (esa singularitas que para los latinos era lo totalmente distinto). El espacio de la individualidad es una unión siempre variable que no puede ser contenido.
Identificar los principios de espontaneidad social, atribuyéndoles un valor que vaya más allá de la mera descripción significa ya identificar deberes y fines. Creo que no está escrito en ninguna parte que una sociedad sin Estado deba ser necesariamente libre. Aquí es donde nace la fascinación por la libertad, precisamente por tratarse de una decisión que va más allá del simple desarrollo espontáneo, como en el sentido de ruptura, de diferenciación. Se pueden desarrollar relaciones de reciprocidad no basadas en la obediencia sólo construyendo, y no a través de una simple sustracción. Si existen formas de orden espontáneo, pueden ser a lo sumo una base de partida. Una base recíprocamente antisocial. Liberándose tanto de los destinos de la espontaneidad como de las imposiciones de todas las instituciones, el concepto de orden se convierte en algo más lingüístico que real. Tal vez así se explique la profunda antipatía que todos los rebeldes han sentido hacia él. “Libres, o sea, ordenados” he leído muchas veces. Sí, ya.
[Tomado de https://revistanada.com/2016/08/03/el-desorden-de-la-libertad.]
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