David de Ugarte
Publicado en 2009, «A Living Revolution, Anarchism in the Kibbutz Movement» («Una revolución viva: anarquismo en el movimiento kibutz») de James Horrox es seguramente, a pesar de tener más pequeñas inexactitudes históricas de las deseables, el libro comunitarista más influyente de los últimos quince años.
Ideas de partida. La idea de partida del libro recuerda que entre 1910 y medianos de los años 30, los kibutznik se veían a si mismos como células de una sociedad paralela, fundamentalmente no-estatal, cuya perspectiva principal no era crear un estado sino alguna forma federativa de coordinación, una «comunidad de kibutz», que escalara en el territorio la lógica de una economía interna desmercantilizada basada en la cooperación y la ayuda mutua.
La segunda idea del libro es que el relato de los primeros kibutznik sobre cómo se configuró el modelo de la kvutza pone demasiado énfasis en que sus evoluciones se debieron a retos prácticos e invisibiliza el papel de sus ideas y valores previos. Seguramente lleva razón, y para solventar esa carencia nos hace un relato de las ideas de las grandes figuras intelectuales vinculadas al nacimiento del kibutz, donde acentúa la influencia de las ideas kropotkinianas hasta llegar a la conclusión, errada, de que el kibutz sería el resultado de las teorías anarquistas de las décadas anteriores, principalmente de Kropotkin, que habrían llegado a través de filósofos y activistas como Landauer, Gordon y Buber.
Publicado en 2009, «A Living Revolution, Anarchism in the Kibbutz Movement» («Una revolución viva: anarquismo en el movimiento kibutz») de James Horrox es seguramente, a pesar de tener más pequeñas inexactitudes históricas de las deseables, el libro comunitarista más influyente de los últimos quince años.
Ideas de partida. La idea de partida del libro recuerda que entre 1910 y medianos de los años 30, los kibutznik se veían a si mismos como células de una sociedad paralela, fundamentalmente no-estatal, cuya perspectiva principal no era crear un estado sino alguna forma federativa de coordinación, una «comunidad de kibutz», que escalara en el territorio la lógica de una economía interna desmercantilizada basada en la cooperación y la ayuda mutua.
La segunda idea del libro es que el relato de los primeros kibutznik sobre cómo se configuró el modelo de la kvutza pone demasiado énfasis en que sus evoluciones se debieron a retos prácticos e invisibiliza el papel de sus ideas y valores previos. Seguramente lleva razón, y para solventar esa carencia nos hace un relato de las ideas de las grandes figuras intelectuales vinculadas al nacimiento del kibutz, donde acentúa la influencia de las ideas kropotkinianas hasta llegar a la conclusión, errada, de que el kibutz sería el resultado de las teorías anarquistas de las décadas anteriores, principalmente de Kropotkin, que habrían llegado a través de filósofos y activistas como Landauer, Gordon y Buber.
¿Eran anarquistas los fundadores del kibutz?
No se trata de reducir la influencia del «Príncipe anarquista» en su época. Todo lo contrario. Cualquiera que se acerque hoy a la prensa obrera de las décadas de la Segunda Internacional puede ver que es una referencia de peso en la cultura política de la época… también en la laborista, socialista y socialdemócrata. Una lectura que, normalmente en versiones resumidas o de divulgación, hacía parte de los básicos de cualquier militante o simpatizante obrero, desde el liberalismo radical al marxismo. No solo entre los trabajadores judíos que emigrarán a Palestina huyendo de los pogromos rusos, sino en Francia, Alemania e incluso en España, donde la oposición entre anarquistas y socialistas era más fuerte al tener el anarquismo una base obrera sólida y estar dividido el sindicalismo entre una central minoritaria de orientación socialista (UGT) y otra mayoritaria influida por ideas libertarias (CNT).
La verdad es que el movimiento obrero hasta la Primera Guerra Mundial será terriblemente diverso y diversa será su cultura a pesar de los esfuerzos de las fracciones marxistas para producir decantaciones y separaciones ideológicas. Solo en 1917, el enfrentamiento entre los que defendían entrar en la guerra y alistarse en los ejércitos nacionales (como Kropotkin) y los que defendían el derrotismo y el rechazo al alistamiento, evidenció diferencias de fondo suficientes como para justificar una división a los ojos de una parte significativa de trabajadores. Y aun así, Lenin y Trotsky tuvieron que batallar en el I Congreso de la nueva «III Internacional» que promovían para que quedaran fuera «izquierdistas» es decir libertarios, «oportunistas» es decir reformistas o mutualistas y masones a los que se suponían ideas liberales democráticas. Y aun así, en los ojos de la gran mayoría de la opinión obrera, anarquistas, socialistas y comunistas seguían luchando por objetivos similares, como similares eran para ellos las visiones de una sociedad abundante en Marx, Bebel y Kropotkin.
Landauer,Gordon o Buber fueron los intelectuales más influyentes en el ambiente en el que nació y se desarrolló el kibutz. Por supuesto incorporaban ideas libertarias y es más que posible que leyeran e incluso propagaran libros de Kropotkin… como cualquier socialista no marxista, mutualista, liberal de izquierdas e incluso muchos marxistas «abiertos» de la época. Pero no eran, ni mucho menos anarquistas. Sus ideas no pueden plantearse seriamente como un desarrollo del colectivismo kropotkiniano, ni el kibutz como el resultado de la influencia de un anarquismo casi inexistente.
El kibutz es el fruto, en las particulares condiciones de la Palestina de la segunda Aliya, de unos valores que eran parte común y fundamental de la cultura de la clase trabajadora en todo el mundo y moneda corriente en el socialismo democrático internacional con el que se alinearon: igualitarismo, apoyo mutuo y responsabilidad colectiva.
Lo viejo y lo nuevo en las ideologías kibutzianas
En realidad las raíces de la originalidad teórica principal del kibutz habría que buscarlas más atrás: en Proudhon, en Fourier, los fourieristas y seguramente en Cabet. Porque esa originalidad no es otra que la visión de un «socialismo constructivo» que en vez de optar por «tomar el cielo» -es decir, el estado- «por asalto», opta por ignorarlo en la medida de lo posible para construir relaciones económicas y sociales de nuevo tipo en el seno de la sociedad existente. A partir de ahí, el movimiento kibutz es diverso no por casualidad, sino porque de forma natural surgen dos visiones incompatibles que también vienen de antes: la comunitarista y la colectivista.
La colectivista, se expresará en la idea del kibutz como una gran organización nacional opuesta al modelo «íntimo» de la «kvutza», limitado más o menos al número de Dunbar. En esta visión, la del «Kibbutz Ha Meuhad», la organización de los kibutz es un único metabolismo económico y el conjunto de sus miembros el sujeto de soberanía último. Eres miembro del kibutz, no de una kvutza en concreto. Y lo que es más importante se busca la escala porque al final del camino el kibutz colectivista se ve como «la» sociedad organizada cooperativamente, no como una parte más de ella. Con matices importantes, como la vindicación de la soberanía de cada kibutz individual, el «Kibbutz Artzi» nacido de «Hashomer Hatzair», estará en esa misma visión colectivista. Por contra, la comunitaria, impulsada por los kibutz nacidos de Degania y organizados después en «Hever HaKvutzot», exaltará la comunidad real frente a la escala y se proyectará como parte de una sociedad diversa que sueña protagonizada por distintos tipos de formas cooperativas y de pequeña propiedad. Una perspectiva, claramente similar a la del socialismo democrático del siglo XX en todo el mundo, sintetizada en la fórmula: «una sociedad sembrada de kibutz». Ninguna de ellas será anti-estatal ni anti-política por principio. Las visiones colectivistas, influidas en mayor o menor medida por el marxismo tanto como por Kropotkin, identificarán la propiedad estatal y la kibutziana. Y verán el socialismo como un proceso que se convertirá en realidad cuando el estado-kibutz ocupe todo el espacio social y económico.
Los comunitaristas, a pesar de su prevención contra el efecto de las militancias sobre la vida comunitaria, verán en el estado democrático una herramienta posible de la cohesión social, y no dudarán no solo en coordinarse sino en apoyarlo en tareas concretas de interés general cuando llegue su momento.
¿Tiene equivalentes el kibutz en el anarquismo?
Es verdad que el anarquismo aportó mucho a la cultura militante general de principios del siglo XX, el entorno en el que nace el kibutz, y es verdad que suelen clasificarse dentro del anarquismo experiencias comunitarias, como la «Colonia Cecilia» de Giovanni Rossi. Pero hay demasiados matices que deben hacerse. Por ejemplo, Rossi si llego a Paraná fue invitado por el mismísimo emperador Pedro II de Brasil. Y fue, tras el desastre de la «colonia experimental» y su vuelta a Italia, elegido Senador sin que a nadie se le ocurriera decir que estaba traicionando en manera alguna sus ideas. Aunque fuera amigo personal de Enrico Malatesta, Rossi era en realidad un positivista filosófico que consideraba las comunidades que propuso y especialmente «Cecilia» como experimentos. Su idea del cambio social era diseñar formas «mejores» de organización social, testarlas a pequeña escala, en comunidad y proponerlas a la sociedad. Difícilmente puede considerársele en línea con las corrientes principales del anarquismo. Y menos aun con lo que queda del anarquismo hoy.
Las diferencias
El kibutz nació sobre un sustrato de valores que eran comunes y que pueden reclamar como propios un gran espectro de ideologías vinculadas al progresismo de los siglos XIX y XX, especialmente el socialismo y el existencialismo, pero también otras, incluido, como defiende Horrox, el anarquismo. Pero el contexto del que nace el kibutz tenía tres diferencias que hicieron de su experiencia algo único no reivindicable desde otra corriente histórica que no sea el comunitarismo mismo:
- La sustitución del relato de la centralidad de la clase -y por tanto de la política, la lucha de clases o la revolución- por la centralidad de la comunidad y su experiencia, es decir la idea del «socialismo constructivo»: construir aquí y ahora, dentro de la comunidad y entre esta y su entorno, las relaciones sociales y económicas que se desean o postulan como alternativas válidas al sistema socioeconómico en el que nacen.
- No se ven a si mismos como «comunidades experimentales», sino como grupos de avanzada cuyo impacto dependerá de sus propios resultados y de la capacidad de influencia que él éxito de su modo de vida generará en el conjunto social.
- Y a diferencia de otras experiencias comunitarias como los icarianos, el kibutz no partía con un mapa de ruta. Y eso es lo más interesante. Porque lo que emergió fue un patrón que han repetido espontáneamente después comunidades igualitarias en contextos muy distintos.
Conclusión
Se queja Horrox del violento rechazo que encuentra el kibutz en los ambientes anarquistas porque "La construcción en la práctica de alternativas antiautoritarias no ocupa un lugar prominente en las agendas de los anarquistas de hoy". Y es a mi juicio esa constatación la que mejor responde a la propuesta de fondo del libro.
El kibutz es heredero de unos valores igualitarios y una concepción de la fraternidad que representan lo mejor del ideal histórico de abundancia al que contribuyeron socialistas, socialdemócratas, libertarios, liberales, populistas rusos, tolstoianos… Negar lo común con cada uno de ellos y en particular con el ideal kropotkiniano que defiende Horrox, sería absurdo. Pero también es verdad que el canon anarquista no pudo aceptar nunca la idea de una «competencia entre sistemaas» como la que implícitamente acepta el «socialismo constructivo» y que además el anarquismo de hoy está mucho menos ligado a la cultura y los valores del mundo del trabajo que hace un siglo. Difícilmente la sed de referencias e inspiraciones del nuevo comunitarismo y del nuevo kibutz vayan a poder saciarse ahí.
[Tomado de https://lasindias.com/es-el-kibutz-el-anarquismo-que-funciono.]
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