Gustavo Godoy
Sobre todo después de la revolución industrial, la producción local artesanal a pequeña escala es considerada prejuiciosamente como un “retraso”. Este es un dogma que impera hegemónicamente en nuestros días. La concepción mayoritaria del “progreso” plantea insensatamente un orden excesivamente adicto al gigantismo y al centralismo que ha convertido al ser humano en un ser insignificante y totalmente dependiente.
Unas décadas después del descubrimiento de América por Cristóbal Colon, el humanista ingles Thomas Moro en la Inglaterra de principios del siglo XVI se inspiró en la vida de los indígenas del Nuevo Mundo para escribir su pequeño libro “Utopía” como una propuesta para reformar la civilización de la Europa de entonces. En la república isleña imaginada por Moro, las virtudes de sus pobladores se comparaban con la vida de los sencillos indios americanos. Los utopianos vivían libres y en estrecha relación con la naturaleza. Las puertas de las todas las casas siempre estaban abiertas. Una puerta brindaba acceso desde la calle y otra conducía a los extensos jardines. Como los indígenas a sus “conucos”, los habitantes de la isla ficticia le otorgaban una gran importancia a sus jardines donde cultivaban frutas, cereales, hierbas y flores.
Sobre todo después de la revolución industrial, la producción local artesanal a pequeña escala es considerada prejuiciosamente como un “retraso”. Este es un dogma que impera hegemónicamente en nuestros días. La concepción mayoritaria del “progreso” plantea insensatamente un orden excesivamente adicto al gigantismo y al centralismo que ha convertido al ser humano en un ser insignificante y totalmente dependiente.
Unas décadas después del descubrimiento de América por Cristóbal Colon, el humanista ingles Thomas Moro en la Inglaterra de principios del siglo XVI se inspiró en la vida de los indígenas del Nuevo Mundo para escribir su pequeño libro “Utopía” como una propuesta para reformar la civilización de la Europa de entonces. En la república isleña imaginada por Moro, las virtudes de sus pobladores se comparaban con la vida de los sencillos indios americanos. Los utopianos vivían libres y en estrecha relación con la naturaleza. Las puertas de las todas las casas siempre estaban abiertas. Una puerta brindaba acceso desde la calle y otra conducía a los extensos jardines. Como los indígenas a sus “conucos”, los habitantes de la isla ficticia le otorgaban una gran importancia a sus jardines donde cultivaban frutas, cereales, hierbas y flores.
Una de las características centrales de la Utopía de Moro es el balance entre los mejores aspectos de lo humano y los mejores de lo natural en la forma de una sociedad solidaria y pacifista que habita en una ciudad-jardín. Mientras las mega-ciudades modernas simbolizan el aislamiento de la humanidad frente a la naturaleza. De manera muy diferente, la idea del jardín o conuco está asociada con la imagen de la naturaleza interactuando con el hombre en un sano proceso de interdependencia que se retroalimenta continuamente.
En la Nueva Inglaterra de la Norteamérica anglosajona, el granjero yeoman trabajaba directamente su propia tierra de manera autónoma. Creía en los valores de la autosuficiencia. Era patrono y trabajador a la vez. En aquella época, lo que predominaba era la granja familiar y la pequeña propiedad.
Mohandas Gandhi, inspirado en parte por los pensamientos de Thoureau y Tolstoi, inicio, primero en Sudáfrica y luego en la India, un proyecto de la aldea autosuficiente en su plan para rescatar el trabajo artesano, las destrezas locales, y la cultura del auto-abastamiento. El mahatma inspiro profundamente a millones con el poder de su increíble ejemplo. Desafío al imperialismo británico y sus intereses simplemente cambiando su traje de “English Gentleman” por una sencilla prenda confeccionada artesanalmente por el mismo usando tan solo un hilar rudimentario.
Estas ideas aunque contrastan radicalmente con las establecidas por la sociedad urbano-industrial contemporánea son tan poderosas como sencillas. En la actualidad, en todas partes del planeta surgen miles de iniciativas alternativas al capitalismo salvaje de las grandes corporaciones y al socialismo del Estado totalitario.
Casi de forma clandestina, esta revolución sumamente subestimada está siendo forjada no por las grandes chequeras o las camarillas políticas, sino por una gigantesca red espontanea de pequeños horticultores independientes, comunidades intencionales y eco-aldeas a lo largo y ancho de todo el globo. Poco a poco, este movimiento mundial alcanzara gran visibilidad y, en el momento menos pensado, se convertirán en un verdadero poder de planetaria trasformación.
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