Michel Onfray
El liberalismo triunfa en el planeta sin encontrar ahora el contrapoder de una ideología que lo resista. Hasta hace poco el comunismo proporcionaba una alternativa. Valía lo que valía, poco, pero al menos cumplía su papel impidiendo los desbordes de arrogancia de un capitalismo creído de sí mismo. El socialismo republicano surgido de la Tercera República se envilecía un poco perfumándose a veces con algunos conceptos del tipo "lucha de clases", "proletariado", "capitalismo", pero nada demasiado grave, puesto que se trataba de captar al electorado de los olvidados por el liberalismo...
Desde la caída del Muro de Berlín, la misa está cantada. La izquierda ya no cautiva, como Mitterrand, su embajador francés, que desde 1983 había juzgado conveniente convertir el socialismo de Jaurès en el caldo liberal. No dejó de hacerse las dos preguntas de Maquiavelo: ¿cómo llegar al poder? Y luego ¿cómo permanecer en él? A esos dos interrogantes respondía de igual modo: todo lo que permita el éxito de mi empresa es bueno. Los socialistas podían elegir entre la honestidad, la integridad y la inteligencia sin Mitterand o el goce del poder con él, pero echando por la borda los principios y la moral. Ya conocemos su elección...
El liberalismo triunfa en el planeta sin encontrar ahora el contrapoder de una ideología que lo resista. Hasta hace poco el comunismo proporcionaba una alternativa. Valía lo que valía, poco, pero al menos cumplía su papel impidiendo los desbordes de arrogancia de un capitalismo creído de sí mismo. El socialismo republicano surgido de la Tercera República se envilecía un poco perfumándose a veces con algunos conceptos del tipo "lucha de clases", "proletariado", "capitalismo", pero nada demasiado grave, puesto que se trataba de captar al electorado de los olvidados por el liberalismo...
Desde la caída del Muro de Berlín, la misa está cantada. La izquierda ya no cautiva, como Mitterrand, su embajador francés, que desde 1983 había juzgado conveniente convertir el socialismo de Jaurès en el caldo liberal. No dejó de hacerse las dos preguntas de Maquiavelo: ¿cómo llegar al poder? Y luego ¿cómo permanecer en él? A esos dos interrogantes respondía de igual modo: todo lo que permita el éxito de mi empresa es bueno. Los socialistas podían elegir entre la honestidad, la integridad y la inteligencia sin Mitterand o el goce del poder con él, pero echando por la borda los principios y la moral. Ya conocemos su elección...
Desaparición del socialismo, disuelto en la Europa de Maastricht, el nuevo embuste destinado a hacer tragar la pildora liberal; fin, para los obreros, los pobres, los modestos, los simples, los asalariados, de una posibilidad de tener representación y de existir políticamente; en definitiva, farsa en pos del capitalismo y de sus secuaces, la derecha. Un cuarto de siglo -¡queda lejos mayo de 1981! - bastó para que la izquierda se institucionalizara y, de la banda de los R25 mitterrariianos a los Safrane jospinianos, rompiera definitivamente con la famosa Francia de abajo, teóricamente su base...
Le Pen podía entonces aceptar la apuesta. Económicamente de derecha y socialmente de izquierda, el tuerto clamó venganza y revancha para aquellos a quienes los socialistas y los comunistas (desde entonces tan frescos como el cadáver de Lenin) despreciaron durante tanto tiempo. Mitterrand se destacó menos en el arte de dirigir a la izquierda que en el de dividir a la derecha con esa creación nacional-populista. Luego le ha dejado su herencia a Jospin -que por una vez debería haber ejercido su famoso derecho de inventario-. Resultado: ¡Chirac y Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales!
Esta democracia nunca lo ha sido tan poco como entre las dos vueltas, en donde dio de sí misma un espectáculo histérico y lamentable: unión de la patronal y de los comunistas, de la Iglesia y de los francmasones, de los obreros y de los intelectuales, de la izquierda y de la derecha, de los parisinos y de los provincianos, de los futbolistas y de los filósofos, de los izquierdistas y de los veteranos de guerra. Francia dio el espectáculo de su miedo -y de nada más-. Nada de soluciones, de propuestas, de proyectos, de fuerzas alternativas: sólo miedo, el miedo de los que gozan de buena salud y siempre se muestran despreocupados por las víctimas del sistema...
El liberalismo ha creado pobres y excluidos en cantidad, ha sumido a la totalidad de los sectores del mundo al principio del dinero, ha transformado la inmigración en problema cuando el problema es la pobreza, luego ha colocado a su representante más servil, Chirac, al mando del Estado por cinco años. Al ganar las legislativas, nadie duda que nos preparará la mascarada, su especialidad. Pronto la política dejará de hacerse en esos lugares de payasería generalizada -el Eliseo, Matignon, la Asamblea Nacional-: la calle se convertirá, desgraciadamente, en el único recurso. ¿Cuánto falta para la catástrofe?
[Tomado del libro La filosofía feroz. Ejercicios anarquistas, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2006. Edición accesible en http://es.scribd.com/doc/271204707/Onfray-Michel-La-Filosofia-Feroz-Ejercicios-Anarquistas#scribd.]
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