Edgardo Civallero
A pesar de la importancia vital de la información, o, quizás, debido a ello, los circuitos de producción y difusión del conocimiento estratégico han sido -y continúan siendo- manejados por los representantes de las ideologías hegemónicas, siguiendo políticas bien definidas, tendientes a crear o reforzar situaciones de poder y de dependencia, de desigualdad, de pérdida de identidad, de discriminación y de explotación.
La bibliotecología y las ciencias de la información han sido, durante largos periodos de la historia del hombre, cómplices de estas estrategias de dominio.Reservadas únicamente a ciertos elegidos o destinadas a la puntillosa conservación de sus fondos documentales, las bibliotecas han mejorado sus políticas en las últimas décadas del siglo XX, ampliando sus horizontes para lograr cumplir un objetivo prioritario: hacer llegar la información a todos.
En efecto, la UNESCO publicó en 1949 (y revisó en dos ocasiones posteriores) un Manifiesto sobre la Biblioteca Pública (IFLA, 2000) a través del cual expresaba su convencimiento de que “la participación constructiva y la consolidación de la democracia dependen tanto de una educación satisfactoria como de un acceso libre y sin límites al conocimiento, el pensamiento, la cultura y la información”.
A pesar de la importancia vital de la información, o, quizás, debido a ello, los circuitos de producción y difusión del conocimiento estratégico han sido -y continúan siendo- manejados por los representantes de las ideologías hegemónicas, siguiendo políticas bien definidas, tendientes a crear o reforzar situaciones de poder y de dependencia, de desigualdad, de pérdida de identidad, de discriminación y de explotación.
La bibliotecología y las ciencias de la información han sido, durante largos periodos de la historia del hombre, cómplices de estas estrategias de dominio.Reservadas únicamente a ciertos elegidos o destinadas a la puntillosa conservación de sus fondos documentales, las bibliotecas han mejorado sus políticas en las últimas décadas del siglo XX, ampliando sus horizontes para lograr cumplir un objetivo prioritario: hacer llegar la información a todos.
En efecto, la UNESCO publicó en 1949 (y revisó en dos ocasiones posteriores) un Manifiesto sobre la Biblioteca Pública (IFLA, 2000) a través del cual expresaba su convencimiento de que “la participación constructiva y la consolidación de la democracia dependen tanto de una educación satisfactoria como de un acceso libre y sin límites al conocimiento, el pensamiento, la cultura y la información”.
Bellas palabras, plasmadas sólo en el papel, y en las buenas intenciones de una minoría. Muchísimos profesionales de la información, bajo la excusa de su objetividad y su postura apolítica, han hallado un cómodo puesto en la estructura de la Sociedad de Información dominante. Han olvidado que todo el trabajo realizado en una biblioteca o en cualquier centro de información –recuperación, organización, almacenamiento, clasificación- se realiza con un solo fin: proporcionar un servicio a un usuario con necesidades no satisfechas. La vocación de servicio y de difusión sobrevive en unos pocos que se parapetan en las últimas bibliotecas realmente públicas, asediadas por las presiones económicas y la falta de apoyo de los gobiernos nacionales y sus organismos responsables.
Las disciplinas relacionadas con la gestión del conocimiento deben hoy, más que nunca, recordar que son las depositarias de la memoria de la humanidad, y ajustar sus paradigmas a un enfoque acorde a los problemas que sacuden a su comunidad de usuarios (Rendón Rojas, 1996). Deben tomar partido (siempre lo han hecho, pero del bando vencedor) con aquellos que necesitan de ayuda. Existe una jerarquía que domina el mercado informativo. Existen estructuras que establecen trabas a la hora de acceder a un saber determinado. Existen factores de poder que evidencian políticas definidas, destinadas a evitar la difusión de ciertos conocimientos. Ante estas situaciones, una teoría político-filosófica clásica ha vuelto a ocupar nuevamente la línea de fuego.
Olvidada desde los principios del siglo XX, cuando fue etiquetada como un movimiento radical que se proponía sembrar el caos a través de la violencia, el anarquismo (del griego antiguo an-arch, negación de la autoridad) busca acabar con todo tipo de estructura jerárquica que mantenga y perpetúe relaciones de dominio o desigualdad, en la creencia de que el ser humano se desarrolla mejor cuando no se ve sujeto a la acción, la influencia y los designios de un superior (Anarchist FAQ, 2001; Bakunin, 1984). De esta forma, trabajando en comunidad y reconociendo liderazgos por su capacidad, el individuo logra expresar lo mejor de sí, extraer sus mejores cualidades y ponerlas al servicio de sus congéneres.
Las jerarquías no sólo se plantean a nivel económico, político o religioso, sino también a nivel cultural. El control de unos pocos sobre el saber al que acceden muchos genera una pirámide de poder que subordina la formación y la educación de grupos humanos enteros a las ideas y decisiones de un número reducido de individuos.
Ante esto, el anarquismo bibliotecario (que se encuadra dentro de un conjunto de nuevas corrientes de la bibliotecología etiquetadas como progressive librarianship) propone acciones tendientes a permitir que cualquier persona, independientemente de su edad, sexo, religión o cultura, pueda ejercer su derecho a la información y a la educación (Anarch. Libr. Web, 2002). Propone asimismo que la biblioteca se encargue de anular la dictaduras de los imperios de la información, las censuras y los manejos ideológicos y, sobre todo, la compra-venta del saber humano. Pues este saber, fruto del trabajo individual de generaciones pasadas y presentes, es un bien común que debe ser compartido y disfrutado por toda la especie humana, sin barreras de ningún tipo.
Los bibliotecarios anarquistas confían en construir una “sociedad de la información” más justa y equilibrada. Mantienen que no existe un único modelo, sino numerosas alternativas posibles. El paradigma dominante, manejado por los intereses de corporaciones trans-nacionales, presta poca atención a las urgentes necesidades humanas, que golpean a diario la primera plana de los medios e informes mundiales, o a los desequilibrios y desigualdades, que continúan en aumento. El anarquismo bibliotecario plantea la construcción de una “sociedad de la información” que permita un acceso más igualitario a los recursos documentales, y, a partir de allí, un bienestar y un crecimiento a nivel global (Mansell, 1998, Civallero, en prensa; Civallero, 2004). Plantea la participación plena de la bibliotecología, aportando diseños de sistemas de bibliotecas que permitan el desarrollo de comunidades multilingües, solidarias y respetuosas. Sin dominio, sin jerarquía, sin poderes establecidos. Sustentadas sencillamente por la cooperación y el comunitarismo. Persiguiendo –tras sus eternas barricadas- una utopía soñada por siglos que, quizás hoy, pueda convertirse en realidad.
Bibliografía citada:
An Anarchist FAQ webpage, 2001. www.anarchistfaq.org
Anarchist Librarian Web, 2002. www.infoshop.org/library2/stories.php
Bakunin, Mijail, 1984. Estatismo y anarquismo. Buenos Aires. Orbis.
Civallero,Edgardo, 2004. "¿Peones o reyes? Algunos pensamientos en torno al rol del bibliotecario...", Librínsula - publicación de la Biblioteca Nacional de Cuba.
Civallero, Edgardo, en prensa. Anarquismo y bibliotecología.
IFLA, 2000. "Manifiesto de la UNESCO sobre la biblioteca pública 1994". www.ifla.org/VII/s8/unesco/span.htm.
Mansell, Robin, 1998. Knowledge societies: information technology for sustainable development. Oxford. University Press.
Rendón Rojas, Miguel, 1996. "Hacia un nuevo paradigma en Bibliotecología", en Transformacao, V. 8(3), p 18, Brasil. PUCCAMP.
[Sección final del artículo titulado "Barricadas entre los estantes. Posturas anarquistas dentro de la Bibliotecología", en versión comple accesible en http://issuu.com/edgardo-civallero/docs/barricadas_entre_los_estantes.]
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