Germinal Cerván
Lo del mal llamado “lenguaje no sexista” ya comienza a ser insufrible. Una gran parte del feminismo ha construido una estructura de pensamiento que, para desgracia de los anarquistas, nos está contaminando hasta los tuétanos. En este esquema, el lenguaje es un arma de dominación utilizada por los hombres –que son denominados “el patriarcado”- en contra de las mujeres.
Establecida ya como verdad absoluta esta gratuita afirmación, los pasos siguientes son fáciles: para desmontar el poder patriarcal, es necesario que desactivemos el lenguaje machista y utilicemos la lengua en pro de la igualdad de “género”. Esto se consigue, según estas ideas, eliminando lo “masculino” –identificado como lo “machista”- del lenguaje y substituyéndolo por formas aparentemente neutras cuando no –en una pirueta absolutamente delirante- por formas femeninas.
Una de las supuestas soluciones a este inexistente problema es la de la substitución de los sustantivos masculinos con contenido genérico por una pretendida construcción neutra: el sustantivo femenino precedido de la palabra “persona”. Así, los presos se convierten en “las personas presas”, los menores se convierten en “las personas menores” o los trabajadores se trasmutan en “las personas trabajadoras”. Que conste aquí que no dudo en absoluto de la cualidad de personas de los aludidos.
El problema está en que la lengua es inaprehensible y su uso no se adapta a esta “solución” tanto como sus promotores –y promotoras- quisieran. Hitler era una persona trabajadora –a decir de los historiadores no dormía más que tres horas diarias y se pasaba el día faenando- y eso no implica que fuese un trabajador, es decir, un miembro de nuestra clase. Hacer llamamientos a las personas trabajadoras y dejarlos de hacer a los trabajadores es un error en el que no debemos caer.
Curiosamente, quienes pregonan este tipo de soluciones se olvidan de que en el “bando contrario” también hay mujeres y, sin embargo, nunca vemos en los folletos pasados por el filtro “no sexista” expresiones como “los capitalistas y las capitalistas” –que las hay- o “los banqueros y las banqueras” –que también las hay- o “los militares y las militares”, como si hubiese grados en la atribución de machismos. En todo caso, siempre el reparto de feminizaciones artificiales es, como poco, escasamente equitativo.
La última novedad llegada desde el feminismo de postureo es la de, directamente, usar siempre el lenguaje “en femenino”, y si esto lo hace un hombre es el no va más del antimachismo. Así, hablan de que se constituye determinada “asamblea de paradas” –en las que se pretende incluir a los parados- o de movilizaciones de “precarias” con un sentido globalizador para ambos sexos. Difícilmente justificable esta presunta solución, sobre todo si reflexionamos que sus promotoras defienden el mismo mal del que acusan a los utilizadores del masculino, pero con la particularidad de que todo el mundo –miserables machistas- entiende que, si hablamos de una asamblea de parados, hay paradas, pero también interpretará que en una asamblea de paradas no hay parados.
Desde aquí reivindico la cesación de esta tóxica moda y que la sensatez sea una de las patas del banco en el que se elaboran nuestros documentos. No debemos alejarnos del lenguaje del pueblo ni podemos convertir nuestros escritos en unos textos engorrosos, mal redactados, sin matices y, por lo tanto, en muchos aspectos, incomprensibles. Ni somos los dueños del lenguaje ni podemos imponérselo, inventado, a los demás. Vamos, que somos libertarios.
[Tomado de La Campana # 31, Pontevedra, mayo 2015. Número completo accesible en http://www.revistalacampana.info.]
Lo del mal llamado “lenguaje no sexista” ya comienza a ser insufrible. Una gran parte del feminismo ha construido una estructura de pensamiento que, para desgracia de los anarquistas, nos está contaminando hasta los tuétanos. En este esquema, el lenguaje es un arma de dominación utilizada por los hombres –que son denominados “el patriarcado”- en contra de las mujeres.
Establecida ya como verdad absoluta esta gratuita afirmación, los pasos siguientes son fáciles: para desmontar el poder patriarcal, es necesario que desactivemos el lenguaje machista y utilicemos la lengua en pro de la igualdad de “género”. Esto se consigue, según estas ideas, eliminando lo “masculino” –identificado como lo “machista”- del lenguaje y substituyéndolo por formas aparentemente neutras cuando no –en una pirueta absolutamente delirante- por formas femeninas.
Una de las supuestas soluciones a este inexistente problema es la de la substitución de los sustantivos masculinos con contenido genérico por una pretendida construcción neutra: el sustantivo femenino precedido de la palabra “persona”. Así, los presos se convierten en “las personas presas”, los menores se convierten en “las personas menores” o los trabajadores se trasmutan en “las personas trabajadoras”. Que conste aquí que no dudo en absoluto de la cualidad de personas de los aludidos.
El problema está en que la lengua es inaprehensible y su uso no se adapta a esta “solución” tanto como sus promotores –y promotoras- quisieran. Hitler era una persona trabajadora –a decir de los historiadores no dormía más que tres horas diarias y se pasaba el día faenando- y eso no implica que fuese un trabajador, es decir, un miembro de nuestra clase. Hacer llamamientos a las personas trabajadoras y dejarlos de hacer a los trabajadores es un error en el que no debemos caer.
Curiosamente, quienes pregonan este tipo de soluciones se olvidan de que en el “bando contrario” también hay mujeres y, sin embargo, nunca vemos en los folletos pasados por el filtro “no sexista” expresiones como “los capitalistas y las capitalistas” –que las hay- o “los banqueros y las banqueras” –que también las hay- o “los militares y las militares”, como si hubiese grados en la atribución de machismos. En todo caso, siempre el reparto de feminizaciones artificiales es, como poco, escasamente equitativo.
La última novedad llegada desde el feminismo de postureo es la de, directamente, usar siempre el lenguaje “en femenino”, y si esto lo hace un hombre es el no va más del antimachismo. Así, hablan de que se constituye determinada “asamblea de paradas” –en las que se pretende incluir a los parados- o de movilizaciones de “precarias” con un sentido globalizador para ambos sexos. Difícilmente justificable esta presunta solución, sobre todo si reflexionamos que sus promotoras defienden el mismo mal del que acusan a los utilizadores del masculino, pero con la particularidad de que todo el mundo –miserables machistas- entiende que, si hablamos de una asamblea de parados, hay paradas, pero también interpretará que en una asamblea de paradas no hay parados.
Desde aquí reivindico la cesación de esta tóxica moda y que la sensatez sea una de las patas del banco en el que se elaboran nuestros documentos. No debemos alejarnos del lenguaje del pueblo ni podemos convertir nuestros escritos en unos textos engorrosos, mal redactados, sin matices y, por lo tanto, en muchos aspectos, incomprensibles. Ni somos los dueños del lenguaje ni podemos imponérselo, inventado, a los demás. Vamos, que somos libertarios.
[Tomado de La Campana # 31, Pontevedra, mayo 2015. Número completo accesible en http://www.revistalacampana.info.]
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