Rafael Cid
“Combatíamos comunistas y nazis juntos”. “Todos queremos lo mismo: la justicia social y la liberación de Rusia de la invasión ucrania”. Las frases citadas corresponden a las manifestaciones efectuadas ante la policía por dos de los ocho españoles arrestados en Madrid a su regreso de luchar en el este de Ucrania. Todos ellos enrolados junto a cientos de voluntarios prorrusos llegados de otros países entre los que, aseguran, “la mitad son comunistas y la otra mitad nazis”.
Con lo que ahora acaban de revelar estos auténticos testigos de cargo (http://politica.elpais.com/politica/2015/02/27/actualidad/1425044924_696253.html), lo que era un secreto a voces adquiere carta de naturaleza. Milicianos de ideología nazi junto a Putin para ayudarle a implantar Novorrusia, su proyecto imperialista. Aunque la a nostálgica de la antigua URSS se haya obstinado en lo contrario. Mimetizada al compás de la propaganda de los halcones del Kremlin, su lectura del conflicto versaba monolíticamente sobre un contencioso originado por un golpe de Estado inspirado por la UE y EEUU, la toma del poder en Kiev por una Junta fascista y otros trampantojos de similar calibre. Hazañas bélicas de buenos y malvados.
La flagrante contradicción entre lo que cuentan los medios de comunicación disciplinados a la voz de Moscú y lo que ahora sostienen sus propios combatientes, demanda una explicación razonada. Porque evidencia algo más que una contradicción del tipo de alistarse en la Brigada Internacional Carlos Palomino, en honor del activista antifascista asesinado en Madrid en 2007 por un paracaidista ultra, y compartir trinchera con tres ex militares españoles y nazis. Resulta obvio que la anexión de Crimea y la escalada militar a favor de los secesionistas de la región de Dombás emprendida por Putin incita a que comunistas y nazis compartan armas porque ambos buscan la “justicia social y la liberación de Rusia de la invasión ucrania”.
Pero admitamos como hipótesis que “comunistas y nazis quieren lo mismo: justicia social”. Algo que está en la retórica de todos los movimientos sociales que buscan captar el fervor de las masas. Esa convergencia, de cimentarse en el tiempo y en la camaradería que insufla el ardor guerrero, podría llevar a una cohabitación futura dentro de la sociedad civil. Quizás su estela asome ya en la imitación de ciertas prácticas que, como la okupación urbana, comienza a ser frecuente entre los grupos de extrema derecha españoles. Porque por encima de las categorías tradicionales parece estar emergiendo un frentismo indiscriminado. Que “comunistas y nazis” estén de acuerdo en jugarse la vida por un Estado oligárquico, nuclear e hipercapitalista, que depreda a las naciones de su “patio trasero” como en los peores tiempos de Estados Unidos con Latinoamérica, merece una profunda reflexión.
Ya no vale tirar balones fuera y echar mano del falsos victimismos. Son demasiadas las pruebas que indican que alrededor de la crisis humanitaria desatada en Ucrania se están reactivando algunos de nuestros peores demonios familiares. Se pasó por alto la presencia de observadores de los principales partidos xenófobos europeos (desde el partido Amanecer Dorado a la formación Plataforma per Catalunya) como avalistas de las posiciones rusas en la anexión de Crimea. Se hizo el silencio al divulgarse que el Kremlin es el principal financiador del Frente Nacional (FN) francés de Marine Le Pen. Se minimizó el hecho de que uno de los principales ideólogos de Putin, Alexander Duguin, apóstol del ultranacionalismo, la homofobia y el tradicionalismo religioso, sea el teórico de cabecera de muchos grupos neonazis europeos (aquí es un conferenciante de plantilla del ultra Movimiento Social Republicano). Pero las aportaciones de primera mano de los brigadistas españoles han confirmado las peores sospechas: Putin ha logrado que comunistas y nazis estén en la misma trinchera.
Pero como la doctrina oficial sostiene que la toma de Crimea por Rusia y la invasión armada de la región de Dombás es una acción defensiva frente al bandazo occidental del gobierno surgido de le rebelión del Maidan, reproduzco en castellano parte del trabajo publicado en European issues, nº 344, de 17 de febrero, sobre las vulneraciones del derecho internacional que ha infringido el Kremlin desde que Ucrania accediera a la independencia. A saber:
<<El Memorándum de Budapest o acuerdo alcanzado entre Rusia, Estados Unidos, Reino Unido y Ucrania el 5 de diciembre de 1994 (al que se adhirieron China y Francia como testigos en razón de su condición de miembros del Consejo de Seguridad), mediante el cual Ucrania entrega las 1.800 cabezas nucleares de las que disponía a cambio de una garantía de seguridad de sus fronteras garantizada por los firmantes. Ese acuerdo fue firmado por Sergei Lavrov, entonces ministro de Exteriores de Yelstin, y hoy ministro de Exteriores de Putin.
El Tratado de Minsk de diciembre de 1991 que disuelve la URSS y pone en pie la Comunidad de Estados Independientes, con un compromiso explícito de respetar la integridad territorial de los Estados.
El Tratado de Amistad y Cooperación con Ucrania de 1997 que establecía la inviolabilidad de las fronteras de ambos países.
El acuerdo militar que firmó con Ucrania en 1997 y prorrogó en 2010 que regulaba la presencia del ejército ruso en Crimea y el uso de bases e instalaciones.
Las Constituciones de Ucrania y Crimea, que establecen que las modificaciones territoriales tienen que ser aprobadas por el conjunto de la población>>.
Y no estamos en 1939. Cuando Hitler y Stalin se aliaron para repartirse por la fuerza media Europa incendiando con ello la Segunda Guerra Mundial. Sino un siglo después de que el mundo sufriera las consecuencias de las políticas represivas llevadas a cabo por los dos Estados totalitarios más homicidas de la historia. Con un Putin que niega en una conferencia de prensa la implicación rusa en la invasión de Crimea (“hoy puede comprarse un uniforme militar en cualquier tienda”, dijo cínicamente ante las evidencias de soldados del Kremlin en sus calles), y un año después, con ocasión de aniversario de aquella anexión violenta, reconoce sin empacho que dio “orden de enviar allí unidades especiales del GRU y fuerzas de infantería de marina y paracaidistas”. Admitiendo además que estaba dispuesto “a activar armas nucleares” en la operación, según confesión del crecido oligarca capitalista al que combatientes nazis y comunistas ayudan en su plan para depredar Ucrania.
Por eso no se comprende que con esas trágicas experiencias sobre nuestras conciencias la sociedad civil democrática permanezca pasiva. Al menos el actual movimiento anarquista, que padeció en sus carnes como ningún otro la barbarie nazi-estalinista y la combatió desde sus inicios sin ningún tipo de componendas ni subterfugios, debería denunciarlo para poder seguir reconociéndose libertario. Reclamar la paz como valor supremo de la humanidad es absolutamente de izquierdas.
Nota: El título de este artículo va entre interrogaciones adrede, rectificando el tenor literal de la cita que lo sustenta. Por respeto a las personas de buena voluntad que pueden sentirse injustamente ofendidas por una afirmación genérica de “comunistas” donde en realidad debería decir “estalinistas”.
“Combatíamos comunistas y nazis juntos”. “Todos queremos lo mismo: la justicia social y la liberación de Rusia de la invasión ucrania”. Las frases citadas corresponden a las manifestaciones efectuadas ante la policía por dos de los ocho españoles arrestados en Madrid a su regreso de luchar en el este de Ucrania. Todos ellos enrolados junto a cientos de voluntarios prorrusos llegados de otros países entre los que, aseguran, “la mitad son comunistas y la otra mitad nazis”.
Con lo que ahora acaban de revelar estos auténticos testigos de cargo (http://politica.elpais.com/politica/2015/02/27/actualidad/1425044924_696253.html), lo que era un secreto a voces adquiere carta de naturaleza. Milicianos de ideología nazi junto a Putin para ayudarle a implantar Novorrusia, su proyecto imperialista. Aunque la a nostálgica de la antigua URSS se haya obstinado en lo contrario. Mimetizada al compás de la propaganda de los halcones del Kremlin, su lectura del conflicto versaba monolíticamente sobre un contencioso originado por un golpe de Estado inspirado por la UE y EEUU, la toma del poder en Kiev por una Junta fascista y otros trampantojos de similar calibre. Hazañas bélicas de buenos y malvados.
La flagrante contradicción entre lo que cuentan los medios de comunicación disciplinados a la voz de Moscú y lo que ahora sostienen sus propios combatientes, demanda una explicación razonada. Porque evidencia algo más que una contradicción del tipo de alistarse en la Brigada Internacional Carlos Palomino, en honor del activista antifascista asesinado en Madrid en 2007 por un paracaidista ultra, y compartir trinchera con tres ex militares españoles y nazis. Resulta obvio que la anexión de Crimea y la escalada militar a favor de los secesionistas de la región de Dombás emprendida por Putin incita a que comunistas y nazis compartan armas porque ambos buscan la “justicia social y la liberación de Rusia de la invasión ucrania”.
Pero admitamos como hipótesis que “comunistas y nazis quieren lo mismo: justicia social”. Algo que está en la retórica de todos los movimientos sociales que buscan captar el fervor de las masas. Esa convergencia, de cimentarse en el tiempo y en la camaradería que insufla el ardor guerrero, podría llevar a una cohabitación futura dentro de la sociedad civil. Quizás su estela asome ya en la imitación de ciertas prácticas que, como la okupación urbana, comienza a ser frecuente entre los grupos de extrema derecha españoles. Porque por encima de las categorías tradicionales parece estar emergiendo un frentismo indiscriminado. Que “comunistas y nazis” estén de acuerdo en jugarse la vida por un Estado oligárquico, nuclear e hipercapitalista, que depreda a las naciones de su “patio trasero” como en los peores tiempos de Estados Unidos con Latinoamérica, merece una profunda reflexión.
Ya no vale tirar balones fuera y echar mano del falsos victimismos. Son demasiadas las pruebas que indican que alrededor de la crisis humanitaria desatada en Ucrania se están reactivando algunos de nuestros peores demonios familiares. Se pasó por alto la presencia de observadores de los principales partidos xenófobos europeos (desde el partido Amanecer Dorado a la formación Plataforma per Catalunya) como avalistas de las posiciones rusas en la anexión de Crimea. Se hizo el silencio al divulgarse que el Kremlin es el principal financiador del Frente Nacional (FN) francés de Marine Le Pen. Se minimizó el hecho de que uno de los principales ideólogos de Putin, Alexander Duguin, apóstol del ultranacionalismo, la homofobia y el tradicionalismo religioso, sea el teórico de cabecera de muchos grupos neonazis europeos (aquí es un conferenciante de plantilla del ultra Movimiento Social Republicano). Pero las aportaciones de primera mano de los brigadistas españoles han confirmado las peores sospechas: Putin ha logrado que comunistas y nazis estén en la misma trinchera.
Pero como la doctrina oficial sostiene que la toma de Crimea por Rusia y la invasión armada de la región de Dombás es una acción defensiva frente al bandazo occidental del gobierno surgido de le rebelión del Maidan, reproduzco en castellano parte del trabajo publicado en European issues, nº 344, de 17 de febrero, sobre las vulneraciones del derecho internacional que ha infringido el Kremlin desde que Ucrania accediera a la independencia. A saber:
<<El Memorándum de Budapest o acuerdo alcanzado entre Rusia, Estados Unidos, Reino Unido y Ucrania el 5 de diciembre de 1994 (al que se adhirieron China y Francia como testigos en razón de su condición de miembros del Consejo de Seguridad), mediante el cual Ucrania entrega las 1.800 cabezas nucleares de las que disponía a cambio de una garantía de seguridad de sus fronteras garantizada por los firmantes. Ese acuerdo fue firmado por Sergei Lavrov, entonces ministro de Exteriores de Yelstin, y hoy ministro de Exteriores de Putin.
El Tratado de Minsk de diciembre de 1991 que disuelve la URSS y pone en pie la Comunidad de Estados Independientes, con un compromiso explícito de respetar la integridad territorial de los Estados.
El Tratado de Amistad y Cooperación con Ucrania de 1997 que establecía la inviolabilidad de las fronteras de ambos países.
El acuerdo militar que firmó con Ucrania en 1997 y prorrogó en 2010 que regulaba la presencia del ejército ruso en Crimea y el uso de bases e instalaciones.
Las Constituciones de Ucrania y Crimea, que establecen que las modificaciones territoriales tienen que ser aprobadas por el conjunto de la población>>.
Y no estamos en 1939. Cuando Hitler y Stalin se aliaron para repartirse por la fuerza media Europa incendiando con ello la Segunda Guerra Mundial. Sino un siglo después de que el mundo sufriera las consecuencias de las políticas represivas llevadas a cabo por los dos Estados totalitarios más homicidas de la historia. Con un Putin que niega en una conferencia de prensa la implicación rusa en la invasión de Crimea (“hoy puede comprarse un uniforme militar en cualquier tienda”, dijo cínicamente ante las evidencias de soldados del Kremlin en sus calles), y un año después, con ocasión de aniversario de aquella anexión violenta, reconoce sin empacho que dio “orden de enviar allí unidades especiales del GRU y fuerzas de infantería de marina y paracaidistas”. Admitiendo además que estaba dispuesto “a activar armas nucleares” en la operación, según confesión del crecido oligarca capitalista al que combatientes nazis y comunistas ayudan en su plan para depredar Ucrania.
Por eso no se comprende que con esas trágicas experiencias sobre nuestras conciencias la sociedad civil democrática permanezca pasiva. Al menos el actual movimiento anarquista, que padeció en sus carnes como ningún otro la barbarie nazi-estalinista y la combatió desde sus inicios sin ningún tipo de componendas ni subterfugios, debería denunciarlo para poder seguir reconociéndose libertario. Reclamar la paz como valor supremo de la humanidad es absolutamente de izquierdas.
Nota: El título de este artículo va entre interrogaciones adrede, rectificando el tenor literal de la cita que lo sustenta. Por respeto a las personas de buena voluntad que pueden sentirse injustamente ofendidas por una afirmación genérica de “comunistas” donde en realidad debería decir “estalinistas”.
[Artículo publicado originalmente en el periódico Rojo y Negro # 289, Madrid, abril 2015. Edición accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro289.pdf.]
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