Tomado de Diario La Razón
Julio César Centeno
El presidente Nicolás Maduro inició su
mensaje en la sede de la Organización de Naciones Unidas señalando que el
cambio climático es “la principal amenaza a la supervivencia humana”. Se
refirió más adelante al “peligro inminente de un colapso climático”.
Al día siguiente, ante la Asamblea General de la ONU, propuso que se declarara
una emergencia climática planetaria.
Señaló que el crecimiento económico es
incompatible con la supervivencia del planeta, expresó su indignación “ante
estos modelos que ahora tratan de llamarse economía verde” y propuso el
desarrollo ecológico sostenible, una economía social ecologista.
Luego enfatizó: “hoy en día Venezuela
sostiene el 70% de su demanda de energía con la hidroelectricidad”
La
verdad es que la energía hidroeléctrica aportó sólo el 22% (18.6 millones de toneladas equivalentes
de petróleo) del consumo nacional de energía en el 2012: 86.8 MM-TEP (BP
Statistics 2013).
Tampoco sería cierta la cifra si nos
limitáramos al consumo de energía eléctrica, aunque no fue a lo que hizo
referencia: en el 2013 fue suplido en un 62% por energía hidroeléctrica
(Comisión Eléctrica del CIV 2014) como resultado del significativo esfuerzo que
se ha realizado por instalar plantas termoeléctricas desde la crisis del 2010.
Según Corpoelec: “35% de la generación de
electricidad proviene de plantas termoeléctricas, y casi un 3% corresponde al
sistema de generación distribuida, conformada por grupos electrógenos”.
Más adelante Maduro resaltó: “El 60% del
territorio nacional se encuentra bajo alguna figura administrativa de
protección – preservando 58 millones de hectáreas de bosque. La conservación de
los bosques venezolanos se traduce en un ahorro de emisiones de 12221 millones
de ton de CO2, logrando disminuir la perdida de la cobertura de bosques en más
del 50%”.
Desafortunadamente, la verdad es que los
bosques del país apenas cubrían 46 millones de hectáreas para el 2010,
incluyendo el medio millón de hectáreas de plantaciones de pino en el oriente
del país, según FAO, CEPAL, ITTO y el Banco Mundial. Según el Ministerio del
Ambiente se habrían reducido a 47 millones de hectáreas para el 2010.
Desde 1980, cuando los bosques cubrían
aproximadamente 58 millones de hectáreas, hasta el 2010 se destruyeron más de
10 millones de hectáreas de bosques naturales, ricos en biodiversidad, a una
tasa promedio de 347.000 hectáreas anuales durante 30 años consecutivos. Un
gigantesco crimen ecológico, cometido con absoluta impunidad. Entre
los responsables no solo se encuentran ganaderos, agroindustriales, madereros y
latifundistas, sino también las autoridades competentes que permitieron tan
insólita destrucción.
El ahorro de emisiones al que se refiere
el presidente Maduro es el producto de malabarismos aritméticos carentes de
efectividad. El hecho de conservar bosques no implica necesariamente un ahorro
de emisiones. Los bosques son depósitos y sumideros de carbono, como también lo
son suelos, mares y océanos. También pueden ser fuentes de emisiones. La
sugerencia expone la falta de medidas para efectivamente reducir o mitigar
emisiones. Venezuela registra las más altas emisiones de CO2
por habitante de América Latina por el consumo de combustibles fósiles, así
como las mayores emisiones de CO2 por unidad del producto interno bruto, lo que
implica la menor eficiencia energética de la región.
Ahorros reales en emisiones se derivarían
de la aplicación de políticas efectivamente diseñadas en tal sentido, como
erradicar la deforestación para el 2020, a más tardar, lo que reduciría las
emisiones de CO2 en un 30%; triplicar el deficiente rendimiento del parque
automotor venezolano por litro de gasolina consumida; duplicar la eficiencia
energética de la economía nacional; sustituir el consumo de gasoil y fueloil
por gas natural en centrales termoeléctricas; erradicar la destructiva
práctica de quemar el gas natural en mechurrios, o compensar la huella
de carbono de PDVSA y otras empresas, públicas y privadas, a través de la
plantación de árboles. Decisiones que sólo requieren voluntad política para
hacerlas realidad.
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