Romina Resuche
Composiciones bizarras, incomodidad, ruptura de estéticas aceptadas: son las marcas de Nelson Garrido, el fotógrafo venezolano que en su paso por Argentina mostró su obra en el marco del Festival de la Luz, dio workshops, charlas, proyecciones y revisiones de portfolios. Y terminó de armar la red para abrir una sede local de su ONG autogestionada, la Organización Nelson Garrido, escuela de fotografía promotora de actividades contraculturales que en su espacio de Caracas es usada por grafiteros, organizaciones transexuales o sectores indígenas porque, según explica, está a disposición de las minorías.
El cadáver de un animal impregnando la tierra seca, tan seca que parece asfalto con una explosión de arena, pelo y dientes. ¿Será una imagen horrible? ¿Alguien necesitará buscarle su belleza para poder verla? ¿Tendrá mucho tiempo de muerto el perro? ¿Por qué este tipo le saca una foto a esto?
Una ciudad desde lo alto, de costado, un pedazo de una ciudad que se sabe que es Caracas. El título de la foto lo indica y de paso la describe: Caracas sangrante. Pintada digitalmente con ríos de sangre que brotan y caen desde rascacielos, que crecen para intentar la altura de los cerros del valle que los contiene. Chorreados y trazos rojos con rigidez de pixel, el derrame de líquido vital en la vida de cemento, todo casi de ficción, menos los miles de muertos ocultos de tan expuestos.
Una suerte de estampita: Adana y Evo. Se tarda en ver en ella los detalles, porque otros detalles los tapan. La técnica: scanner. Composiciones bizarras. Impacto y contención. El impacto de lo crudo, de lo ridículo, de lo indecible: mostrado. La contención de lo inevitable, de lo evitable, de lo que ocurre. Muchos fotógrafos eligen la metonimia, el venezolano Nelson Garrido prefiere en cambio la metáfora.
Como autor no necesita mostrar el horror, el horror ya es visto tanto que llegó a naturalizarse. Y aunque ese horror ya existe, él elige contarlo de otra manera, con sorna. En su quehacer fotográfico, narra o comenta con voz fuerte sus observaciones como transferencias, compartiendo con un grupo la puesta en existencia de una imagen, nutrida a su vez del hoy, de su territorio (su ciudad, su país, el mundo) y de sí mismo.
Una fotógrafa argentina contó que en un workshop con el sueco Anders Petersen dos frases se repitieron durante las jornadas. Una era “hay que tener héroes”; la otra –recordada en inglés, idioma en el que se dieron los encuentros–: “more horrible, more horrible!”. Ambas condiciones parece cumplir Garrido, que no tiene miedo de emular en estridentes colores a su admirado Joel-Peter Witkin o incluso de tomar elementos de la fotografía de sus coetáneos Marcos López y Cindy Sherman, y mucho menos a evitar lo que se entiende por fealdad en su empujón visual con pulsión antropológica.
Composiciones bizarras, incomodidad, ruptura de estéticas aceptadas: son las marcas de Nelson Garrido, el fotógrafo venezolano que en su paso por Argentina mostró su obra en el marco del Festival de la Luz, dio workshops, charlas, proyecciones y revisiones de portfolios. Y terminó de armar la red para abrir una sede local de su ONG autogestionada, la Organización Nelson Garrido, escuela de fotografía promotora de actividades contraculturales que en su espacio de Caracas es usada por grafiteros, organizaciones transexuales o sectores indígenas porque, según explica, está a disposición de las minorías.
El cadáver de un animal impregnando la tierra seca, tan seca que parece asfalto con una explosión de arena, pelo y dientes. ¿Será una imagen horrible? ¿Alguien necesitará buscarle su belleza para poder verla? ¿Tendrá mucho tiempo de muerto el perro? ¿Por qué este tipo le saca una foto a esto?
Una ciudad desde lo alto, de costado, un pedazo de una ciudad que se sabe que es Caracas. El título de la foto lo indica y de paso la describe: Caracas sangrante. Pintada digitalmente con ríos de sangre que brotan y caen desde rascacielos, que crecen para intentar la altura de los cerros del valle que los contiene. Chorreados y trazos rojos con rigidez de pixel, el derrame de líquido vital en la vida de cemento, todo casi de ficción, menos los miles de muertos ocultos de tan expuestos.
Una suerte de estampita: Adana y Evo. Se tarda en ver en ella los detalles, porque otros detalles los tapan. La técnica: scanner. Composiciones bizarras. Impacto y contención. El impacto de lo crudo, de lo ridículo, de lo indecible: mostrado. La contención de lo inevitable, de lo evitable, de lo que ocurre. Muchos fotógrafos eligen la metonimia, el venezolano Nelson Garrido prefiere en cambio la metáfora.
Como autor no necesita mostrar el horror, el horror ya es visto tanto que llegó a naturalizarse. Y aunque ese horror ya existe, él elige contarlo de otra manera, con sorna. En su quehacer fotográfico, narra o comenta con voz fuerte sus observaciones como transferencias, compartiendo con un grupo la puesta en existencia de una imagen, nutrida a su vez del hoy, de su territorio (su ciudad, su país, el mundo) y de sí mismo.
Una fotógrafa argentina contó que en un workshop con el sueco Anders Petersen dos frases se repitieron durante las jornadas. Una era “hay que tener héroes”; la otra –recordada en inglés, idioma en el que se dieron los encuentros–: “more horrible, more horrible!”. Ambas condiciones parece cumplir Garrido, que no tiene miedo de emular en estridentes colores a su admirado Joel-Peter Witkin o incluso de tomar elementos de la fotografía de sus coetáneos Marcos López y Cindy Sherman, y mucho menos a evitar lo que se entiende por fealdad en su empujón visual con pulsión antropológica.
El gesto chamánico
En su camino de formación se encontró con el artista Carlos Cruz Diez. En su hacer como creador de imágenes, se topó con el Premio Nacional de Artes Plásticas de Venezuela en 1991. En su andar por y con la fotografía apostó por multiplicidad de técnicas, prefirió alzarse conceptos rompiendo estéticas aceptadas y mantuvo un interés mínimo por la exhibición en formatos y espacios tradicionales. No porque no quiera que se vea lo suyo, sino porque el punto de lo que quiere mostrar no está terminado por lo solemne de un marco, ni hecho para la posibilidad rentable de un cubo blanco con una buena lista de compradores.
Para él, el arte en general debe ser lo más cercano a un gesto chamánico, un acto de representación de ideas. Y desde este encuadre ideológico, cuenta: “Yo veo la fotografía como un medio de práctica de libertad, para mí es una excusa, una manera de vivir y una manera de transmitir conocimiento. La fotografía es el fetiche y el pedo del valor de ese fetiche en el mercado del arte es lo que menos me interesa. Lo importante es ver qué genera eso a nivel del pensamiento –y lo bueno es que el pensamiento no se puede vender, no se puede comerciar–, y entonces se van dando ligazones, las personas se van relacionado y se va generando energía para que se vayan creando opciones al margen del poder”.
Agitador de la reproductibilidad y creyente de la exposición apenas un poco menos que infinita de sus imágenes creadas, considera a la fotografía como una actividad sanadora y la promueve con talleres, armando redes desde su organización. La ONG (Organización Nelson Garrido) es dirigida actualmente por su hija Gala y se trata de un espacio de confluencia que fue hecho por la gente. Lo que antiguamente era su estudio y el lugar donde daba clases en Caracas, terminó por ser el espacio de los que no tienen espacio, según indica su lema. “Creo que los gobiernos a nivel cultural hacen concreto, se quedan en las paredes y, lo importante es el vacío, lo que está dentro del espacio, que es la manera de ponérselo a disposición a las minorías”, afirma.
La ONG vive gracias a la autogestión, su propuesta es contracultural y quienes la llevan adelante no tienen la menor intención de que sea una institución. En su manifiesto avisan que si llegara el día en que la ONG se transformara en institución, ese mismo día se terminaría. “En la medida en que exista esta autogestión no necesitas de empresas privadas, ni del Estado y haces lo quieres –sostiene–. Esto significa que a veces la plata alcanza y a veces no. Es un espacio que va cambiando y pueden usarlo grafiteros, organizaciones transexuales, o de repente se da una reunión sindical de chavistas disidentes o de sectores indígenas; es un espacio que se va dando en esa sinergia social”, cuenta.
La columna vertebral de esta experiencia es, claro, la escuela de fotografía, que Garrido define más como una escuela de filosofía de la imagen. “Hay teatro, danza, cine... y todo eso se fue dando por la necesidad del espacio, porque lo importante es saber oír, ser eco, y no ser el que hace la programación. Uno es la caja de resonancia de esa energía que está en la calle”, explica.
En la charla, combativo, el autor habló de la necesidad de crear focos de resistencia no permanentes. Considera que la labor que siente propia es la de crear esos focos de agitación en donde se esté y que a su vez éstos creen otros focos. Todo esto lo lleva adelante creando unidades visuales, propiciando a través de los talleres, en Venezuela y en distintos puntos de Latinoamérica, el inicio y la gestión de nodos de comunicación: lo que él llama correajes. Este tipo de conexiones son las que ahora intenta en la Argentina y en Uruguay, ya habiendo establecido largo tiempo atrás contacto constante con Chile, donde da talleres anualmente y donde trabaja con mapuches, a los que su vez conecta con etnias del Amazonas.
La filosofía de Garrido toma la imperfección como nutriente básico. Y sí, la estética de la violencia y de lo feo dicen presente en sus construcciones visuales y también en lo que propone como guía reflexivamente en sus workshops. “La base de mis talleres es la necesidad del error, el error como base de la creación, porque creo que hay que fomentar a la gente a que se atreva a equivocarse”, arriesga. Y sigue: “No me interesa el resultado, me interesan los procesos y la fractura como proceso creativo”. En su ideario, la educación tradicional es castradora, unificadora y sesga la manifestación individual: lo que propone es justamente usar a la fotografía para hablar de eso.
En su camino de formación se encontró con el artista Carlos Cruz Diez. En su hacer como creador de imágenes, se topó con el Premio Nacional de Artes Plásticas de Venezuela en 1991. En su andar por y con la fotografía apostó por multiplicidad de técnicas, prefirió alzarse conceptos rompiendo estéticas aceptadas y mantuvo un interés mínimo por la exhibición en formatos y espacios tradicionales. No porque no quiera que se vea lo suyo, sino porque el punto de lo que quiere mostrar no está terminado por lo solemne de un marco, ni hecho para la posibilidad rentable de un cubo blanco con una buena lista de compradores.
Para él, el arte en general debe ser lo más cercano a un gesto chamánico, un acto de representación de ideas. Y desde este encuadre ideológico, cuenta: “Yo veo la fotografía como un medio de práctica de libertad, para mí es una excusa, una manera de vivir y una manera de transmitir conocimiento. La fotografía es el fetiche y el pedo del valor de ese fetiche en el mercado del arte es lo que menos me interesa. Lo importante es ver qué genera eso a nivel del pensamiento –y lo bueno es que el pensamiento no se puede vender, no se puede comerciar–, y entonces se van dando ligazones, las personas se van relacionado y se va generando energía para que se vayan creando opciones al margen del poder”.
Agitador de la reproductibilidad y creyente de la exposición apenas un poco menos que infinita de sus imágenes creadas, considera a la fotografía como una actividad sanadora y la promueve con talleres, armando redes desde su organización. La ONG (Organización Nelson Garrido) es dirigida actualmente por su hija Gala y se trata de un espacio de confluencia que fue hecho por la gente. Lo que antiguamente era su estudio y el lugar donde daba clases en Caracas, terminó por ser el espacio de los que no tienen espacio, según indica su lema. “Creo que los gobiernos a nivel cultural hacen concreto, se quedan en las paredes y, lo importante es el vacío, lo que está dentro del espacio, que es la manera de ponérselo a disposición a las minorías”, afirma.
La ONG vive gracias a la autogestión, su propuesta es contracultural y quienes la llevan adelante no tienen la menor intención de que sea una institución. En su manifiesto avisan que si llegara el día en que la ONG se transformara en institución, ese mismo día se terminaría. “En la medida en que exista esta autogestión no necesitas de empresas privadas, ni del Estado y haces lo quieres –sostiene–. Esto significa que a veces la plata alcanza y a veces no. Es un espacio que va cambiando y pueden usarlo grafiteros, organizaciones transexuales, o de repente se da una reunión sindical de chavistas disidentes o de sectores indígenas; es un espacio que se va dando en esa sinergia social”, cuenta.
La columna vertebral de esta experiencia es, claro, la escuela de fotografía, que Garrido define más como una escuela de filosofía de la imagen. “Hay teatro, danza, cine... y todo eso se fue dando por la necesidad del espacio, porque lo importante es saber oír, ser eco, y no ser el que hace la programación. Uno es la caja de resonancia de esa energía que está en la calle”, explica.
En la charla, combativo, el autor habló de la necesidad de crear focos de resistencia no permanentes. Considera que la labor que siente propia es la de crear esos focos de agitación en donde se esté y que a su vez éstos creen otros focos. Todo esto lo lleva adelante creando unidades visuales, propiciando a través de los talleres, en Venezuela y en distintos puntos de Latinoamérica, el inicio y la gestión de nodos de comunicación: lo que él llama correajes. Este tipo de conexiones son las que ahora intenta en la Argentina y en Uruguay, ya habiendo establecido largo tiempo atrás contacto constante con Chile, donde da talleres anualmente y donde trabaja con mapuches, a los que su vez conecta con etnias del Amazonas.
La filosofía de Garrido toma la imperfección como nutriente básico. Y sí, la estética de la violencia y de lo feo dicen presente en sus construcciones visuales y también en lo que propone como guía reflexivamente en sus workshops. “La base de mis talleres es la necesidad del error, el error como base de la creación, porque creo que hay que fomentar a la gente a que se atreva a equivocarse”, arriesga. Y sigue: “No me interesa el resultado, me interesan los procesos y la fractura como proceso creativo”. En su ideario, la educación tradicional es castradora, unificadora y sesga la manifestación individual: lo que propone es justamente usar a la fotografía para hablar de eso.
Que la obra circule
Si en algo tiene fe Garrido es en la foto como instrumento. Y es tal vez por eso que cuando censuran una de sus imágenes en una muestra no siente en absoluto que lo hayan silenciado. “Creo profundamente en el terrorismo poético –dice– y lo empleo cotidianamente.” Ante la opción de exponer o dar una clase, él prefiere la segunda. Y explica por qué: “Las exposiciones cada día me parecen menos importantes porque con los nuevos medios mi obra existe en el inconsciente, aunque nadie haya visto una copia mía. No hay que caer en la trampa, porque con esa trampa de la exposición y de que todo el mundo quiere exponer, la gente no trabaja, quieren mostrarse antes de haber trabajado. Si la esencia de la fotografía es el hecho reproductible, ¿qué es eso del tiraje o del aberrante sello de agua? Yo creo en el copy-left, en el derecho gratuito a las obras, creo en la piratería y la apoyo, porque lo maravilloso es que la obra circule, que empiece a tener un sentido social partiendo de un hecho individual, de una angustia individual que después puede o no tener una validez colectiva. Y que de ahí, la gente lo empiece a usar. Pero eso no lo decide uno. Yo soy un ciudadano de a pie que está planteando las angustias que se viven donde yo estoy. Si pasa a ser un hecho universal, no es problema mío, es una consecuencia posterior y no se puede estar trabajando en función de eso. La fotografía es la consecuencia de tu vida”, concluye.
Los altares delirantes o crudos de Nelson Garrido serán criticados, pueden no gustar o invitar a la incomodidad, tal vez por hurgar en temas álgidos para el gran público o para el mercado: la violencia, la religión, el sexo, el régimen político. Entre sus afirmaciones y su contexto, se vuelve impreciso y hasta innecesario enlistar los países o museos donde expuso, las publicaciones que hizo o las series que realizó. Sin embargo es imposible dejar de notar que se entrega al contenido más que a la forma y al compartir más que al producir incesante, porque intuye que en su labor lo que de verdad es prioritario es sostener algo más, indiscutible como misión: el espíritu de servicio.
Si en algo tiene fe Garrido es en la foto como instrumento. Y es tal vez por eso que cuando censuran una de sus imágenes en una muestra no siente en absoluto que lo hayan silenciado. “Creo profundamente en el terrorismo poético –dice– y lo empleo cotidianamente.” Ante la opción de exponer o dar una clase, él prefiere la segunda. Y explica por qué: “Las exposiciones cada día me parecen menos importantes porque con los nuevos medios mi obra existe en el inconsciente, aunque nadie haya visto una copia mía. No hay que caer en la trampa, porque con esa trampa de la exposición y de que todo el mundo quiere exponer, la gente no trabaja, quieren mostrarse antes de haber trabajado. Si la esencia de la fotografía es el hecho reproductible, ¿qué es eso del tiraje o del aberrante sello de agua? Yo creo en el copy-left, en el derecho gratuito a las obras, creo en la piratería y la apoyo, porque lo maravilloso es que la obra circule, que empiece a tener un sentido social partiendo de un hecho individual, de una angustia individual que después puede o no tener una validez colectiva. Y que de ahí, la gente lo empiece a usar. Pero eso no lo decide uno. Yo soy un ciudadano de a pie que está planteando las angustias que se viven donde yo estoy. Si pasa a ser un hecho universal, no es problema mío, es una consecuencia posterior y no se puede estar trabajando en función de eso. La fotografía es la consecuencia de tu vida”, concluye.
Los altares delirantes o crudos de Nelson Garrido serán criticados, pueden no gustar o invitar a la incomodidad, tal vez por hurgar en temas álgidos para el gran público o para el mercado: la violencia, la religión, el sexo, el régimen político. Entre sus afirmaciones y su contexto, se vuelve impreciso y hasta innecesario enlistar los países o museos donde expuso, las publicaciones que hizo o las series que realizó. Sin embargo es imposible dejar de notar que se entrega al contenido más que a la forma y al compartir más que al producir incesante, porque intuye que en su labor lo que de verdad es prioritario es sostener algo más, indiscutible como misión: el espíritu de servicio.
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