Rafael Uzcátegui
Aquella mañana lluviosa recorríamos en autobús los 700 kilómetros de distancia entre Puerto Ordaz a Santa Elena de Uairén para entrevistarnos con el indígena pemón Alexis Romero, quien no podía salir de su municipio debido a la hipotética orden de captura debido al incumplimiento del régimen de presentación que, en su contra, había ordenado un tribunal militar. Pasados el kilómetro 80 de la carretera, suerte de tierra de nadie según pasajeros y colectores, el transporte serpenteaba lentamente por la carretera que a ratos te regalaba el horizonte de tepuyes perfilados sobre un cielo azulísimo que debería figurar, por su belleza, en la tabla de colores Pantone. Alexis Romero es un viejo activista de la causa indígena, relacionado con las acciones directas noviolentas más estimulantes de los últimos 15 años realizadas en la zona. Habían pasado pocos días desde la celebración de las elecciones donde Romero, respaldado por la coalición opositora, se había postulado como candidato a la alcaldía del municipio Gran Sabana en diciembre de 2013, recibiendo apenas el 2,5% de los votos. Si uno se quedaba con este dato, el electoral-partidista, haría un perfil equívoco del personaje. Nuestro interés era otro. En enero del 2012 Romero y tres líderes indígenas pemones fueron detenidos por su vinculación en el desarme y detención de 19 efectivos militares que de manera ilegal extraían oro en la zona denominada Alto Paragua del estado Bolívar. En la acción, realizada en octubre de 2011, participaron alrededor de 500 indígenas de 13 comunidades de la zona, cansados de los atropellos protagonizados por funcionarios de las Fuerzas Armadas. Los detenidos, siendo civiles, fueron presentados ante el Tribunal Militar Décimo Séptimo de Control de Ciudad Bolívar. Mientras el resto era liberado, Romero estuvo 5 días en el Internado Judicial de Monagas, conocido como “La Pica”, donde a pesar de no haber sido sentenciado fue puesto en la calle tras una comunicación que le informaba que había sido “beneficiado” con un “indulto presidencial”. Sin embargo, como si de un gag de los Monty Phyton se tratara, tras su liberación es informado que el proceso en su contra continúa, que no puede declarar sobre su caso en medios de comunicación, que no puede salir del estado Bolívar y que se encuentra bajo régimen de presentación. Fiel a su propia historia, Romero desobedece.
La historia de los sin historia
No es la primera vez que Romero tiene desaveniencias con los funcionarios militares. Especulamos que tampoco será la última. En abril de 1997 la comunidad Pemón San Antonio de Morichal denunció la invasión ilegal de sus tierras por parte de un hacendado con claras relaciones con las autoridades de uniforme. La comunidad se moviliza para exigir la desocupación de sus tierras y la reacción origina un indígena asesinado y un infante pemón con heridas de arrollamiento. La Guardia Nacional detiene a Alexis Romero acusándolo se ser el instigador de las comunidad, torturándolo para intentar arrancar la delirante confesión de ser el líder de un núcleo guerrillero vinculado con los zapatistas mexicanos. La V República no lo trata mejor. En el año 2000 era parte del grupo de comunidades pemonas opuestas al desarrollo del proyecto del Tendido Eléctrico al Brasil, 750 kilómetros de infraestructura a través de territorios indígenas, frente a un nuevo gobierno cuyo presidente electo, en días de campaña, había prometido que “revisaría” el contenido del acuerdo y que se pondría del lado de los intereses de los pueblos originarios. Sin embargo, con la presencia de los presidentes Fidel Castro y Henrique Cardoso el proyecto fue inaugurado en agosto de 2001. En septiembre del 2000, dado los avances de la obra, se conoció que 7 torres de dicho tendido eléctrico habían sido derribadas, una sorprendente y sagaz acción de protesta que no ha sido superada por ningún otro movimiento social en 15 años de gobierno bolivariano. Alexis Romero, en la época capitán de la comunidad de Maurak, fue hostigado como parte de las acciones represivas de la militarización del territorio pemón, que incluyó la siembra de minas explosivas en las adyacencias del tendido.
En febrero de 2013, 15 meses después de la primera acción contra los mineros de verde oliva, 43 militares vuelven a ser desarmados y detenidos por las comunidades indígenas. Las sospechas se redoblan contra Romero. Sin embargo, la solidaridad que recibe es diferente a la de 13 años atrás. Un movimiento indígena nacional, fragmentado, neutralizado y polarizado, hace un silencio que para quienes tenemos memoria histórica de las luchas indígenas en Venezuela, es demasiado escandaloso.
El ostracismo como condena
Si el yukpa Sabino Romero ha sido calificado como el “nuevo Guaicaipuro”, ¿Qué paralelo histórico tendría el pemón Alexis Romero: ¿Tiuna, Tamanaco? Es válida la pregunta de por qué si la lucha del yukpa ha sido tan conocida, dentro y fuera del país, la del pemón es tan ignorada. Parte de la respuesta es porque Sabino, asesinado dos días antes que el fallecimiento del presidente Chávez, fue hasta su último respiro un entusiasta promotor del zurdo de Sabaneta, mientras que Romero ha sido un crítico frontal de lo que calificaba abiertamente como contradicciones respecto a las políticas indígenas. Esto permitió a los aparatos propagandísticos de los chavismos, tanto el militante como el burocrático, coincidir en la promoción de su figura como ejemplo de una “resistencia indígena” sólo posible bajo el gobierno bolivariano.
En Santa Elena de Uairén, a falta de fuentes de empleo digno, una parte importante de la población vive de la ilegalidad para-estatal, como el contrabando de gasolina. Por eso, quizás, debe ser una de las poblaciones venezolanas con más taxis por habitante, cuyos ingresos no dependen precisamente de la cantidad de pasajeros transportados por día. Por eso la campaña electoral de los candidatos oficialistas se basó, entre otras cosas, en la entrega de juegos de cauchos a los conductores. “También en regalar cajas de cerveza”, nos contó Romero. En la Gran Sabana los indígenas quieren ser mineros, canal rápido para la riqueza instantánea, abandonando su cosmovisión y estilos de vida tradicionales. En un mundo dado vuelta, acciones realizadas por activistas como Alexis Romero son un cable a los parajes de la cordura.
Aquella mañana lluviosa recorríamos en autobús los 700 kilómetros de distancia entre Puerto Ordaz a Santa Elena de Uairén para entrevistarnos con el indígena pemón Alexis Romero, quien no podía salir de su municipio debido a la hipotética orden de captura debido al incumplimiento del régimen de presentación que, en su contra, había ordenado un tribunal militar. Pasados el kilómetro 80 de la carretera, suerte de tierra de nadie según pasajeros y colectores, el transporte serpenteaba lentamente por la carretera que a ratos te regalaba el horizonte de tepuyes perfilados sobre un cielo azulísimo que debería figurar, por su belleza, en la tabla de colores Pantone. Alexis Romero es un viejo activista de la causa indígena, relacionado con las acciones directas noviolentas más estimulantes de los últimos 15 años realizadas en la zona. Habían pasado pocos días desde la celebración de las elecciones donde Romero, respaldado por la coalición opositora, se había postulado como candidato a la alcaldía del municipio Gran Sabana en diciembre de 2013, recibiendo apenas el 2,5% de los votos. Si uno se quedaba con este dato, el electoral-partidista, haría un perfil equívoco del personaje. Nuestro interés era otro. En enero del 2012 Romero y tres líderes indígenas pemones fueron detenidos por su vinculación en el desarme y detención de 19 efectivos militares que de manera ilegal extraían oro en la zona denominada Alto Paragua del estado Bolívar. En la acción, realizada en octubre de 2011, participaron alrededor de 500 indígenas de 13 comunidades de la zona, cansados de los atropellos protagonizados por funcionarios de las Fuerzas Armadas. Los detenidos, siendo civiles, fueron presentados ante el Tribunal Militar Décimo Séptimo de Control de Ciudad Bolívar. Mientras el resto era liberado, Romero estuvo 5 días en el Internado Judicial de Monagas, conocido como “La Pica”, donde a pesar de no haber sido sentenciado fue puesto en la calle tras una comunicación que le informaba que había sido “beneficiado” con un “indulto presidencial”. Sin embargo, como si de un gag de los Monty Phyton se tratara, tras su liberación es informado que el proceso en su contra continúa, que no puede declarar sobre su caso en medios de comunicación, que no puede salir del estado Bolívar y que se encuentra bajo régimen de presentación. Fiel a su propia historia, Romero desobedece.
La historia de los sin historia
No es la primera vez que Romero tiene desaveniencias con los funcionarios militares. Especulamos que tampoco será la última. En abril de 1997 la comunidad Pemón San Antonio de Morichal denunció la invasión ilegal de sus tierras por parte de un hacendado con claras relaciones con las autoridades de uniforme. La comunidad se moviliza para exigir la desocupación de sus tierras y la reacción origina un indígena asesinado y un infante pemón con heridas de arrollamiento. La Guardia Nacional detiene a Alexis Romero acusándolo se ser el instigador de las comunidad, torturándolo para intentar arrancar la delirante confesión de ser el líder de un núcleo guerrillero vinculado con los zapatistas mexicanos. La V República no lo trata mejor. En el año 2000 era parte del grupo de comunidades pemonas opuestas al desarrollo del proyecto del Tendido Eléctrico al Brasil, 750 kilómetros de infraestructura a través de territorios indígenas, frente a un nuevo gobierno cuyo presidente electo, en días de campaña, había prometido que “revisaría” el contenido del acuerdo y que se pondría del lado de los intereses de los pueblos originarios. Sin embargo, con la presencia de los presidentes Fidel Castro y Henrique Cardoso el proyecto fue inaugurado en agosto de 2001. En septiembre del 2000, dado los avances de la obra, se conoció que 7 torres de dicho tendido eléctrico habían sido derribadas, una sorprendente y sagaz acción de protesta que no ha sido superada por ningún otro movimiento social en 15 años de gobierno bolivariano. Alexis Romero, en la época capitán de la comunidad de Maurak, fue hostigado como parte de las acciones represivas de la militarización del territorio pemón, que incluyó la siembra de minas explosivas en las adyacencias del tendido.
En febrero de 2013, 15 meses después de la primera acción contra los mineros de verde oliva, 43 militares vuelven a ser desarmados y detenidos por las comunidades indígenas. Las sospechas se redoblan contra Romero. Sin embargo, la solidaridad que recibe es diferente a la de 13 años atrás. Un movimiento indígena nacional, fragmentado, neutralizado y polarizado, hace un silencio que para quienes tenemos memoria histórica de las luchas indígenas en Venezuela, es demasiado escandaloso.
El ostracismo como condena
Si el yukpa Sabino Romero ha sido calificado como el “nuevo Guaicaipuro”, ¿Qué paralelo histórico tendría el pemón Alexis Romero: ¿Tiuna, Tamanaco? Es válida la pregunta de por qué si la lucha del yukpa ha sido tan conocida, dentro y fuera del país, la del pemón es tan ignorada. Parte de la respuesta es porque Sabino, asesinado dos días antes que el fallecimiento del presidente Chávez, fue hasta su último respiro un entusiasta promotor del zurdo de Sabaneta, mientras que Romero ha sido un crítico frontal de lo que calificaba abiertamente como contradicciones respecto a las políticas indígenas. Esto permitió a los aparatos propagandísticos de los chavismos, tanto el militante como el burocrático, coincidir en la promoción de su figura como ejemplo de una “resistencia indígena” sólo posible bajo el gobierno bolivariano.
En Santa Elena de Uairén, a falta de fuentes de empleo digno, una parte importante de la población vive de la ilegalidad para-estatal, como el contrabando de gasolina. Por eso, quizás, debe ser una de las poblaciones venezolanas con más taxis por habitante, cuyos ingresos no dependen precisamente de la cantidad de pasajeros transportados por día. Por eso la campaña electoral de los candidatos oficialistas se basó, entre otras cosas, en la entrega de juegos de cauchos a los conductores. “También en regalar cajas de cerveza”, nos contó Romero. En la Gran Sabana los indígenas quieren ser mineros, canal rápido para la riqueza instantánea, abandonando su cosmovisión y estilos de vida tradicionales. En un mundo dado vuelta, acciones realizadas por activistas como Alexis Romero son un cable a los parajes de la cordura.
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