Otaiza |
Rafael
Iribarren
La cifra
nacional que se maneja es la de 4.680 homicidios sucedidos en los cuatro meses que van del
2014. Anualizada, seguramente pasará largo de los 20.000. Homicidios de varios
tipos ejecutados según patrones bastante
conocidos; entre los que está el del sicariato; como tal con un patrón bien
definido. El sicario no conoce a la víctima ni es conocido por ella; lo
identifica casi solo al instante; lo ejecuta y se pierde. La eficiencia del
sicariato, está, precisamente en la inexistencia de vínculo alguno entre el
sicario y la víctima; y con quién lo
paga y con quién lo ordena.
Aparte de la
matriz primaria, rutinaria en cualquier tema, de manipulación chavista de la opinión de sus bases; en ninguna de los escenarios manejados oficialmente; nada
en las primeras informaciones sobre el asesinato de Otaiza inducía a que
hubiera sido sicariato. Todo, por el contrario, cuadraba en que había sido el
hampa común; o, en tal caso, la violencia cotidiana que lo mató. Que se trataba
de uno más de esos más de 20.000 venezolanos que previsiblemente serán sus
víctimas antes del 2015. Lo que luego fue corroborado en la bien creíble y coherente, contextualizada,
versión de los vecinos de La Palomera, testigos oculares de buena parte de los
que parecen haber sido los hechos
violentos de los que fue víctima mortal.
Por lo demás, de
entrada, en el escenario de que hubiera sido un caso de sicariato; y, además,
político; lo primero que había de tener es una hipótesis, viable, sobre por qué
era a él a quién había que liquidar; con qué propósito u objetivo; a quién
interesaba; y por qué, en contra de lo que es usual en esos casos, ya muerto,
no lo dejaron en el sitio. Por qué, haberlo capturado y/o llevado hasta La
Palomera y luego a Turgua, desde el Hotel Alba, donde, según, su gente fue la
última vez que lo vio con vida. Luego se sabe, o hay la información no
desmentida, de que él mismo en su propio vehículo, fue a La Palomera. De tal forma que, incluso sin aún disponer de la información que posteriormente se ha
producido; además, en general, políticamente, Otaiza no tenía la significación
como para que su hipotético sicariaro tuviera impacto. A menos que se hubiera
impulsado a partir de las muy oscuras e intensas luchas internas por el poder, dentro del chavismo. Lo que, por
lo visto no habiendo sido así; no hubiera sido imposible. Como, sin ir más
atrás, lo demostró la muerte por chavistas de Juancho Montoya.
En la obligada
retórica épica chavista; que da como para promover la hechura de un brocal de
la avenida Urdaneta de Caracas, como si fuera
en la Gran Muralla China; resulta coherente que a la muerte de Otaiza se
le pretendiera dar la dimensión política que no tuvo. O sacarle alguna punta
política Aunque evidentemente y sin más;
fue solo otro venezolano asesinado absurdamente. Nada extraño resulta
que Diosdado Cabello siga insistiendo en que fue un asesinato político. Que
Iris Valera y Tania Díaz exaltadas juren o vuelvan a jurar que el asesinato del camarada ”será vengada”.
Ni tampoco sorprende que Maduro; en cuanto a quién realmente es; a sus
limitaciones e insuficiencias; se lanzara, no como posibilidad sino como cierto
demostrado, con que fue sicariato, y además ordenado desde Miami. Siempre y
como todo, dentro del “Plan desestabilizador
de su gobierno” que los EEUU impulsa.
Lo asombroso; a
pesar de que la capacidad de asombro uno piensa que en algún momento y punto se
colma; es que lo del sicariato planificado en Miami lo lanzó, no como la idea
de Nicolás Maduro, como individuo, libre
de pensar decir lo que sea. Sino en su condición de Presidente de la República
Bolivariana de Venezuela; que, además, “se respeta”, como siempre repite. Como
Maduro, aparte lo real-mágico del hecho de ser Presidente; no importa que crea
y diga la babiecada que le dé la gana o que le metan en la cabeza. Pero como
jefe de gobierno, independientemente de cualquier consideración; que tiene a
disposición todo tipo de equipos humanos y técnicos, con toda la capacidad disponible de análisis y procesamiento,
evaluación de situaciones, etcéteras; de toda la información posible. Sobrados
como para tener un manejo más sobrio y medido, menos ridiculizante y risible;
de cualquier situación en general o concreta. Pero sobre todo de un hecho, hoy,
lamentablemente cotidiano en el país; la muerte de un ciudadano; en este caso
de Otaiza.
Independientemente
de que Maduro, personalmente, sí se haya creído realmente lo del sicariato
desde Miami; lo que, por lo visto es posible. Lo indicativo es que nadie en su
entorno lo haya parado ni siquiera asesorado; ni llamado la atención aunque
fuera a no precipitarse; a esperar el desarrollo de las investigaciones de los
órganos de inteligencia, etcétera. En Chávez, se entendía porque él no toleraba
ni siquiera un “quizás”; mucho menos un mutis. A cualquier babiecada,
delirio, invento o chiste malo suyo o
robado, obligatoriamente tenía que ser respondido con admiración apoyo y aplauso. Nadie se atrevía ni siquiera a
quedarse callado. Nunca llamarle la atención ni siquiera sobre algún aspecto.
Pero, es imposible que con Maduro eso siga siendo así. Y siéndolo; es
además imposible; por mucha mediocridad
e incapacidad que domine en él; que en
el entorno de Miraflores y el Gabinete, nadie tuviera consciencia y criterio de
que iba a poner la torta con lo del sicariato de Otaiza; como efectivamente la
puso. La única conclusión lógica es que nadie allí estaba interesado en que no
lo hiciera. Es que en el entorno presidencial, en sus equipos de gobierno y
gabinete; en las cúpulas y burocracias chavistas; nadie apuesta a que se
consolide y llegue a ser aunque sea un presidente más. Sino que, por lo visto
todos, o casi; los unos activa, los otros, pasivamente;
juegan a que siga poniendo la torta, siempre, en todo, así en lo grande como
en lo chiquito.
Caracas 08.05.14
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