Clement
Desde hace algún tiempo a esta parte el concepto de decrecimiento ha hecho correr mucha tinta. Se escucha en cualquier sitio y bajo todas las formas, incluyendo las de los anarquistas, para quienes la aparición del folleto de Jean Pierre Tertrais: Du Dévélopement à la Décroissance (París, édition du Monde Libertaire, 2004) parece haber creado una cierta dinámica.
No está en tela de juicio la necesidad de decrecer: el balance ecológico catastrófico de la política capitalista habla por sí mismo. La cuestión que querría señalar está en boca de todos: ¿que quiere decir, concretamente, “poner en práctica” –aquí y ahora- el decrecimiento? A esta pregunta, escuchamos muchas veces responder que es apenas suficiente consumir menos; se hace el mismo elogio de la pobreza y de la simplicidad voluntaria. Bien, Si bien colocar en tela de juicio nuestra forma de consumir es un primer paso, focalizarnos en este aspecto puede tener consecuencias muy nefastas en nuestra comprensión del decrecimiento. En efecto, todos pueden ver los increíbles costos de energía de nuestras ciudades modernas (sobreproducción, gastos, excesivo almacenamiento, fin de los recursos naturales, etc.) Pero ¿estaremos obligados a regresar a la edad de las cavernas para vivir en una sociedad de decrecimiento? ¿La gran mayoría de las personas no aspira vivir con un mínimo de comodidad? ¿Es esto condenable?
De hecho, el problema del decrecimiento no se resuelve apenas con menos consumo: no sirve para nada comprar menos si nuestras reivindicaciones se quedan ahí, ¿para qué sirve tener apenas un par de zapatos si estos zapatos fueron fabricados en el fin del mundo por niños y si los compramos en grandes centros comerciales? ¿Es esto decrecimiento? No del todo. Hay todo un funcionamiento económico y político por detrás. El verdadero problema del decrecimiento es el capitalismo. Así, colocar la mira en el consumo sin preguntarnos respecto a la producción (su origen, quién lo fabrica, cómo, en qué condiciones, etc.) no será la forma más verdadera de colocar en juicio el modo del funcionamiento capitalista (producción-distribución-consumo); esto significa aceptar una necesidad (o una fatalidad) detrás de él. La perversidad nociva de este sistema es de haber conseguido colocar en práctica – a través de contradicciones fantásticas - constreñimientos que aseguran su permanencia: él se apoya en actos de consumo de masa que trata de convertir en necesidades para la supervivencia de cada uno.
Este consumo, aún el más insignificante posible, es a su vez la mejor garantía de sobrevivencia del sistema. De hecho, bien podremos gritar al lobo o partirle la cara a los gobernantes; el sistema encontrará siempre la forma de mantenerse y de mantener su cortejo de suciedades, miserias y explotaciones de tal forma que nuestra influencia en su funcionamiento no será alterada. Si no colocamos esto en debate, si no ponemos en juicio el sistema, además de mantenerlo, le estaremos dando la oportunidad de perpetuarse.
Muy bien me dirán ¿entonces qué hacer? Desear vivir en una sociedad de decrecimiento es desear vivir en una sociedad en la que las personas definan ellas mismas – libremente y sin constreñimientos - lo que quieren producir, cómo, porqué, para quién, dónde, etc. Definen localmente la forma como quieren vivir; son actores concientes del sistema en el cual participan. Esta forma de organización, es de hecho, mucho menos consumidora de energía: se acaba la sobreproducción y el despilfarro. Menos transporte de mercaderías de uno al otro lado del mundo. Toma de decisiones colectivas sobre la forma de producir (¿aceptaremos entonces modos de producción mucho más contaminantes?).
Debemos pues ir más allá que los defensores mediáticos del decrecimiento, colocando el énfasis sobre el modo de organización anarquista como única forma de decrecer armoniosamente, liberados del monstruo capitalista. Es preciso defender la idea que la organización libertaria de la sociedad es ecológicamente sana, económicamente viable y socialmente justa y se inscribe en el marco de una sociedad humanista de decrecimiento. Así no es tanto la cuestión de parar de consumir, sino más bien de producir y consumir de mejor manera. Es pues preciso, a partir de hoy, crear los medios –a pesar de los obstáculos del sistema económico existente- para hacer funcionar concretamente una sociedad libertaria- sin la cual no temeremos al capitalismo y no practicaremos el decrecimiento.
Tomemos nuestras responsabilidades
Insisto: nuestro proyecto de sociedad es coherente y realizable. Es preciso crear, hacer emerger o invertir en redes alternativas locales de producción y de distribución que se inscriban completamente en el marco del decrecimiento: queremos definir en conjunto lo que queremos consumir y proyectar cómo producirlo de acuerdo con nuestros principios y teniendo en cuenta nuestras restricciones ecológicas. Reapropiémonos de las herramientas y de los medios de producción para hacerlos responder a las necesidades locales (si verdaderas redes, autónomas y autosuficientes, no existen en el sentido auténtico de la palabra, no es una razón para esperar, una moneda dada a los sistemas alternativos o una moneda dada al gran capital no tiene el mismo valor político: votamos todos los días en el consumo).
Existen ya por ejemplo, asociaciones que reúnen pequeñas producciones agrícolas y de consumo cercano (estilo AMAP en Francia: asociaciones para la manutención de la agricultura rural). Deciden en conjunto y de forma anticipada, modalidades de producción y de distribución; los consumidores se involucran en la compra de la recolección y el productor puede liberarse así de las políticas agrícolas que lo sofocan. Esta producción y este consumo locales ofrecen por un lado, la posibilidad de sobrevivir a los pequeños agricultores que el sistema previó eliminar y permiten por otro lado, reducir considerablemente el gasto de energía debido a la producción industrial y química, en el transporte y en el almacenamiento. Subvierte así la gran distribución y el sistema atacándolos donde hacen mal. Sin intermediarios, apenas las personas que se organizan entre ellas. Y este género de iniciativas puede imaginarse y crearse para todos los tipos de producción. Estos ejemplos de alternativas pueden volverse una verdadera respuesta, verdaderamente anticapitalistas siendo completamente viables y ecológicas; pero si no entramos a formar parte de ellas, nos arriesgamos a que sean aplacadas por el sistema. De hecho estas AMAP fueron creadas bajo principios cercanos a los de una organización libertaria, pero están colocadas bajo la autoridad de la asociación Alliance PEC (que no presenta, claramente, afinidades particulares para los libertarios), por lo cual, si no se tiene cuidado, podría muy bien transformar estas iniciativas en una nueva forma de consumo “idiota”. Lo mismo se puede decir de otras propuestas alternativas.
Para concluir, es necesario – aunque no suficiente - huir de las grandes cadenas y de la gran distribución, es también imperativo tratar de poner en práctica, a partir de hoy – en la medida de lo posible - una organización positiva de la sociedad. Tenemos que privilegiar la práctica de una organización libertaria, manteniendo y creando redes alternativas y locales de producción y de distribución, de reciclaje y de intercambio (así como lugares de convivencia y de encuentros abiertos al exterior: bibliotecas, cocinas autodirigidas, espacios de gratuidad, cursos, etc.) sobre todo que estas redes funcionen y que consigan atraer personas desde más allá del medio militante: la anarquía es demasiado bella para no seducir. Así, porque la organización libertaria de la sociedad es envidiable y ecológicamente sana – y porque es el único vector que permite, tanto ser general, como de decrecimiento - nos toca demostrar, con ejemplo y práctica, que una sociedad basada en estos principios es posible. Seremos mucho más coherentes en nuestras luchas.
[Publicado originalmente en castellano por El Libertario, # 49, febrero-marzo 2007. El autor pertenece al Grupo Louise Michel de la Federación Anarquista francófona y el artículo se publicó en portugués por la revista Utopía, Lisboa, enero-junio 2006, # 21. Traducción: Redacción de El Libertario.]
Desde hace algún tiempo a esta parte el concepto de decrecimiento ha hecho correr mucha tinta. Se escucha en cualquier sitio y bajo todas las formas, incluyendo las de los anarquistas, para quienes la aparición del folleto de Jean Pierre Tertrais: Du Dévélopement à la Décroissance (París, édition du Monde Libertaire, 2004) parece haber creado una cierta dinámica.
No está en tela de juicio la necesidad de decrecer: el balance ecológico catastrófico de la política capitalista habla por sí mismo. La cuestión que querría señalar está en boca de todos: ¿que quiere decir, concretamente, “poner en práctica” –aquí y ahora- el decrecimiento? A esta pregunta, escuchamos muchas veces responder que es apenas suficiente consumir menos; se hace el mismo elogio de la pobreza y de la simplicidad voluntaria. Bien, Si bien colocar en tela de juicio nuestra forma de consumir es un primer paso, focalizarnos en este aspecto puede tener consecuencias muy nefastas en nuestra comprensión del decrecimiento. En efecto, todos pueden ver los increíbles costos de energía de nuestras ciudades modernas (sobreproducción, gastos, excesivo almacenamiento, fin de los recursos naturales, etc.) Pero ¿estaremos obligados a regresar a la edad de las cavernas para vivir en una sociedad de decrecimiento? ¿La gran mayoría de las personas no aspira vivir con un mínimo de comodidad? ¿Es esto condenable?
De hecho, el problema del decrecimiento no se resuelve apenas con menos consumo: no sirve para nada comprar menos si nuestras reivindicaciones se quedan ahí, ¿para qué sirve tener apenas un par de zapatos si estos zapatos fueron fabricados en el fin del mundo por niños y si los compramos en grandes centros comerciales? ¿Es esto decrecimiento? No del todo. Hay todo un funcionamiento económico y político por detrás. El verdadero problema del decrecimiento es el capitalismo. Así, colocar la mira en el consumo sin preguntarnos respecto a la producción (su origen, quién lo fabrica, cómo, en qué condiciones, etc.) no será la forma más verdadera de colocar en juicio el modo del funcionamiento capitalista (producción-distribución-consumo); esto significa aceptar una necesidad (o una fatalidad) detrás de él. La perversidad nociva de este sistema es de haber conseguido colocar en práctica – a través de contradicciones fantásticas - constreñimientos que aseguran su permanencia: él se apoya en actos de consumo de masa que trata de convertir en necesidades para la supervivencia de cada uno.
Este consumo, aún el más insignificante posible, es a su vez la mejor garantía de sobrevivencia del sistema. De hecho, bien podremos gritar al lobo o partirle la cara a los gobernantes; el sistema encontrará siempre la forma de mantenerse y de mantener su cortejo de suciedades, miserias y explotaciones de tal forma que nuestra influencia en su funcionamiento no será alterada. Si no colocamos esto en debate, si no ponemos en juicio el sistema, además de mantenerlo, le estaremos dando la oportunidad de perpetuarse.
Muy bien me dirán ¿entonces qué hacer? Desear vivir en una sociedad de decrecimiento es desear vivir en una sociedad en la que las personas definan ellas mismas – libremente y sin constreñimientos - lo que quieren producir, cómo, porqué, para quién, dónde, etc. Definen localmente la forma como quieren vivir; son actores concientes del sistema en el cual participan. Esta forma de organización, es de hecho, mucho menos consumidora de energía: se acaba la sobreproducción y el despilfarro. Menos transporte de mercaderías de uno al otro lado del mundo. Toma de decisiones colectivas sobre la forma de producir (¿aceptaremos entonces modos de producción mucho más contaminantes?).
Debemos pues ir más allá que los defensores mediáticos del decrecimiento, colocando el énfasis sobre el modo de organización anarquista como única forma de decrecer armoniosamente, liberados del monstruo capitalista. Es preciso defender la idea que la organización libertaria de la sociedad es ecológicamente sana, económicamente viable y socialmente justa y se inscribe en el marco de una sociedad humanista de decrecimiento. Así no es tanto la cuestión de parar de consumir, sino más bien de producir y consumir de mejor manera. Es pues preciso, a partir de hoy, crear los medios –a pesar de los obstáculos del sistema económico existente- para hacer funcionar concretamente una sociedad libertaria- sin la cual no temeremos al capitalismo y no practicaremos el decrecimiento.
Tomemos nuestras responsabilidades
Insisto: nuestro proyecto de sociedad es coherente y realizable. Es preciso crear, hacer emerger o invertir en redes alternativas locales de producción y de distribución que se inscriban completamente en el marco del decrecimiento: queremos definir en conjunto lo que queremos consumir y proyectar cómo producirlo de acuerdo con nuestros principios y teniendo en cuenta nuestras restricciones ecológicas. Reapropiémonos de las herramientas y de los medios de producción para hacerlos responder a las necesidades locales (si verdaderas redes, autónomas y autosuficientes, no existen en el sentido auténtico de la palabra, no es una razón para esperar, una moneda dada a los sistemas alternativos o una moneda dada al gran capital no tiene el mismo valor político: votamos todos los días en el consumo).
Existen ya por ejemplo, asociaciones que reúnen pequeñas producciones agrícolas y de consumo cercano (estilo AMAP en Francia: asociaciones para la manutención de la agricultura rural). Deciden en conjunto y de forma anticipada, modalidades de producción y de distribución; los consumidores se involucran en la compra de la recolección y el productor puede liberarse así de las políticas agrícolas que lo sofocan. Esta producción y este consumo locales ofrecen por un lado, la posibilidad de sobrevivir a los pequeños agricultores que el sistema previó eliminar y permiten por otro lado, reducir considerablemente el gasto de energía debido a la producción industrial y química, en el transporte y en el almacenamiento. Subvierte así la gran distribución y el sistema atacándolos donde hacen mal. Sin intermediarios, apenas las personas que se organizan entre ellas. Y este género de iniciativas puede imaginarse y crearse para todos los tipos de producción. Estos ejemplos de alternativas pueden volverse una verdadera respuesta, verdaderamente anticapitalistas siendo completamente viables y ecológicas; pero si no entramos a formar parte de ellas, nos arriesgamos a que sean aplacadas por el sistema. De hecho estas AMAP fueron creadas bajo principios cercanos a los de una organización libertaria, pero están colocadas bajo la autoridad de la asociación Alliance PEC (que no presenta, claramente, afinidades particulares para los libertarios), por lo cual, si no se tiene cuidado, podría muy bien transformar estas iniciativas en una nueva forma de consumo “idiota”. Lo mismo se puede decir de otras propuestas alternativas.
Para concluir, es necesario – aunque no suficiente - huir de las grandes cadenas y de la gran distribución, es también imperativo tratar de poner en práctica, a partir de hoy – en la medida de lo posible - una organización positiva de la sociedad. Tenemos que privilegiar la práctica de una organización libertaria, manteniendo y creando redes alternativas y locales de producción y de distribución, de reciclaje y de intercambio (así como lugares de convivencia y de encuentros abiertos al exterior: bibliotecas, cocinas autodirigidas, espacios de gratuidad, cursos, etc.) sobre todo que estas redes funcionen y que consigan atraer personas desde más allá del medio militante: la anarquía es demasiado bella para no seducir. Así, porque la organización libertaria de la sociedad es envidiable y ecológicamente sana – y porque es el único vector que permite, tanto ser general, como de decrecimiento - nos toca demostrar, con ejemplo y práctica, que una sociedad basada en estos principios es posible. Seremos mucho más coherentes en nuestras luchas.
[Publicado originalmente en castellano por El Libertario, # 49, febrero-marzo 2007. El autor pertenece al Grupo Louise Michel de la Federación Anarquista francófona y el artículo se publicó en portugués por la revista Utopía, Lisboa, enero-junio 2006, # 21. Traducción: Redacción de El Libertario.]
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