Adán Salgado
En la actualidad mucha gente dentro y fuera de Estados Unidos ingenuamente imagina que el American Dream de los viejos tiempos, entre mediados de los cuarentas y finales de los sesentas cuando la mayoría de los estadounidenses gozaban de un más que aceptable nivel de vida, aún es factible. Nada más alejado de la realidad. En recientes visitas allí, he constatado variados signos que permiten afirmar la decadencia del país, sobre todo cuando se ven cada vez más indigentes en las calles, desempleados, plazas comerciales semivacías, agencias automotrices con cientos de autos esperando ser adquiridos, miles de casas desocupadas por embargos bancarios, sin nadie que esté ansioso por comprarlas, calles con baches, basura y en mal estado, fugas de agua que no se reparan pronto… y así, teniendo, de repente, la sensación de que no está uno en el país avanzado y “rico” de hace algunas décadas, sino en una nación subdesarrollada.
En ello parece estar de acuerdo el profesor Vaclav Smil, que en su más reciente obra, The rise and Retreat of American Manufacturing (El ascenso y caída de la manufactura estadounidense, MIT Press, 2013), analiza con todo detalle los factores históricos debido a los cuales Estados Unidos se convirtió en una potencia industrial desde mediados del siglo 19, y mantuvo ese papel hasta finales de los años 1960’s, a partir de los cuales, sobre todo desde 1971, ha iniciado su declive industrial y decadencia económica, situación que se acelerado a partir del año 2000. El profesor Smil también demuestra, de forma ampliamente veraz y documentada, que Estados Unidos es un país decadente y que además tiende a desindustrializarse aceleradamente, lo cual le deja muy poco tiempo y margen para corregir el rumbo o, de plano, convertirse en una mediocre nación que, incluso, ponga en peligro su existencia como tal.
Lucrar hoy, hundirse mañana
Hay que decir, de entrada, que tanto la decadencia económica, así como la desindustrialización estadounidense, son la clara consecuencia de la tendencia del capitalismo de actuar siempre de acuerdo a los intereses que le permitan seguirse renovando, aunque cada día su existencia sea más y más caótica y crónicamente autodestructiva.
La razón de ser del capitalismo es la de generar y amasar ganancia, tanta como se pueda. Sin embargo, como Marx demostró, la tasa de ganancia media tiende a disminuir con el tiempo, principalmente porque en la composición del capital, se incrementa desproporcionadamente el capital constante (instrumentos de trabajo y materias primas), en relación al capital variable (fuerza de trabajo). El capital variable es la única parte de esa relación que genera más valor en proporción a su precio, o sea, es el trabajo no pagado que el salario no cubre, lo que genera más valor, la llamada plusvalía. Así, con procesos de trabajo cada vez más mecanizados y automatizados, se va prescindiendo de la fuerza de trabajo, la única generadora de plusvalía, por lo que, inevitablemente, va descendiendo la ganancia esperada.
Por tales motivos, muy sucintamente expuestos, es que las grandes corporaciones, las de los países más adelantados tecnológicamente, en especial, buscan todos los medios posibles para revertir esa tendencia, la cual, no es de que se pueda evitar, sino que por la forma inherente de funcionamiento de tal sistema, es, justamente, inevitable. Es una cuestión de sobrevivencia, pues las empresas de cada ramo o sector industrial, compiten mediante el precio, sobreviviendo las que puedan ofrecer el artículo más atractivo de cierta categoría (funcionalidad, apariencia, utilidad, innovador), pero que al mismo tiempo su precio sea atractivo, o sea, que pueda ser adquirido mayoritariamente por el sector social al que se dirige. Y entre más bajo sea tal precio, más posibilidades de éxito y, sobre todo, de sobrevivencia tendrá tal empresa. Claro que la tendencia actual es no sólo la de vender un producto, sino la de diversificar la oferta de artículos que produzca una corporación, pues la monoproducción está destinada a la pronta eliminación (por ejemplo, General Electric comenzó vendiendo focos y ahora éstos, sólo montan el 1% de sus ventas. Casi 50% de sus ingresos, se deben a su división financiera, GE Capital).
Pero a pesar de la innovación y la diversificación, no es suficiente para que una empresa de un país adelantado, como Estados Unidos, revierta la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, así que la alternativa ha sido la de ir desmantelando la infraestructura productiva en el país de origen y llevarse una buena parte de los empleos a países con mediana infraestructura para que una parte de los procesos de fabricación o, incluso, la totalidad, se realicen en tales países (México o China, por ejemplo). No sólo eso, sino que con tal de bajar aún más los precios se han llevado también, incluso, los procesos de investigación y desarrollo, con tal de abaratarlos, para, así, bajar aún más los costos.
La tendencia descrita es la que ha impuesto el capitalismo en Estados Unidos (y en muchos de los países más desarrollados tecnológicamente), y a pesar de que éste país es defensor a ultranza de dicho sistema, ha ido decayendo, justo como consecuencia de tales circunstancias. Y es algo que, en general, sucede con todas las corporaciones de los países más adelantados, que tienden a ser apátridas, o sea, buscan sus particulares intereses antes que los del país de origen. Es lo que señala Smil, citando a P. Nolan, que “los activos foráneos de las cien multinacionales más grandes del mundo, representan el 60% de sus activos totales, y también poseen proporciones similares en cuanto a sus empleados y ventas. No es de sorprender que la relación entre tales compañías y sus países de origen se ha ido debilitando constantemente, en la medida en que su identidad y sus intereses se han ido progresivamente desligando de aquéllos de los países en donde se fundaron, por lo que tienen un incentivo cada vez menor para trabajar con los gobiernos nacionales, los que tratan de promover políticas industriales específicas”.
De productores a tenderos
Justamente la mayoría de las grandes corporaciones estadounidenses, simplemente han buscado su beneficio específico, sin importar que el país ha ido perdiendo su lugar como potencia industrial mundial, quedando en el nivel de casi un importador neto, en el cual, empresas como Walmart, que no crea nada, sólo vende, es el mayor empleador de dicho país, vendiendo mayoritariamente mercancías chinas baratas. Y eso ha sido consecuencia de la tendencia descrita, combinada con un absurdo beneplácito de gobierno y economistas miopes que han dicho que tal tendencia, la desindustrialización, es “sana”, pues es, dicen, una especie de obligada evolución, debido a la cual Estados Unidos puede depender de la fabricación extranjera de casi todo cuanto requiera. Además, dicen esos economistas, así Estados Unidos se deshace de actividades industriales que no son “vitales”, pero, sí, muy contaminantes y de ese modo contribuye a bajar la producción de gases efecto invernadero, ahorrando también consumo energético. Sin embargo este último argumento, señala Smil, se ha dado ya frente al hecho de la preocupante desindustrialización.
Sin embargo, el argumento de “fuerza”, que justifica que Estados Unidos deje de producir muchas cosas, como electrodomésticos, por ejemplo, es que sólo está conservando las actividades industriales avanzadas, de punta, en el supuesto teórico de que esa “superioridad tecnológica” compensará con creces todo lo que se ha renunciado a fabricar allí, en Estados Unidos, y la balanza comercial, al final, se inclinará en favor de Estados Unidos. Es lo que se denomina ATP (advanced technology products), productos de tecnología avanzada, debido a los cuales, Estados Unidos considera que superará con creces su balanza comercial, pero en casi tres décadas, no ha sucedido eso y, al contrario, su déficit comercial tiende a elevarse. Como el profesor Smil demuestra, eso no ha funcionado y las exportaciones de tecnología de punta, como superconductores o aviones de pasajeros de Boeing, aunque importantes, no compensan el brutal cúmulo de importaciones dadas año con año, que han ido incrementando el déficit comercial de dicho país en cientos de miles de millones de dólares (mdd) anualmente.
Señala que “Cuando el balance del comercio aeronáutico es visto en una perspectiva más amplia, el impacto del éxito de la tecnología de punta de Estados Unidos se muestra descorazonadamente modesta. Entre el 2006 y el 2010, Estados Unidos exportó anualmente alrededor de $35 mil mdd e importó más o menos $15 mil mdd de aviones, lo que le dio un superávit anual del orden de $25 mil mdd. Como comparación, eso es menos que la importación anual de pantallas de TV, unos $30 mil mdd en el 2009 o de carriolas de bebé, juguetes y artículos deportivos y también es más o menos lo mismo que se gasta para importar alimentos del mar y bebidas alcohólicas, más o menos 1.5% de las importaciones totales de Estados Unidos en el 2009. ¿Puede haber un testimonio más desconsolador sobre la falacia de la ventaja que da la alta tecnología que el hecho de que el superávit de Estados Unidos en comercio aeronáutico no podría comprar ni siquiera las importaciones anuales de pantallas de TV?”.
Por otro lado, tampoco la tan alardeada creación de empleos por las ATP, que, supuestamente, repondrían los empleos perdidos durante décadas e, incluso, superarían tales pérdidas, tampoco se ha cumplido. Al contrario, son cada vez menos los empleos que dichas, industrias, llamadas de punta, están creando, pues la tendencia capitalista, es la de producir más con menos obreros (eso también ocasiona que la tasa de ganancia disminuya, pues, como comento antes, el capital variable va disminuyendo y es el único que produce plusvalía). Señala el profesor Smil que “la manufactura estadounidense que comenzó el siglo 21 con 17.2 millones de obreros, ha sufrido un severo desplome de 17% en tan sólo cinco años. Otro deprimente declive se alcanzó en el 2003: 22 años después de que los empleados del gobierno eran los más abundantes, el sector de servicios, ventas, sobre todo, se colocó en segundo sitio, sobrepasando a los obreros activos en más de 600 mil personas. Para el 2005, esa diferencia había crecido a 1.2 millones de personas y para el 2009, a pesar de que declinó el gasto en consumo, debido a una de las recesiones más graves desde la Segunda Guerra Mundial, la del 2008, la diferencia entre empleados en servicios y obreros fue de casi tres millones, una muy deprimente realidad de una decadente economía en donde la mayoría de las nuevas oportunidades de trabajo han sido empleos de medio tiempo con bajos sueldos, ocupados en vender ropa y electrodomésticos chinos comprados a crédito. La pérdida de empleos en la manufactura continuó cuando otros 2.7 millones de obreros fueron despedidos entre el 2005 y el 2010, un corte de 10% en cinco años, que dejó un total de empleos perdidos para toda la década de 5.7 millones, casi exactamente un tercio de la fuerza de trabajo obrera que existía en el 2000”.
En efecto si se revisan las cifras disponibles, la creación de empleos por parte de las ATP ha sido mínima. De las 10 empresas que más empleados tienen en Estados Unidos, sólo tres, General Electric (GE), Hewlett-Packard (HP) e IBM, figuran entre ellas. GE, en el décimo sitio, con 305,000 empleados, HP, en el noveno, con 331,800 e IBM, en el cuarto lugar, con poco más de 434,246 trabajadores. Compárense esas cifras con las que emplean empresas de ventas, como Walmart (1º sitio), Target (6º sitio), Home Depot (8º sitio), Kroger (7º sitio) o las de comida rápida, como Yum! Brands (dueña de KFC, Taco Bell y Pizza Hut, 2º sitio) , Mc Donald’s (3º sitio) o la empresa de paquetería UPS (6º sitio). Walmart, la ganadora, emplea poco más de 1.3 millones de personas, Yum! Brands, 523,000, Mc Donald´s, 440,000 empleos, empresa de la que, por cierto, se dice que es la que ofrece los trabajos más mal pagados y explotados y que exigen pocas habilidades. Por ello, los empleos similares han dado en llamarse Mc Jobs. De las empresas restantes, Target emplea a 361,000 personas, Kroger, 343,000, Home Depot, 340,000 y UPS emplea a 399,000 personas (http://www.usatoday.com/story/money/business/2013/08/22/ten-largest-employers/2680249/). En total, esas diez empresas dan trabajo a poco más de 4 millones, 777 mil personas, de las cuales, las tres empresas ATP, de punta, incluidas en la lista, sólo emplean al 9.82%, o sea, que, generalizando, apenas 1 de cada 10 empleos son ofrecidos por las ATP.
Mientras tanto, Walmart, por sí sola, emplea a poco más de 27.2% de personas ocupadas, o sea, casi tres de cada diez y, como señala el profesor Smil, vendiendo baratijas chinas. Eso lo he podido constatar, en visitas recientes a Estados Unidos, en donde, en efecto, la mayoría de los productos manufacturados, no sólo electrónicos o electrodomésticos, sino también ropa, tenis, zapatos, herramientas… son chinos. Incluso, al adquirir suvenires como gorras o llaveros de Arizona, por ejemplo, lucen, irónicamente, la etiqueta con la leyenda “Made in China”. Igual sucede con los suvenires vendidos en Disneylandia o cualquier otro parque temático. Y tampoco a Walmart le importa que la mayoría de lo que vende se fabrica en China, si con eso aumenta sus ganancias, aunque Estados Unidos se esté quedando sin empleos y en plena decadencia. Y esa precarización de los empleos, exigiendo personas cada vez menos preparadas, ha redundado en que para muchas empresas manufactureras, cada vez es más difícil hacerse de trabajadores realmente hábiles, a tal nivel, que el profesor Smil cita la siguiente declaración, hecha por el jefe de la planta Camiones Daimler de Norte América, quien “sentía que los trabajadores de la planta de dicha empresa en México estaban mejor capacitados que los de Estados Unidos, a los que, incluso, a muchos se les debía de enseñar matemáticas y habilidades de escritura”. Increíble que algunos trabajadores de Estados Unidos hayan llegado a esos niveles de descalificación.
Consumir hasta consumirse
Tener trabajadores mediocres es consecuencia de que la decadencia de Estados Unidos se refleja hasta en sus niveles educativos, pues ocupa de los últimos lugares en educación con respecto a los países más avanzados. Como señala el profesor Smil, Estados Unidos ha masificado el nivel educativo de secundaria y medio (High School), al haberla hecho obligatoria, pero, por lo mismo, la calidad se ha ido deteriorando, sobre todo porque no se ofrece en ese nivel una educación tecnológica, con tal de que los estudiantes aprendan una habilidad que les permita integrarse a una fábrica, por ejemplo. Eso, comenta, se aplica en Alemania, en donde desde el noveno grado de la High School, se les enseña a los estudiantes una habilidad técnica, que les permite entrar a trabajar a la industria, incluso, sin que terminen la totalidad del nivel medio superior o sin que vayan a una universidad. (eso es lo que se ha hecho en México, con la llamada “educación técnica” a nivel medio, que es la que forma obreros semicalificados. Claro, como se nos ve sólo como eso, como un país maquilador, pues se ha seguido tal tendencia). Esa falta de formación técnica, agrega Smil, también es la base del problema del desempleo en Estados Unidos hasta en personas que tienen una costosa carrera universitaria (doscientos mil dólares en promedio es su costo), pues ya no encuentran trabajo, a pesar de tanto dinero que se gastó, la mayoría a crédito. Eso significa que el esquema educativo estadounidense, nunca contempló que se pudieran formar trabajadores aún antes de que estudiaran una universidad y por eso existe la disparidad educacional y el abierto desempleo entre los universitarios.
Más claramente no puede señalarlo el profesor Smil, al decir que: “No hay duda alguna de que muchas compañías estadounidenses se han convertido en activos participantes de la desindustrialización de Estados Unidos, al haberse inclinado a favor de invertir y fabricar en China, con tal de maximizar sus ganancias. Esta tendencia a obtener la máxima ganancia, es muy clara si tomamos el caso del iPhone de Apple, el cual sólo es ensamblado en China (eso equivale a casi el 4% del costo, pero el 96% del restante es por las partes que se hacen en otros países, entre ellos, Japón, Alemania y en los propios Estados Unidos). El ensamblado está a cargo de Foxconn, una empresa taiwanesa establecida en Shenzhen, en la provincia china de Guangdong, la que cobra sólo $6.50 dólares por celular. El costo total es de $178.96 dólares, que Apple vende en Estados Unidos por $500 dólares, por lo que su utilidad es de 64%”. En efecto, la decadencia de Estados Unidos se debe a que “sus” empresas, sobre todo las mayores, sólo han buscado su interés, la maximización de la ganancia, no sólo fabricando en el exterior, sino también buscando por todos los medios evadir impuestos o pagar menos de los requeridos.
Por otro lado, explica Smil que gran parte de la desindustrialización de Estados Unidos es que, muchas empresas, inclinadas a satisfacer la demanda que un país tan consumista como lo es Estados Unidos, miraron como algo natural producir en otros países, con tal de satisfacer esa demanda e incrementar, de paso, sus utilidades. Señala que “los orígenes del compulsivo consumismo son simples: la mayoría de las personas prefiere amasar posesiones y sólo la falta de medios para adquirirlas o la incapacidad de los productores para suplirlas, limita esa circunstancia. Durante el cuarto de siglo de la expansión económica de la posguerra, los estadounidenses fácilmente podían adquirir muchos bienes (los salarios de las familias de clase media, medidos en dólares constantes, casi se habían duplicado), así que los productores estadounidenses estaban ansiosos de proporcionar no sólo lo que ya existía y era demandado, sino también de crear nuevos productos que también fueran adquiridos por lo que, incluso, invertían bastante en publicidad para lograrlo”.
Y así fue. Se refiere el profesor al periodo de gran auge que tuvo Estados Unidos al salir victorioso de la segunda guerra y que dicho país “ayudó” a los destruidos países a reconstruir sus economías y sus industrias. Fue una gran época de prosperidad para Estados Unidos, de donde surgieron las frases “The American Way of Life” y “The American Dream”, gracias a la cual, Estados Unidos tuvo incrementos de su PIB muy considerables, en algunos casos, de hasta el 50% de crecimiento anual, con respecto a años anteriores. Incluso, llegó a representar tal PIB más de un tercio de la economía mundial. Por lo mismo, en efecto, el nivel de vida del estadounidense medio fue envidiable. Ese pasajero espejismo se empleó como contrafuerte ideológico para tratar de opacar la influencia de la Unión Soviética y el llamado “socialismo” (más bien, economía de planificación central) que este país practicaba y trataba de expandir por todo el mundo.
Y ese progreso material, señala el profesor Smil, se dio en tres aspectos principales, que han sido la quintaescencia del sistema de consumo estadounidense “primero, la amplia gama de máquinas, dispositivos y artículos eléctricos y electrónicos que llenaron las casas de los estadounidenses durante ese cuarto de siglo de expansión económica. Enseguida, la propiedad y empleo de vehículos. Finalmente, la acelerada expansión de una nueva forma de viajar rápido, pero muy accesible, al incorporar turbinas en aviones que, de esa forma, tuvieron gran capacidad y velocidad, como nunca antes había sido”. Señala que el estadounidense, a partir de entonces, fue muy dado en viajar en avión, no sólo dentro de su país, sino fuera. Muy común era, en esos tiempos, ver a turistas estadounidenses visitar todo tipo de países y sitios y gastar generosamente sus dólares. Eso, también, ha ido disminuyendo con el tiempo, ya que actualmente, sólo 12% de los estadounidenses viajan fuera de su país. El crecimiento de la industria aeronáutica actuó también como un multiplicador, pues se demandaron todas las actividades involucradas, como la producción de acero, caucho, cobre, productos eléctricos, electrónicos y muchas otras, las que influyeron, también, al auge económico de Estados Unidos en dicha época.
En cuanto a los artículos domésticos, la expansión de su uso se debió a que con el tiempo, más y más estadounidenses poseyeron casa propia. A comienzos del siglo 20, sólo 47% de los estadounidenses eran propietarios de su casa, pero luego de la guerra, gracias a la prosperidad que se dio, en 1950, la propiedad de casas había ascendido a 55%, en 1960, ya era de 62%. Y para 1973, se mantuvo en 65%. No sólo creció la posesión de casas, sino que también su tamaño aumentó, pues para 1950, el área promedio era de casi 90 m², pero para 1973, el área había crecido hasta casi 140 m², un incremento de 52%, o sea, casi la mitad. Incluso, varias casas rebasaban los 1600 m². Por lo mismo, señala el profesor Smil, “esta combinación de una creciente propiedad de casas, creciente tamaño de ellas, así como una creciente distancia del trabajo, demandaron tanto viejos materiales de construcción (madera, cemento, ladrillos, tuberías), así como nuevos (plásticos, cancelería de aluminio) y, por tanto, una masiva demanda de más artículos de plomería, muebles, tapetes. Igualmente, se demandaron una serie de artículos que eran, comparativamente hablando, o muy raros o nuevos, de acuerdo con lo existente antes de la guerra, pero que para los 1970’s eran ya estándar en los hogares promedio”. De esta forma, ya fue común en los 1970’s poseer calefacción central, refrigerador, aire acondicionado, televisión, lavadoras de ropa, de trastes, teléfono… y otras cosas que para los inicios de los 1950’s no todos los tenían.
La televisión, agrega, fue “el primer aparato doméstico caro, cuya propiedad sólo se hizo común hasta los 1950’s. La producción doméstica de televisores se incrementó espectacularmente, de menos de un millón de unidades en 1948 a casi 7.5 millones en 1950. En 1948, sólo 172,000 hogares tenían TV, pero para 1960, el total había sobrepasado los 45 millones y esos aparatos eran poseídos por el 90% de todos los hogares. Durante los 1960’s, la propiedad masiva de electrodomésticos se extendió a las lavatrastes (poseídos por más de un tercio de familias en 1970), congeladores (en casi el 40% de los hogares), secadoras de ropa (en 1950, era una rareza, pero en 1973, más de la mitad de los hogares las poseían), así como televisores de color. Las transmisiones en color comenzaron en 1954, pero los primeros televisores de color eran caros y la subida de ventas sólo se dio cuando comenzaron a lanzarse modelos más baratos después de 1965. En este año, 5% de los hogares tenían TV de color. En 1970, 40% ya lo poseían. Para 1970, la TV de color estaba en dos de cada tres hogares estadounidenses”.
De esa forma explica el profesor Smil la propensión al consumo de electrodomésticos y que, por desgracia, sigue en aumento, a pesar de las crisis. Los fabricantes estadounidenses, ante esa creciente demanda, buscaron aumentar la producción, pero sin que subieran demasiado los costos, con tal de mantenerse competitivos, y que también aumentaran considerablemente sus ganancias. La “solución” fue llevarse la fabricación a otros países con mano de obra y materias primas baratas, como China, esquema que, en efecto, logró ambos objetivos. Por lo mismo, se ha seguido esa tendencia, hasta los niveles actuales en que, como señala Smil, ya no se fabrica en Estados Unidos una sola pantalla o un solo refrigerador. “Llegan cargueros con cientos de contenedores llenos de productos asiáticos, principalmente chinos, y de otros países, para ser descargados. Luego, regresan, totalmente vacíos a sus lugares de origen, lo que evidencia por qué el déficit comercial sube muchísimo año con año”, señala Smil.
Del Detroit de ensueños al de pesadillas
Un tercer aspecto del consumismo estadounidense es la posesión de autos. De hecho, también la excesiva producción automotriz fue un remanente de la gran capacidad instalada que demandó la guerra. Y siguiendo el patrón demandado por la sociedad de consumo, que exigía bienes en masa, siempre disponibles, los fabricantes de autos satisficieron ese requisito, o sea, una gran oferta de autos sin que les importara si éstos eran realmente eficientes, seguros, funcionales…no. Como señala el profesor Smil “algunos diseños carecían totalmente de funcionalidad o sensatez: sólo debemos de pensar en los grandes adornos cromados y risibles aletas de los autos de los 1950’s”. Mientras en Estados Unidos se ofrecían autos exageradamente grandes e ineficientes en su consumo de combustible (algunos de cuando mucho tres kilómetros por litro), en Europa abundaban los modelos compactos, muy eficientes en el consumo de combustible e, incluso, atractivos en su diseño.
Los motores V-8 de los autos estadounidenses prevalecieron sin cambios, desde los 1950’s hasta los 1970’s, sobre todo porque en 1965, un barril de petróleo costaba lo mismo que en 1950, o sea, que en realidad costaba menos, en términos nominales. Así que los autos se diseñaban (y muchas otras cosas), en el entendido de que la energía barata estaría allí por siempre. Sólo que cuando se comenzó a encarecer el petróleo, tanto por el agotamiento de la producción estadounidense, así como por los problemas geopolíticos que empezaron a ocurrir, tales como el embargo de la OPEP a principios de los setentas, surge y aumenta gradualmente la preferencia de los estadounidenses por la importación de autos eficientes y confiables, tanto de Europa, como de Japón. Así, “en 1950, cerca del 95% de autos vendidos en Estados Unidos eran hechos por compañías estadounidenses. Sesenta años después, el país que inventó la producción masiva de autos, compró muchos de sus autos de empresas extranjeras y lo peor sucedió en el 2007, cuando los tres restantes fabricantes de Detroit (alguna vez una emblemática, industriosa ciudad, que hoy se encuentra quebrada y sólo ocupada en un 70%) comenzaron a vender menos de la mitad de todos los vehículos de pasajeros y camiones ligeros comprados por estadounidenses”. De las Big Three, sólo Ford ha logrado en algo mantenerse a flote. Pero General Motors, quebró en el 2009 y debió de ser “rescatada” por el gobierno. Chrysler se “fusionó” con Fiat y apenas si sobrevive. De todos modos, el problema es que, señala Smil, siguen cometiendo los mismos errores, fabricando autos grandes y poco eficientes. En su opinión, sus días están contados.
Por otro lado, el problema de la desindustrialización es que también se inhibe la innovación, señala el profesor Smil, pues es gracias a los departamentos de investigación de las empresas que se logran los avances. De hecho, el que Estados Unidos estuviera a la cabeza industrial mundial por casi 120 años (desde 1880 hasta el 2000), fue gracias a que los avances tecnológicos debidos a sus industrias lo permitieron. Los departamentos de investigación de muchas compañías no cesaban de innovar y diversificar sus productos. A Estados Unidos se deben inventos tan revolucionarios como la máquina de escribir, la fabricación masiva de papel, las computadoras… incluso, el sistema de armado en serie de los autos, propuesto por Henry Ford, fue, justo, una innovación tecnológica surgida desde una compañía.
También fue gracias a los avances en la utilización de nuevas energías que, por ejemplo, se comenzó a emplear la electricidad, a finales del siglo 19, como el nuevo energético, sustituyendo a productos como las máquinas de vapor, alimentadas con carbón o leña. Precisamente fue la diversificación e innovación energética la que impulsó aún más la industrialización de Estados Unidos, primero, y luego del resto del planeta. Otro efecto que una mayor disposición energética ocasionó fue que se posibilitó la concepción del moderno urbanismo, con alumbrado público, telefonía, servicios públicos, calles, avenidas, rascacielos, sobre todo de acero y concreto, y todo lo que ello requería (La adopción del automóvil como medio masivo de transporte, también contribuyó a esos drásticos cambios). Por ejemplo, al construirse rascacielos más y más altos, se necesitaron elevadores, como los que la empresa Otis Elevator Company (que aún domina el mercado de elevadores), fundada para tal fin, comenzó a ofrecer. Eso impulsó, a su vez, la industria del hierro y acero, sin la cual, nada de eso habría sido posible. Y a pesar del estallido en la producción de diversos ingenios electrónicos, como las computadoras mismas, señala Smil, aún domina la era del acero, pues los autos, productos que involucran a un 75%, directa o indirectamente, de las industrias, siguen fabricándose mayoritariamente de acero, al igual que muchas otras cosas (es un error, afirma decir que estamos en la era del silicón). Pero hasta la producción de acero ha disminuido drásticamente en Estados Unidos, importando casi todo el que requiere.
Otro ejemplo que proporciona el profesor Smil es el de que en las épocas recientes se ha dado en algunos productos la desmaterialización, sobre todo en las computadoras. Esto significa que ahora son más poderosas tanto en cómputo, como en memoria que lo que hacían hace veinte años, digamos, pero con una masa mucho menor, ocupando menos material en todo lo que requieren. Esa desmaterialización, por desgracia, sólo ha sucedido en contados productos, pues la mayoría lo han hecho en mucho menor escala o nada. Y es algo que también critica Smil, pues señala que de nada sirve que ahora se hagan productos más eficientes, como autos que consumen menos combustible, si eso se eclipsa al haber millones de autos eficientes, con lo que esos supuestos ahorros energéticos, de nada sirven. Y si un país se desindustrializa, como Estados Unidos, menos va a estar en posición de innovar con tecnologías que, realmente, sean eficientes en todo el sentido de la palabra. Por ejemplo, esos avances tecnológicos podrían proponer otra forma de transporte, verdaderamente eficaz, que prescindiera de los contaminantes autos, y que realmente ahorrara en energéticos y en materiales, aunque su fabricación fuera masiva.
Además, el efecto multiplicador de la industria en Estados Unidos es tan importante, que cada dólar de productos manufacturados, contribuye a un dólar con cuarenta centavos de actividades extras. Como comparación, los servicios de transporte sólo generan un dólar, en tanto que ventas, servicios profesionales y de negocios (financieros), son los que menos aportan, pues sólo lo hacen con sesenta centavos de dólar, por cada dólar invertido en ellos. Justo el sector financiero (el capital parásito) es el que, últimamente, está teniendo un boom, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Los “inversionistas” prefieren el parasitismo, con tal de lograr grandes y rápidas ganancias, a la inversión productiva. En eso, también, Estados Unidos se ha ido transformando, pues es un país en donde importa más invertir en acciones de la bolsa, que en crear industrias.
Lo más grave de la desindustrialización, señala el profesor Smil, es que está dejando sin empleos a millones de estadounidenses, incidiendo en un generalizado nivel de vida que se tiende a pauperizar. Actualmente, uno de cada dos estadounidenses se considera que es pobre, la clase media está reduciéndose, ciudades antes prósperas, se han ido vaciando de gente y tienen muy altos niveles de delincuencia y criminalidad, sobre todo de adolescentes y jóvenes, quienes se enfrentan armados y se matan a diario. Millones de pobres estadounidenses viven de los vales de comida gubernamentales, al no tener empleo, ni alguna forma de ganarse la vida. Ciudades antes tan industriosas, orgullo estadounidense, como Detroit, la meca de la industria automotriz, ahora está quebrada y sólo ocupada en un 70%, con calles obscuras y peligrosas por la noche, pues hasta el servicio eléctrico se ha restringido, con tal de “ahorrar”, mientras que manadas de perros semisalvajes las recorren, siendo un problema de salud pública y de seguridad.
[Versión resumida de trabajo originalmente difundido en http://linkis.com/bit.ly/9t2Iy.]
En la actualidad mucha gente dentro y fuera de Estados Unidos ingenuamente imagina que el American Dream de los viejos tiempos, entre mediados de los cuarentas y finales de los sesentas cuando la mayoría de los estadounidenses gozaban de un más que aceptable nivel de vida, aún es factible. Nada más alejado de la realidad. En recientes visitas allí, he constatado variados signos que permiten afirmar la decadencia del país, sobre todo cuando se ven cada vez más indigentes en las calles, desempleados, plazas comerciales semivacías, agencias automotrices con cientos de autos esperando ser adquiridos, miles de casas desocupadas por embargos bancarios, sin nadie que esté ansioso por comprarlas, calles con baches, basura y en mal estado, fugas de agua que no se reparan pronto… y así, teniendo, de repente, la sensación de que no está uno en el país avanzado y “rico” de hace algunas décadas, sino en una nación subdesarrollada.
En ello parece estar de acuerdo el profesor Vaclav Smil, que en su más reciente obra, The rise and Retreat of American Manufacturing (El ascenso y caída de la manufactura estadounidense, MIT Press, 2013), analiza con todo detalle los factores históricos debido a los cuales Estados Unidos se convirtió en una potencia industrial desde mediados del siglo 19, y mantuvo ese papel hasta finales de los años 1960’s, a partir de los cuales, sobre todo desde 1971, ha iniciado su declive industrial y decadencia económica, situación que se acelerado a partir del año 2000. El profesor Smil también demuestra, de forma ampliamente veraz y documentada, que Estados Unidos es un país decadente y que además tiende a desindustrializarse aceleradamente, lo cual le deja muy poco tiempo y margen para corregir el rumbo o, de plano, convertirse en una mediocre nación que, incluso, ponga en peligro su existencia como tal.
Lucrar hoy, hundirse mañana
Hay que decir, de entrada, que tanto la decadencia económica, así como la desindustrialización estadounidense, son la clara consecuencia de la tendencia del capitalismo de actuar siempre de acuerdo a los intereses que le permitan seguirse renovando, aunque cada día su existencia sea más y más caótica y crónicamente autodestructiva.
La razón de ser del capitalismo es la de generar y amasar ganancia, tanta como se pueda. Sin embargo, como Marx demostró, la tasa de ganancia media tiende a disminuir con el tiempo, principalmente porque en la composición del capital, se incrementa desproporcionadamente el capital constante (instrumentos de trabajo y materias primas), en relación al capital variable (fuerza de trabajo). El capital variable es la única parte de esa relación que genera más valor en proporción a su precio, o sea, es el trabajo no pagado que el salario no cubre, lo que genera más valor, la llamada plusvalía. Así, con procesos de trabajo cada vez más mecanizados y automatizados, se va prescindiendo de la fuerza de trabajo, la única generadora de plusvalía, por lo que, inevitablemente, va descendiendo la ganancia esperada.
Por tales motivos, muy sucintamente expuestos, es que las grandes corporaciones, las de los países más adelantados tecnológicamente, en especial, buscan todos los medios posibles para revertir esa tendencia, la cual, no es de que se pueda evitar, sino que por la forma inherente de funcionamiento de tal sistema, es, justamente, inevitable. Es una cuestión de sobrevivencia, pues las empresas de cada ramo o sector industrial, compiten mediante el precio, sobreviviendo las que puedan ofrecer el artículo más atractivo de cierta categoría (funcionalidad, apariencia, utilidad, innovador), pero que al mismo tiempo su precio sea atractivo, o sea, que pueda ser adquirido mayoritariamente por el sector social al que se dirige. Y entre más bajo sea tal precio, más posibilidades de éxito y, sobre todo, de sobrevivencia tendrá tal empresa. Claro que la tendencia actual es no sólo la de vender un producto, sino la de diversificar la oferta de artículos que produzca una corporación, pues la monoproducción está destinada a la pronta eliminación (por ejemplo, General Electric comenzó vendiendo focos y ahora éstos, sólo montan el 1% de sus ventas. Casi 50% de sus ingresos, se deben a su división financiera, GE Capital).
Pero a pesar de la innovación y la diversificación, no es suficiente para que una empresa de un país adelantado, como Estados Unidos, revierta la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, así que la alternativa ha sido la de ir desmantelando la infraestructura productiva en el país de origen y llevarse una buena parte de los empleos a países con mediana infraestructura para que una parte de los procesos de fabricación o, incluso, la totalidad, se realicen en tales países (México o China, por ejemplo). No sólo eso, sino que con tal de bajar aún más los precios se han llevado también, incluso, los procesos de investigación y desarrollo, con tal de abaratarlos, para, así, bajar aún más los costos.
La tendencia descrita es la que ha impuesto el capitalismo en Estados Unidos (y en muchos de los países más desarrollados tecnológicamente), y a pesar de que éste país es defensor a ultranza de dicho sistema, ha ido decayendo, justo como consecuencia de tales circunstancias. Y es algo que, en general, sucede con todas las corporaciones de los países más adelantados, que tienden a ser apátridas, o sea, buscan sus particulares intereses antes que los del país de origen. Es lo que señala Smil, citando a P. Nolan, que “los activos foráneos de las cien multinacionales más grandes del mundo, representan el 60% de sus activos totales, y también poseen proporciones similares en cuanto a sus empleados y ventas. No es de sorprender que la relación entre tales compañías y sus países de origen se ha ido debilitando constantemente, en la medida en que su identidad y sus intereses se han ido progresivamente desligando de aquéllos de los países en donde se fundaron, por lo que tienen un incentivo cada vez menor para trabajar con los gobiernos nacionales, los que tratan de promover políticas industriales específicas”.
De productores a tenderos
Justamente la mayoría de las grandes corporaciones estadounidenses, simplemente han buscado su beneficio específico, sin importar que el país ha ido perdiendo su lugar como potencia industrial mundial, quedando en el nivel de casi un importador neto, en el cual, empresas como Walmart, que no crea nada, sólo vende, es el mayor empleador de dicho país, vendiendo mayoritariamente mercancías chinas baratas. Y eso ha sido consecuencia de la tendencia descrita, combinada con un absurdo beneplácito de gobierno y economistas miopes que han dicho que tal tendencia, la desindustrialización, es “sana”, pues es, dicen, una especie de obligada evolución, debido a la cual Estados Unidos puede depender de la fabricación extranjera de casi todo cuanto requiera. Además, dicen esos economistas, así Estados Unidos se deshace de actividades industriales que no son “vitales”, pero, sí, muy contaminantes y de ese modo contribuye a bajar la producción de gases efecto invernadero, ahorrando también consumo energético. Sin embargo este último argumento, señala Smil, se ha dado ya frente al hecho de la preocupante desindustrialización.
Sin embargo, el argumento de “fuerza”, que justifica que Estados Unidos deje de producir muchas cosas, como electrodomésticos, por ejemplo, es que sólo está conservando las actividades industriales avanzadas, de punta, en el supuesto teórico de que esa “superioridad tecnológica” compensará con creces todo lo que se ha renunciado a fabricar allí, en Estados Unidos, y la balanza comercial, al final, se inclinará en favor de Estados Unidos. Es lo que se denomina ATP (advanced technology products), productos de tecnología avanzada, debido a los cuales, Estados Unidos considera que superará con creces su balanza comercial, pero en casi tres décadas, no ha sucedido eso y, al contrario, su déficit comercial tiende a elevarse. Como el profesor Smil demuestra, eso no ha funcionado y las exportaciones de tecnología de punta, como superconductores o aviones de pasajeros de Boeing, aunque importantes, no compensan el brutal cúmulo de importaciones dadas año con año, que han ido incrementando el déficit comercial de dicho país en cientos de miles de millones de dólares (mdd) anualmente.
Señala que “Cuando el balance del comercio aeronáutico es visto en una perspectiva más amplia, el impacto del éxito de la tecnología de punta de Estados Unidos se muestra descorazonadamente modesta. Entre el 2006 y el 2010, Estados Unidos exportó anualmente alrededor de $35 mil mdd e importó más o menos $15 mil mdd de aviones, lo que le dio un superávit anual del orden de $25 mil mdd. Como comparación, eso es menos que la importación anual de pantallas de TV, unos $30 mil mdd en el 2009 o de carriolas de bebé, juguetes y artículos deportivos y también es más o menos lo mismo que se gasta para importar alimentos del mar y bebidas alcohólicas, más o menos 1.5% de las importaciones totales de Estados Unidos en el 2009. ¿Puede haber un testimonio más desconsolador sobre la falacia de la ventaja que da la alta tecnología que el hecho de que el superávit de Estados Unidos en comercio aeronáutico no podría comprar ni siquiera las importaciones anuales de pantallas de TV?”.
Por otro lado, tampoco la tan alardeada creación de empleos por las ATP, que, supuestamente, repondrían los empleos perdidos durante décadas e, incluso, superarían tales pérdidas, tampoco se ha cumplido. Al contrario, son cada vez menos los empleos que dichas, industrias, llamadas de punta, están creando, pues la tendencia capitalista, es la de producir más con menos obreros (eso también ocasiona que la tasa de ganancia disminuya, pues, como comento antes, el capital variable va disminuyendo y es el único que produce plusvalía). Señala el profesor Smil que “la manufactura estadounidense que comenzó el siglo 21 con 17.2 millones de obreros, ha sufrido un severo desplome de 17% en tan sólo cinco años. Otro deprimente declive se alcanzó en el 2003: 22 años después de que los empleados del gobierno eran los más abundantes, el sector de servicios, ventas, sobre todo, se colocó en segundo sitio, sobrepasando a los obreros activos en más de 600 mil personas. Para el 2005, esa diferencia había crecido a 1.2 millones de personas y para el 2009, a pesar de que declinó el gasto en consumo, debido a una de las recesiones más graves desde la Segunda Guerra Mundial, la del 2008, la diferencia entre empleados en servicios y obreros fue de casi tres millones, una muy deprimente realidad de una decadente economía en donde la mayoría de las nuevas oportunidades de trabajo han sido empleos de medio tiempo con bajos sueldos, ocupados en vender ropa y electrodomésticos chinos comprados a crédito. La pérdida de empleos en la manufactura continuó cuando otros 2.7 millones de obreros fueron despedidos entre el 2005 y el 2010, un corte de 10% en cinco años, que dejó un total de empleos perdidos para toda la década de 5.7 millones, casi exactamente un tercio de la fuerza de trabajo obrera que existía en el 2000”.
En efecto si se revisan las cifras disponibles, la creación de empleos por parte de las ATP ha sido mínima. De las 10 empresas que más empleados tienen en Estados Unidos, sólo tres, General Electric (GE), Hewlett-Packard (HP) e IBM, figuran entre ellas. GE, en el décimo sitio, con 305,000 empleados, HP, en el noveno, con 331,800 e IBM, en el cuarto lugar, con poco más de 434,246 trabajadores. Compárense esas cifras con las que emplean empresas de ventas, como Walmart (1º sitio), Target (6º sitio), Home Depot (8º sitio), Kroger (7º sitio) o las de comida rápida, como Yum! Brands (dueña de KFC, Taco Bell y Pizza Hut, 2º sitio) , Mc Donald’s (3º sitio) o la empresa de paquetería UPS (6º sitio). Walmart, la ganadora, emplea poco más de 1.3 millones de personas, Yum! Brands, 523,000, Mc Donald´s, 440,000 empleos, empresa de la que, por cierto, se dice que es la que ofrece los trabajos más mal pagados y explotados y que exigen pocas habilidades. Por ello, los empleos similares han dado en llamarse Mc Jobs. De las empresas restantes, Target emplea a 361,000 personas, Kroger, 343,000, Home Depot, 340,000 y UPS emplea a 399,000 personas (http://www.usatoday.com/story/money/business/2013/08/22/ten-largest-employers/2680249/). En total, esas diez empresas dan trabajo a poco más de 4 millones, 777 mil personas, de las cuales, las tres empresas ATP, de punta, incluidas en la lista, sólo emplean al 9.82%, o sea, que, generalizando, apenas 1 de cada 10 empleos son ofrecidos por las ATP.
Mientras tanto, Walmart, por sí sola, emplea a poco más de 27.2% de personas ocupadas, o sea, casi tres de cada diez y, como señala el profesor Smil, vendiendo baratijas chinas. Eso lo he podido constatar, en visitas recientes a Estados Unidos, en donde, en efecto, la mayoría de los productos manufacturados, no sólo electrónicos o electrodomésticos, sino también ropa, tenis, zapatos, herramientas… son chinos. Incluso, al adquirir suvenires como gorras o llaveros de Arizona, por ejemplo, lucen, irónicamente, la etiqueta con la leyenda “Made in China”. Igual sucede con los suvenires vendidos en Disneylandia o cualquier otro parque temático. Y tampoco a Walmart le importa que la mayoría de lo que vende se fabrica en China, si con eso aumenta sus ganancias, aunque Estados Unidos se esté quedando sin empleos y en plena decadencia. Y esa precarización de los empleos, exigiendo personas cada vez menos preparadas, ha redundado en que para muchas empresas manufactureras, cada vez es más difícil hacerse de trabajadores realmente hábiles, a tal nivel, que el profesor Smil cita la siguiente declaración, hecha por el jefe de la planta Camiones Daimler de Norte América, quien “sentía que los trabajadores de la planta de dicha empresa en México estaban mejor capacitados que los de Estados Unidos, a los que, incluso, a muchos se les debía de enseñar matemáticas y habilidades de escritura”. Increíble que algunos trabajadores de Estados Unidos hayan llegado a esos niveles de descalificación.
Consumir hasta consumirse
Tener trabajadores mediocres es consecuencia de que la decadencia de Estados Unidos se refleja hasta en sus niveles educativos, pues ocupa de los últimos lugares en educación con respecto a los países más avanzados. Como señala el profesor Smil, Estados Unidos ha masificado el nivel educativo de secundaria y medio (High School), al haberla hecho obligatoria, pero, por lo mismo, la calidad se ha ido deteriorando, sobre todo porque no se ofrece en ese nivel una educación tecnológica, con tal de que los estudiantes aprendan una habilidad que les permita integrarse a una fábrica, por ejemplo. Eso, comenta, se aplica en Alemania, en donde desde el noveno grado de la High School, se les enseña a los estudiantes una habilidad técnica, que les permite entrar a trabajar a la industria, incluso, sin que terminen la totalidad del nivel medio superior o sin que vayan a una universidad. (eso es lo que se ha hecho en México, con la llamada “educación técnica” a nivel medio, que es la que forma obreros semicalificados. Claro, como se nos ve sólo como eso, como un país maquilador, pues se ha seguido tal tendencia). Esa falta de formación técnica, agrega Smil, también es la base del problema del desempleo en Estados Unidos hasta en personas que tienen una costosa carrera universitaria (doscientos mil dólares en promedio es su costo), pues ya no encuentran trabajo, a pesar de tanto dinero que se gastó, la mayoría a crédito. Eso significa que el esquema educativo estadounidense, nunca contempló que se pudieran formar trabajadores aún antes de que estudiaran una universidad y por eso existe la disparidad educacional y el abierto desempleo entre los universitarios.
Más claramente no puede señalarlo el profesor Smil, al decir que: “No hay duda alguna de que muchas compañías estadounidenses se han convertido en activos participantes de la desindustrialización de Estados Unidos, al haberse inclinado a favor de invertir y fabricar en China, con tal de maximizar sus ganancias. Esta tendencia a obtener la máxima ganancia, es muy clara si tomamos el caso del iPhone de Apple, el cual sólo es ensamblado en China (eso equivale a casi el 4% del costo, pero el 96% del restante es por las partes que se hacen en otros países, entre ellos, Japón, Alemania y en los propios Estados Unidos). El ensamblado está a cargo de Foxconn, una empresa taiwanesa establecida en Shenzhen, en la provincia china de Guangdong, la que cobra sólo $6.50 dólares por celular. El costo total es de $178.96 dólares, que Apple vende en Estados Unidos por $500 dólares, por lo que su utilidad es de 64%”. En efecto, la decadencia de Estados Unidos se debe a que “sus” empresas, sobre todo las mayores, sólo han buscado su interés, la maximización de la ganancia, no sólo fabricando en el exterior, sino también buscando por todos los medios evadir impuestos o pagar menos de los requeridos.
Por otro lado, explica Smil que gran parte de la desindustrialización de Estados Unidos es que, muchas empresas, inclinadas a satisfacer la demanda que un país tan consumista como lo es Estados Unidos, miraron como algo natural producir en otros países, con tal de satisfacer esa demanda e incrementar, de paso, sus utilidades. Señala que “los orígenes del compulsivo consumismo son simples: la mayoría de las personas prefiere amasar posesiones y sólo la falta de medios para adquirirlas o la incapacidad de los productores para suplirlas, limita esa circunstancia. Durante el cuarto de siglo de la expansión económica de la posguerra, los estadounidenses fácilmente podían adquirir muchos bienes (los salarios de las familias de clase media, medidos en dólares constantes, casi se habían duplicado), así que los productores estadounidenses estaban ansiosos de proporcionar no sólo lo que ya existía y era demandado, sino también de crear nuevos productos que también fueran adquiridos por lo que, incluso, invertían bastante en publicidad para lograrlo”.
Y así fue. Se refiere el profesor al periodo de gran auge que tuvo Estados Unidos al salir victorioso de la segunda guerra y que dicho país “ayudó” a los destruidos países a reconstruir sus economías y sus industrias. Fue una gran época de prosperidad para Estados Unidos, de donde surgieron las frases “The American Way of Life” y “The American Dream”, gracias a la cual, Estados Unidos tuvo incrementos de su PIB muy considerables, en algunos casos, de hasta el 50% de crecimiento anual, con respecto a años anteriores. Incluso, llegó a representar tal PIB más de un tercio de la economía mundial. Por lo mismo, en efecto, el nivel de vida del estadounidense medio fue envidiable. Ese pasajero espejismo se empleó como contrafuerte ideológico para tratar de opacar la influencia de la Unión Soviética y el llamado “socialismo” (más bien, economía de planificación central) que este país practicaba y trataba de expandir por todo el mundo.
Y ese progreso material, señala el profesor Smil, se dio en tres aspectos principales, que han sido la quintaescencia del sistema de consumo estadounidense “primero, la amplia gama de máquinas, dispositivos y artículos eléctricos y electrónicos que llenaron las casas de los estadounidenses durante ese cuarto de siglo de expansión económica. Enseguida, la propiedad y empleo de vehículos. Finalmente, la acelerada expansión de una nueva forma de viajar rápido, pero muy accesible, al incorporar turbinas en aviones que, de esa forma, tuvieron gran capacidad y velocidad, como nunca antes había sido”. Señala que el estadounidense, a partir de entonces, fue muy dado en viajar en avión, no sólo dentro de su país, sino fuera. Muy común era, en esos tiempos, ver a turistas estadounidenses visitar todo tipo de países y sitios y gastar generosamente sus dólares. Eso, también, ha ido disminuyendo con el tiempo, ya que actualmente, sólo 12% de los estadounidenses viajan fuera de su país. El crecimiento de la industria aeronáutica actuó también como un multiplicador, pues se demandaron todas las actividades involucradas, como la producción de acero, caucho, cobre, productos eléctricos, electrónicos y muchas otras, las que influyeron, también, al auge económico de Estados Unidos en dicha época.
En cuanto a los artículos domésticos, la expansión de su uso se debió a que con el tiempo, más y más estadounidenses poseyeron casa propia. A comienzos del siglo 20, sólo 47% de los estadounidenses eran propietarios de su casa, pero luego de la guerra, gracias a la prosperidad que se dio, en 1950, la propiedad de casas había ascendido a 55%, en 1960, ya era de 62%. Y para 1973, se mantuvo en 65%. No sólo creció la posesión de casas, sino que también su tamaño aumentó, pues para 1950, el área promedio era de casi 90 m², pero para 1973, el área había crecido hasta casi 140 m², un incremento de 52%, o sea, casi la mitad. Incluso, varias casas rebasaban los 1600 m². Por lo mismo, señala el profesor Smil, “esta combinación de una creciente propiedad de casas, creciente tamaño de ellas, así como una creciente distancia del trabajo, demandaron tanto viejos materiales de construcción (madera, cemento, ladrillos, tuberías), así como nuevos (plásticos, cancelería de aluminio) y, por tanto, una masiva demanda de más artículos de plomería, muebles, tapetes. Igualmente, se demandaron una serie de artículos que eran, comparativamente hablando, o muy raros o nuevos, de acuerdo con lo existente antes de la guerra, pero que para los 1970’s eran ya estándar en los hogares promedio”. De esta forma, ya fue común en los 1970’s poseer calefacción central, refrigerador, aire acondicionado, televisión, lavadoras de ropa, de trastes, teléfono… y otras cosas que para los inicios de los 1950’s no todos los tenían.
La televisión, agrega, fue “el primer aparato doméstico caro, cuya propiedad sólo se hizo común hasta los 1950’s. La producción doméstica de televisores se incrementó espectacularmente, de menos de un millón de unidades en 1948 a casi 7.5 millones en 1950. En 1948, sólo 172,000 hogares tenían TV, pero para 1960, el total había sobrepasado los 45 millones y esos aparatos eran poseídos por el 90% de todos los hogares. Durante los 1960’s, la propiedad masiva de electrodomésticos se extendió a las lavatrastes (poseídos por más de un tercio de familias en 1970), congeladores (en casi el 40% de los hogares), secadoras de ropa (en 1950, era una rareza, pero en 1973, más de la mitad de los hogares las poseían), así como televisores de color. Las transmisiones en color comenzaron en 1954, pero los primeros televisores de color eran caros y la subida de ventas sólo se dio cuando comenzaron a lanzarse modelos más baratos después de 1965. En este año, 5% de los hogares tenían TV de color. En 1970, 40% ya lo poseían. Para 1970, la TV de color estaba en dos de cada tres hogares estadounidenses”.
De esa forma explica el profesor Smil la propensión al consumo de electrodomésticos y que, por desgracia, sigue en aumento, a pesar de las crisis. Los fabricantes estadounidenses, ante esa creciente demanda, buscaron aumentar la producción, pero sin que subieran demasiado los costos, con tal de mantenerse competitivos, y que también aumentaran considerablemente sus ganancias. La “solución” fue llevarse la fabricación a otros países con mano de obra y materias primas baratas, como China, esquema que, en efecto, logró ambos objetivos. Por lo mismo, se ha seguido esa tendencia, hasta los niveles actuales en que, como señala Smil, ya no se fabrica en Estados Unidos una sola pantalla o un solo refrigerador. “Llegan cargueros con cientos de contenedores llenos de productos asiáticos, principalmente chinos, y de otros países, para ser descargados. Luego, regresan, totalmente vacíos a sus lugares de origen, lo que evidencia por qué el déficit comercial sube muchísimo año con año”, señala Smil.
Del Detroit de ensueños al de pesadillas
Un tercer aspecto del consumismo estadounidense es la posesión de autos. De hecho, también la excesiva producción automotriz fue un remanente de la gran capacidad instalada que demandó la guerra. Y siguiendo el patrón demandado por la sociedad de consumo, que exigía bienes en masa, siempre disponibles, los fabricantes de autos satisficieron ese requisito, o sea, una gran oferta de autos sin que les importara si éstos eran realmente eficientes, seguros, funcionales…no. Como señala el profesor Smil “algunos diseños carecían totalmente de funcionalidad o sensatez: sólo debemos de pensar en los grandes adornos cromados y risibles aletas de los autos de los 1950’s”. Mientras en Estados Unidos se ofrecían autos exageradamente grandes e ineficientes en su consumo de combustible (algunos de cuando mucho tres kilómetros por litro), en Europa abundaban los modelos compactos, muy eficientes en el consumo de combustible e, incluso, atractivos en su diseño.
Los motores V-8 de los autos estadounidenses prevalecieron sin cambios, desde los 1950’s hasta los 1970’s, sobre todo porque en 1965, un barril de petróleo costaba lo mismo que en 1950, o sea, que en realidad costaba menos, en términos nominales. Así que los autos se diseñaban (y muchas otras cosas), en el entendido de que la energía barata estaría allí por siempre. Sólo que cuando se comenzó a encarecer el petróleo, tanto por el agotamiento de la producción estadounidense, así como por los problemas geopolíticos que empezaron a ocurrir, tales como el embargo de la OPEP a principios de los setentas, surge y aumenta gradualmente la preferencia de los estadounidenses por la importación de autos eficientes y confiables, tanto de Europa, como de Japón. Así, “en 1950, cerca del 95% de autos vendidos en Estados Unidos eran hechos por compañías estadounidenses. Sesenta años después, el país que inventó la producción masiva de autos, compró muchos de sus autos de empresas extranjeras y lo peor sucedió en el 2007, cuando los tres restantes fabricantes de Detroit (alguna vez una emblemática, industriosa ciudad, que hoy se encuentra quebrada y sólo ocupada en un 70%) comenzaron a vender menos de la mitad de todos los vehículos de pasajeros y camiones ligeros comprados por estadounidenses”. De las Big Three, sólo Ford ha logrado en algo mantenerse a flote. Pero General Motors, quebró en el 2009 y debió de ser “rescatada” por el gobierno. Chrysler se “fusionó” con Fiat y apenas si sobrevive. De todos modos, el problema es que, señala Smil, siguen cometiendo los mismos errores, fabricando autos grandes y poco eficientes. En su opinión, sus días están contados.
Por otro lado, el problema de la desindustrialización es que también se inhibe la innovación, señala el profesor Smil, pues es gracias a los departamentos de investigación de las empresas que se logran los avances. De hecho, el que Estados Unidos estuviera a la cabeza industrial mundial por casi 120 años (desde 1880 hasta el 2000), fue gracias a que los avances tecnológicos debidos a sus industrias lo permitieron. Los departamentos de investigación de muchas compañías no cesaban de innovar y diversificar sus productos. A Estados Unidos se deben inventos tan revolucionarios como la máquina de escribir, la fabricación masiva de papel, las computadoras… incluso, el sistema de armado en serie de los autos, propuesto por Henry Ford, fue, justo, una innovación tecnológica surgida desde una compañía.
También fue gracias a los avances en la utilización de nuevas energías que, por ejemplo, se comenzó a emplear la electricidad, a finales del siglo 19, como el nuevo energético, sustituyendo a productos como las máquinas de vapor, alimentadas con carbón o leña. Precisamente fue la diversificación e innovación energética la que impulsó aún más la industrialización de Estados Unidos, primero, y luego del resto del planeta. Otro efecto que una mayor disposición energética ocasionó fue que se posibilitó la concepción del moderno urbanismo, con alumbrado público, telefonía, servicios públicos, calles, avenidas, rascacielos, sobre todo de acero y concreto, y todo lo que ello requería (La adopción del automóvil como medio masivo de transporte, también contribuyó a esos drásticos cambios). Por ejemplo, al construirse rascacielos más y más altos, se necesitaron elevadores, como los que la empresa Otis Elevator Company (que aún domina el mercado de elevadores), fundada para tal fin, comenzó a ofrecer. Eso impulsó, a su vez, la industria del hierro y acero, sin la cual, nada de eso habría sido posible. Y a pesar del estallido en la producción de diversos ingenios electrónicos, como las computadoras mismas, señala Smil, aún domina la era del acero, pues los autos, productos que involucran a un 75%, directa o indirectamente, de las industrias, siguen fabricándose mayoritariamente de acero, al igual que muchas otras cosas (es un error, afirma decir que estamos en la era del silicón). Pero hasta la producción de acero ha disminuido drásticamente en Estados Unidos, importando casi todo el que requiere.
Otro ejemplo que proporciona el profesor Smil es el de que en las épocas recientes se ha dado en algunos productos la desmaterialización, sobre todo en las computadoras. Esto significa que ahora son más poderosas tanto en cómputo, como en memoria que lo que hacían hace veinte años, digamos, pero con una masa mucho menor, ocupando menos material en todo lo que requieren. Esa desmaterialización, por desgracia, sólo ha sucedido en contados productos, pues la mayoría lo han hecho en mucho menor escala o nada. Y es algo que también critica Smil, pues señala que de nada sirve que ahora se hagan productos más eficientes, como autos que consumen menos combustible, si eso se eclipsa al haber millones de autos eficientes, con lo que esos supuestos ahorros energéticos, de nada sirven. Y si un país se desindustrializa, como Estados Unidos, menos va a estar en posición de innovar con tecnologías que, realmente, sean eficientes en todo el sentido de la palabra. Por ejemplo, esos avances tecnológicos podrían proponer otra forma de transporte, verdaderamente eficaz, que prescindiera de los contaminantes autos, y que realmente ahorrara en energéticos y en materiales, aunque su fabricación fuera masiva.
Además, el efecto multiplicador de la industria en Estados Unidos es tan importante, que cada dólar de productos manufacturados, contribuye a un dólar con cuarenta centavos de actividades extras. Como comparación, los servicios de transporte sólo generan un dólar, en tanto que ventas, servicios profesionales y de negocios (financieros), son los que menos aportan, pues sólo lo hacen con sesenta centavos de dólar, por cada dólar invertido en ellos. Justo el sector financiero (el capital parásito) es el que, últimamente, está teniendo un boom, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Los “inversionistas” prefieren el parasitismo, con tal de lograr grandes y rápidas ganancias, a la inversión productiva. En eso, también, Estados Unidos se ha ido transformando, pues es un país en donde importa más invertir en acciones de la bolsa, que en crear industrias.
Lo más grave de la desindustrialización, señala el profesor Smil, es que está dejando sin empleos a millones de estadounidenses, incidiendo en un generalizado nivel de vida que se tiende a pauperizar. Actualmente, uno de cada dos estadounidenses se considera que es pobre, la clase media está reduciéndose, ciudades antes prósperas, se han ido vaciando de gente y tienen muy altos niveles de delincuencia y criminalidad, sobre todo de adolescentes y jóvenes, quienes se enfrentan armados y se matan a diario. Millones de pobres estadounidenses viven de los vales de comida gubernamentales, al no tener empleo, ni alguna forma de ganarse la vida. Ciudades antes tan industriosas, orgullo estadounidense, como Detroit, la meca de la industria automotriz, ahora está quebrada y sólo ocupada en un 70%, con calles obscuras y peligrosas por la noche, pues hasta el servicio eléctrico se ha restringido, con tal de “ahorrar”, mientras que manadas de perros semisalvajes las recorren, siendo un problema de salud pública y de seguridad.
[Versión resumida de trabajo originalmente difundido en http://linkis.com/bit.ly/9t2Iy.]
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