Leonardo
Montes
Este 8 de
diciembre tendremos, nuevamente, votaciones en Venezuela. Si bien las
coaliciones partidistas han intentando, como en ocasiones pasadas,
electoralizar la agenda de preocupaciones de la gente, vigorizando la
polarización, la situación del país es diferente a los sufragios anteriores
realizados durante el bolivarianismo. ¿La razón? El chavismo basó su
legitimidad en representar electoralmente a las mayorías del país. No porque
tenían un proyecto mejor que el resto, no porque eran ética y moralmente
superiores a sus contendientes, sino porque sencillamente eran más que los demás.
Esta racionalidad, tras los resultados del 14 de abril pasado –los peores para
el bolivarianismo en toda su historia- ahora representa su principal amenaza.
En la pasada
contienda regional, recordemos realizada en el 2008, hubo una participación de
65.4% y una abstención de 35.2%. La coalición oficialista, en total, obtuvo un
54,9% de los votos, es decir, una diferencia de sufragios de 9,8% respecto a la
coalición opositora. Aunque en circunstancias normales en Venezuela una
elección regional no es comparable con una presidencial, la cita del 8-D se ha
convertido, por un extraño consenso entre los contrincantes, en un termómetro
de la popularidad del presidente Maduro, quien comenzó su mandato con un “plomo
en el ala”, perdiendo 800.000 votos rojos en pocos meses y ganando por un
estrecho margen de 1,8%. El oficialismo intenta, bajo el discurso de la
resistencia a la supuesta “guerra económica”, cohesionar a sus bases de apoyo
para que voten por las candidaturas oficiales y, de paso, revierta la crisis de
liderazgo en la que está sumido el primer mandatario. La crisis económica hace
muy difícil que Maduro pueda agrandar, a su favor, la brecha con sus
opositores. Por ello el que la mantenga, empresa ya de por sí titánica, o que
la disminuya –es más, que incluso sea superado por sus contrarios-, aceleraría
no sólo su propia caída, sino la implosión del universo bolivariano.
A pesar de
este escenario, la situación no es miel sobre hojuelas para los miembros de la
MUD, sumergidos en su propia crisis interna y enfrentamientos entre facciones.
Su ausencia de credibilidad hace que sea más posible que el chavismo
descontento se abstenga que ejerza el voto castigo seleccionado alguna de sus
opciones. Sus propias contradicciones hacen que deba enfocarse en no perder a
sus propios votantes tradicionales y retroceder cuantitativamente menos que lo
que hará el oficialismo.
Después de
las elecciones es previsible un escenario de devaluación y aumento de la
inflación, desabastecimiento y dependencia del dólar para el funcionamiento de
la economía venezolana. El gobierno continuará su alianza con los sectores
productivos privados, descargando los costos de la crisis en las espaldas de
las mayorías. El 2014 será un año de conflictividad, en donde quienes tenemos
referencias políticas diferentes al GPP y la MUD debemos construir una
alternativa, en la calle, de verdadero cambio.
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